Cultura/Artículo

Ilustración: Luis Galdámez

John Lloyd Stephens y el Árbol del Mundo

R. M. Valdez *

Enero 26, 2024

Valdez nos acerca una crónica de las andanzas de John Stephens y Frederick Catherwood por Centroamérica, a mediados del siglo XIX, y cómo el primero le propuso al segundo la idea de «comprar» Copán, para llevársela a Nueva York.

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En 1841 el estadounidense John Lloyd Stephens publicó el primer volumen de su Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Ilustrado magistralmente por el arquitecto inglés Frederick Catherwood, el libro confirmó la existencia de ciudades de piedra abandonadas en la jungla, que las escondía casi por completo, sobre las que exploradores como Juan Galindo y Alexander von Humboldt habían dado pistas. Eran edificios y estructuras monumentales con un sistema constructivo desconocido, con refinadas y desconcertantes imágenes y signos que sugerían una civilización avanzada de la que nadie sabía nada.

El libro de Stephens fue un best seller. Friedrich Nietzsche y Edgar Allan Poe dijeron que era lo mejor que se había publicado en materia de viajes y descubrimientos. Agitó la imaginación de la prensa, de académicos y artistas, religiosos y esotéricos, aventureros y traficantes de antigüedades. Se especuló que el hallazgo consistía en vestigios de las tribus perdidas de Israel, de sobrevivientes de la Atlántida o del continente perdido de Mu. A Joseph Smith, el fundador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, le pareció que correspondía a lugares e historias del Libro de Mormón.

Como se estableció posteriormente, en su primer viaje (después hicieron otro al norte de Yucatán con resultados igualmente asombrosos) Stephens y Catherwood encontraron sitios emblemáticos de la misteriosamente desaparecida civilización maya clásica —cuyo “colapso” la arqueología data hacia fines del siglo X, quinientos años antes del arribo de los españoles. En su segundo viaje encontraron lugares, sobre todo, de la también vasta y sofisticada civilización maya posclásica, la que a su vez acusó un marcado declive entre los 1200 y los 1400.Stephens dio alas a su imaginación frente a las ruinas de lo que hoy sabemos fue la magnífica capital del reino de Xukpi, que conocemos como Copán.

«La arquitectura, la escultura y la pintura, todas las artes que embellecen la vida habían florecido en este bosque desbordante…», escribió con inspirada pluma. «Oradores, guerreros y hombres de Estado, belleza, ambición y gloria habían vivido y perecido, y nadie sabía que esas cosas habían sido o podía hablar de su pasada existencia (…).

La ciudad estaba desolada. Ningún resto de esta raza queda alrededor de las ruinas, con tradiciones heredadas de padre a hijo y de generación en generación. Yacía ante nosotros como un barco destrozado en medio del océano, sus mástiles caídos, su nombre borrado, su tripulación muerta, y nadie que diga de dónde vino, a quién pertenecía, cuán largo fue su viaje o qué causó su destrucción; su gente perdida a ser rastreada sólo por un imaginario parecido en la construcción de la nave, y, quizás, para nunca ser conocida».

Emocionado con el descubrimiento, el incuestionablemente yanqui Stephens propuso un proyecto al receptivo Catherwood: «comprar Copán». Remover y cortar cuidadosamente las voluminosas piezas y transportarlas por río y por mar hacia Nueva York. Con ellas fundaría un gran «museo nacional de antigüedades americanas». Entró en negociaciones con don Gregorio, el finquero en cuyas tierras estaban «los ídolos», pero éste los convenció de que los rápidos del río hacían imposible pasar con rocas tan grandes y pesadas.

Emocionado con el descubrimiento, el incuestionablemente yanqui Stephens propuso un proyecto al receptivo Catherwood: «comprar Copán».

Una década más tarde dos graves acontecimientos acabaron con el interés por los sorprendentes mayas y provocaron su segundo gran olvido. El primero fue el pánico financiero de 1857, considerado por muchos la primera crisis económica mundial, que fue agudizada por el hundimiento del «vapor de oro» por un huracán frente a las costas de Carolina del Norte. El verdadero nombre del «vapor de oro» era Central America y, procedente de Panamá, viajaba repleto de oro de California hacia los desesperados bancos de Nueva York. El segundo fue la irrupción en 1861 de la Guerra Civil en Estados Unidos.

