Memoria
El periodista Lars Palmgren, que colaboró para ETC y posteriormente trabajó para Radio Suecia, entrevistó el 30 de diciembre de 1981 a Rufina Amaya en el caserío El Zapotal, jurisdicción de Meanguera. El ejército asesinó a su esposo y cuatro de sus cinco hijos. Su testimonio fue desacreditado durante décadas por los gobiernos de turno y el ejército hasta que las exhumaciones efectuadas en los años noventa dimensionan la atrocidad cometida contra niños, niñas, mujeres embarazadas y ancianos.
41 años: Memorias de un festival macabro
Diciembre 2, 2022
Un fotógrafo sueco ingresó al cantón El Mozote junto a otro colega tres semanas después de la mayor masacre perpetrada por el ejército salvadoreño entre el 11 y 13 de diciembre de 1981. Bajo la asesoría del militar estadounidense Allen Bruce Hazelwood, el infame batallón Atlacatl asesinó a 986 civiles. De las víctimas, 552 eran niños (138 menores de seis años) y 434 adultos ( incluyendo a 12 mujeres embarazadas). Ambos periodistas fueron los primeros que llegaron y atestiguan la mayor masacre cometida contra civiles en la época moderna.
La divulgación en la revista ETC en Suecia, sin embargo, no tuvo la misma reacción que la del público estadounidense luego del artículo de Raymond Booner y Susan Meiselas, que reprodujo The New York Times.
41 años más tarde Ulf Aneer remueve entre sus archivos y comparte doce fragmentos de su memoria. En cada una de las imágenes está registrado el horror, la crueldad y la miseria de la guerra contra población civil desarmada.
En una conversación con Espacio Revista recrea aquellas noches de caminata junto a su compañero Lars Palmgren por los senderos escarpados de las montañas de Morazán, uno de los departamentos más golpeados durante la guerra civil salvadoreña acaecida entre 1980 y 1992.
Restos calcinados de la casa de Exaltación Vigil, ubicada en las cercanías de donde ahora está el puesto de artesanías. En la pared quedó una pinta que rezaba “aquí estuvo la PN y PH”, en referencia a la Policía Nacional y Policía de Hacienda, ya que la Fuerza Armada instaló un anillo que fue estrechando hacia los caseríos que eran objetivo militar. En esa acción recurrió a diversas unidades castrenses.
El periplo de Ulf y Lars comenzó el 14 de noviembre de 1981 en la ciudad de México, a donde esperaron pacientemente el contacto para ingresar a las zonas rebeldes bajo el control de la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
El viaje empezó en el campamento de refugiados de La Virtud, en Honduras, donde cientos de campesinos salvadoreños llegaron huyendo de la atrocidad cometida por un ejército financiado y entrenado por EE. UU. bajo la administración del ex presidente Ronald Reagan.
Reagan prometió detener la amenaza comunista en Centroamérica, luego del triunfo de la revolución sandinista contra la dictadura del general Anastasio Somoza en Nicaragua en 1979. El ejército salvadoreño, que llegó a recibir un millón de dólares diarios, fue pieza vital de esa cruzada anticomunista.
El cadáver de una mujer desnuda yace en posición fetal en el área de la cocina en la casa de Claros Guevara, que vivió en los linderos del poblado. La víctima pudo ser abusada sexualmente como parte del patrón establecido en la denominada “Operación Rescate”.
Domingo Tobar, conocido como “Melo”, es captado por la lente de Ulf el 1 de enero de 1982 en los restos de una de las casas destruidas por el ejército. Melo, que en la fotografía tenía 20 años, estuvo de alta en la Policía Nacional; pero luego decidió incorporarse a la guerrilla. Ese día buscaba a su madre, su esposa e hija (que tenía un año de edad). Logró encontrar a su madre, el cadáver de su esposa y nunca dio con el paradero de su bebé, quien presuntamente fue asesinada junto a otros niños. Tobar, que es un veterano de las filas en el ERP, actualmente integra el consejo municipal de Meanguera, que gobierna bajo la bandera del partido Nuevas Ideas.
Pero aquel diciembre, Ulf y Lars no tenían idea hacia dónde se adentraron. Lo que vieron y olfatearon marcó su carrera como periodista. No solo quedó guardado en sus negativos.
Una vez cruzaron clandestinamente la frontera entre Honduras y El Salvador, siguieron marchando siete días y siete noches hacia el campamento del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que los guerrilleros denominaron “Casco viejo”, donde en un momento estuvo el estudio improvisado de Radio Venceremos y fue ahí donde entrevistaron a Rufina Amaya, la campesina sobreviviente de la masacre en El Mozote. Era el 30 de diciembre de 1981.
Rufina relató que los militares decapitaron a su esposo y asesinaron a cuatro de sus cinco hijos, escuchó el llanto y el clamor de todos los demás niños del poblado, los gritos de las niñas que fueron violadas metódicamente en un cerro posterior a donde yace el templo católico.
Los soldados destruyeron la casa de Marcos Díaz, un lugareño propietario de una tienda en el caserío. Luego de asesinar a sus habitantes y a su perro no desaprovecharon la oportunidad para consumir todas las cervezas que estaban en el dispensario.
