Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Miguel Ángel Chinchilla *
Septiembre 6, 2024
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta no solo la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, sino también el contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra.
***
Asesinan a Rutilio Grande, luego a Borgonovo y a Alfonso Navarro
Volviendo a marzo de 1977, en la parroquia de Aguilares frente a los tres cadáveres masacrados, el arzobispo Oscar Romero tenía que aferrarse con todo fervor a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, pero sobre todo a las virtudes cardinales que fundamentalmente marcan el rumbo moral de la vida: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Comenzaba su nuevo cargo pastoral en medio de hienas sedientas de sangre. No sería fácil aquel camino, no, pero si así lo quería Dios, él no era quien para doblegarse y así se dispuso con fortaleza y templanza a dar batalla por la justicia. Dicha actitud de monseñor Romero sorprendió de manera favorable al clero que lo criticaba por su pasividad y conservadurismo. Especialmente sorprendió a los jesuitas. Rutilio ha obrado el milagro, decían.
Aquella triste noche el arzobispo tomó las providencias necesarias para la autopsia, la vela y el sepelio. Como a las cuatro de la mañana del 13 de marzo monseñor Romero dio instrucciones para celebrar la misa de cuerpo presente. Afuera de la parroquia se concentraba una multitud de feligreses ateridos por el estupor y la indignación. La mayor parte de esa gente estaba organizada en FECCAS, Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños y en la UTC, Unión de Trabajadores del Campo. Romero quedó impactado con tanta gente organizada. Temió entonces que la misa y el sepelio se convirtieran en una manifestación política, aunque en el fondo lo era, sobre todo porque a esas alturas Aguilares estaba militarizada, había guardias y soldados por todas partes. Los jesuitas de Aguilares que conocían bien a la gente de la zona hablaron con Apolinario Serrano, Polín, líder campesino quien mandó a decir al arzobispo que no se preocupara.
La gente humilde de aquella muchedumbre, campesinos pobres algunos descalzos, llegados no solo de Aguilares sino también de El Paisnal, Suchitoto y Quezaltepeque, con pesadumbre comentaba que los rumores sobre el asesinato resultaron ciertos. Los sicarios paramilitares de ORDEN habían desatado una ola de amenazas anónimas en torno al aniquilamiento de los curas comunistas especialmente el padre Rutilio. El asesinato fue una especie de muerte anunciada. Tilo sabía lo que podía sucederle, pero no iba con su entereza a torcer el rumbo de aquella misión pastoral. En esos momentos de tribulación previo al asesinato había olvidado hasta tomar su medicamento diario para la diabetes. En la homilía de la última misa que ofició en El Paisnal, dio a entender que pronto se iba a marchar como presagiando su muerte. Fue raro ver en esa misa a un reconocido “oreja” de la zona, Marciano Estrada, hermano de Benito Estrada un policía de aduanas, ambos grandes malandrines. Durante la misa Marciano se la pasó riendo y haciendo mofa de cada palabra que decía Rutilio, pero nadie se atrevió a reclamarle porque la gente sabía lo bandido que era. Siempre andaba pistola. Este hombre que había sido guardia se jactaba de haber peleado en la guerra de las 100 Horas bajo el mando del ahora su mayor Roberto y de su general Medrano.
Tres días después del asesinato, el 15 de marzo, el arzobispo apoyado por el clero y el presbiterio tomó la determinación de que el domingo 20 serían suspendidas todas las misas en la arquidiócesis para realizar una misa única desde catedral metropolitana. El nuncio Enmanuel Gerada por supuesto puso el grito en el cielo en nombre del gobierno, y los ricos a partir de entonces comenzaron a observar con ojeriza al nuevo arzobispo Romero. Se sentían traicionados. Por supuesto aquella misa fue un éxito. Los 136 párrocos de la arquidiócesis estuvieron presentes con sus feligreses. Alrededor de 100 mil personas llegaron a la plaza Barrios ya que la misa fue al aire libre. Ese domingo los ricos de los sepulcros blanqueados se quedaron sin comulgar. Además, se decretó duelo general de tres días en los colegios católicos y escuelas parroquiales que además suspendieron las clases. Monseñor Romero decidió también que no asistiría a ningún acto oficial del gobierno y así lo cumplió. Había tomado conciencia de que en realidad la iglesia en El Salvador sufría acoso y persecución. Me toca ir recogiendo cadáveres, solía repetir en sus homilías.
Por supuesto aquella misa fue un éxito. Los 136 párrocos de la arquidiócesis estuvieron presentes con sus feligreses.
El nuncio Gerada adujo reiteradamente que la misa única contradecía el derecho canónico, pero monseñor con una mirada penetrante y aguda lo contradijo dejando en claro que el arzobispo era él y que el nuncio solo cumplía funciones diplomáticas. Gerada y su secretario llegaron a perder el comedimiento en sus reclamos al arzobispo que sereno y humilde solo escuchaba. En aquel momento, ante la firmeza de Monseñor, Gerada desviando la vista se arrepintió de haber apoyado la elección de monseñor Romero como arzobispo. Lo mismo que este nuncio, opinaba el arzobispo de Guatemala cardenal Mario Casariego, quien en una nota a los curas de su clero les advertía que Rutilio Grande había encontrado la muerte por andar metiendo las narices donde no debía, o algo así. Gerada ejercía también como nuncio en Guatemala. Asimismo, los dirigentes de la empresa privada quisieron persuadir y presionar a monseñor Romero, pero la misa única era una decisión tomada, se trataba de una decisión cristológica no solo del arzobispo sino de todo el clero. En tales circunstancias monseñor Romero viajó de emergencia a la Santa Sede donde Paulo VI le confirmó que, en cualquier caso, era él como arzobispo quien tenía la última palabra.
