Cultura/Artículos
Fotograma de la película Barbie (Rodrigo Prieto & Greta Gerwig, 2023)
Ramiro Guevara *
Agosto 11, 2023
“He tenido muchos problemas, así que escribo relatos alegres.”
Louisa May Alcott
Inicio esta reseña con el epígrafe que la directora y guionista estadounidense, Greta Gergwig, escogió para abrir con un fondo negro su anterior película, Little Womens (2019), basada en la novela omónima de Louisa May Alcott, porque esta frase contiene, de cierta forma, las claves para entender su filmografía, sus obsesiones y sus posturas políticas. Barbie no es la excepción.
Desde su primera semana en salas de cine, esta película ha significado un fenómeno cultural por diversas razones: algunas más superficiales que otras, pero es un hecho innegable que ha generado amplias conversaciones tanto en el espacio virtual como fuera de él. Tras su primer fin de semana en exhibición, Barbie recaudó más de 33 millones de dólares en la taquilla internacional, según reportes de prensa. Esto, si bien no es indicador de calidad de ninguna película, sí logra dimensionar el interés que ha podido generar, sobre todo en épocas donde el streaming ha acaparado los números de la taquilla, lo que revela también que el cine, como espacio físico, sigue siendo un lugar de encuentro y demandado por amplios sectores populares. He aquí una buena noticia para el cine, no sólo para Barbie.
Ahora sí, más allá de los números, ¿qué es lo interesante de esta película que tuvo una muy buena estrategia de publicidad? En primer lugar, tal como lo apunta la analista cultural, Ofelia Meza, la dimensión nostálgica del objeto cultural en sí que recoge en su narración. Es decir, la muñeca de goma con la que miles de infancias hemos crecido. Seamos niñas o no, hayamos tomado las decisiones que sean sobre nuestras orientaciones sexuales, nuestros cuerpos e ideologías en general, Barbie ha sido un ícono omnipresente en muchas sociedades occidentalizadas, y de alguna forma ha reencarnado con intimidad en la vida de quienes vimos o escuchamos sus anuncios en radio y televisión, o en quienes fuimos asaltados por esa caja rosa llamativa en una estantería de la juguetería que frecuentábamos.
Pero la nostalgia no lo es todo. Cuando Greta comenzó a escribir el guión junto a Noah Baumbach, tenía muy claro que quería una película que más que ser una bandera feminista, hablara sobre las contradicciones con las que se lidia en una sociedad predominantemente patriarcal. Así lo manifestó la propia Gerwig en una entrevista para SensaCine. Y esto, la contradicción, es el eje central de la historia que nos cuentan. Barbie es también un ejercicio de apropiación cinematográfica. En ciertos casos, este elemento tiene una carga política mucho más significativa que los discursos textuales que se dicen.
A través de una narrativa visual que evoca a la sociedad idealizada de los años 50, que promovió los fundamentos de la familia patriarcal y que es el contexto en el que Ruth Handler, presidenta de la empresa Mattel, diseñó y lanzó al mercado a Barbie como juguete y concepto, Gerwig y el director de fotografía Rodrigo Prieto, sumergen al espectador en una serie de paisajes surreales y lisérgicos de Barbieland que a veces contrastan con las urbanizaciones cotidianas (y conflictivas) de la ciudad de Los Ángeles. Entre estos escenarios de colores pastel, Greta construye, más que homenajes, versiones propias de escenas que han sido hitos de la historia del cine provenientes de películas como 2001: Odisea en el espacio, El show de Truman, Matrix o El Mago de Oz, por ejemplo.
Entre estos escenarios de colores pastel, Greta construye, más que homenajes, versiones propias de escenas que han sido hitos de la historia del cine.
Tomaré el ejemplo más significativo para explicar lo antes mencionado: el prólogo de Barbie es una exacta recreación del enigmático arranque de 2001: Odisea en el espacio, pero en vez de ser simios prehumanos que encuentran la posibilidad de la violencia en restos de huesos, aquí son niñas que juegan con muñecas a ser madres. No será un monolito caído del espacio el que las libere. Será un prototipo gigante de Barbie. Veo la importancia política en este gesto, no porque Greta podría aquí reconocer una influencia en su trabajo como cineasta, sino porque ha retomado y decidido iniciar así su película, de alta crítica a las masculinidades tradicionales, bajo las formas que hicieron a Stanley Kubrick el autor que ahora conocemos. Pero Kubrick, con el paso de los años, se hizo notar por la persona errática, obsesiva e incluso maltratadora que también fue, teniendo una especial saña contra las actrices que colaboraron con él. Tal es el caso de Shelley Duvall, a quien Kubrick provocó una severa crisis nerviosa durante el rodaje de El resplandor (1980).
En el marco de las intenciones de Greta para esta película, la contradicción también persiste en sus formas y no sólo en sus fondos, pero esto lo hace interesante. Lo convierte en un debate complejo y acomodado al objetivo del relato. Uno que se puede leer textual, tal cual se presenta, y otro que envuelve a toda la película en estos elementos, que también son guiños críticos a esas iconografías del cine hecho por ciertos hombres, que se han quedado como referentes que en apariencia no pueden ser cuestionados. (Pero sí).
Barbie no es la primera película de Greta Gergwig que aborda, desde el humor, una crítica hacia los estandartes tradicionales de la sociedad machista que, con todo y su desgaste, aún persiste en varias dimensiones de la vida contemporánea. La posición de las mujeres y también de aquellos individuos que no se rigen desde el género y, por tanto, deciden enfrentar al mundo bajo identidades alternativas, han sido temas transversales en las narrativas gergwignianas; con influencias notables de directoras y guionistas (como Agnès Varda o Chantal Akerman) que en el pasado hablaron con astucia y mucha honestidad sobre estos temas, y que lograron dimensionarlo desde lo cotidiano hasta lo más sublime, Greta ha hecho de su filmografía una manera más contemporánea de abordar lo que ya se ha dicho.
Un común denominador en las películas de Gergwig es la exposición de historias que suponen una maduración de sus personajes. El llamado coming of age que retrata los conflictos existenciales de personas jóvenes de cara a una etapa adulta que se viene encima. Barbie, si bien no es exactamente esto, sí tiene elementos de este subgénero, porque el personaje principal, como en Lady Bird (2017), choca de frente con el sofocante mundo real: con ese que se aleja de su idealizado espacio personal —un espacio que puede ser físico pero también mental—, inaccesible incluso para muchos de los otros personajes que le acompañan.
Greta ha hecho de su filmografía una manera más contemporánea de abordar lo que ya se ha dicho.
Desde una de sus primeras colaboraciones como guionista y actriz con Noah Baumbach en Frances ha (2012), este dramatismo que se deriva del tránsito de una etapa o edad a otra, se ha vuelto un pulso consistente en el desarrollo de personajes que caracterizan el cine de Greta. Personajes encontrados a medio camino entre la juventud y la adultez. O en este caso, personajes cuyos mundos ideales son corrompidos por los mundos reales, que también partieron de distopías retorcidas ancladas en el poder y la dominación de cuerpos y espacios.
Seamos fans o no de la marca o concepto nostálgico que lleva esta película, la propuesta de Gergwig explica muchos de los discursos que han condensado las conversaciones actuales sobre los problemas de las masculinidades y las oportunidades de los feminismos. Desde un tono cómico, Barbie intenta ser un estudio sociológico del espíritu de nuestra época. Haciendo un paralelismo con la última película de Baumbach y donde Greta es actriz, Ruido Blanco (2022), ambas se corresponden desde las preocupaciones sobre el presente, pero también desde la estridencia visual con la que nombran las cosas.
Hay muchos elementos de interés en Barbie, pero siendo esta una comedia en su sentido más estricto, los reiterados chistes que se presentan en los últimos tramos de la película, cargados de tesis y conceptos muy académicos, personalmente creo que le quitan la fuerza natural con la que se fue desarrollando el relato en sus primeros momentos. Lejos de eso, la película es una abierta declaración (o confirmación) de Gergwig sobre los vaivenes de una época que aún tiene retos en materia de igualdad de género, pero también de diálogo al respecto.
Y aunque parezca muy paradójico, creo que Barbie es una película hecha para que más hombres la vean. Ellas, para bien o para mal, ya saben lo que Greta nos está contando.
* Comunicador social y periodista cultural
Queremos garantizar información de calidad en línea. Con su contribución, podremos mantener Espacio Revista gratuita y accesible para todos.
©Derechos Reservados 2022-23 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC