Memoria
Durante el encuentro, Carlos Henríquez Consalvi (Santiago), Gió Palazzo, Luis Romero, Raquel Kanorroel (Espacio Revista), Luis Galdámez e Ivan Montecinos.
Primera parte: el contexto
Mayo 17, 2024
«La verdad es la primera víctima de la guerra».
Esquilo, dramaturgo de la Antigua Grecia
Iniciamos nuestra nueva serie de memoria histórica El conflicto salvadoreño enfocado por fotoperiodistas veteranos con el relato del encuentro, en el que estuvieron presentes, además de los mencionados, Luis Galdámez y Giuseppe Dezza —ambos también fotoperiodistas, pero en esta ocasión como parte del equipo de Espacio Revista, organizadora del evento—, así como Cecilia Gosso, académica italiana quien viniera al país como reportera en los ochentas acompañando a Palazzo, y Carlos Henríquez Consalvi, director del museo.
Tomando café con pan dulce entre impactantes relatos —tienen tantas anécdotas, que podría llenarse con ellas una enciclopedia—, agudos comentarios sobre el conflicto, silencios conmemorativos y carcajadas, los tres profesionales de la cámara recordaron sus aventuras y desventuras en el contexto de una contienda tristemente célebre, que colocó a El Salvador en el mapa noticioso mundial. También compararon las técnicas fotográficas existentes en los ochentas y las actuales, así como las diferencias entre el quehacer periodístico de hoy y el de aquel tiempo.
Montesinos, de 75 años, es calmado y con un suave tono de voz, mientras que «la Muñeca» es inquieto y dicharachero, bastante semejante a Gió, quien es muy expresivo y cálido. Pero los tres tienen en común los ecos del horror de aquel entonces en sus mentes, y los tres están de acuerdo en que fue un alto sacrificio el que pagaron el pueblo salvadoreño y los solidarios extranjeros que lucharon junto a él a cambio de pírricos resultados.
Tan interesante y extensa plática no tiene desperdicio. Pero, antes de compartirla con nuestros lectores, viajaremos en el tiempo, al lugar y la época donde estos tres reconocidos fotoperiodistas trabaron amistad.
Gió Palazzo escucha a Luis «la Muñeca» Romero mientras relata una anécdota.
Debido a la coyuntura turbulenta que se intensificó en el país desde los setentas —turbulencia que explotó con el asesinato de monseñor Romero en 1980—, se vio incrementada la llegada de corresponsales extranjeros a El Salvador, así como de agencias de noticias, de las que la AP (Associated Press), la UPI (United Press International), la AFP (Agence France Presse) y Reuters fueron las más fuertes.
Y con el incremento de la presencia de la prensa internacional se vio también incrementada la violencia, pues comenzó un hostigamiento de parte de los sectores más recalcitrantes del establishment nacional hacia los periodistas internacionales, muchos de los cuales venían de cubrir el conflicto nicaragüense, que culminó en 1979 con el triunfo del sandinismo.
«En esa época, ARENA y los escuadrones de la muerte odiaban a la prensa extranjera porque era la única que no sólo cubría las fuentes del gobierno y el ejército, sino que también iba a buscar a la guerrilla a las zonas donde ésta dominaba», manifiesta Luis, «la Muñeca», Romero.
«Lógicamente, al gobierno no le interesaba que se diera a conocer que la insurgencia tuviera dominio sobre tal o cual zona del país —agregó—, además de que con los extranjeros el periodismo avanzó bastante aquí, porque el de ellos era uno de investigación y no sólo de cobertura de sucesos: investigaban a los militares, al gobierno, a los involucrados en los escuadrones de la muerte y la corrupción, y esto no le convenía a establishment salvadoreño».
Cierta madrugada llegaron a arrojar dos cadáveres al parqueo del Camino Real, con la intención de sembrar terror en la prensa extranjera.
Palazzo rememora la vez en que fue deportado del país, en noviembre de 1988, luego de ser capturado por agentes de civil mientras cubría una reunión de mandatarios en el entonces Hotel Sheraton.
Romero continuó relatando que, ante el hostigamiento arriba mencionado, los periodistas foráneos se organizaron bajo el nombre de SPCA o Salvadoran Press Corps Association (Asociación de Corresponsales de la Prensa Extranjera en El Salvador), «la cual entregaba una credencial a sus miembros a cambio de una colaboración: se volvió una costumbre —aunque no un requisito— que todo corresponsal extranjero se inscribiera en la asociación, la cual también acogió a salvadoreños que trabajaban para agencias noticiosas internacionales, quienes siempre fueron muy pocos».
Sin embargo, el hostigamiento persistió, lo cual llevó a todos los corresponsales a tomar un acuerdo: hablaron con sus respectivas jefaturas y éstas hicieron arreglos con la familia Poma para que en el segundo piso del entonces Hotel Camino Real —propiedad de esa familia y donde la mayor parte de corresponsales se hospedaba— se instalara la mayoría de oficinas de agencias de prensa.
