Letras
Ilustración: Luis Galdámez
Julio 1, 2022
(Al hermano pueblo de El Salvador)
“Si la patria es pequeña, uno grande la sueña”, Rubén Darío.
No te doy la palma de los mártires,
no te doy el agua,
la bala que extirpa la memoria,
la paz volátil,
no te doy la risa,
mucho menos los acuerdos de paz
la tierra que desapareció tus huesos,
el sol altivo sobre el pecho de Chalate,
un pezón erecto en tus cráteres etéreos,
la niña que siembra el loroco en el cuenco de tus sueños,
la sombra del Picacho enternecido,
la palabra que lleva consuelo.
No te doy el sueño americano
ni el camino de un retorno conjurado,
no te devuelvo la efigie de tus hijos opacados
ni el fogón fraterno en la noche mancillada.
Te doy un poema sin rimas,
de esos que escribimos estos días
en la tierra de los labios agrietados,
en donde el sol es fétido
y la palabra es prisionera de todas las argucias.
Te doy un poema sin rimas
para que no perezca la pascua
que construyeron los mártires
esos que a ti, El Salvador,
jamás te querrán silente
en una hornacina.
A la memoria de Álvaro Conrado Dávila
La bala asesina perforó tu cuello
y explotó en el pecho incólume
del Momotombo.
Te vimos caer despacio,
como las flores del malinche en cada mayo fecundo.
Y caímos con vos, Alvarito, cuando el tiempo se detuvo,
se agitó tu corazón tierno y te dolió respirar.
Corrimos a socorrerte, a decirte que todo estaría tranquilo,
que no te faltaría el aire, que volverías a tus días de atleta…
Pero Xolotl agitó sus aguas
y la tierra recibió tu sangre
mezclada con la de Abel.
Y desde entonces lloramos
porque esa bala maldita está aquí, Alvarito,
incrustada del lado del pecho.
Necesitamos el agua que cargabas en tu mochila
para continuar el camino hacia la liberación,
hacia la patria nueva
¡hacia la nueva nicaragüita!.
Álvaro Conrado:
¡víctima resucitada!
¡sangre de Diriangén y Nicarao!
¡hijo de la vieja Managua!
¡Loyola valiente y guerrero!
¡Salve!
¡Salve!
¡Salve!
Cuando cierro los ojos
mil ojos me miran ausentes.
Intento unir los puntos dispersos
que esconden la fisonomía
de quienes me ven con ahínco,
y descubro a la esperanza muerta,
a mil sueños ahogados,
a un grito silenciado
y una lengua desierta.
No hablan;
ni balbucean siquiera.
Pero su presencia se vuelve un abrazo
que hiela mi alma y asfixia mi tiempo.
No temas, me dicen,
y acuerpan mi historia y mi camino
con su abrazo diáfano y tierno.
Y juntos, proclaman conmigo
el himno que no calla la historia:
Kyrie eleison
Christie eleison.
Nací en las profundidades del azul que cambia en cada amanecer.
Me concibió el alba que despierta en Corn Island;
bosteza en Ometepe y se levanta en Nindirí.
Y caminé en los siguientes meses cuando el polvo de las Segovias
nutría mis rodillas al mediodía.
Y crecieron mis pechos como el malinche que brota en mayo,
cuando se inunda el Coco y corre ufano el San Juan.
Y no tuve nombre.
Pero las aguas de Ometepetl siempre susurraron uno a mis entrañas.
Ellas me fecundaron y parí a Momotombo a orillas de Xolotl.
¡Fue una explosión de amor!
Y desde entonces, mi mayor deseo es dar la vida,
dar mi aliento,
deshilar mi nombre como si quitara los sacuanjoches de las guirnaldas de Masaya;
dejar que los vientos decembrinos golpeen mi alma
y me alcen en vuelo hacia Monimbó.
Y aquí estoy. Aquí vivo.
Deseo seguir dando a luz.
Sigo cantando y soñando.
Sigo haciendo silencio.
Sigo escuchando a Ometepetl y a su canto eterno:
¡Salve a ti Nican atl hua!
¡Aún hay vida en tus sueños!
Edgardo Ayala
Foto
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