Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Hace 53 años Honduras y El Salvador fueron a la guerra. La expulsión de campesinos salvadoreños afectados por una reforma agraria en Honduras promovida por el gobierno del general Oswaldo López Arellano fue el detonante.
Eric Lombardo Lemus
Julio 29, 2022
El general López Arellano, que enfrentaba una huelga general convocada por sindicatos, universitarios, comerciantes y docentes, encontró una válvula de escape perfecta al invocar el nacionalismo entre la población hondureña que miró con recelo la prosperidad de quienes originalmente llegaron con una mano adelante y otra atrás. Alrededor de 300 000 salvadoreños había emigrado a Honduras desde la década de los años 20 del siglo pasado con el sueño de trabajar para romper con la pobreza en sus lugares de origen.
Durante tres décadas, los campesinos salvadoreños ocuparon tierras ociosas, que más tarde fueron reclamadas por terratenientes. Y debido a que el gobierno hondureño creó un registro para esta población como “extranjero residente”, carecían de amparo jurídico. Así que la expropiación fue la vía rápida.
La decisión del gobierno de Tegucigalpa puso en aprietos al gobierno del general Fidel Sánchez Hernández. El retorno de miles de desplazados arrinconó a El Salvador debido al crecimiento imparable de cinturones de pobreza.
Esos meses turbulentos fueron el contexto que rodeó a las selecciones de fútbol de ambos países que disputaron una plaza para la Copa Mundial en México. Uno de los jugadores clave de la escuadra salvadoreña, Mauricio Alonso “Pipo” Rodríguez, nunca olvida la tensión que hubo en cada uno de aquellos partidos por razones ajenas al deporte.
Rodríguez, descubierto por Conrado Miranda al verlo jugar en el Externado de San José, fue considerado el mejor de su época cuando se trató de escapadas espectaculares.
Manuel Cañadas, veterano de la liga mayor y el mejor historiador del balompié cuscatleco, reconoce en Rodríguez la virtud innata de quienes traen ese don.
–Cuando tomaba las diagonales en busca de una sociedad con sus compañeros de avanzada y le devolvían la pelota era seguro gol –destaca Cañadas.
A nivel mundial, los ojos de todos estaban puestos más allá del cielo porque a fines de mayo los astronautas que pilotaron el Apolo X regresaron sanos y salvo a la Tierra tras un viaje de 1 800 000 kilómetros. En ese momento, la carrera espacial entró en su recta final porque Estados Unidos allanó el camino para la siguiente misión, el Apolo XI, que debía poner al hombre en la Luna. Pero, antes que sucediera ese acontecimiento el 20 de julio, en un lugar de Centroamérica dos generales tenían que jugar a la guerra.
El 6 de junio de 1969 el equipo de El Salvador debió enfrentar a su similar de Honduras en la ciudad de Tegucigalpa. El juego contra los salvadoreños fue asunto de Estado. En la edición de ese viernes, el matutino La Prensa Gráfica publicó una noticia sobre la expulsión de 54 campesinos salvadoreños de Honduras “que fueron despojados de sus pertenencias”.
De hecho, el abogado José Luis González Sibrián reseña en el libro Las 100 horas que el gobierno del general López Arellano “gastó 200.000 lempiras en la preparación del seleccionado de fútbol”, un equivalente a US$100.000 en la época.
Un pasquín de aquel año ilustra el nacionalismo que vivió el país vecino dibujando a los salvadoreños como la peor amenaza a la sociedad.
“Que Honduras de ahora en adelante será única y exclusivamente para los hondureños, debes cooperar para echar fuera de nuestro país, a todos estos malvados, procaces, asesinos, rufianes, analfabetas y, por naturaleza, ladrones”, decía uno de los estribillos.
Aquella noche previa al juego, “Pipo” Rodríguez recuerda que los aficionados hondureños “reventaron cuetes (cohetes), llevaron mariachis y estuvieron gritando para no dejarnos dormir”.
Al siguiente día, El Salvador perdió 0-1 por un gol anotado por el delantero Roberto “La Coneja” Cardona.
