Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Miguel Ángel Chinchilla *
Junio 28, 2024
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta no solo la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, sino también el contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra.
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Uno es nombrado obispo auxiliar, el otro va a la guerra con Honduras
En 1969 estalla una guerrita entre El Salvador y Honduras. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski la llamó guerra del fútbol. El origen del conflicto fue que el proyecto del Mercado Común Centroamericano se les cayó a los gringos que lo habían diseñado e impuesto. Comercialmente Honduras estaba sometida a las economías medio industrializadas de Guatemala y El Salvador. En 1968 el gobierno hondureño decidió aplicar una reforma agraria que serviría para expropiar de sus tierras a los agricultores salvadoreños que cultivaban desde años atrás en tierras hondureñas, algunos de forma ilegal. Y comenzó el éxodo. Como una Gestapo bananera el grupo represivo conocido como la «mancha brava» de Honduras emprendió la violencia contra los salvadoreños. Miles de familias cruzaban aterradas la frontera en estampida. Un conflicto que desde 1967 se veía venir.
Militares como Roberto con el ímpetu de aventura y gloria se encontraban en un estado de adrenalina supina, ansiosos por el momento en que el presidente diera la orden de ¡al abordaje! Los militares estaban felices porque al fin tendrían una guerra de verdad, donde pondrían en práctica lo aprendido en la teoría, matar al enemigo porque es enemigo, sin remordimientos.
Aquellos acontecimientos se exacerbaban en mayor medida debido a las eliminatorias para el Mundial 70 de fútbol. Por esos días coincidentemente se enfrentaban las selecciones de Honduras y El Salvador por el pase regional de CONCACAF en la contienda deportiva internacional. Por primera vez un equipo de Centro América participaría en un Mundial de fútbol. En ambos países privaba un nacionalismo desbordado e inducido por los medios de comunicación. Por lo mismo el periodista polaco Ryszard Kapuscinski bautizó el conflicto con el apelativo de la guerra del fútbol, más como una metonimia o eufemismo que por motivos reales. La guerrita duró apenas cien horas, cuatro días. El Salvador ganó a Honduras y clasificó para ir al Mundial. Al momento del cese al fuego resultó un promedio de 5 mil civiles muertos.
A nivel nacional hasta el partido comunista apoyó la acción punitiva del ejército. También el arzobispo Luis Chávez y González publicó una declaratoria a favor del gobierno. Por el contrario, monseñor Romero no se mostraba tan efusivo ante aquel conflicto. El poeta Roque Dalton dijo con ironía que su verdadero conflicto hondureño-salvadoreño fue con una muchacha.
El teniente Roberto comanda la cuarta compañía de la fuerza expedicionaria de la Guardia Nacional que invade Honduras por Chalatenango. El ejército salvadoreño en una maniobra envolvente combate con éxito conquistando los objetivos previstos. Al otro extremo del país en el centro de operaciones norte de El Poy, el otro jefe que conducía las tropas salvadoreñas era el coronel conocido como el Diablo Velásquez. En el momento que se decreta el cese al fuego, viernes 18 de julio de aquel año, el astronauta norteamericano Neil Armstrong dos días después pisa por primera vez la superficie de la luna.
Roberto es intrépido y participa en misiones peligrosas como introducirse en las filas del enemigo y causarle bajas aprovechando que hondureños y salvadoreños hablamos igual, usamos las mismas inflexiones y el mismo tono. Por su valentía y patriotismo posteriormente Roberto recibe una condecoración.
En Medellín, 1968, los obispos latinoamericanos denunciaron las injusticias del imperialismo y las oligarquías locales que ellos llamaron violencia estructural.
Según Wikipedia la guerrita de las 100 horas fue la última ocasión en la que participaron en acciones bélicas los aviones de fabricación estadounidense Douglas C-47 Skytrain (como bombardero improvisado por ambos bandos), Cavalier P-51D Mustang, T-28A Trojan, F4U-1 Corsair y AT-6C Texan; todos veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Casi oxidándose aquellos pájaros de la muerte todavía tuvieron tiempo para matar a otros cientos de víctimas antes de ser declarados oficialmente como chatarra.
En 1970 el arzobispo Chávez y González nombra a monseñor Romero como su obispo auxiliar, luego de tres años de fungir como Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y como Secretario Ejecutivo Episcopal de Centroamérica. Romero vivía y trabajaba en las instalaciones del seminario mayor San José de la Montaña creado y dirigido por la Compañía de Jesús desde 1915. En altas horas de la noche se escuchaba en el oscuro espacio de aquel silencio nocturno el clavetear de la máquina de escribir de monseñor Romero, cumpliendo con eficacia y eficiencia su labor como secretario de los obispos. Romero escribía a máquina solo con dos dedos, pero lo hacía con mucha rapidez.
Aquel edificio de arquitectura entre neoclásica y art noveau, con corredores amplios y dameros brillantes, verdecidos jardines y una beatífica tranquilidad, fue donde Romero se hizo amigo del padre Rutilio Grande, que era prefecto o subprefecto del seminario. Cuando monseñor Romero se convirtió en arzobispo auxiliar de San Salvador, Rutilio Grande fue el encargado de organizar la ceremonia que se realizó en el gimnasio del Liceo Salvadoreño, el 21 de junio de 1970. Pero fueron los amigos adinerados de Romero quienes corrieron con los gastos de aquel evento al cual asistió hasta el presidente de la república, Fidel Sánchez Hernández. Romero no estaba de acuerdo con aquella fastuosidad, pero no podía desairar a sus amigos. Una de estas distinguidas damas le había traído de Roma una preciosa estola de seda y otra señora le trajo de Buenos Aires un lindo solideo de los que venden en la famosa tienda de Pablo Depetris.
A nivel de iglesia por aquellos días los preceptos básicos de la teología de la liberación se estaban incubando. Vaticano II y Medellín marcaban la pauta. La injusticia social no se manifestaba por voluntad divina sino por la mezquindad del poder económico y político. No obstante monseñor Romero seguía una línea clerical conservadora, no comulgaba del todo con aquella apertura demasiado atrevida para el canon secular. En Medellín 1968, los obispos latinoamericanos denunciaron las injusticias del imperialismo y las oligarquías locales que ellos llamaron violencia estructural. Se promovió la creación de las comunidades eclesiales de base, se dijo sobre la opción preferencial por los pobres y se habló de trabajar por una liberación integral. Monseñor Romero prefería utilizar en lugar de liberación el concepto de salvación más apegado a las escrituras.
Como reacción a los propósitos de Medellín, el imperio alertado emprendió hacia Latinoamérica una estrategia de enviar sectas fundamentalistas que pretendían cooptar feligreses hacia un cristianismo pasivo y conformista que dirigiera la mirada más hacia el cielo que a lo que sucedía en la tierra. Un ejemplo clásico fue el pastor Jimmy Swaggart que emprendió campañas de recaudación de fondos para combatir a los sandinistas en Nicaragua.
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
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