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Graduado de abogado a los 17 años, el neoyorquino Stephens fue un incansable y arriesgado explorador, mezcla de arqueólogo y antropólogo, y un prolífico escritor sobre sus visitas a lugares distantes y misteriosos —un doctor Indiana Jones de la vida real. Publicó memorias de viaje sobre Egipto, Petra, Turquía, entre otros destinos, aunque ninguna generó tanto entusiasmo como la de Mesoamérica. Llegó a la región inicialmente como «agente confidencial de los Estados Unidos del Norte», designado por el presidente Martin Van Buren. Stephens se ofreció voluntariamente para el cargo luego del sorprendente fallecimiento en servicio —por causas naturales o accidentales— de los cinco previos embajadores en Centroamérica. «Obviamente», dice el biógrafo Víctor von Hagen, «este puesto no era un plomazo diplomático». Para Stephens, sin embargo, era la oportunidad que buscaba para inspeccionar una región sobre la que tenía un vivo interés personal.

Las instrucciones que recibió de Washington fueron: «Cerrar la legación, recoger y embarcar sus papeles oficiales, encontrar el asiento del gobierno, presentar sus credenciales y asegurar la suscripción de un tratado comercial». Como no encontró gobierno al que presentar sus credenciales —la Federación de Centroamérica atravesaba por la feroz conflagración que llevaría a su disolución— se reunió por separado con Francisco Morazán y Rafael Carrera, líderes indiscutidos de los liberales y los conservadores, de quienes obtuvo salvoconductos y mucha información.

Sus entrevistas con ambos y otros destacados personajes —también incluidas en su obra— son un excepcional testimonio de aquellos tiempos que muchos llaman de «anarquía», y otros, «heroicos». En línea con el pensamiento prevaleciente en su país, deseó que Centroamérica restableciera la paz y la unidad perdidas, y alcanzara un lugar destacado en el concierto de las naciones. Cuando supo de la salida de Morazán al exilio escribió: «Sinceramente creo que han expulsado de sus costas al mejor hombre de Centroamérica».

Luego de sostener una reunión con Morazán en Ahuachapán, El Salvador, consideró concluida su misión oficial. Envió un despacho al secretario de estado John Forsyth en el que informó que el gobierno federal de Centroamérica estaba «totalmente roto» y que no había «ni la menor perspectiva» de que se restableciera «ni de que viniera ningún otro en su lugar». Había completado las tareas que era posible atender y no tenía asuntos pendientes. «Me iré a Guatemala», le informó a Forsyth, «y viajaré por mi propia cuenta a la provincia mexicana de Chiapas y Yucatán, para propósitos propios y por mi propia cuenta».

El primer recorrido de Stephens y Catherwood duró ocho meses, entre 1839 y 1840. En el otoño de 1841 emprendieron el segundo y en 1843 publicaron el segundo volumen de los Incidentes de viaje, el cual incluyó un nuevo juego de magníficas ilustraciones de Catherwood, la mayoría de las cuales fueron hechas, al igual que las del primer volumen, con la técnica de la cámara lúcida y establecieron un estándar muy alto para la ilustración y el dibujo arquitectónico. En ambos recorridos nuestros exploradores pasaron por múltiples aventuras y dificultades, algunas tan emocionantes y peligrosas como las del ficticio doctor Jones.

Cuando supo de la salida de Morazán al exilio, Stephens escribió: «Sinceramente creo que han expulsado de sus costas al mejor hombre de Centroamérica».

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Concluidas las expediciones al mundo maya, Stephens volvió a Nueva York donde poco después comenzó a organizar otra expedición a Centroamérica, esta vez para explorar en solitario (Catherwood no lo acompañaría al inicio) el propuesto y tan debatido canal interoceánico por Nicaragua —la empresa más importante de la época, un proyecto faraónico sobre el que «había leído y examinado todo lo que se había publicado en Inglaterra… [y] conferenciado con individuos», del que se había convertido en «fanático».

Retornó a Centroamérica y recorrió varios puntos del propuesto canal, algunos de muy difícil acceso. Estuvo en el Gran Lago de Nicaragua, en la salida por el Pacífico y en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Fue a San Juan del Norte. Concluyó el viaje en Granada, donde sostuvo una muy anticipada reunión con John Baily, el ingeniero británico a quien la Federación encargó los estudios del canal.

Baily había completado ya sus prospecciones y mediciones, pero el gobierno centroamericano estaba «totalmente aniquilado» (expresión de Stephens) y no había quien recibiera su informe y asumiera las responsabilidades de su contrato. Seguía «sin obtener recompensa por su arduo trabajo, pero tenía la satisfacción de haber sido pionero en un trabajo noble». Autorizó a Stephens a utilizar sus estudios, mapas y dibujos con entera libertad.

Los documentos de Baily permitieron que Stephens produjera un completo y detallado informe sobre el posible canal por Nicaragua. Sus lecturas y sus vivencias de terreno complementaron las frías cifras del ingeniero, sin las cuales, sin embargo, como Stephens lo subraya, no le habría sido posible hacer su minucioso y actualizado dossier. El informe de Stephens —que también aparece, en forma resumida, en su famosa obra— fue el primero que conoció el gobierno de Estados Unidos. Contenía «descripciones, elevaciones, diagramas, detalles históricos… dignos más de un ingeniero que de un abogado», como lo remarca tal vez demasiado admirado von Hagen, considerando que en efecto eran de un ingeniero.

Stephens se sorprendió de no encontrar ningún nicaragüense que hubiera estado en San Juan del Norte y varios puntos del canal en el Pacífico. «Se sabe más en Estados Unidos que en Nicaragua» escribió Stephens. Estimó el costo de la obra en 25 millones de dólares. Llegó a ser el primer presidente de la Panama Railroad Company, empresa que fundó y con la que obtuvo una concesión ferrocarrilera interoceánica de la Nueva Granada. Luego de dos años de separación entre los dos entrañables colaboradores, Catherwood se trasladó a Panamá para trabajar en ese proyecto.

En 1852, al final de su carrera, Stephens fue encontrado inconsciente debajo de una gran ceiba no muy lejos de las actuales Esclusas de Gatún del Canal de Panamá. Fue traslado a Nueva York en coma, pero «la leyenda es que murió bajo aquel monarca del bosque. Por cincuenta años —dice von Hagen— ese árbol fue conocido como el Árbol de Stephens».

El Árbol del Mundo —la majestuosa ceiba pentandra, el centro del cosmos de los mayas clásicos— cobijó con sus sedosos algodones el último reposo de quien lo rescató del olvido. «Mr. C.» (como Stephens llamaba a Catherwood) murió dos años después en medio del Atlántico, en el hundimiento del vapor Artic, un episodio bochornoso en el que la mayoría de la tripulación se salvó a sí misma y dejó a los pasajeros librados a su suerte.

Referencias**

Catherwood, Frederick. 1844. Views of Ancient Monuments in Central America, Chiapas and Yucatán. Ediciones del Mayab, Yucatán, México, 2016.

Pate, Robert A. 2012. Mormon key to Maya Code. South Logan, Utah: Alma Jacob Pate Family.

Schele, Linda and David Freidel. 1990. A Forest of Kings: The Untold Story of the Ancient Maya. New York: William Morrow and Co.

Stephens, John Lloyd. 1841. Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán. New York: Harper Brothers. Varias ediciones posteriores con adiciones. Dos Vols.

Von Hagen, Victor Wolfgang. 1947. Maya explorer: John Lloyd Stephens and the Lost Cities of Central America and Yucatán. Norman: University of Oklahoma Press. 5ta impresión. en español.

* Salvadoreño, doctor en ciencias políticas

** Los libros de Schele y Stephens han sido publicados en español.

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