El 31 de diciembre presenciaron la misa oficiada por el sacerdote de nacionalidad belga Rogelio Ponseele y escucharon los acordes del grupo musical “Los torogoces de Morazán”.
Temprano, el 1 de enero de 1982, siguieron la caminata a oscuras. En todo el trayecto hecho al amparo de la madrugada iban percibiendo el olor putrefacto a medida se acercaban a El Mozote y los caseríos aledaños. Entre la penumbra distinguían los restos de vacas que yacían muertas a la vera del camino. Pero al llegar al destino final Ulf también comprendió que era testigo de una tragedia inimaginable. Dentro de algunas casas yacían los restos de cuerpos calcinados. Bajo los techos derrumbados de unas viviendas aparecían espinazos, cráneos, restos óseos que sobresalía entre un caos incomprensible. Juguetes de niños, botellas pequeñas, biberones, ropas rasgadas, y un templo católico consumido por las llamas de las que todavía resisten las paredes. Adentro estaban los restos de mujeres y niños ametrallados y luego abrasados por el fuego.
La casa que habitó la familia de quien fue conocido como Nilo Chivo, que estaba ubicada en el camino hacia La Guacamaya, ofreció una imagen macabra con los restos óseos de sus víctimas junto a implementos de cocina y los restos de la techumbre colapsada debido a los incendios provocados por los soldados.
Dentro de una casa hecha de adobe y bahareque yace el cadáver de una mujer en posición fetal. Sin ropa, el cuerpo está arrinconado en donde fue una cocina. Esa fue la casa de Claros Guevara.
Y sobre los restos quemados de lo que fue la tienda de Marcos Díaz, Ulf encuentra decenas de botellas vacías. Yacen amontonadas, esparcidas sobre los escombros. Son las cervezas que bebieron los soldados que participaron en la masacre. Las botellas junto a los cadáveres. Los asesinos tuvieron tiempo para saquear el lugar y celebrar.
Ese recuerdo persiste en la memoria de este periodista sueco, que, tras cubrir El Salvador, siguió dedicando su oficio al resto de Centroamérica por 15 años. En su haber como fotógrafo independiente registró los últimos días del régimen de Somoza en Nicaragua; el drama indígena en Nebaj, en el altiplano guatemalteco; la crisis humanitaria en la frontera mexicana, y la convulsión social y política en Honduras y El Salvador.
A su paso, los elementos del batallón Atlacatl asesinaron reses y todo ser vivo que encontraran a su paso porque la táctica era eliminar cualquier abasto alimenticio que sirviera a las fuerzas rebeldes.
Cuando la noticia acerca de la masacre salió a la luz pública a nivel mundial, Washington recurrió a todos los mecanismos para desacreditar los hechos porque eso impediría que el gobierno de Reagan financiara al ejército salvadoreño. Pese a la denuncia, EE. UU. logró el apoyo militar que quiso y la guerra continuó durante 12 años.
El Gobierno de Suecia, pese a la escasa reacción inicial tras las revelaciones de Ulf, fue un impulsor activo en el proceso de paz salvadoreño.
Restos de la casa de Virgilio Márquez, en cuya fachada se observan zapatos de niños y otros objetos calcinados, conservó las paredes debido a que la estructura fue de construcción mixta.
El caso fue reabierto en 2016 y dieciséis altos oficiales militares fueron llevados ante la justicia en el Juzgado de San Francisco Gotera. En 2020, durante el juicio ahora en curso, la testigo experto Terry Karl afirmó que el asesor militar estadounidense Allen Bruce Hazelwood encubrió la masacre.
Karl, quien es politóloga de la Universidad de Stanford, denominó un “encubrimiento sofisticado” de los hechos en nombre de la administración Reagan y la junta militar salvadoreña.
“Esta nunca fue únicamente la decisión del teniente coronel Domingo Monterrosa, hubo un proceso de consulta entre el alto mando. (El operativo) fue organizado en el terreno por el mayor (Natividad de Jesús) Cáceres Cabrera, jefe de operaciones en consulta con Monterrosa”, sostiene Karl, en conversación con Espacio.
“La mayoría de los hechos fueron cometidos por la sexta compañía del batallón Atlacatl al mando de Walter Oswaldo Salazar”, agrega.
Imagen interior del convento que estaba anexo a la ermita. Dos guerrilleros observan las manchas de sangre en el piso y tiras de ropa que están esparcidas.
La masacre cometida en El Mozote abarcó el cantón La Joya, los caseríos La Ranchería, Los Toriles y Jocote Amarillo y el cantón Cerro Pando, y fue ejecutada principalmente por unidades del Batallón de Infantería de Reacción Inmediata (BIRI) Atlacatl, Tercera Brigada de Infantería de San Miguel y del Centro de Instrucción de Comandos de San Francisco Gotera.
En vísperas de Nochevieja, el sacerdote de nacionalidad belga Rogelio Poncel ofreció una misa que transmitió Radio Venceremos desde uno de los campamentos precarios de las filas del ERP-FMLN llamado “Casco viejo” y que está en la jurisdicción del caserío El Zapotal, jurisdicción de Meanguera. En la fotografía, Ulf capta el momento en el que el grupo musical “Los torogoces de Morazán” interpreta una canción tradicional. En la imagen están Chepito, Mariposa, Esteban, Felipe y el hermano de Sebastián.
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