Cultura

Ilustración: Luis Galdámez

Juan Ramón Jiménez: «Si uno no escribe, si uno no trabaja, la musa abandona al poeta»

José Argüello Lacayo*

Julio 12, 2024

A inicios de la década de 2000, Radio Universidad de la UCA de Managua, divulgó una serie de entrevistas de José Argüello a Claribel Alegría. Hemos retomado los audios, los cuales publicamos en formato de podcast, uno en cada edición de Espacio Revista y, además, ofrecemos la versión escrita. En cada una Claribel conversa sobre grandes de la literatura, como Juan Ramón Jiménez, José Vasconcelos, Roque Dalton y Juan Rulfo, entre otros. Esta vez publicamos la entrevista en la que habló sobre Juan Ramón Jiménez.

José Argüello: En nuestro programa de hoy vamos a hablar sobre uno de los clásicos de la poesía española del siglo XX, el gran lírico Juan Ramón Jiménez, nacido en Andalucía en 1881 y muerto en 1958. Su vasta obra poética es conocida en todo el mundo y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1956. Claribel, yo me pregunto: ¿habrá otra persona en el mundo a estas alturas que pueda hablarnos de Juan Ramón con la intimidad con que trataste a ese gran poeta? Tomando en cuenta que él murió en 1958 y estamos comenzando el siglo XXI. ¿Cómo fue que conociste a Juan Ramón Jiménez?

 

Claribel: Bueno, fíjate que yo llegué a los Estados Unidos cuando estaba todavía estudiando en Hammond, aprendiendo el inglés. Supe que Juan Ramón Jiménez vivía en Estados Unidos y yo me puse feliz pensando que allí nomás era. Creía que era como en El Salvador, donde todas las cosas están cerca. Pero bueno, entonces averigüé su dirección y le escribí una carta. Vivía en Washington, D.C. Todavía me acuerdo de la dirección, era Dorchester House, en la calle 16, una calle muy elegante. Entonces, le escribí una carta sin pensar que me iba a contestar. Cuál no va siendo mi susto cuando me contestó. Me contestó en una tarjeta, maravillosa, era una tarjeta, como con grabados persas y entonces la letra de él parecía persa también. Y siempre escribía a lápiz. Nunca, jamás usó bolígrafos, siempre a lápiz. Me costó un triunfo descifrarla.

 

Pero bueno, entonces yo me puse muy feliz. Nos seguimos carteando y resulta que él conocía algunos de mis poemitas, no porque fueran buenos poemas, sino que nada más se debió eso a que en ese tiempo, cuando yo todavía estaba en El Salvador, don Joaquín García Monge dirigía, en Costa Rica, un gran periódico que se llamaba El Repertorio Americano, donde le daba cabida a todos los jóvenes. Don Francisco Luarca, mi maestro, le envió unos poemitas míos y don Joaquín le enviaba repertorios siempre a Juan Ramón. A Juan Ramón no es que le interesaran mis poemas, pero le gustó mi nombre, Claribel Alegría, así que Vasconcelos hizo muy bien en bautizarme así.

 

Entonces, me respondió, y yo decidí que lo iba a ir a visitar en diciembre del año 43. Mi hermano y yo nos fuimos en autobús y él nos estaba encontrando, él y Zenobia nos estaban encontrando. Recuerdo que me mandó un retrato de él en que me decía: «Este retrato te lo envío, te envío esta foto para que me reconozcas al llegar», también en su letra, esa tan linda.

Al final de nuestra plática él me dijo que a él
le gustaría ser mi mentor.

Entonces nos hospedaron en su apartamento y Juan Ramón y yo nos quedamos conversando mucho, mucho, mucho. Y al final de nuestra plática él me dijo que a él le gustaría ser mi mentor. Entonces, yo encantada de la vida, pero resulta que yo ya me había ganado una beca para estudiar cuatro años en la Universidad de Loyola en Nueva Orleans. Así que lo que hice fue decirle: «Bueno, voy a estudiar todo el verano, el semestre del verano y luego, en septiembre del 44, me vengo para acá».

