Memoria

Lemus ha publicado trabajo independiente para medios como la BBC de Londres, El País de España y el New York Times.

Una aguerrida fotoperiodista en las batallas de la postguerra

Texto: Raquel Kanorroel*
Fotografías entrevista y archivo: Luis Galdámez

Septiembre 20, 2023

Lissette Lemus ha sido fotoperiodista por casi toda su vida y el ejercicio de la profesión le ha permitido ser testigo de graves hechos de violencia contra diferentes víctimas, así como enfrentarse a los riesgos propios de la cobertura noticiosa.

Era apenas una niña en los ochenta: tenía alrededor de tres años cuando se dio la «Ofensiva final» de 1981, tras la cual se desató el conflicto armado salvadoreño a lo largo de una década.

Sin embargo, meses antes de cumplir los 6 años e ingresar a la escuela, el conflicto la marcó. Por muchos años pensó que había sido una pesadilla, pero cierto día, hablando con su madre, se dio cuenta de que sí había sucedido: «Siempre recuerdo, aunque vagamente, esa situación que vi. Mi mamá me dice que le sorprende que yo recuerde eso, debido a la edad que tenía».  

De hecho, Lissette Lemus —fotoperiodista de El Diario de Hoy desde 2002 y la única ganadora de un Certamen World Press Photo a nivel centroamericano— manifiesta que no guarda memoria de otras vivencias que tuvo a esa misma edad, pero sí tiene claro que el lugar donde vivía (la zona rural de Santo Tomás) pasaba por un período muy peligroso: «En esos días habían llegado a sacar a algunas personas de sus casas», manifiesta.

De modo que su familia y varios vecinos, a fin de evitarse sorpresas nocturnas, iban a dormir a una especie de cueva, para llegar a la cual debían caminar un trecho sobre un terreno elevado, desde el cual se divisaba la calle principal. Había una distancia bastante grande desde esta calle hasta dicha elevación, lo cual les permitió a ella y a sus espantados acompañantes presenciar lo que Lissette nunca pudo olvidar.

«Cierta vez que íbamos caminando por la zona, vimos brillar en la calle las fuertes luces de un vehículo militar, del cual bajaron a un hombre vendado. Comenzaron a golpearlo y lo mataron», expresa ella. La fotoperiodista no recuerda cuánto tiempo presenciaron aquella agresión salvaje, e ignora la forma exacta en que lo asesinaron; pero la borrosa imagen de aquella tragedia se grabó definitivamente en su psique. 

Al siguiente día, el cadáver del desventurado hombre fue enterrado allí mismo donde fue hallado, como persona desconocida. Pasó años sepultado en ese sitio hasta que, luego de los Acuerdos de Paz, «al parecer lo reconocieron, y escuché que era un maestro», acota Lissette. 

Lissette no cubrió la guerra civil de los ochentas, pero sí los conflictos del día a día de la postguerra.

Lissette ha sido becada también por Connectas, plataforma de periodismo investigativo en Latinoamérica.

El hado padrino y el aparato mágico

«Mi decisión de trabajar con cámaras nació por lo que veía en mi comunidad, Cantón Caña Brava de Santo Tomás, donde tuvimos el apoyo de Plan de Padrinos, hoy Plan Internacional (…). Mi mamá era lideresa y estaba muy involucrada en las actividades de desarrollo comunitario (…). Se construyeron muchas cosas con el apoyo de esa organización», relata Lissette.

Lemus andaba siempre junto a su activa progenitora, y a los diez años ya estaba involucrada en el trabajo comunitario: le gustaba especialmente ayudar a tomar las fotografías de las obras y los eventos. Allí comenzó a enamorarse de todo lo que se hiciera con una cámara: «Sentía como una magia», expresa. 

Trabajar con la organización le permitió conocer que había un mundo más allá, pero quien realmente la impactó fue su padrino dentro del Plan, el ingeniero canadiense Robert (Bob) Masters, pues parte del programa consistía en que ahijados y padrinos mantuviesen una relación escrita. 

«Él viajaba mucho y me enviaba fotos de los lugares que visitaba, y yo relacionaba el hecho de viajar y conocer el mundo con el de haber estudiado en la universidad», expresa, visiblemente conmovida. Como los niños beneficiados no podían mantener comunicación con sus padrinos una vez terminado el proyecto, ella ya no supo más sobre Bob, por quien guarda una profunda gratitud.

Lissette reconoce que, sin Plan Internacional, le habría sido muy difícil visualizarse a sí misma como bachiller o universitaria: «La organización apoyaba mucho en cuestiones educativas (…) porque en ese tiempo no había ese tipo de programas gubernamentales. Nos incentivaban mucho al estudio».

Lemus no recuerda en qué momento decidió ser fotoperiodista, sólo que quería trabajar con sus amadas cámaras. Porque, para ella, el periodismo es un trabajo con cámara. Pero, como en la Universidad de El Salvador (UES) no había carrera de fotografía o de vídeo como tales, y a ella le interesaban ambas cuestiones, estudió Comunicaciones en la Universidad Tecnológica. Así que al principio combinó ambos métodos, hasta decidirse por la fotografía.

Lissette durante un homenaje al cineasta y fotógrafo Cristian Poveda, en 2009. 

Imágenes que quitan el sueño

Comenzó a ejercer fotoperiodismo en 1999, y desde entonces su trabajo siempre se relacionó con temas de violencia. Es decir, Lissette no cubrió la guerra civil de los ochentas, pero sí los conflictos del día a día de la postguerra.

Su primer contacto periodístico con la violencia fue en el Centro de San Salvador —cuando hacía sus prácticas en Diario Co Latino, sin ser aún una miembro del staff—, bajo la forma de desórdenes estudiantiles, frecuentes en ese entonces: al inicio, los estudiantes pendencieros sólo utilizaban para agredirse piedras, botellas y objetos similares, pero gradualmente su beligerancia se fue agudizando, hasta utilizar armas blancas y de fuego.

«No es lo mismo ver un cadáver que ha pasado allí seis horas que el de una persona que acaba de morir…». Lissette Lemus

«Me parecía muy impactante que jóvenes de una edad que yo acababa de pasar se enfrentaran de esa forma», expresa Lemus. Sin embargo, quedaría mucho más impactada posteriormente, ya que esos enfrentamientos entre jóvenes revoltosos se transformarían en sangrientas guerras entre pandillas (o «maras») y en horrendos crímenes contra la población. 

Trabajó alrededor de tres años en el Co Latino para luego pasar a formar parte del equipo de fotoperiodistas de El Diario de Hoy, y allí continuó dándole cobertura a ese tipo de temáticas, como los enfrentamientos o disturbios entre vendedores y autoridades municipales, en los que muchas veces tenía que intervenir la Policía Nacional Civil y en los que también había mucho peligro.

Paralelamente, cubría la violencia de las maras y pandillas, violencia ejercida de forma especialmente horrorosa contra las mujeres, porque «con éstas siempre había mucha más saña. El cuerpo de la mujer se utilizaba como un trofeo y como una forma de demostrar poder, no sólo sobre las mujeres sino también sobre toda la comunidad», manifiesta Lissette. 

Y es que, al no haber conocido de agresiones de este tipo ni de niña ni de adolescente, «todo esto me impactó y me quitaba mucho el sueño, sobre todo cuando me tocaba fotografiar a víctimas de violencia sexual».

Lemus opina que, en el fotoperiodismo, las mujeres han logrado organizarse mejor que sus colegas hombres, y cita como ejemplo al Colectivo Imprudencia

La viva imagen de la muerte

El cadáver de una delgada mujer vestida con jeans y una blusa negra yace boca arriba, su cabeza rodeada por una aureola de sangre, mientras varios niños lo observan, atónitos, al pasar junto a la escena el microbús en el que viajan: Petrona Rivas, madre de familia, había sido asesinada por pandilleros a escasos metros de la escuela donde estudiaban dos de sus hijas, en Ilopango.

Y fue Lissette quien captó la brutal imagen, el 15 de octubre de 2008, guiada por su instinto periodístico y su lente gran angular. 

