Opinión
Ilustración: Astro
Guillermo Mejía*
Agosto 9, 2024
Como una planta parásita, la desinformación se cultiva, crece y se reproduce a ciencia y paciencia de muchos, ahora al extremo con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, con el agravante que es la apuesta de quienes ejercen el poder, así como en instancias políticas, privadas y en la misma sociedad.
La metáfora se concreta en la publicación Mala hierba: Cómo germina, crece, se reproduce y se combate la desinformación en El Salvador** (UCA, 2024), un esfuerzo de investigación académica de Alfabeta Media Lab, alianza de la Escuela Mónica Herrera y la Universidad Centroamericana (UCA).
Si bien se reconoce la existencia de la desinformación «lo que nos falta es entender cómo funciona», afirma uno de los autores del estudio, el maestro Willian Carballo. Hay que dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Quién la siembra? ¿Cómo se activa? ¿Qué elementos emotivos y qué sesgos inciden en su propagación? ¿Qué ocurre en el instante que la consumimos? ¿Quién la apalanca y con qué fines? ¿Cuándo deja de ser motivo de interés y por fin se seca o se muere, si es que lo hace? (P. 7).
La obra está compuesta de varios artículos de los académicos que participaron con la asistencia de alumnos de ambas entidades de educación superior. Se presenta una visión teórica acerca del fenómeno de la desinformación, como parte de su germinación, que se enriquece con los resultados de una investigación sobre la presencia del trol y el esfuerzo del fact-checking como antídoto.
«Al revisar las definiciones teóricas se concluye que el gran paraguas que abarca al resto de términos como desinformación, noticias falsas, propaganda tiene que ver con el desorden informativo. También se reconoce que sus usos se traslapan para muchos teóricos; hay acuerdos, pero no definiciones cerradas». (P. 35).
La maestra Karla Ramos, una de las investigadoras, se refiere a tres de las varias consecuencias de la desinformación: (1) La incertidumbre, la cual, dentro del consumo mediático, en muchos de los casos, se ha normalizado. Tener poca certeza de que lo que se lee, mira o escucha en los medios puede haber generado algún tipo de cansancio o simplemente apatía a la hora de indagar o corroborar la información que se consume. (2) Una pasividad del ser humano ante el tratamiento de la información difundida a través de los dispositivos o las tecnologías de su tiempo. (3) El aumento de la relevancia del oficio del desinformante. (Págs. 35-36).
Las emociones, motivaciones y los sesgos cognitivos son elementos que se vuelven claves para garantizar la circulación y reproducción de desinformación.
En cuanto al estudio sobre troles y la urgencia del fact-cheking, la maestra Amparo Marroquín, otra de las investigadoras, concluye que no es posible discutir el estatuto sobre la verdad si no fortalecemos los procesos de educación racional, ilustrada y científica, si no rescatamos los mejores elementos de esta propuesta humanística de hace ya tres siglos. También, para poder tomar distancia del algoritmo, debemos entender quién quiere que yo crea algo, quién está detrás. Discutir y conocer mejor el oficio de los netcenters (centros de datos) es importante. Y, por último, quizás lo más importante en este caso, de nada sirve la micropolítica de la alfabetización mediática e informacional en las aulas y la vida cotidiana si no va acompañada de macropolíticas que condicionen y limiten las medidas intrusivas de las redes sociales en el ámbito de la propagación de la desinformación. (P. 59).
En el segundo momento importante de la obra, sobre el crecimiento y reproducción del fenómeno, se presentan los resultados de tres estudios para explicar cómo la desinformación circula y se disemina en una sociedad. En primer lugar, la maestra Erika Mestizo, detalla los componentes sicológicos presentes en las audiencias juveniles salvadoreñas a la hora de discriminar contenido noticioso. Se permite entender cómo las emociones, motivaciones y los sesgos cognitivos son elementos que se vuelven claves para garantizar la circulación y reproducción de desinformación.
En segundo lugar, el maestro Willian Carballo, da a conocer los resultados de un experimento basado en la técnica del seguimiento ocular o eye tracking —un software que, a través de una cámara web, monitorea el comportamiento visual de los sujetos evaluados ante estímulos visuales. Trabajaron con 48 jóvenes de diversos puntos del territorio salvadoreño y documentaron a qué prestaban atención y por cuánto tiempo mientras consumían en internet información falsa, engañosa o que buscaba manipular.
En tercer lugar, el experto en minería de datos, Omar Luna, por medio del estudio de tres casos (uno político, otro de espectáculos y uno más de salud pública) concluye acerca de cómo algunos generadores de contenido con altos números de seguidores e incluso los medios de comunicación tradicionales inciden en mantener viva a la mala hierba desinformativa.
En el tercer momento del libro, que se asocia al combate a la desinformación y a la vez sirve para concluir y recomendar por parte del equipo investigador, la maestra Amparo Marroquín expone, como parte medular del material académico, siete estrategias para promover la alfabetización mediática a fin de contrarrestar la desinformación, desbordada por la presencia de las redes sociales.
A continuación de manera resumida:
Entender la desinformación es entender la sociedad y, en ello, son muchas las disciplinas de las ciencias sociales que entran en juego.
Nos recuerda la maestra Amparo Marroquín: «Ninguna mala hierba dura para siempre».
Resulta, pues, un esfuerzo académico muy valioso, para adentrarse en el fenómeno de la desinformación, en general, y en el caso salvadoreño, en particular. Además, un recurso valioso en la formación de futuros profesionales del campo del periodismo y las comunicaciones.
* Periodista
** Aviso: se puede descargar el libro en formato digital PDF en el siguiente link de la Escuela Mónica Herrera: https://monicaherrera.edu.sv/investigacion/mala-hierba/
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