«Esto le convenía al hotel porque la medida prácticamente garantizaba que los corresponsales siguieran hospedándose allí», comenta Romero.
De modo que todo el segundo piso quedó copado por la prensa internacional. La primera agencia en instalarse fue la UPI, seguida por la AP. Reuters llegó posteriormente, y la AFP siempre se mantuvo fuera. El resto de medios que tuvieron su sede en el hotel por varios años fueron sobre todo estadounidenses: las revistas Newsweek y Times Magazine; las agencias televisivas CNN, NBC, ABC y CBS; los periódicos Washington Post, Miami Herald, New York Times y Los Ángeles Times. De Londres, Inglaterra, llegaron la BBC y la ya desaparecida Visnews.
«El gobierno de ese entonces también instaló una oficina en el segundo piso del Camino Real, con la intención de acercarse a la prensa extranjera», apunta Romero.
Y fue así que dicho hotel llegó a ser conocido, según manifiesta Iván Montesinos, como «El Cuartel de la Prensa Internacional», no sólo porque allí los corresponsales se «acuartelaban», sino porque, de hecho, la información es a la vez principal arma y principal enemiga de cualquier establishment alrededor del mundo y a lo largo de la historia.
En efecto: es arma, porque en forma de propaganda sirve para manipular a la opinión pública, y enemiga, porque cualquier información que contraríe con evidencias y argumentación a la mencionada propaganda mina la base misma del poder establecido.
Señal de que así lo miraban los sectores conservadores radicales de la época fue que cierta madrugada llegaron a arrojar dos cadáveres al parqueo del Camino Real, con la intención de sembrar terror en la prensa extranjera allí alojada, a la cual también la policía amenazó en una ocasión con requisarle el material informativo guardado, «acción que afortunadamente nunca realizó», refiere Iván Montesinos.
Y, como acto simbólico final del resentimiento del sector conservador local más recalcitrante hacia la prensa extranjera, cuando se firmó el Acta de Nueva York el 31 de diciembre de 1991 —acto considerado «el principio del fin» de la guerra en El Salvador—, colocaron una bomba al vehículo de la agencia Reuters, también en el parqueo del Camino Real.
Durante el conflicto fallecieron y desaparecieron —que se sepa— casi medio centenar de periodistas entre nacionales y extranjeros.
Sin embargo, no fue la guerra sino la naturaleza la que provocó el inicio del fin de aquel «cuartel» periodístico; pues, a raíz del terremoto de 1986, las instalaciones del famoso centro de alojamiento sufrieron algunos daños, y tanto las agencias noticiosas como los medios comenzaron a retirarse gradualmente a partir de entonces, aunque UPI se había retirado ya en 1984, debido a que la agencia cerró operaciones de fotografía en Latinoamérica, mientras que AP continuó alojada en el hotel hasta 1992.
En síntesis, durante el conflicto fallecieron y desaparecieron —que se sepa— casi medio centenar de periodistas entre nacionales y extranjeros, algunos en fuego cruzado, otros como «daños colaterales» a causa de tácticas empleadas por el ejército o la guerrilla y otros por atentados directos en su contra.
Sin embargo, el legado de todos y cada uno de ellos sobrevive y revive con el paso de los años. Y es que la verdad del conflicto armado salvadoreño habrá sido lesionada —y algunas de sus partes habrán sido incluso desaparecidas—; pero, gracias a dicho legado, no pudo ni podrá ser eliminada (https://www.infoamerica.org/libex/muertes/atentados_sv.htm).
Carlos Henríquez Consalvi y Gió escuchan a «la muñeca» relatar la casi fatal aventura compartida en San Vicente, mientras acompañaban a la tropa comandada por el coronel Domingo Monterrosa.
A pesar de las constantes amenazas, las bajas de colegas y el episodio de los cadáveres, el Camino Real fue, por lo general, un baluarte y un espacio de recuperación emocional para los corresponsales.
«El ambiente era de trabajo, solidaridad y acompañamiento, pues siempre salíamos a trabajar en equipo diferentes agencias de televisión, radio y prensa. íbamos en carros donde poníamos con letras grandes “TV” y siempre llevábamos banderas blancas. Luego regresábamos a trabajar y después, en la noche, departíamos e intercambiábamos experiencias de lo vivido en las salidas que habíamos hecho para cubrir la guerra», expresa Montesinos.
Y Luis Romero está de acuerdo: «Era un ambiente a la vez alegre, triste y de alerta. Alegre, porque allí nos informábamos entre todos lo que pasaba (…) y no había “noticias exclusivas”, sólo muy raramente. Por ejemplo, yo volé en avioneta con las cadenas noticiosas CBS y NBC, otras veces en helicóptero. Hubo ocasiones en las que entre todos los corresponsales o entre todas las agencias se alquilaba un helicóptero, como para cuando el diálogo en La Palma (…)».
