Entrevista
Teatro circulante, Baltazar Lopéz y Leandro Sanchez Arauz. Foto: Giuseppe Dezza
“Fui un actor famoso,
siempre andaba viajando:
aquí traigo una foto,
actuando.”
Silvio Rodríguez, fragmento de canción Monólogo.
Su vínculo con el teatro data de hace más de 50 años. A lo largo de su vida ha recorrido un largo y sinuoso camino marcado por la desilusión al arte escénico, del que se enamoró cuando se creó en 1970 el Centro Nacional de Artes (CENAR). Pero de aquel emotivo impulso no queda más que el sinsabor de reconocer que esta disciplina no ha contado con las herramientas ni los aportes para que las artes escénicas fueran exitosas y sostenibles.
Alberto Barrera
Agosto 12, 2022
El bachillerato en artes formó los futuros actores que incursionaron en el teatro salvadoreño en los años setenta. De esa época surgieron los primeros grupos que se inclinaron por representar obras con contenidos social e histórico en aquellos años previos al conflicto armado. Algunos de esos muchachos se incorporaron a la lucha armada en contra del ejército gubernamental. Otros murieron combatiendo lejos de los escenarios. Con el inicio del conflicto los trabajadores del arte fueron reprimidos, algunos se incorporaron a la guerrilla, otros se exiliaron y hubo personas y grupos de música y teatro como Sol del Río que se fueron a Europa, apoyaron la guerra y se prepararon académicamente. Cuando retornaron a fines de 1980 se presentaron en el Teatro Nacional con obras que impactaron y en los años noventa tuvieron éxito con piezas como “San Salvador después del eclipse”, escrita por Carlos Velis y que alcanzó más de 100 presentaciones. Pero para este director teatral la situación actual sigue siendo desalentadora porque el teatro es el arte del que muchos dependen para vivir o “mal vivir”, y, pese a que el talento es importante, opina que en el país “no se avanza si no hay conocimiento ni dominio técnico”.
Grupo de estudiantes del teatro del Centro Nacional de Artes CENAR, durante su examen final en la presentación de la obra Un hombre es un hombre de Bertolt Brecht. Dicha promoción la nombraron “Carlos Humberto Hernández”, compañero de estudio desaparecido el 30 de julio de 1975, en la marcha organizada por estudiantes de la Universidad de El Salvador (UES) Foto: David Méndez.
Baltazar López es un actor, productor, director y guionista de hablar pausado, a ratos con respuestas muy pensadas, dialogó desde su casa en Oaxaca, México y cuestionó al estado salvadoreño por no impulsar la educación y la cultura, la escasez de apoyo de la empresa privada y lanzó agrias críticas a gobernantes –sean de cualquier partido o tendencia–, a los que solo les interesa ganar adeptos para volverse a reelegir y engañar a la gente. También criticó al gremio de artistas, sin mencionar nombres.
López, nacido en 1952, ha tenido una larga carrera en el oficio y para ello estudió el bachillerato en artes en El Salvador, una licenciatura en Historia del Arte en Nicaragua y una maestría en guion. En 1980 salió de El Salvador a México y un año después se fue a Nicaragua. Ha escrito obras de teatro como “El túnel” y ha producido y dirigido películas de las cuales está orgulloso, pero ninguna ha tenido éxito, según dijo.
Durante la entrevista analizó sin matices el desarrollo del teatro salvadoreño en las últimas cinco décadas. “Es un proceso complicado, difícil porque somos un país que a esta altura no ha logrado crear un público teatral. En los años setenta era un momento que se estaba cambiando la imagen de lo que era el país en donde no había una tradición teatral, aunque había un momento teatral esporádico pero no había producción constante y permanente”.
Baltazar López es parte de los actores y directores que el dramaturgo y actor Carlos Velis definió como “la generación de la crisis” que trabajaron en los años previos y durante la guerra civil de 1980 a 1992, lo que a algunos inspiró para creaciones teatrales.
En la entrevista conversó sobre el desarrollo de las artes escénicas nacionales durante las últimas cinco décadas con sus altos y bajos.
La gente escuchaba la radio por la novela, un recurso válido e importante. Yo no tuve la suerte de haber escuchado esas producciones porque era muy chico o prejuicioso porque eran La llorona y los mismos temas. Después quizás hubiera valorado mejor las cosas y creo que sí tenía gran importancia que esa industria se mantuviera.
¿No había formación de actores y otras personas para montar obras de teatro hasta que se creó el Bachillerato en Artes o de qué forma se enseñaba a actuar?
Existía Bellas Artes, pero no te podría hablar de ello pues no lo conocí. Había gente universitaria que se dedicaba al teatro como Ramón Montoya, Norman Douglas con “El taller de los vagos”, el maestro (Edmundo) Barbero, figuras importantes como Isabelita Dada. También pasó un fenómeno y es que no somos agradecidos con la generación anterior, más los vemos como obstáculos. Siempre sentí que al hablar de esas personas era en forma peyorativa. No hubo una herencia transmitida de esos actores a nosotros. Era un prejuicio provinciano y no debió haber sido así.
Los setenta fueron años impactantes de ebullición política y social. Algunos grupos presentaban obras sobre hechos sangrientos en las huelgas y protestas de obreros en las ciudades o represiones criminales a campesinos en las zonas rurales. Las presentaban en actos de organizaciones de masas izquierdistas. ¿Era ésa la visión política a través del teatro?
Sí, ocurrió naturalmente. Nuestro país fue siempre tan convulsionado, tan difícil. En la creación del Centro Nacional de Artes, que fue una idea que complementó Walter Béneke, ministro de Educación de aquel entonces, con la Reforma Educativa. En esos años hay como un atractivo por hacer cambios políticos de parte de los estudiantes y no solo por los de teatro; también los artistas plásticos, los músicos, bailarines y se acompañó a los movimientos de la época: las luchas sindicales, estudiantiles, de los obreros con huelgas o protestas por equis o ye situación, pues ahí estaban los actores, los músicos con sus canciones de protesta. Obviamente había un vínculo político que no habíamos visto en el pasado…
Teatro Sol del Río 32 con la obra “Apócrifos”, presentada en la pequeña sala del Teatro Nacional en 1988. De rodillas el maestro Almilcar Flor, bajo la Dirección de Fernando Umaña. Foto: Luis Galdámez.
Con esa situación candente en los setenta el movimiento popular creció mucho y los artistas se sumaron a la lucha, pero ¿fue el teatro, los actores, los que más aportaron en esa conciencia social de lucha?
Los años setenta y ochenta fueron preguerra y guerra. En general la gente que hacía teatro estaba vinculada al movimiento político. Hoy las cosas son diferentes; sin embargo, hay grupos de teatro que usan ese estilo de ONG y tienen una agenda política, ya sea reivindicando los temas de la mujer, la no violencia familiar, el machismo, todas estas cosas que me parece perfecto, necesario; aunque lo ideal sería que la defensa de estos temas que te he mencionado es importante abordarlos en el escenario siempre y cuando no descuidemos lo artístico, es decir, que el compromiso es hacer arte y también crear una mentalidad, un espíritu crítico en la sociedad.
¿Cómo influyó el conflicto armado en las expresiones del teatro?
En el contexto latinoamericano, pues no solo en El Salvador, el teatro asume un papel beligerante en las luchas de esa época. También pasó en Colombia, Argentina, Chile, Brasil, en donde hubo dictaduras o violencia política desmesurada, y el teatro era una de las trincheras. A nosotros nos tocó asumir esa responsabilidad, de lo cual estoy orgulloso, pero tampoco me quise quedar ahí, por eso me auto exigí para formarme un poco más.
¿Hay apoyo del estado o de las empresas privadas, las universidades…?
Se creyó que con la aprobación de la Ley de Cultura y la creación del Ministerio de Cultura se resolverían estas cosas, y se siguen haciendo de acuerdo a la educación o no educación de los funcionarios de alto nivel. En general son personas sin interés. Al llegar al puesto ponen en los cargos a sus amigos y ha habido desfiles de funcionarios insensibilizados. Las universidades no tienen ninguna obligación de tener en sus centros educativos ese tipo de formaciones, pero los presupuestos que tienen para cultura son de cero, pura adrenalina. La Universidad de El Salvador (UES) solo es un semillero para atraer gente; pero no hay formación permanente. Las universidades no tienen esas responsabilidades salvo que tengan carreras como la (Universidad José) Matías Delgado con su escuela de teatro y de música, que no sé si arrancó.
¿Con este panorama, qué futuro le ves al teatro, a las artes en El Salvador?
Agregado al problema de la pandemia, el futuro no es halagador. ¿Cómo es posible que los trabajadores del teatro los puede matar una enfermedad tratable porque no tienen acceso al sistema de salud pública cuya realidad conocemos? Y no solo por la pandemia, (también) por enfermedades comunes, pero esa es la situación de los trabajadores del arte, desprotegidos de todo. Amílcar Flor*, nuestro maestro, por ejemplo, terminó en la calle en una situación de extremo abandono, terrible.
Miembros del grupo de teatro Maíz durante un ensayo en el Taller de los Vagos. De izquierda a derecha: Donald Paz, Mariano Espinoza, Dimas Castellón y Rául Cuéllar. Foto: David Méndez
Eso me lleva a recordar el Teatro Circulante que impulsaste en 1993. ¿Manejabas el camión en el que llevaban los equipos en el que montaban un escenario?
Nunca tuve necesidad de manejarlo porque teníamos un conductor contratado, pero por aquello de las moscas manejaba tramos en las carreteras. Hacíamos de todo. (El teatro) se debería llevar con unas condiciones mejores, pero los políticos están interesados en su oficio, ganar adeptos, volverse a reelegir, engañar a la gente para volver a gobernar y porqué ese interés si no tienen la mínima visión de las cosas más básicas de las necesidades de la población. Y no es hablar de tendencias políticas, ni que sean de izquierda, de derecha o de las nuevas tendencias que a saber qué son, con esto de que ya no hay quehacer ideológico y solo ser un hombre moderno y blablabla… de cosas que acaban a la deriva. No hay visión artística, pues han desfilado secretarios de Cultura, ministros que realmente creen que con presentar, difundir o proyectar la orquesta sinfónica o la compañía nacional de danza, folklórica o moderna, con eso están resolviendo el problema en el país.
(De pronto, Baltazar se detuvo pensativo y retomó la conversación hablando sobre la diferencia entre los trabajadores del teatro y un artista).
Puede ser que hagas 60 años de teatro y no llegues a ser artista, puedes llegar a ser un buen actor, un director; pero no artista, eso es otra cosa… Un artista es alguien que pasa a la eternidad.
Todo esto me lleva a entender que el panorama es oscuro en cuanto al teatro y las artes. ¿Es así?
Sí, creo que sí. Quizá soy un poco pesimista pero no me invento las cosas, trato de entender lo que pasa y esto es lo que veo. Veo gente con entusiasmo por ser actor y termina quedándose en el teatro 15 ó 20 años sin dominio técnico, sus voces no se escuchan en el escenario, cierta histeria al interpretar un personaje, pasan de la risa al enojo, no hay desarrollo de personajes complejos para que uno diga: tengo que volver a ver esta obra porque me encantó.
En algunos países ya existe un público tan desarrollado que los grupos de teatro comenzaron a hacer ensayos invitando a espectadores y hoy lo han sistematizado a tal punto que con frecuencia invitan a montajes que preparan durante dos o tres meses. Hay gente que va a los ensayos y luego va a la puesta en escena. Nosotros no tenemos ese público teatral.
Y ese desarrollo del teatro aporta actores a diferentes disciplinas como el cine o la televisión. Vos lo has ensayado con producciones de cine en películas como “El límite” o “El camino de las sombras”.
El cine es tan caro, tan costoso para producir y no tenemos interés ni por la empresa privada ni por instituciones que inviertan en ese hacer. Ha habido iniciativas, intentos. En un momento hubo fondos del estado para financiamientos de producciones y estaban contentos porque no se iba a financiar a los guionistas y si no hay guion no hay película. En general no hay una orientación, no hay claridad de que es necesaria la formación y no solo ver que esto es solo de talento… Es necesaria la técnica, la formación.
Hay una idea que planteé antes a los encargados de la Secretaría de Cultura: crear una producción de reportajes o memorias de las personalidades destacadas del país, ya sea en lo artístico, científico o cualquiera de las áreas de gente que ha destacado. Memorias pues muchos no saben quién era el maestro Barbero. Presentarlo quien es, porqué razones estaba en el país y hablo del maestro Barbero, pero también de pintores, escultores, gente destacada y también en otras áreas, pero no hay esa visión.
¿Estás frustrado?
No, fíjate que no, porque viviendo en ese medio se crean anticuerpos. Pero respeto algunos dramaturgos del país, algunas personalidades que han incursionado en el mundo de guion; pero si te fijas hoy ponen en currículos actor, director, productor, guionista y algo más. Nos llamamos maestros unos a otros, pensaba que era una forma de llamarte, pero es porque es maestro, una figura.
¿Cuál de tus películas te ha dado un reconocimiento?
Ninguna. “El límite”, que es el tema sobre pandillas, no se pudo presentar en el país, se hicieron algunas funciones privadas, chiquitas, no hubo quien apoyara, fui a hablar con las autoridades en 2008. “Ah, qué bonito”, me dijo un ministro. No, hombre, no te vengo a preguntar si te gusta o no, te propongo que difundas ésta pinche película, que la programemos en las escuelas nacionales. La poca crítica que se ha hecho de “El camino de las sombras” es un texto de un inglés que la pondera y ve que hay un dominio y conocimiento de la importancia de la película. No es en sí la denuncia, es acabar con el recurso de la tortura para sacar información que termina siendo falsa. Desde el punto de vista económico son un fracaso todas las producciones.
¿Y no ha sido posible conseguir patrocinios para producir más películas?
El oficio de productor es concreto y difícil. Para serlo necesitás tener criterios artísticos, una visión económica, facilidad de relacionarte con gente para solicitar apoyos, contactos con instituciones y personalidades. No hay un productor en el país que haga esto, hasta hoy no lo conozco; aunque quizá hay algunos que se dedican a hacer empresas de videos y logran relativos éxitos. Los hay quienes trabajan con gobiernos y me parece maravilloso. Yo no lo haría. Pero si tienen habilidad porque no se gestionan fondos para producir una buena película, pero no como todo es “el cheradismo”, que sustituye todo.
Teatro circulante, Baltazar Lopéz y Leandro Sanchez Arauz. Foto: Giuseppe Dezza
Cuando se estrenó la ópera “El Mozote”, de la cual yo fui productor, no llegó el presidente, ni la gente que uno esperaría que llegaran, no nos rentaron ni siquiera el Teatro Nacional porque había otra cosa menor que ver, como que si se estrenara una ópera cada semana en el país. Era la primera ópera, aunque a lo mejor hay 20 000 escritas, pero no las conozco. Se estrenó en el teatro al aire libre del CIFCO donde no había condiciones, pero lo hicimos.
Me dijiste que no estás frustrado, pero ¿no es frustrante ver todo el ambiente alrededor de la falta de apoyo a las artes, que no haya cultura porque no se cultiva?
Las mismas actitudes de los colegas a veces son estocadas feas, solicitas que te presten la sala o que te la renten y salen diciendo que no han visto la obra y que se necesitan audiciones… loco, si nos conocemos desde hace 50 años, es estúpido. Y si lo hacen lo más probable es que te van a decir que no.
¿Qué pensás de la vida?
La vida es maravillosa sin pandemia. Es difícil pero es maravillosa, vale la pena vivirla. Soy muy optimista en ese sentido.
¿Y de la muerte?
La veo como un complemento de la etapa de la vida. Así como del nacimiento nadie te pregunta tu opinión, pero sí de la muerte, pero los dos son importantes tanto nacer como morir.
* Orlando Amílcar Flor, maestro de teatro de tres generaciones en El Salvador, murió en diciembre de 2010 a los 71 años, convertido en un personaje excéntrico y sumido en la pobreza. Flor nació en 1939 y comenzó a los 14 años su desdoblamiento actoral en el grupo dirigido por Julio Alberto Martí, discípulo del maestro español Gerardo de Nieva. En 1953, el Teatro Escolar, una dependencia del Ministerio de Educación, era la escuela de artes escénicas disponible a los alumnos de la Normal de Maestros. Años más tarde ingresó al Alma Mater y en 1962, tras dos años de estudio en la carrera de Derecho, ganó una beca para estudiar en el Instituto de Artes Teatrales de Moscú. Y fue en la capital de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la ex-URRS) donde estudió bajo la dirección de María Osipovna Knebel, la discípula de Konstantín Stanislavski. Cuando obtuvo su Doctorado en Teatro en Moscú en 1971, un año después regresó a El Salvador y se unió al equipo de profesores del recién fundado Bachillerato en Artes. Pero Flor murió como un indigente.como morir.
Opinión
Tirso Canales, el poeta de trato agradable, verbo reposado al hablar, pero incendiario al escribir. Estaba muy convencido y consecuente con sus ideas. En la vida he conocido pocos seres humanos tan solidarios y generosos como él.
Despertar, revisar las noticias, y reconfirmar que es verdad, produce una profunda alegría. Nunca en la vida había sentido lo que sentí el día que Colombia eligió a un presidente de izquierda, por primera vez.
Letras
Rosarlin Hernández
Foto
Nací en Santa Tecla, El Salvador. En aquel año de 1961 las cosas parecían ser mayores, el sol menos agresivo, el verde más brillante. Se escuchaban las grandes orquestas cubanas y caribeñas, los tríos mexicanos y las “Big Bands” del norte.
Miembros de la comunidad LGBTIQ+ conmemoraron el día del orgullo gay acompañado de representantes de diversas sedes diplomáticas.
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