Memoria

Foto: Luis Galdámez

El conflicto armado enfocado por fotoperiodistas veteranos

Entre la fortuna y la temeridad

Texto: Raquel Kanorroel*

Julio 12, 2024

Francisco Campos, renombrado fotoperiodista que ha trabajado en prensa escrita y en agencias internacionales, trae del ayer anécdotas de la cobertura durante el conflicto armado, entre las que cuenta pérdidas de colegas, tomas hechas en escaramuzas, enfrentamientos y «salvadas».

«Tuve mucha suerte. Y, en varias ocasiones, fui muy impulsivo», confiesa Francisco «Paco» Campos, reconocido fotoperiodista salvadoreño, cuya cuna periodística fue Diario El Mundo en 1980, para luego pasar a La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy. Durante el conflicto, prestó sus servicios a la agencia internacional France Presse (AFP). Actualmente, labora en Diario El Salvador

Al igual que sus colegas —especialmente quienes trabajaban para la prensa extranjera—, reportó infinidad de huelgas, así como tomas de fábricas, almacenes, edificios públicos e iglesias; anduvo reporteando bombazos a media noche y se vio atrapado en medio de enfrentamientos. Porque los ochenta fueron años en los que el peligro definía la profesión. 

«Estábamos confiados en que teníamos inmunidad porque éramos fotoperiodistas. Como dicen exreporteros de guerra que se volvieron después escritores, los fotoperiodistas pensamos que la cámara es como un escudo y que por eso no nos pasará nada», comenta Campos, quien gusta mucho de la lectura. 

Pero fue desengañado dolorosamente de la existencia de tal «inmunidad» fantasiosa varias veces, sobre todo cuando amigos suyos sucumbieron a la realidad de las balas, a dos de los cuales él influyó para que incursionaran en el periodismo, Eloy Guevara Paiz y Roberto Navas. Con este último era pariente, pues Navas fue esposo de una prima suya y hasta eran vecinos. 

«Para mí fue muy doloroso. Aunque ha pasado mucho tiempo, siempre lo siento: él estaba bien jovencito», manifiesta Campos. 

En cuanto a Eloy, «si no me hubiera ido de Soyapango en cierta ocasión (es decir, durante los últimos combates de la ofensiva final de 1989), yo hubiera sido el muerto», expresa Paco con una sensación de destino. Él estuvo cubriendo las fuertes balaceras que se suscitaron a la entrada de dicho municipio, además de permanecer veinte y tantos días fotografiando la ofensiva. Ya tenía, pues, bastante material y también otras cuestiones que atender: no había visto a su familia en todo ese lapso y debía recibir su cheque para realizar trámites de pago.

Francisco Campos hoy, en el Centro Histórico de San Salvador, donde es una figura reconocida por los dueños de negocios, residentes y visitantes frecuentes del lugar. | Foto: Luis Galdámez

En ese entonces usaban beepers y se comunicaban mediante claves: 1 significaba «llamar a la oficina», 2 era «ir a la oficina»; 3, «llamar a casa del jefe» y así en adelante.

«Había pedido permiso para irme de Soyapango a mediodía y me lo dieron, situación de la que todos estaban enterados (…). Cuando me fui, de la agencia enviaron a David Rivas, a Eloy y a un francés llamado Ricardo», recuerda Campos, quien había solicitado a la oficina que no lo llamaran a menos que pasara algo fuerte. En ese entonces usaban beepers y se comunicaban mediante claves: 1 significaba «llamar a la oficina», 2 era «ir a la oficina»; 3, «llamar a casa del jefe» y así en adelante.

«Fui a hacer mis vueltas y también a Diario El Mundo, a realizar una visita de cortesía a mis viejos jefes, Don Cristóbal Iglesias y Don Rodolfo Vásquez, de quienes era muy amigo. Me preguntaron que cómo estaba el panorama y en eso estábamos cuando me cayó el número 1. Llamé y me dijeron que Eloy había muerto: le pegaron un balazo en medio de un grupo de socorristas de la Cruz Roja. No habían pasado 3 horas desde que me retiré de Soyapango cuando sucedió eso», relata con tristeza. 

Pero, por trágico que haya resultado el asunto para su amigo, el anterior fue uno de los tantos ejemplos de la suerte que Campos tuvo durante esa época tumultuosa y después de la misma, según manifiesta. Y en el siguiente episodio no sólo se comprueba su suerte, sino también su temeridad. 

«En cierta ocasión, estaba en San Rafael, Chalatenango. Los militares se habían tomado el pueblo y daban una conferencia de prensa. A los camarógrafos, fotógrafos y reporteros de los medios locales sí les interesaba la conferencia, pero a mí no. Entonces tomé unos dos cuadros de los jefes militares y me salí. Fui al parque y comencé a tomar fotos de la tropa mientras ésta descansaba (…); pero también iba una gran columna de soldados de una Brigada especial —es decir, veteranos— sobre la calle, desde San Rafael a Dulce Nombre de María, localidad que aún se mantenía ocupada por la guerrilla.

«Me fui detrás de ella y tomé unas fotos. Después corrí una cuadra, tratando de dar el doble de pasos que daba la tropa, para tomar la imagen de frente», relata Campos.  