Esa gran solidaridad hacía que a todos los golpeara la tristeza cuando alguno fallecía en el ejercicio de sus funciones, pero también suscitaba una profusión de muestras de apoyo cuando alguien sufría un accidente o percance. Y tal unión entre los corresponsales, según refiere Romero, no se limitaba a quienes estaban en el país, sino que abarcaba a los miembros de las oficinas centrales de las agencias alrededor del mundo. Más aún, ese ambiente de concordia incluía a los trabajadores del hotel: desde el gerente hasta los jardineros, todos eran amigos.
De modo que cada 30 de julio, Día del Periodista, el ambiente en el Camino Real era de locura: el gerente, habiéndoles preguntado antes a sus periodísticos huéspedes qué querían comer y beber en esa fecha, les obsequiaba con una cena y les ponía bar abierto gratis donde tomaban lo que querían en la cantidad que querían.
Esa gran solidaridad hacía que a todos los golpeara la tristeza cuando alguno fallecía en el ejercicio de sus funciones.
El resto del tiempo, cuando no andaban por allí arriesgando la vida, solían jugar fútbol en el patio atrás del hotel, donde había un área grande con césped.
Fue, pues, en ese contexto contrastante —yendo y viniendo entre los rojinegros y ensordecedores combates y el acogedor ambiente del hotel— donde los protagonistas de esta nota se conocieron.
Iván Montesinos relata una de las tantas anécdotas que aparecen en su libro Arriesgando la vida para fotografiar la muerte. Al fondo, la italiana Cecilia Gosso.
En 1979 conoció, por medio de un amigo común, a Ana Margarita Gasteazoro, culta mujer procedente de una prestigiosa familia de clase media alta, pero quien tomó un rumbo muy diferente al que su conservador origen le trazara, y con quien él estableció una estrecha amistad, antes adentrarse en las entrañas del movimiento clandestino como «Mónica», fungiendo como operadora de alto nivel para las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL).
Por su mismo origen y debido a que cursó gran parte de sus estudios en el exterior, Ana Margarita contaba con muchos contactos en el país y el extranjero, e intentó ayudar a Iván a conseguir la credencial de algún medio estadounidense para cubrir la tumultuosa situación nacional, pero no fue posible. Así que Montesinos entró a la UPI por sus propios medios en agosto de 1980.
Sin embargo, solían «compartir veladas juntos, bebiendo vino y escuchando canciones de protesta, soñando en un futuro distinto para El Salvador al más corto plazo», expresa Iván, pues ambos poseían una visión idílica de los movimientos revolucionarios de aquella época, quizá inspirados en el —para entonces— reciente triunfo sandinista.
Pero el tiempo les demostró —a ellos y a muchos— que de idílica la «lucha revolucionaria» no tuvo nada, a pesar de que se dieron en ella verdaderos actos de valor y hasta de heroísmo, como fue el caso de la misma Margarita durante su experiencia como guerrillera y del propio Iván como corresponsal de guerra junto a sus colegas.
Lo que él (la Muñeca) sobre todo buscaba era tener un carnet de prensa, y en aquel periódico —entonces todavía propiedad de la familia Pinto— se lo brindaron.
La reportera estadounidense Cindy Karp (izquierda) y los entonces jóvenes fotoperiodistas Iván Montesinos (sentado) y Luis Romero (de pie), cubren la guerra en 1982. Foto: Gió Palazzo.
En cuanto a Luis Romero (apodado —involuntariamente— «Muñeca» por un pequeño niño), entró a trabajar a la AP a principios de 1981. Del 79 al 80 trabajó en Diario Latino como fotógrafo free lance. «Me gustaba mucho la acción, la aventura», expresa.
Pero, además de acción, lo que él sobre todo buscaba era tener un carnet de prensa, y en aquel periódico —entonces todavía propiedad de la familia Pinto— se lo brindaron. Su satisfacción fue mucho mayor al entrar a la AP.
Sin embargo, tal satisfacción fue terriblemente nublada apenas unos meses después por una tragedia familiar: la desaparición de su hermana, Teresa Mercedes Romero Callejas, estudiante de la UCA, el uno de septiembre de 1981, en la Colonia Sisimiles.
«Llegaron unos uniformados de verde, sin ningún distintivo de a qué batallón o brigada pertenecían, a raptarla (…) Mi profesión de fotógrafo me sirvió para buscar sus restos en los botaderos de cadáveres de los escuadrones de la muerte», revela. Dolorosamente, su búsqueda fue infructuosa.
«A qué se debió, no lo sé. En ese tiempo, todos los universitarios andaban involucrados en movimientos estudiantiles, porque la gente era más solidaria de lo que es ahora. Y era “costumbre” o “moda” de los militares de esa época, así como de los cuerpos de seguridad —Policía de Hacienda, Policía Nacional y Guardia Nacional— secuestrar y desaparecer gente», manifiesta con una calma que trasluce indignación, mientras la imagen de su hermana se dibuja y desdibuja una y otra vez en su memoria, así como la de Ana Margarita en la mente de Iván Montecinos, cuando la volvió a ver luego de mucho tiempo, pero ahora capturada y vejada por la Guardia Nacional…
(Continuará)
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