Memoria
Redacción Espacio Revista
Fotografías: Miguel Lemus
Noviembre 17, 2023
El jueves 16 de noviembre de este año se cumplieron 34 años de la masacre de 6 sacerdotes jesuitas, de Elba Ramos y su hija Celina, en el campus de la Universidad Centroamericana UCA. La búsqueda de la verdad y la justicia ha registrado varios reveses y breves avances a lo largo de estas más de tres décadas.
Los avances, aun cuando han sido insuficientes, revisten cierta importancia por tratarse de un delito que se le imputa a personas que pertenecen a las esferas más altas de poder que, durante décadas, han sido «intocables» en El Salvador.
Aparte de los efectivos del Batallón Atlacatl que perpetraron la masacre, una nota de el periódico El País de fecha 7 de enero de 20221, señala como posibles autores intelectuales al expresidente Alfredo Cristiani, a los generales Humberto Larios, Juan Bustillo, Francisco Helena Fuentes (†), Rafael Zepeda, René Emilio Ponce (†) y al coronel Inocente Montano, el único condenado por el crimen, no en El Salvador, sino en España.
El año pasado, 2022, la Corte Suprema de Justicia de El Salvador ordenó que se reabriera el caso, cuyo proceso penal había sido declarado nulo en 2020 por la Sala de lo Penal, aludiendo a que el delito había «prescrito» por haber pasado más de 10 años desde que se cometió. Sin embargo, la masacre de los seis jesuitas y de Elba y Celina es un delito de lesa humanidad, por lo cual no prescribe.
La masacre de la UCA fue perpetrada por el Batallón Atlacat el 16 de noviembre de 1989, mientras ocurría la ofesiva guerrillera «Hasta el Tope». Dicha masacre causó un poderoso impacto a nivel nacional e internacional, por la crueldad y barbarie con que fue ejecutada y porque los sacerdotes era reconocidos religiosos y académicos.
Carmen Álvarez, autora del libro de testimonios «Los ecos del silencio», en el cual expone diversos hechos de violencia ocurridos durante el conflicto armado en El Salvador, relata su experiencia personal de aquel día en el testimonio «Los idus de noviembre». En ese momento, la autora trabajaba como catedrática en la UCA y, al recibir por teléfono la noticia del asesinato, sin vacilar se dirigió hacia la universidad, donde tuvo que enfrentarse a la visión de los cuerpos masacrados de los padres jesuitas, quienes habían sido no solo sus catedráticos, sino que algunos de ellos fueron también sus mentores y amigos.
Salvador Samayoa, autor del prólogo del libro, se refiere a la inclusión en el testimonio «Los idus de noviembre» de algunos párrafos de las declaraciones extrajudiciales que miembros del Batallón Atlacatl dieron a la Policía Nacional el 13 de enero de 1990 cuando fueron capturados acusados del crimen.
Samayoa explica que la inclusión de dichos párrafos en el testimonio reviste gran significado debido a que esta fuente documental apoya la verdad de los hechos, «que por grotesca podría parecer increíble a algunas personas si no estuviera respaldada por fuente documental».
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