Pero estaba un poco afligida porque mi padre no era demasiado rico y él estaba feliz con mi beca. Pero él y Zenobia me dijeron que no me apurara, que me iban a conseguir un trabajo de medio día en la Unión Panamericana como secretaria, traduciendo algunas cosas fáciles y luego, en la noche, yo iba a estudiar; y que me iban a conseguir un puesto también en la Casa Internacional de Estudiantes, que era muy linda, muy interesante y que no valía muy caro. Entonces así fue.

José Argüello: Yo quisiera rescatar esa carta que te escribió Juan Ramón, que ya ni siquiera conservabas porque la donaste a la Universidad de Puerto Rico. Dichosamente yo encontré una antología de las cartas de Juan Ramón y ahí está publicada. En ese momento Juan Ramón tenía 62 años y Claribel 19. Dice así: Gracias Claribel Alegría, nombre bonito, por tu abrazo, tu carta y tus versos. Ya había leído otros tuyos antes: Repertorio, y en tu voz he encontrado mucho bueno, que me gusta. ¿Cómo eres? Enséñame un retratillo tuyo, niña querida. No sabes cómo me ha gustado tu espontaneidad. Lo mejor de la vida. Yo también soy franco y vivo. Dices que pensastes una vez ir a mi España a conocerme, pues ahora estamos más cerca. ¿Por qué no vienes aunque sea por poco tiempo? ¿Cuándo te piensas volver a tu Salvador? Escríbeme largo y cuéntame de tu vida. Escribe versos y prosa y mándamelo todo. Me parece que vamos a ser buenos amigos. Eres sencilla y eso me encanta. ¿Tienes amigos que se interesan en la poesía o la pintura o la música? ¿Te gusta pintar, tocar, cantar? Yo también te abrazo con mucho cariño, Claribelita. Juan Ramón Jiménez.

Una carta muy cariñosa, tomando en cuenta que no se habían visto nunca, ¿no? Y que era una adolescente la que le escribía.

Bien, nos decías entonces que entraste en un periodo de formación a la vera de Juan Ramón Jiménez, que dilató de 1944 a 1947. Durante esos años viviste, estudiaste y trabajaste en Washington. ¿Cómo fue el proceso de formación que te ofreció Juan Ramón?

Claribel: Bueno, cuando yo llegué, la primera sesión que tuvimos en su casa fue en septiembre del 44. Me preguntó por mis lecturas y esto… Y yo, como les había dicho antes, leía muchísimo, pero muy desordenadamente, y él me lo dijo eso. «Tienes una cultura bastante caótica». Entonces yo voy a empezar a ordenar un poco tu cultura. Sobre todo —me dijo— la literatura española. Y vamos a empezar de los Mester de Juglaría y los Mester de Clerecía hasta el período en que estamos ahora. Una maravilla.

Entonces él me hacía leer, me daba los libros, luego yo se los comentaba, los comentábamos juntos. Luego también me preguntó: «Y qué clase de poesía, de verso te gusta a ti? ¿Te gusta hacer sonetos? ¿Te gusta…? «No —le dije yo—, a mí no me gusta eso. A mí me gusta nada más que el verso libre o el verso blanco», como le llamaba él. Él se echó a reír y yo creo que me dijo «tonta», ¿verdad?, creo que sí, me dijo (ríe)… Pero me dijo: «No —me dijo—, para hacer verso libre hay que primero haber pasado por el soneto, por las décimas, por el romance, por la silva, por todo eso. Y después que hayas dominado esas formas, entonces liberarte. El verso libre es el más difícil de todo, porque no tiene la muletilla de la rima».

Él nunca jamás me dijo, nunca, que un poema era bueno.
Siempre me decía «esto es un lugar común, esto es trivial,
esto no vale la pena».

«Entonces —me dijo—, me vas a traer aquí, vamos a empezar con el romance, que es lo más fácil, y vamos a ir yendo hasta la décima. Y hasta entonces te voy a dejar que te sueltes». Bueno, entonces yo le tenía que llevar, una vez por semana, un poema. En los tres años que estuve junto con él nunca jamás me dijo, nunca, que un poema era bueno. Siempre me decía «esto es un lugar común, esto es trivial, esto no vale la pena». Y yo llegaba a mi cuartito de la Casa Internacional de Estudiantes, a veces a llorar y decía: «Pero yo no tengo talento». Pero no importaba. Y me acordaba del libro de Rilke: Cartas para un joven poeta. Y seguí adelante. Seguí adelante. No me importaba.