Soldado muerto durante ataque sorpresivo de la guerrilla al ejército, entre San Rafael y Dulce Nombre de María, Chalatenango. | Foto: Francisco Campos

Paco llegó hasta la punta de la columna marchante, que ya iba donde terminaba la calle del pueblo y empezaba la rural de tierra, hacia Dulce Nombre.

Colocándose estaba frente a la formación para captarla con el telefoto, cuando comenzó el tiroteo: unos soldados se parapetaron, y él corrió a hacer una toma más cercana, cuando sonó otra ráfaga de balas.

En eso, uno de los soldados que iban adelante cae de bruces, herido de muerte por el tiro certero de un francotirador guerrillero. 

Dominic Petit, corresponsal AFP (izquierda), junto al periodista Eloy Guevara, frente a una barricada en Mejicanos, durante la ofensiva de 1989. Guevara fallecería poco después en Soyapango. | Foto: Francisco Campos

Paco se quedó un momento a media calle hasta que retrocedió, corriendo. «No sé si me pasaron balazos encima o a los lados, sólo me cubrí detrás de un poste —refiere Campos—. Pero, en esos segundos, con el telefoto, logré captar la imagen de los soldados que intentan rescatar el cuerpo del compañero caído. Comienzan a halarlo de los pies, pues todavía les están disparando. A la par, hay otro soldado lanzando disparos sobre un murito de ladrillo».

Mientras los militares evacuaban el cuerpo, colocándolo sobre una de las mantas que utilizaban para cargar heridos, Paco retrocedió con ellos y cambió su lente telefoto por uno angular, para poder captar imágenes de cerca. 

Francisco Campos, el experto fotógrafo, fotografiado por una turista amateur en el Centro Histórico de San Salvador. | Foto: Luis Galdámez

«El telefoto que ocupé para tomar la imagen se había mojado, por lo que la lente tenía como un halo de vapor. De manera que mi imagen no salió limpia».

Paralelamente, quienes cubrían la conferencia de prensa –a cuadra y media de la zona del conflicto– ya habían salido cuando escucharon la balacera. De modo que, al llegar y ver a Paco atravesándose por el sector tomando fotos, comenzaron a gritarle que se apartara, porque no querían que él saliera en las tomas que ellos hacían. 

«“¡Apartate, Paco!”, me gritaban, ¡y yo en medio del gran desvergue!», cuenta Campos, riéndose. 

El único que sacó una foto casi igual a la de él fue «un gringo fotógrafo de AP, Michael “Mike” Stravato, que había venido corriendo detrás mío. Él me andaba “marcando”, pues tenía celos profesionales: reclamaba que mis fotos salían publicadas en el New Herald y en el Miami Herald y las de él no», recuerda Paco. 

Pero esa vez el estadounidense tuvo suerte, porque «yo tenía un problema: como aquí éramos fotoperiodistas pobres, no andábamos el gran equipo, y el telefoto que ocupé para tomar la imagen se había mojado, por lo que la lente tenía como un halo de vapor. De manera que mi imagen no salió limpia, sino con ese halo», explica Campos. Días después, las fotos de Mike salieron publicadas en El Diario de Hoy

Campos (de pie, derecha) y Michael Stravato (gorra roja), junto a otros periodistas, mientras conversan con comandantes del FMLN, al norte de Morazán. | Foto: Luis Galdámez

Al verlas, Paco le dijo a Stravato durante una reunión en el Hotel Camino Real: «¡Puta, la foto que vos tenés es igualita a la que yo tengo!», y le contó al colega estadounidense el problema que tenía su aparato. Mike le dijo que le llevara el negativo, pues él tenía papel fotográfico especial y allí imprimiría la foto que Campos tomara. 

«O sea, él tenía celos profesionales, pero siempre fuimos grandes cheros: salíamos, andábamos en la montaña juntos (…). Era una competencia amistosa —acota Paco—. El punto es que él hizo una buena copia de mi foto, cuyo negativo está en la AFP en París; pero yo fotografié dicha copia y es la imagen que ahora tengo digital (en blanco y negro), pues, con el tiempo, la copia fue perdiendo definición». 

Para finalizar, Campos manifiesta que una de las ventajas de los fotoperiodistas que trabajaron en agencias internacionales fue que nunca nadie los censuró, sino que siempre enviaron las imágenes que ellos estimaron como más importantes o las que consideraban eran sus mejores fotografías; agregando que nunca recibió tampoco un reclamo de su agencia al respecto, pues las imágenes que él enviaba se correspondieron siempre con el mensaje que deseaba transmitir.

Y es que Paco mandaba fotos «que muchas veces eran contra el Estado y el Ejército o contra la guerrilla. Envié algunas donde puse que los guerrilleros habían violado los derechos humanos de las mujeres porque habían asesinado a un grupo de ellas con una bomba tepezcluintle, por ejemplo. Y nunca nadie del Frente se quejó conmigo por acusarlos de actos de terrorismo. Porque ambos bandos violaban los derechos humanos de los civiles», puntualiza el fotoperiodista; quien, en virtud de su temeridad, fue dado varias veces por muerto, «resucitando» luego. 

Pero ese es tema para otra ocasión.

Campos (izquierda) junto a Alex Renderos, de AP; Miguel Huezo Mixco, entonces combatiente de las FPL, y Ricardo Clement, asistente de cámara de Visnews. | Foto: Cortesía de Francisco Campos

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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