Cultura

Foto: Luis Galdámez

Ocelot Teatro lleva a cabo el proyecto voluntario LempArte en San Carlos donde desarrolla un proceso artístico comunitario en coordinación con adultos y jóvenes de la localidad.

Bajo Lempa: transformar la vida desde el arte

Eric Lombardo Lemus

Fotografía: Luis Galdámez

Julio 1, 2022

Una comunidad rural que sobrevivió a las inundaciones y surgió de una amalgama de excombatientes de ambos bandos, guerrilleros y soldados, construyó en 1993 un lugar para vivir en paz sin persecución política ni acoso militar al final del río que surca el país y termina en las riberas que baña el océano Pacífico.

El regreso al lugar de origen a veces es nostálgico, pero en otras ocasiones implica superar una pesadilla que te persigue a lo largo de la vida hasta que decides enfrentarla.

El anfitrión conduce el auto desde San Salvador hacia un destino que lo traslada a los recuerdos de su infancia y al miedo sufrido en la adolescencia. Mientras observa el paisaje conversa dicharachero como si fuera uno de los títeres que manipula cuando está en escena. Luego guarda un breve silencio al momento de identificar las ruinas de lo que fue su casa donde creció.

La humedad que rodea al cantón San Carlos Lempa, ubicado 89 km al sureste de San Salvador, ofrece una bienvenida cálida a un grupo de artistas que viene a este municipio de Tecoluca, en el departamento de San Vicente, a dictar un taller de títeres a los niños de la comunidad.

Los niños ensayan en el salón principal donde tienen espacio suficiente para desarrollar todo tipo de dinámicas de aprendizaje lúdico bajo la guía del equipo que colabora con Ocelot.

La Casa de Usos Múltiples, que está ubicada sobre la calle principal, es el punto de reunión al que ha acudido José Amaya y un par de asistentes que traen unas marionetas que cobrarán vida minutos después una vez empiece el encuentro con los niños de la localidad. El lugar cuenta con tres grandes espacios, aulas, salón grande, bodega donde guardan todos los implementos y una cancha de basquetbol para juegos y ensayos.

José es uno de los titireteros más emblemáticos de una generación de gestores culturales que sobrevivió la guerra y a la persecución de la Guardia Nacional que iba cercando sin piedad todo lo que fuera amenaza al régimen.

–Por aquí fue donde los guardias mataron a Tacuacho y Pedro Patilla –evoca al identificar donde estuvo un alambrado de púas que saltaron –recuerda– mientras intentaron huir, pero sin éxito.

Ambos fueron compañeros de estudio. A José le asaltan los recuerdos de lugares y sobrenombres como el de Salporón, otra víctima de los guardias, y que les cayó mal porque era muy alto y de tez blanca. Como él, muchos más fueron muriendo por el agravante de ser adolescentes.

Así que en su caso la familia decidió enviarlo a la capital antes que fuera demasiado tarde.

Gracias a unos contactos, terminó trabajando en un restaurante realizando oficios varios; entre ellos, el más importante era lavar trastos de los comensales. José recuerda que la habitación estaba separada por una cortina porque al lado llegaba a reunirse un grupo de jóvenes. Detrás de ese lienzo venía todo tipo de voces. A ratos dramáticas, exclamativas o divertidas. Un día, mientras silbaba fregando las cacerolas, recuerda que asomó uno de ellos a observarlo detenidamente.

–¿Vos estás silbando? –le preguntó un joven de lentes rectangulares.

El grupo era estudiantes de teatro y ensayaba la puesta en escena de Los dos ruiseñores de Hans Christian Andersen y el chiflido que José lograba era la melodía exacta que necesitaban.

El cuento versa sobre la libertad y narra la historia de un ave con una voz tan hermosa que era capaz de llenar los corazones de toda la corte del emperador de China.

El lugar donde José hizo la tonada mientras seguía con sus quehaceres era Actoteatro, la antigua casa de la familia Openheimer, que compró Roberto Salomón para transformar aquel lugar solariego en un centro cultural que removió la escena a fines de los años setenta e inicios de los ochenta.

Y de aquel canto melodioso, José pasó a sucesivas fases entre las que fue determinante el encuentro con un estudiante de arte dramático que acudía a ensayar a Actoteatro. Aquel sujeto era Roberto Franco, el maestro titiretero célebre por su personaje La rana aurora.

–Un día me dijo: sostén esto –recuerda Amaya. ¡Y eran unos títeres! –recrea con efusividad.

José Amaya, conocido como Pirijute en el mundo artístico, lleva a Filos a todas partes como parte del teatro popular que debe llegar a la población.

Roberto fue secuestrado la tarde del 23 de noviembre de 1983 frente al Teatro Nacional.

En aquel momento militaba con las Fuerzas Populares de Liberación y era activista cultural con el Bloque Popular Revolucionario. Su cuerpo nunca apareció. Pero su legado quedó en alumnos como José Amaya, que fundó la compañía de teatro de títeres Ocelot y siguió aquel sueño de llevar las artes escénicas a la infancia.

Sin embargo, a mediados de ese año, José había adoptado una nueva identidad gracias al bautizo que le dio Manuel Alvarado, el músico del grupo Xolotl.

–Estábamos haciendo Filos y Grudis, una obra de Pedro Mata y que montamos en Actoteatro… En aquella época (Roberto) d’Aubuisson puso de moda la palabra “piricuaco” para señalar a los pescados (militantes demócrata cristianos) y Manuel inventó el juego de palabras. Y la verdad es que el títere Filos se parecía a mí porque en esa época yo era bien flaco –recuerda Amaya, quien en el mundo teatrero es reconocido por su sobrenombre.

De modo que José Amaya, que se transformó en el maestro titiretero Pirijute, fundador de Ocelot Teatro, tomó sus bártulos y fue a recorrer el mundo antes que la muerte lo asaltara a deshoras. 

Entre esos recuerdos y el presente han pasado décadas para que Amaya tome la decisión de visitar el lugar de sueños y pesadillas. Pero también de reencuentros. 

El regreso al terruño es uno de los episodios que Amaya postergó hasta que encontró una manera de liberar sus recuerdos compartiendo sus conocimientos con los niños de San Carlos.

Antes que atardezca en San Carlos, los niños acuden a la casa comunal para aprender cómo formar el rostro de lo que era unos recipientes plásticos. Luego, tendrán cabello, ojos, sonrisas y podrán ser una extensión del mundo imaginario de esos pequeños. Serán sus títeres y compañeros de juegos hasta que sigan creciendo y deban afrontar lo que significa vivir en esta parte del Bajo Lempa.

María Vicente Montano, quien es parte del comité de cultura, explica que persistir en la organización vecinal es la única manera que sostiene a todos los lugareños para sortear las crisis desde que arribaron a estos llanos.

–Somos un grupo de personas que mantenemos activa la comunicación y estamos enlazados con el resto en función de ayudar a la comunidad para ir solucionando las necesidades que surgen –argumenta esta excombatiente oriunda de un poblado enclavado en el volcán Chichontepec.

San Carlos sufrió hasta unos pocos años momentos difíciles, pero la organización entre los residentes fue vital para mejorar la relación con la Policía Nacional Civil (PNC).

El futuro de los niños de San Carlos está determinado por la migración porque cuando llegan a la adolescencia sus padres deben decidir si enviarlos al campo a trabajar en la agricultura o al extranjero con otros parientes.

–Cuando aquí se puso tremendamente peligroso convocamos a los jóvenes, a los padres, madres y la policía e hicimos una reunión con unas 300 personas porque venían delincuentes de otros lugares con el objetivo de dañar la comunidad y eso hacía que dijeran que estaban involucrados nuestros jóvenes –recuerda la lideresa.

Ciertamente, una de las pandillas más numerosas del país ha cometido diversos delitos en esta región con el objetivo de asegurar la ruta que conecta con aguas abiertas. Hace tres años, Francisco Javier Jacinto, apodado “Ogro”, fue asesinado en el cantón El Pacún en medio de una disputa interna por el control de estas salidas al océano.

–La seguridad mejoró entre los que se quedaron acá, pero sí hubo mucha emigración de familias completas que tuvieron que salir.

Mientras conversamos sobre los agobios diarios, los niños han finalizado el proceso de elaboración de sus guiñoles. Deben dejar las piezas secadas al sol. Minutos más tarde ensayarán un canto coral que dedicaran a sus padres.

María Vicente observa pensativa al grupo de 15 niños y adivina mi pregunta.

–Esa es la juventud que tenemos en San Carlos –dice.

–No pasan de los 12 años –interrumpo.

–Aquí no quedan jóvenes porque desde pequeños aspiran a irse. Cuando van creciendo, la familia se organiza para remitirlo fuera a toda costa. No todos van a EE.UU. si no que viajan a España o México donde tienen arraigos –detalla.

A medida los pequeños van finalizando el recital, José Amaya, que ya reconcilió su espíritu con estos suelos con olor a mangle, explica a la directiva y padres de familia que el resto de artistas llegará un día después para organizar una fiesta cultural. El nombre de la iniciativa se llama LempArte.

Un veterano de guerra, don Astor Alas, disfruta los ensayos de los niños porque alegra la vida cotidiana. Septuagenario, este exguerrillero insiste en la importancia de estas dinámicas.

Don Astor, excombatiente, reconoce la necesidad de traer alegría a la comunidad a través del arte como la mejor alternativa para la salud mental.

–Estas comunidades son pobres y necesitadas de alegría en su tiempo de descanso. El arte lleva alegría y eso es importante porque vivimos en un mundo de tribulación –dice don Astor.

Cae la noche en San Carlos y el sonido de las aves se apaga a medida encuentran nido en la copa de los árboles. Esa noche nos alojan en unas hamacas que cuelgan en el patio de una casa del vecindario. A medida avanza la madrugada, Pirijute sigue alegrando la velada compartiendo sus anécdotas entre carcajadas.

Cuando la madrugada dice adiós, el sol del nuevo día apura al titiretero Pirijute que aguarda la llegada del resto de artistas con quienes Ocelot Teatro lleva a cabo el proyecto voluntario LempArte, que nace y se desarrolla con miembros de la comunidad en coordinación de adultos y jóvenes un proceso artístico comunitario.

El equipo de creadores está aglutinado en LempArte con el sueño de incidir en esta población a través del talleres de teatro, literatura, zancos, batucada, fotografía y títeres.

Una muestra de todas esas disciplinas es la que llevan a cabo una tarde de domingo que es tan intensa como la calidez que brindan los lugareños, que sobreviven a las inundaciones y luchan por proteger a los suyos de cualquier atisbo de violencia.

–Son los cipotes los que van a cultivar ese elote si lo sembramos bien –razona José Amaya. Sí, soy idealista –agrega.

Del follaje de unos árboles baja el canto de los pájaros y el rostro de Pirijute irradia la energía de todos. Dentro de unas horas los niños interpretarán la presentación artística por la que se esforzaron tanto entre bromas y juegos.

El proyecto de Ocelot Teatro LempArte lleva talleres de teatro, títeres, literatura y otras disciplinas a la población del Bajo Lempa.

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