Y además, Juan Ramón siempre me decía que todas las artes están ligadas: la pintura, la música, la poesía y los fines de semana me llevaba a los museos a ver pintura, en Washington hay museos sensacionales. Me enseñaba, y entonces me enseñaba a relacionar la música, la poesía, con la pintura. Luego me hacía escuchar música y me hacía relacionar la música con la poesía y me decía que todo era una sola trenza, que todas las artes estaban ligadas.

José Argüello: Me contabas una anécdota simpática que revela la sensibilidad de Juan Ramón, que una vez fueron a una sala de conciertos a escuchar al gran director italiano Toscanini…

Claribel: Sí, Toscanini. Fuimos a escuchar. Toscanini dirigía. Él era gran admirador de Toscanini. Juan Ramón iba muy poco a la sala de concierto porque decía que le molestaba muchísimo oír cómo volteaban las páginas de los programas, que ese ruido interrumpía, que era horrible. Pero sin embargo, ese día, yo estaba con Zenobia y con él, y entonces Toscanini estaba dirigiendo a Beethoven, me parece. Y era una maravilla. Y Juan Ramón dio un grito… así, de repente. Dio un grito, así, de la emoción enorme que tenía.

José Argüello: Este contacto continuo durante tres años con Juan Ramón, de encontrártelo una o dos veces por semana, de pasar con ellos los fines de semana, de sentarte a la mesa con Juan Ramón y su esposa Zenobia, te permitió conocerlo íntimamente. ¿Cómo era su personalidad?

Claribel: Sí. Bueno, pero antes antes que entre a su personalidad, te quiero decir también algo muy lindo, al final de esos tres años. Un día llegué yo y me recibieron él y Zenobia con una sonrisa como muy pícara en la cara. Y yo decía «y qué pasa?». Entonces, él me llevó a la sala. Zenobia me llevó y me enseñó que ella había mecanografiado para mí un librito de mis poemas que Juan Ramón había elegido algunos de los poemas que yo había escrito durante esos años, corregido algunos incluso. Y me me dijo: «Tienes un libro armado, ahora tienes que ver quién te lo publica». Entonces, yo le escribí Vasconcelos y Vasconcelos me dice: «Con mucho gusto lo vas a publicar en mi misma editorial, con la única condición de que yo te haga el prólogo». Y así fue como nació Anillo de silencio, con prólogo de Vasconcelos y editado por Juan Ramón Jiménez.

Bueno, Juan Ramón era un esteta. Su apartamento era nítido. Él odiaba el desorden y odiaba la suciedad. Me acuerdo que tenían una alfombrita persa azul celeste frente al sofá y se indignaba cuando alguno que lo visitaba frotaba los pies en esa alfombra.

A él le encantaba mucho Yeats. Le fascinaba Blake, William Blake (…) Le gustaba muchísimo Emily Dickinson. Le encantaba también Ezra Pound.

Decía que qué horror, que no se daban cuenta de lo que era, de la joya que era. Y, a veces, había una manchita así y no era una mancha, sino que era la luz del sol. Y él renegaba y le decía a Zenobia «allí hay una mancha que hay que quitar». ¡Qué cosa más horrible! Era increíble y era muy exigente, muy exigente con todos los jóvenes poetas. Él recibía muchos jóvenes poetas, pero una vez yo me acuerdo que fue algo espantoso. Yo sentí vergüenza ajena. Llegó un joven poeta y le dijo: «Maestro, ¿ha tenido tiempo de leer mis poemas? Sí —le dijo— los he leído. ¿A ti no te gustaría ser por ejemplo, ingeniero o médico o cualquier otra cosa, cualquier carrera menos poeta?». Terrible. Entonces era muy tajante.

