Crónica
La escuela de la UNRWA destruida por un ataque aéreo israelí en el campo de refugiados de Al Nuseirat – Mohammed Saber/Ansa
La lección. Una, dos, diez veces, en Gaza City, en Nuseirat, en Rafah… el esquema de Netanyahu: cada vez que se reabre la mesa de negociación, un feroz bombardeo la congela. La ultraderecha tiene peso, pero la decisión final siempre la toma el primer ministro, quien rehúye el acuerdo. Esta nota fue publicada en Il Manifesto el 11 de agosto de 2024.
Chiara Cruciati
Agosto 23, 2024
El esquema se repite desde hace meses, un modelo también presente en ofensivas pasadas, en Líbano en 2006, en la Cisjordania de la segunda intifada: cuando un alto el fuego parece concretarse, cuando el diálogo avanza aunque sea a trompicones, cuando los mediadores internacionales en París, El Cairo o Doha ajustan detalles y miden al milímetro las concesiones a una u otra parte, el gobierno israelí lanza su bomba.
Bombardea Gaza y bombardea la mesa de negociación: dos en uno, con una sola acción espectacular, mortal y humillante. El triple ataque a la escuela al-Tabin en Gaza City es el último ejemplo, pocas horas después de que el mismo Netanyahu anunciara el envío de su equipo negociador a la mesa del 15 de agosto, reabierta en respuesta a una renovada y desesperada urgencia global.
Empecemos desde el final. El 13 de julio en la «zona segura» de Mawasi, a lo largo de la costa sur, una serie de misiles impactó en las tiendas de los desplazados. Noventa muertos, un baño de sangre que Israel justificó con un objetivo: el jefe militar de Hamas, Mohammed Deif. Atacar a uno. De los 300 heridos, muchos morirán en los días siguientes.
Solo el día anterior, el 12 de julio, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, consideraba la tregua «casi hecha»: «Hay cuestiones complejas que abordar, pero tanto Israel como Hamas han acordado el esquema general del entendimiento». Boom.
El 4 de julio, Netanyahu había enviado su delegación a El Cairo: según rumores, Hamas estaría dispuesto a retirar su demanda principal, el alto al fuego permanente como condición para la liberación de los rehenes israelíes. Rumores confirmados el 6 de junio: el movimiento islámico renunciaba al fin definitivo de la guerra. Pocas horas después, los aviones israelíes bombardeaban una escuela de la ONU, la Al-Jaouni de Nuseirat, 16 muertos.
El mes anterior, el 8 de junio, la masacre más brutal: en la operación para liberar a cuatro rehenes, soldados disfrazados de desplazados penetran en el campo de refugiados de Nuseirat, la aviación cubre la huida bombardeando a raudales. Los muertos serán 276. Apenas había pasado una semana desde el movimiento sorpresa de Biden: un acuerdo en tres fases, propuesto según el presidente por el mismo Israel. Netanyahu desmentía, pero Estados Unidos mantenía su postura, esperando el jaque mate con la cobertura de las cancillerías globales que se habían sumado al plan hasta votarlo en el Palacio de Vidrio [Sede de la ONU en Nueva York].
El 22 de enero, Tel Aviv había ofrecido un plan de tregua: dos meses de pausa a cambio de los 130 rehenes en manos de Hamas.
El mes de mayo había comenzado con Gaza al borde: por un lado, la ofensiva anunciada sobre Rafah, hogar de 1,5 millones de desplazados; por otro, las esperanzas de un acuerdo. El 4 de mayo, la delegación de Hamas estaba en El Cairo para discutir la propuesta israelí y había avanzado la idea de un acuerdo en tres fases de 40 días cada una (destacaban la solicitud de liberación de Marwan Barghouti, líder de Fatah, y la liberación de los primeros 33 rehenes incluso sin retirada de las tropas israelíes). Cuarenta y ocho horas después, el 6 de mayo, Israel lanzaba la operación terrestre en Rafah, ocupaba el paso (fronterizo con Egipto), lo incendiaba y lo dejaba inutilizable desde entonces.
El 31 de marzo en El Cairo se reanudaban las negociaciones, en medio de manifestaciones masivas en todo el mundo y campamentos en universidades que gritaban que el fin de la masacre era una obligación moral. El 2 de abril, la aviación israelí atacaba el convoy de la organización no gubernamental estadounidense World Central Kitchen: siete muertos, seis extranjeros y un palestino. Los autos, bien identificables, habían sido embestidos en dos ataques distintos, a una distancia de unos cien metros.
Unas semanas antes, con el Ramadán a la vista, la renovada presión global se había estancado en dos ataques consecutivos contra los palestinos aglomerados alrededor de camiones de ayuda en tránsito. Masacres de los hambrientos que seguían a la más terrible: el 28 de febrero, 114 muertos por el fuego abierto por las tropas de infantería mientras intentaban conseguir sacos de harina. Primero las balas, luego la estampida y la sangre que manchaba los sacos de yute.
La que luego se definirá como «la masacre de la harina» llegaba tras un mes intenso, con la tregua a la vista. El punto culminante se alcanzó en París el 23 de febrero: se anunciaban «avances» desde hacía días, no afectados por la masacre de 74 palestinos en Rafah en una operación para liberar a dos rehenes.
El 22 de enero, Tel Aviv había ofrecido un plan de tregua: dos meses de pausa a cambio de los 130 rehenes en manos de Hamas. Tres días después, Israel bombardearía su propia propuesta. O mejor dicho, le disparó encima: fuego en la rotonda Kuwaiti, en el norte aislado y hambriento, durante la distribución de alimentos: 25 muertos. El 2 de enero, la muerte del número 2 del despacho político de Hamas, Saleh Aruri, interrumpió el diálogo, reanudado apenas diez días antes .
No son pocos quienes ven en los constantes desvíos el modo de complacer a la ultraderecha, fundamental para mantener en pie la coalición de gobierno liderada por el Likud. El ministro de Finanzas, Smotrich, hace dos días amenazó con hacer saltar el ejecutivo si Netanyahu llegaba a un acuerdo con Hamas. Si la presión de la ultraderecha soberanista tiene peso en las decisiones del primer ministro (peso que las miles de personas en Israel que llevan meses pidiendo un intercambio de rehenes con Hamas no tienen), también es verdad que el decisor final es él, Benjamín Netanyahu.
Y Netanyahu quiere la guerra para salvarse a sí mismo y llevar a cabo la misión de su vida, el conflicto abierto con Teherán y la destrucción de su proyecto nuclear. Lo dice su ministerio de defensa, lo dicen desde hace semanas sus negociadores, obligados a presentar a los mediadores (Egipto, Qatar y Estados Unidos) demandas siempre nuevas e improvisadas: el que hace descarrilar el diálogo siempre es el Sr. Seguridad.
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