Cuando tomó esta fotografía, ganadora del Word Press Photo 2009 en la categoría «Vida cotidiana», Lemus andaba en la escuela arriba mencionada, dando cobertura a un evento sobre desnutrición infantil en niños estudiantes. Esto es, cubría siempre un tema de violencia, pero no de sangre, sino estructural. 

Salió luego de que escuchó los disparos. Aunque el asesinato ya se había consumado, «no es lo mismo ver un cadáver que ha pasado allí seis horas que el de una persona que acaba de morir, pues está en proceso de transición todavía el cuerpo. Esa transición de la vida a la muerte provoca mucha reflexión y también mucho daño mental, en adultos y niños, especialmente en éstos», señala la experimentada fotoperiodista.

Cabe destacar que, en aquel entonces, una escena de esas se repetía quince o más veces simultáneamente en varias partes del país, según afirma Lemus. 

«Cuando la violencia de pandillas se agudizó, hubo lugares a los que, como periodistas, ya no podíamos entrar, y varias veces fuimos retenidos por pandilleros». Lissette Lemus

Alrededor de la ahora famosa fotografía hubo mucha discusión acerca de los elementos que fueron incluidos en ella, llegándose a criticarla hasta desde el punto de vista ético: «Y eso es lo importante: que cuando se capte este tipo de imágenes, se genere una discusión, analicemos la situación y veamos cómo resolver el problema», enfatiza Lissette. 

De reportear víctimas a casi volverse una

«Cuando la violencia de pandillas se agudizó en el país, hubo lugares a los que, como periodistas, ya no podíamos entrar, y varias veces fuimos retenidos por pandilleros. Pero una situación especialmente peligrosa, por la cantidad de pandilleros que nos retuvieron, fue la que pasamos en la colonia Vista al Lago, donde luego encontraron un cementerio clandestino», relata Lemus. 

Allí, en esa zona totalmente bajo el control de la mara Salvatrucha, la fotoperiodista y su compañero reportero fueron privados de libertad por unos cuantos minutos que parecieron horas: los mareros les acusaban de ser policías. Los rodearon, a su acompañante lo catearon totalmente, y hasta intentaron sacarlos a ambos del vehículo en el que se transportaban. 

Fue una situación bastante tensa, por decir lo menos, sobre todo para Lissette, a quien le constaba gráficamente la brutalidad a la que esos sujetos eran capaces de llegar con las mujeres. 

Pero fue el hecho de portar las credenciales del periódico lo que los salvó, ya que así les demostraron a los criminales que no eran ni investigadores ni policías ni tenían nada que ver con las autoridades. 

«Luego pudimos ver en otros procesos cómo ellos mataron a una gran cantidad de gente en esa colonia, enterrándola allí mismo, en el cementerio clandestino», declara Lemus. 

Un presente excepcionalmente delicado

«Como ya conocemos, hay muchas denuncias de capturas que presuntamente son arbitrarias, y la mayoría de personas que denuncian este tipo de vulneraciones son mujeres», indica Lissette, pero inmediatamente aclara que «todo tipo de personas han sido y están siendo afectadas por este régimen», refiriéndose al interminable régimen de excepción bajo el cual El Salvador se encuentra desde 2022. 

En este contexto, Lemus reporteó la historia de un joven abogado que trabajaba en una institución pública, quien fue encarcelado alrededor de mes y medio. Al final salió libre bajo medidas. Es decir, ni siquiera la gente que labora para el mismo gobierno escapa de la actual cacería de brujas, perpetrada en nombre de la «seguridad». 

«Hay muchas personas que han salido afectadas con lo que algunos llaman “daños colaterales”», señala la fotoperiodista. 

No deja de ser irónico que los mismos profesionales que cubrieron por varios años las atrocidades de las pandillas, cubran ahora los desmanes de un régimen instituido precisamente para combatir a dichas pandillas, como es el caso de Lissette Lemus, la otrora pequeña marcada por un borroso recuerdo del conflicto armado y ahora fotoperiodista experta en retratar la violencia de postguerra en El Salvador. 

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).

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