Otra vez también recuerdo a otro visitante que entró y estaban hablando de Rabindranath Tagore. Y el pobre muchacho dijo que a él no le gustaba Rabindranath Tagore. ¡Para qué les cuento! Lo echó de la casa. Le dijo que se fuera inmediatamente de su casa, que él no permitía que alguien a quien no le gustara Rabindranath Tagore, estuviera ahí. Así era.

José Argüello: Tagore estaba siempre muy presente en ese matrimonio, porque ambos lo habían traducido del inglés al español. Son las versiones que todavía hoy circulan, muy bellas, escritas sobre todo por Zenobia.

Claribel: Zenobia era la que traducía. Literalmente Zenobia completamente dominaba el inglés porque ella era hija de padre español y madre puertorriqueña y pasó muchos años en Puerto Rico, y Juan Ramón le daba la forma.

José Argüello: ¿Y Juan Ramón aprendió el inglés?

Claribel: Sí, aprendió el inglés, pero tenía un acento espantoso, tanto en inglés como en francés, sobre todo en inglés. Y no le gustaba hablarlo, pero lo leía perfectamente y lo entendía perfectamente.

José Argüello: ¿Qué recuerdas de sus preferencias literarias?

Claribel: Mira, a él le fascinaba, por ejemplo, Alfonso el Sabio, las Cantigas de Alfonso el Sabio. Le encantaban Los cuentos de la vieja España. Todo esto le fascinaba a él. Los Mester de Juglaría, los místicos también le fascinaban. Eso en cuanto a la poesía española. En cuanto a la poesía, por ejemplo, inglesa, que él admiraba muchísimo… A él le encantaba mucho Yeats. Le fascinaba Blake, William Blake. Tradujo, incluso, tradujo a William Blake. Y yo creo que también tradujo un poco de Yeats. Después, de la poesía norteamericana, le gustaba muchísimo Emily Dickinson. Le encantaba a también Ezra Pound. ¿A quiénes más? Esos son de los que más me acuerdo.

Él (Juan Ramón Jiménez) veía en Darío la mezcla del hombre culto y refinado con el salvaje americano, y que él le temía un poco al salvaje americano.

Ah, bueno. Y de nosotros, de Hispanoamerica, adoraba a Darío. Me hablaba siempre de Darío. Él lo conoció. Juan Ramón era muy joven, ya Darío era mucho mayor. Darío, incluso, le dedicó un poema y además le puso título a un libro de Juan Ramón: Almas de violeta.

José Argüello: Bueno, ese poema todavía se lee en las obras de Darío. Es un soneto, y sobre todo en los últimos dos tercetos está muy bien descrito el espíritu de Juan Ramón. Hay una frase que le dijo Darío cuando era muy joven: «Usted va por dentro». Creo que eso también refleja la captación fina que tuvo Darío de Juan Ramón. ¿Qué te decía de Darío como persona?

Claribel: Primero me decía que tenía una inmensa admiración por él, todo lo que ya sabemos, que él había revolucionado el lenguaje español, pero que él veía en Darío una mezcla, la mezcla del hombre culto y refinado con el salvaje americano, y que él le temía un poco al salvaje americano (ríe). Eso me decía siempre.

José Argüello: (ríe) Sí, bueno, ese salvaje americano era el indio que había en Darío que le provocaba extrañeza a los españoles y europeos. Y yo tengo la sensación de que Juan Ramón se sentía maravillado y extrañado a la vez por lo que él llamaba «lo americano».

Claribel: Si para él lo mágico, lo extraño, pero que también le causaba desazón. Sí, sí, así es.

José Argüello: Me decías que te pedía leer a Darío porque quería escucharlo en un acento americano.

Claribel: Exactamente. Siempre me pedía que le leyera a Darío, «porque tu eres americana como él y yo quiero escuchar cómo lees». Me preguntaba mucho por Centroamérica e insistía en que nosotros tendríamos que profundizar más nuestras raíces indígenas. Él, en el tiempo en que yo estuve ahí, conocía poco a poco a América Latina. Había estado en Puerto Rico y había estado en Cuba, y creo que… Después viajó al Uruguay, a la Argentina y todo eso, pero creo que donde se sentía mejor él fue en en Puerto Rico y en Cuba, porque decía que ahí tenían más raíces españolas.

José Argüello: Nos nos gustaría saber, pienso yo, a todos los que somos amantes de la literatura cómo era él como escritor, era un hombre disciplinado, como literato.

Claribel: Era un hombre muy disciplinado, escribía diariamente, decía que si uno no escribe, si uno no trabaja, la musa abandona al poeta. Y luego él, sus poemas, una vez que estaban terminados, la primera vez, digamos, los prendía con tachuelas en las paredes de su casa, de su apartamento.

Me decía a mí: «Mira, el 99% de las veces hay que quitarle a un poema, en vez de añadirle. Gana mucho más».

José Argüello: No existían las computadoras.

Claribel: Entonces no existían. Yo creo que él jamás habría usado una computadora, nunca. Se habría rebelado contra las computadoras, me parece. Entonces él, cuando iba de su cuarto a la cocina y esto, veía los poemas, y casi siempre tachaba, con lápiz, tachaba. Y me decía a mí siempre: «Mira, el 99% de las veces hay que quitarle a un poema, en vez de añadirle. Gana mucho más». Ah, sí, era, disciplinado y leía constantemente, oía música constantemente. Ya te digo, los fines de semana iba siempre a los museos. Tremendamente disciplinado era Juan Ramón, tenía sus horas.

José Argüello: Hay que decir que no solo era exigente con los demás, era muy exigente con su propio arte, muy exigente. Porque hay poemas que estuvo puliendo durante más de 15 años. Si uno sigue las ediciones de sus poemarios, descubre varias versiones de un mismo poema que va puliendo durante años.

Claribel: Durante muchos años, si. Él creía en la inspiración y decía: «El primer verso de un poema, a lo mejor te lo da la musa. Pero como ya dije antes, si dejas de trabajar la musa se te va».

José Argüello: Bueno, hay una cosa muy curiosa: que este hombre tan español que llevaba España tan profundo en su corazón a partir de 1936, vivió fuera de España, en el exilio.

Claribel: Exactamente. Él salió como representante de los republicanos, y él siempre decía… Él vivió mucho tiempo en Florida, primero estuvo en Puerto Rico, me parece. Después, después, Florida, Washington, Maryland. Y llega después a morir a Puerto Rico. Él decía que él no era político, pero que estaba representando lo mejor de su país, y no le gustaba para nada cuando algunos de los españoles escritores que él conocía muy a fondo, algunos de ellos regresaron, todavía, muy pocos, pero algunos regresaron del exilio cuando Franco todavía se encontraba ahí, y otros… él no estaba de acuerdo con eso y escribió un libro que se llamaba Españoles de tres mundos, los que se quedaron en España —un libro de prosa—, españoles de tres mundos, los que se quedaron en España, los que salieron al exilio y luego regresaron cuando todavía Franco estaba allí y luego los que nunca regresaron, como fue su caso. Incluso él dijo, Juan Ramón, que cuando él muriera —él murió después de Zenobia—, que cuando él muriera, él quería estar enterrado en Puerto Rico, junto a Zenobia. Pero la familia de él no respetó eso, porque todavía estaba franco en el poder cuando murió Juan Ramón. No respetó eso la familia suya, y llegaron a Puerto Rico, exhumaron el cadáver de Zenobia y se llevaron a Juan Ramón y a los dos les dieron un entierro muy pomposo en Moguer.

Zenobia lo era todo, todo para Juan Ramón. Era musa, era la mujer que le resolvía todo, era su chofer, todo, todo era Zenobia.

José Argüello: Prácticamente entre 1939 y 1951, Juan Ramón residió en los Estados Unidos, y después estuvo hasta su muerte en el 58 en Puerto Rico. Esto tuvo la ventaja de que le permitió conocer íntimamente también la poesía norteamericana, porque, hay que decirlo, que estas dos grandes literaturas, la española y norteamericana, nunca habían confluido; hasta el siglo XIX, se dice que don Juan Valera fue el primero que hizo unas traducciones, unas pocas traducciones, siendo embajador de España en Washington, allá en los años 80. Y Juan Ramón, que se casó en Nueva York en el 16, el año en el que muere Darío, recorrió Estados Unidos, hizo una peregrinación literaria, visitó la casa de Edgar Allan Poe y comenzó a hacer las primeras traducciones de gran calidad de literatos norteamericanos. También conoció personalmente a varios de ellos, como MacLeish. ¿Habrá conocido Juan Ramón a Ezra Pound?

Claribel: Sí, lo conoció, y no solo eso, sino que él me llevó a conocerlo, a Ezra Pound. En ese momento, creo que esto fue como en el 45, 46, en uno de esos dos años. Él estaba recluido en el hospital San Elizabeth, un hospital para locos. Lo recluyeron ahí los norteamericanos, porque cuando la guerra, la Segunda Guerra Mundial, él vivía en Italia y era muy un gran admirador de Mussolini. Entonces, cuando ganaron los aliados, hicieron una cosa espantosa, lo metieron, los norteamericanos, lo metieron en una jaula y lo exhibieron ahí como tres o cuatro días, en una jaula. Y luego se lo trajeron para Estados Unidos y lo recluyeron en el hospital de San Elizabeth. Eso a Juan Ramón lo indignaba tremendamente. Y una vez me invitó a mí para que fuéramos a visitar a Ezra Pound. Fue una gran emoción para mí cuando conocí al viejo Ezra Pound, ya Juan Ramón me había dado algunos de sus poemas para que yo leyera.

Ellos conversaron maravillosamente. Juan Ramón le hablaba en español. Ezra Pound sabía español y Ezra Pound le contestaba en inglés, no sé por qué, pero no habló en español, Ezra Pound habló en inglés y habló un poco en francés. Y bueno, yo estaba maravillada oyendo aquella conversación y, al final, Ezra Pound me me dio un gran apretón de manos y me dijo que lo fuera a ver, que llegara a visitarlo nuevamente. Y yo, tonta de mí, por tímida —era muy tímida—, nunca lo volví a ver.

José Argüello: Era intimidante, seguramente. Para concluir el programa. ¿Qué podría decirnos de Zenobia? ¿Te contaba Juan Ramón de cómo había sido su primer encuentro?

Claribel: Sí, bueno, Zenobia era una mujer maravillosa. Zenobia lo era todo, todo para Juan Ramón. Era musa, era la mujer que le resolvía todo, era su chofer, todo, todo, todo era Zenobia. Y Juan Ramón me contaba cómo se habían conocido. Dice que junto al apartamento donde él vivía, el apartamento de soltero de él, había otro apartamento y él siempre empezó a escuchar una risa de mujer maravillosa, unas risas vibrantes, lindas. Y dice que él dijo: «Yo a esta muchacha la tengo que conocer». Y al fin la conoció y se enamoró de ella. Y bueno, pues Zenobia al principio estaba bastante recalcitrante, no mucho quería que casarse con un poeta, así, tan tan poco práctico. Pero se enamoró de él profundamente. Y ya digo, fue su todo.

(música)

Claribel lee ahora poemas de Juan Ramón:

Octubre

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.

Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,

a ver si con romperlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

 

***

 

Inteligencia

Intelijencia, dame
el nombre esacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!

 

***

 

Vino, primero, pura

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

 

***

 

Retorno Fugaz

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
—¡Oh corazón falaz, mente indecisa!—
¿Era como el pasaje de la brisa?
¿Como la huida de la primavera?

Tan leve, tan voluble, tan lijera
cual estival vilano… ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en risa…
¡Vana en el aire, igual que una bandera!

¡Bandera, sonreír, vilano, alada
primavera de junio, brisa pura…
¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste!

Todo tu cambiar trocose en nada
—¡memoria, ciega abeja de amargura!—
¡No sé cómo eras, yo qué sé qué fuiste!

 

***

 

El viaje definitivo

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostáljico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

Radio Universidad presentó Grandes escritores vistos por Claribel Alegría en diálogo con José Argüello Lacayo.

Apoya Espacio Revista con tu contribución solidaria mensual

Apoya nuestras publicaciones y las voces de la sociedad civil. Con tu contribución, podremos mantener Espacio Revista gratuita y accesible para todos.

©Derechos Reservados 2022-23 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC