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A dos años de «nacer y partir en silencio»

Eric Lombardo Lemus
Fotografía: Giuseppe Dezza

Mayo 3, 2024

A dos años de la partida de Miguel Enrico Móchez, Talapo, reproponemos el artículo escrito por Eric Lemus con fotografías de Giuseppe Dezza, publicado tres días después de su muerte en 2022. Un pequeño homenaje a un gran artista con una breve dedicatoria de su hija Libia.

InspirArte

Dos años han pasado, y sigo curando mi corazón.
Cada 3 de Mayo se convierte en mi grito silencioso,
mi devoción y la alegría de ser tu sangre.
Aquí sigo transformando la tristeza en mi motor de furia.
Recuerdo tus valiosos consejos, detestabas mis inseguridades.
Me consolabas y me afirmabas lo especial que yo era para ti.
Místico y protector eres mi fuente de inspiración,
atesoro cada detalle que manifiesta el gremio artístico en tu honor,
un legado para las nuevas generaciones,
un intento por preservar tu humanidad y fortaleza en estas tierras.

Libia Iraní

El referente nacional de la pantomima murió el martes 3 de mayo. El día que se rinde tributo a la tierra para que no falten las cosechas. Esa fecha cuando los frutos de temporada se llevan a un altar.

El personaje surgió en silencio, pero, al empezar a moverse, hacía mucho aspaviento. Era un sujeto que andaba de puntillas en los espacios abiertos del campus o iba esquivando las aulas improvisadas de una universidad traumatizada por la ocupación militar, el cerco de la vigilancia castrense y el exilio universitario. Esa era la U. La U de un personaje silencioso al que todos conocían por Talapo, pero de quien muchos supieron su nombre hasta que trascendió la mala nueva de su muerte.

En silencio entró al hospital público y en silencio aguantó el dolor y sufrió la espera de una intervención quirúrgica que nunca llegó. Su deceso confronta la realidad que atraviesa cualquier artista sin importar lo que haya hecho en un país como El Salvador y sufre el agravante de perder la afiliación a la seguridad social.

El paso de Talapo por los pasillos del Alma Mater está en la memoria de quienes estudiaron en aquella Universidad Nacional asediada por la Primera Brigada de Infantería al mando del implacable teniente coronel Francisco Helena Fuentes.

Sea en la zona verde aledaña a la Escuela de Artes o en las plazas internas, un sujeto de complexión mediana y sorprendentemente flexible no desperdiciaba momento para ensayar su técnica y seguir representando al eterno fugitivo que va sorteando  una pared imaginaria.

Modestamente maquillado, quien lo veía sabía que aquel mimo se transformaba en el estudiante asediado por el soldado o el soldado que no vacila cuando blande macana en mano o el refugiado que huye de la guerra o el niño que llora por la tragedia.

El deceso de Talapo exhibe la paradoja que significa vivir
del arte en El Salvador, donde quienes se atreven lo hacen a costa de todo y lo pagan con su vida. 

«En aquellos años de post exilio, nuestra generación de estudiantes involucrados en las luchas sociales nos nutrimos del arte popular con la influencia del uso del arte como herramienta política», recuerda Elmer Romero, cuando mira atrás a los años convulsos mientras estudió periodismo.

Romero es uno de los fundadores del Equipo Maíz y ahora es coordinador de educación popular que asiste a la comunidad de inmigrantes centroamericanos en Houston.

En la segunda mitad de los años ochenta, el Alma Máter fue un hervidero donde el espionaje y la desconfianza entre los militantes fue la regla. ¿Quién es oreja? ¿Quién espía a quién? ¿Son confiables los marxistas? ¿Seguro que ese no es comunista?

Talapo fue uno de los escasos sobrevivientes de una época estudiantil que también tuvo su propio infierno a raíz de las luchas ideológicas que protagonizaron los diferentes frentes estudiantiles adentro del recinto universitario.

Por un lado estaba el grupo de pantomima Ja ja, integrado por miembros de la Asociación de Trabajadores por el Arte y la Cultura (ASTAC), mientras que Talapo estaba ligado a un grupo cercano al Frente Clara Elizabeth Ramírez, una de las facciones de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL).

«Nosotros con el Equipo Maíz lo llevamos a los talleres de música y de análisis de la realidad que hicimos con las Comunidades Eclesiales de Base en Teotepeque (La Libertad)», recuerda Romero.

«Sus actuaciones y montajes mímicos dejaron un impacto en la gente, es decir, se confirmaba que el arte popular es una herramienta para fortalecer los procesos de educación participativa y popular», destaca.

«(Talapo) Interpretó El cybor, el personaje militaroide con el que mostraba en lo que estaba terminando la sociedad por la que soñamos. Edwin Marinero.

La partida de Miguel Enrico Móchez, Talapo, fue fiel al guión que advirtió él mismo acerca de su oficio. «Nuestra sociedad no está cultivada en el tema artístico. No tiene sensibilidad», dijo años atrás. Su deceso exhibe la paradoja que significa vivir del arte en un país como El Salvador, donde quienes se atreven lo hacen a costa de todo y lo pagan con su vida.

La tarde de su sepelio en el Cementerio General de San Salvador un viejo amigo busca el lugar donde será sepultado el artista que elevó la voz de la protesta haciendo uso del máximo silencio. No lo sabe, pero llegó a la hora equivocada. En redes sociales sobran los lamentos y navegan tímidas esquelas en nombre de uno o de otro que lo conocieron. Queda poco de la izquierda política por la que peleó llevando el arte popular a cualquier comunidad en riesgo o defendiendo una trinchera durante la ofensiva guerrillera en noviembre de 1989.

«No organizaron el sepelio. Ya lo enterraron. Vale verga», refunfuña el amigo que lo busca mientras los sepultureros no dan fe de que el cuerpo haya llegado ahí. Están más preocupados por la hora de salida.

Edwin Marinero, el productor musical de obligada referencia en la escena del rock salvadoreño, sin embargo, tiene un momento para sobrecoger sus memorias al salir del cementerio y recrear —por un momento— el fin de semana loco de marzo de 2011.

«El Salvador Metal Fest XVI Máaskab Open Air» dice el afiche que confirma la veracidad de aquella fiesta rockera que arrancó a las cinco de la tarde del sábado 5 de marzo y concluyó al mediodía del domingo siguiente en el Estadio Las Delicias, en la periferia de Santa Tecla.

El estadio todavía no había sido remodelado y Rockers Club colocó dos escenarios y una zona de campamento para que el público durmiera ahí sin problema de regresar a casa para disfrutar lo más granado de la escena metalera con bandas como RenegadoGaiaArañaDreamloreBimetal… y al centro del afiche Talapo.

«Interpretó El cybor, el personaje militaroide con el que mostraba en lo que estaba terminando la sociedad por la que soñamos. El cybor se movía con estilo robótico mientras sonaba en los bafles Breath de The Prodigy», celebra Marinero totalmente emocionado mientras trae a cuenta toda la parafernalia que acarreó el festival.

«La onda es que para encender al público se lanzó de la tarima y siguió haciendo la representación en aquel potrero porque el estadio todavía no había sido remodelado. Y la majada le agarró la onda y en sincronía todos fueron haciendo un círculo para disfrutar la interpretación», dice al escarbar en sus recuerdos antes de empezar a reír por lo que siguió.

«Yo juego a que soy una persona equis, un vagabundo, una persona que tiene hambre, que tiene miedo». Talapo.

Marinero relata que un ebrio consuetudinario empezó a imitar los movimientos del mimo. Nadie sabe cómo se metió al estadio, pero el borracho empezó a invadir el espacio vital del artista. A ratos le hacía muecas. Luego buscaba abrazarlo. Pero Talapo seguía concentrado en su ejecución sin perder la calma porque lo estuvieran jodiendo.

«De repente, en un riff de la guitarra de The Prodigy, Talapo pegó un salto y ¡PUFF! Lanzó una patada que dejó doblado al bolo cerote. Poco después, el tipo necio quiso levantarse para armar bronca, pero la majada no se lo permitió. ¡Fue épico!», recrea Marinero.

«Aquel día Talapo se robó el show por partida doble», pues ya era transgresor incluir a un mimo en un Metal Fest.

Acto de conmemoración a los estudiantes de la UES caidos en la guerra civil, 1992.

La pantomima, que etimológicamente significa «imitador de todo», conforme su origen griego, nació como parte de la dramaturgia helénica clásica y fue incorporada al teatro romano hasta que fue censurada por la iglesia en la Edad Media. Fue en el Renacimiento italiano que reapareció como la Commedia dell’arte.

En el siglo XIX, el referente mundial fue Pierrot, el personaje creado por el francés Louis Rouffe, que falleció víctima de la tuberculosis a los 36 años. Durante su sepelio más de diez mil personas acudieron al camposanto y lloraron su partida en Marsella. Luego erigieron un monumento para nunca olvidar a quien creó aquella figura melancólica y sombría.

En el siglo XX el maestro Marcel Marceau elevó a la máxima expresión esa disciplina dramática con el personaje Bip.

«Yo juego a que soy una persona equis, un vagabundo, una persona que tiene hambre, que tiene miedo», dijo Talapo en vida, quien es recordado por sus amigos que honran su memoria con fotografías que lograron digitalizar y cuelgan en las redes sociales.

No faltan retratos que muestran al mimo desempeñando su personaje en lugares disímiles con el mismo rigor que si estuviera sobre las tablas de un teatro.

En una imagen luce junto a unos universitarios sonrientes durante un taller para niños que organizó la Fundación Olof Palme en los Planes de Renderos. En otra instantánea aparece rodeado por niños asombrados en un lugar de Chalatenango.

«No recuerdo si fue en Guarjila o Las Flores, allí por 1993. Era una obra escrita por René Lovo sobre la crisis de la vivienda y el uso de materiales locales llamada Con adobe y un poquito de amor, recuerda Sean Hawkey, periodista irlandés, que guarda un trozo de su corazón en esta tierra donde el silencio de un mimo es una metáfora de la sociedad.

«En El Salvador hacer mimo es una de las mejores formas de poder decir aquellas cosas que quedan en el silencio», dice la voz de Talapo.

La frase, ofrecida a un espacio cultural, no pierde vigencia. 

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