Otra noticia publicada el martes 10 de junio por La Prensa Gráfica da cuenta que “otros 63 salvadoreños son expulsados de Honduras, después de serles confiscados sus bienes”.
De tal manera que la llegada de la selección hondureña a San Salvador el sábado 14 de junio también se convirtió en un asunto de interés nacional. El juego del día siguiente, domingo, toda la atención estuvo concentrada en lo que pasaría en el estadio.
–Recuerdo que ellos se habían quedado en uno de los pisos más altos del hotel a sabiendas que les podía pasar lo mismo que a nosotros en Tegucigalpa –dice Rodríguez. Pero aquí como la gente es un poquito más ingeniosa, consiguió cuetes de vara para que reventaran allá arriba y tampoco pudieran dormir –añade entre risas.
Aquel domingo 15 de junio, Honduras cayó 0-3.
El coronel retirado del ejército hondureño César Elvir Sierra sostiene en su libro La gran conspiración del gobierno salvadoreño para la guerra de 1969 que “los días 13, 14, 15 y 16 de junio se produjeron varios incidentes en contra de los futbolistas y seguidores del equipo nacional. Por la contundencia con que se realizaron, se puede establecer que estaban bajo la influencia de la hostilidad hacia Honduras”.
–Durante 40 años alguna gente ha creído que la pasión que desata el fútbol provocó una guerra, lo cual es absolutamente falso –insiste Rodríguez, quien en aquel momento no sabía que iba a entrar en la historia del deporte salvadoreño el 27 de junio tras un pase sorpresivo propia del juego espontáneo y apasionado que ejecutaron en aquella época.
Las autoridades deportivas internacionales escogieron a México como territorio neutral para el tercer encuentro, el definitivo, porque el ganador iba a enfrentar a Haití por una de las plazas codiciadas al campeonato mundial.
Al concluir el periodo reglamentario, el marcador era 2-2. Pero al minuto 11 del tiempo extra vino la maniobra impredecible que transformó en héroe a Rodríguez.
–La jugada del gol no se me ha borrado de la mente –relata el otrora delantero. Una pelota que sacaron desde la cancha de nosotros. En ese instante, Elmer Acevedo la bajó y se la dio a Mon (Ramón Martínez), y Mon vio que yo iba corriendo y la tiró a la espalda de los zagueros y les gané en velocidad porque los sorprendí –dice, emotivo.
Rodríguez incursionó en los años sesenta en la liga mayor salvadoreña en las filas del Atlante, en el combinado de la Universidad de El Salvador y finalmente en la selección nacional donde siempre admiraron su condición de puntero derecho. “Era un goleador implacable”, reitera Cañadas.
Por eso es que en la recreación de sus memorias ofrece un detalle minucioso de todo aquel momento.
–El arquero se tiró a la pelota y, como yo no la alcanzaba, me tiré también. Logré llegar un poquito antes que él y la desvié a mi lado derecho, y la pelota se fue despacio porque la grama estaba mojada. Cuando llegó a la red, inmediatamente supe que ese partido lo teníamos ganado –remata Rodríguez.
El Salvador se impuso por un gol de ventaja.
La prensa salvadoreña abrió la edición del lunes 7 de julio reportando la visita del presidente Sánchez Hernández junto al ministro de Defensa, Fidel Torres, y el director de la Guardia Nacional, José Alberto Medrano. “Consterna a miembros de OEA (Organización de Estados Americanos) el genocidio cometido por Honduras al visitar los sitios donde se hallan albergados millares de salvadoreños expulsados de territorio hondureño”, publicó La Prensa Gráfica.
Dieciséis días después, el 14 de julio de 1969, la Fuerza Aérea salvadoreña atacó el aeropuerto de Toncontín, en Tegucigalpa, así como el punto limítrofe conocido como puesto fronterizo del cerro Peña Quemada y avanzaron hacia Ocotepeque. Esa noche el ejército asaltó y quemó el cuartel del tercer batallón de infantería de Honduras.
El general retirado José Luis Rosales Panameño, que estuvo en el círculo presidencial de El Salvador como miembro del Estado Mayor, relata que “el objetivo fue garantizar el ingreso de nuestras tropas en territorio enemigo”.
Honduras contraatacó un día más tarde bombardeando el aeropuerto de Ilopango, en San Salvador, y la refinería de petróleo en el puerto de Acajutla y los tanques de almacenamiento de combustibles en el puerto de La Unión. La contraofensiva relámpago debilitó tácticamente a las fuerzas salvadoreñas.
La guerra, que duró cien horas, dejó entre 4 000 y 6 000 muertos, más de 12 000 heridos, entre militares y civiles, y 50 000 desplazados. La violencia concluyó el 18 de julio, cuando la OEA ordenó el cese al fuego.
“Pipo” rememora que volvió a ver a sus contrincantes diez años más tarde, tras el fin del conflicto.
–Ellos eran una generación de buenos futbolistas hondureños. No había pasado nada entre nosotros. Ese problema de gobiernos nunca afectó el respeto profesional que nos tuvimos –dice.
53 años han pasado de un conflicto que pasó a la posteridad como “La guerra del fútbol”, un título acuñado por el periodista Ryszard Kapuscinski, que era corresponsal de la agencia polaca PAP en México, luego que escuchó el vaticinio del colega Luis Suárez.
Suárez era un exiliado español que luchó en el bando republicano y logró asilarse en México donde desarrolló una prolija carrera periodística. En ese momento era jefe de redacción de Siempre!.
“Y yo siempre creía a pies juntillas todo lo que él decía. Vivíamos juntos en Ciudad de México, y Luis me daba clases sobre América Latina. Me enseñaba lo que es y cómo comprenderla”, escribió Kapuscinski en aquel texto convertido en la tapa de uno de sus libros más célebres.
“En esta ocasión, Luis expresó su opinión sobre la guerra que se nos avecinaba, después de doblar el periódico en el que acaba de leer una crónica deportiva, dedicada al partido de fútbol que habían jugado las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador”, añadió el polaco.
Kapuscinski cubrió el conflicto desde el frente hondureño y, aunque su relato tiene un episodio que raya en la ficción porque cita el suicidio de una aficionada salvadoreña que nunca sucedió, su trabajo visibilizó una de las zonas más olvidadas de la agenda noticiosa mundial. Y aquella guerra inútil sigue siendo asociada a algo tan sagrado en esta región como un balón rodando libre sobre el engramillado.
Uno de los escritores que perteneció al grupo literario “La cebolla púrpura” rememora el día que conoció a su mentor y amigo hasta el día que los cuerpos de seguridad cegaron la vida de quien fue un autor prolífico y único en su generación.
Una de las pensiones más antiguas de la ciudad de Guatemala atestigua la estancia de un joven entonces desconocido y luego transformado en un ídolo venerado por unos o en un insensato odiado por otros. Su nombre era Ernesto y llegó en vísperas de navidad del año 1953.
Opinión
Tirso Canales, el poeta de trato agradable, verbo reposado al hablar, pero incendiario al escribir. Estaba muy convencido y consecuente con sus ideas. En la vida he conocido pocos seres humanos tan solidarios y generosos como él.
Probablemente durante la guerra fría fue más fácil ser intelectual, articulado a una de las dos ideologías del mundo bipolar. En ese entonces el equilibrio del terror nuclear, aunque suene paradójico, hizo posible la coexistencia pacífica. El mundo de hoy es otro y las sociedades son mucho más complicadas.
Letras
Poesía
Norma Lilian Chamalé Pa’ Atz’an
Rosarlin Hernández
Foto
Miembros de la comunidad LGBTIQ+ conmemoraron el día del orgullo gay acompañado de representantes de diversas sedes diplomáticas.
Cuatro artistas, cuatro lentes, cuatro enfoques en la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente. ¿Los patrones insostenibles de consumo llevan el plantea hacia un cataclismo calculado? El Salvador tampoco escapa a la triple crisis planetaria que acarrea el cambio climático, la pérdida de naturaleza y biodiversidad.
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