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Foto: Cortesía de Inflorescencia
El pasado 22 de abril una nueva canción se sumó al repertorio de música nacional (salvadoreña). Esta vez se trató de una interesante y a su vez atrevida cumbia psicodélica, compuesta por la banda Inflorescencia, que en 2021 ya había sorprendido a la escena musical con el lanzamiento del sencillo Rey Sapo, una canción de 4:38 minutos revestida de sonidos provenientes del más radical rock progresivo.
La gran peculiaridad de La cumbia del perro es que como propuesta musical, se aparta de las convenciones para recrear una estética que, en buena medida, está más cerca del registro documental sonoro de un espacio en particular: el Centro Histórico de San Salvador. Con todo y sus matices pintorescos, melancólicos, parranderos y contradictorios, esta canción cuenta una compleja realidad que suele verse con frecuencia en el corazón del Centro y que compartimos humanos y animales.
A veces, por ciertas condiciones sociales y económicas, hay algunos animales y humanos que no tienen muchas opciones para subsistir, y las calles se convierten en sus casas y la indiferencia de muchos otros que sí tienen casas se convierte en una coraza en la que se protegen del caos que puede entrar por cualquier sentido, y entonces se mira para otro lado para ignorar aquello que está mal, aquello que huele mal o es feo para los ojos, y a veces es un perro callejero en estado de desnutrición, o es un indigente que se ha quedado sin voz. Y esta cumbia se encarga de hacer obvio lo ignorado.
Es atrevido que una canción con un ritmo lleno de colores brillantes, decida hablar de condiciones urbanas que apuntan a la desigualdad y que no sólo atraviesan a personas. Filosofar sobre la terrible realidad que viven cientos —¡miles!— de perros callejeros, desde la sátira, es también replantearse el sentido de humanidad y convivencia con los seres que nos rodean.
El Centro Histórico de San Salvador ha sido y es testigo de escenas violentas que han configurado imaginarios colectivos; tal fue por ejemplo, el tiroteo ocurrido el 30 de marzo de 1980 durante el funeral de Monseñor Romero, pero también ha habido escenas históricas colmadas de esperanza, como la celebración del fin del conflicto armado que sumergió a El Salvador en una terrible carnicería de más de 75 mil muertos.
La carga social de este espacio es retomada en esta canción, y conscientes o no, quienes logren escucharla, reconocerán ese caos milimetrado en ciertos compases que hacen de esta canción una propuesta singular dentro del acerbo musical contemporáneo. Inflorescencia apuesta con esta canción a retratar desde la fiesta a la miseria, pero no para burlarse de ella sino para hacerla evidente y generar una conciencia desde la metáfora.
La banda, del mismo modo, con esta canción también abre camino a una estética sonora que retoma géneros en apariencia opuestos, como es la cumbia y el rock psicodélico, recordando a un sonido característico de otros tiempos, como esa Amazonia afrodisíaca que alguna vez propusieron Los Mirlos, pasando por auras saturadas de guitarras eléctricas fantasmales y carnavalescas, como lo han hecho tan bien Los Espíritus, o ese ingenioso sonido surf cumbiambero de Los Destellos.
En fin, La cumbia del perro ya está circulando por ahí, y tengo la convicción de que será una canción que podrá no ser solamente un precedente importante para el rumbo de las estéticas de Inflorescencia, sino también una contribución musical que muchos —perros y humanos— agradecerán al margen de un resurgimiento audaz del arte nacional tras un poco más de dos años de confinamiento por pandemia.
* Comunicador social y periodista cultural
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