Desde sus madrigueras los chacales tomaban nota, algunos aullaban, otras y otros gruñían al acecho, destilando baba de sus fauces, por supuesto sin ofender a los chacales de verdad. Iniciaba la pasión del futuro santo. A partir de entonces, Aguilares se volvió un lugar emblemático para los católicos comprometidos, por lo mismo los habitantes sufrieron mucha represión. El 19 de mayo de aquel año desafortunado el ejército ocupó el pueblo cometiendo saqueos, asesinando a los pobladores y utilizando con sacrilegio la parroquia como cuartel. En el cerro de Guazapa los cadejos de la guerrilla aceitaban las cerbatanas.
La ocupación militar de Aguilares sucedió un mes después de que la guerrilla de las FPL ultimó al canciller del gobierno de Molina, Mauricio Borgonovo Pohl, un ingeniero mecánico graduado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1963. De nacionalidad italiana, su familia llegó a Centro América como migrante desde Monza en la región de Lombardía, más o menos a inicios del siglo XX. Pronto los Borgonovo, cafetaleros y comerciantes, se hicieron millonarios. Pero Mauricio se dedicó a la burocracia ocupando altos cargos como presidente de la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa CEL, hasta el final de su vida como ministro de Relaciones Exteriores. A cinco semanas del asesinato de Rutilio, la guerrilla de las FPL secuestra al canciller exigiendo no dinero sino la liberación de 37 revolucionarios que el gobierno tenía capturados, inclusive no solo de las FPL sino de otras organizaciones y sindicatos. Monseñor Oscar Romero acompañó a la familia en la pena y sirvió como mediador gestionando la liberación del ministro. No obstante Molina y Romero Mena se negaron a negociar y los alzados entonces el 10 de mayo de 1977 ejecutaron al funcionario dejando el cadáver en un camino real del cantón Las Granadillas. Un 10 de mayo también, pero dos años antes y por otras circunstancias la guerrilla del ERP había asesinado al poeta Roque Dalton.
Un escuadrón de la muerte de mote Unión Guerrera Blanca asesinaba al padre Alfonso Navarro, párroco de la iglesia Cristo Resucitado de la colonia Miramonte.
Pareciera que a los guerrilleros les gusta hacer sufrir a las madres, decía el arzobispo a monseñor Rivera Damas, ya que el 10 de mayo se celebra en El Salvador el día de las madres. ¿Cómo se habrá retorcido el corazón de la mamá de Roque Dalton aquel 10 de mayo al conocer sobre la muerte de su hijo? ¿cuánto habrá sufrido la mamá de Mauricio Borgonovo el otro 10 de mayo al enterarse del ajusticiamiento del suyo? Monseñor no podía estar de acuerdo con aquellas muertes ni con otras. Y aunque deploraba las procacidades de Roque Dalton, por ejemplo, haber escrito en su famoso poema «guanacos hijos de la gran puta» o haber dicho en otro que «Nuestra puta más vieja / la bufona esencial / la liturgia / ya fue pasada por las armas». No obstante, ninguna de aquellas atrocidades literarias justificaba para Monseñor que lo hayan asesinado y lo peor que su cadáver no hubiera aparecido.
Por esos días la muerte se multiplicaba, se esporulaba con efervescencia, la muerte era incontenible y vengativa, tan vengativa que al día siguiente de haberse encontrado el cadáver del ingeniero Borgonovo, un escuadrón de la muerte de mote Unión Guerrera Blanca asesinaba al padre Alfonso Navarro Oviedo, nacido en La Paz el 22 de septiembre de 1942. Navarro era párroco de la iglesia Cristo Resucitado de la colonia Miramonte, lugar donde lo asesinaron. No cabía ninguna duda de que la ultraderecha culpaba a la iglesia por el accionar de los grupos guerrilleros que comenzaban a cobrar mayor fuerza. El 21 de junio, ese mismo escuadrón puso un plazo fatal de un mes para que los jesuitas abandonaran el país. No obstante, ningún cura de la Compañía de Jesús hizo caso de aquellas amenazas, nadie huyó. En su homilía del 24 de julio el arzobispo Romero agradeció la entereza y el valor de los padres jesuitas con aquel testimonio de fe que manifestaban ante la nación. En esa misma prédica el arzobispo se refirió a la necesidad de orar mucho pero como es debido, no con la actitud conformista de ser pobre toda la vida ya que a la hora de morir Dios está esperando en el cielo. Por dicha manera errónea de interpretar el cristianismo, afirmó, se ha dicho que nuestra religión es el opio de los pueblos y con justa razón. Así lo dijo a micrófono abierto, sin mencionar por supuesto a Marx y Engels quienes en su tiempo acuñaron aquella lapidaria acusación. Constantemente el arzobispo recibía llamadas y cartas amenazándolo. En las paredes de las parroquias aparecían leyendas como “curas de belcebú váyanse a Moscú” o también “hagamos patria matemos a los curas”.
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
A la venta en Librerías de la UCA.
* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.
Apoya nuestras publicaciones y las voces de la sociedad civil. Con tu contribución, podremos mantener Espacio Revista gratuita y accesible para todos.
©Derechos Reservados 2022-23 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC