Cultura

«El experto hace un grandísimo análisis económico de un país. Entonces yo le explico enseñándole la fotografía de un campesino de 70 años que no tiene un par de zapatos: ésa es la economía».

Blancas mentiras, negras realidades

Texto: Raquel Kanorroel*
Fotografías: Luis Galdámez

Abril 19, 2024

Gió Palazzo se define como fotógrafo militante. Durante los 80 vino muchas veces a El Salvador para vivir y fotografiar el conflicto armado que desangraba al país en aquel momento. Ha donado 10 000 fotografías al MUPI, 4000 en blanco y negro y 6000 a color, las que están a disposición de quien las quiera utilizar.

«El Salvador es un país donde hay mucha luz (…) Aquí hay colores que la gente afuera no creía que hubiesen. Pasaron aquí en El Salvador —un lugar así, chiquito— las cosas mejores del mundo. Yo lo vi y lo viví. Los salvadoreños son un pueblo especial desde todos los puntos de vista (…).

»Pero hubo una tremenda oscuridad en los años 80.

»Porque El Salvador también puede ser un país tremendo donde pasan las cosas peores. Sí, en esos diez años de oscuridad pasaron aquí las peores cosas que puedan pasarle a la humanidad», expresó un apasionado Giovanni (Gió) Palazzo, originario de Castelluccio Valmaggiore, Italia, durante la inauguración de la exposición fotográfica Los 80 en blanco y negro el pasado martes 9 de abril en el Museo de la Palabra y la Imagen, MUPI, en San Salvador. 

La muestra es parte de una donación de 4000 fotografías inéditas tomadas por este italiano enamorado de El Salvador al mencionado Museo, el cual ya cuenta con otra donación suya anterior de 6000 fotografías a color.

Gió nos confiesa que, por muchos años, no supo exactamente quién o qué era, porque no se consideraba a sí mismo un reportero de guerra, ni tampoco un periodista o sólo un fotógrafo. Hasta que, en 2021, fue mencionado en un documento en Génova como uno de los 22 fotógrafos militantes de la historia de Italia (ver https://n9.cl/6zpda

«Yo soy entonces un fotógrafo militante, ésa es la definición mía», nos dice sonriente.

Reconoce que siempre ha hecho las cosas un poquito «clandestinas». Por eso en el mundo de las publicaciones preguntan quién es él, pues van a Internet y «no hay nada»: «¿Qué publicaciones ha hecho?» «¿Para qué medios ha trabajado?». Y yo respondo que para nadie; que un campesino puede tomar fotos, un profesor puede tomar fotos, un obrero puede tomar fotos. Tomo fotos porque eso soy yo. Ése es el punto».

En las fotos expuestas en el MUPI hay un claroscuro muy marcado para transmitir lo más fielmente posible la impresión que Gió tuvo y aún tiene del conflicto armado salvadoreño. 

¿Por qué en blanco y negro?

«Porque podría, en una determinada situación, hacer una foto a colores, como un fantástico afiche. Pero resulta que también, en esa misma situación, murieron 100.000 personas de la peor manera (…). Está el ejemplo de una niña de nueve meses que fotografié en Guazapa, rodeada de armas: allí no hay color, no puede haberlo», enfatiza Palazzo. 

Y es que en las fotos expuestas en el MUPI hay un claroscuro muy marcado por un oscuro muy profundo, lo cual fue intencional, en aras de transmitir lo más fielmente posible la impresión que el mismo Gió tuvo y aún tiene del conflicto armado salvadoreño.  

«El blanco y negro explica más y mejor lo que yo veía en esas situaciones. Porque no hay fotógrafos ni periodistas imparciales», asevera él.  «Aquí hay diez fotógrafos. Vamos afuera y tomamos diez fotos diferentes, explicamos diez cosas diferentes, porque somos diferentes. Cada quien tiene una visión, y la fotografía es interpretativa»

La visión de Gió se enfoca en el movimiento obrero de la historia; pues, aunque su objetivo es tomar imágenes de todos los sectores sociales en aras de resaltar los contrastes existentes entre ellos, él tiene muy definido de qué lado está y ve el mundo desde ese punto de vista.

Gió Palazzo relata sus intensas experiencias en El Salvador en los años ochenta.

«No soy imparcial, sino muy parcial. Tengo una visión política muy clara y hago de mis fotos una utilización política», enfatiza.

En cuanto a las fotografías a color, hoy se puede hacer lo que se quiere con ellas; pero en aquella época, como explica él, eran rollos de película que «se revelaban, salían como salían y ya», no admitían mayores intervenciones. Mientras que con las fotos en blanco y negro era diferente, pues, al incrementar o disminuir el contraste entre luz y sombra en ellas, se generaba un determinado impacto expresivo. 

Palazzo, un fotógrafo autodidacta, nos explica además que la cámara que tenía en los ochenta era mecánica, una Nikon F2, en la cual se tiene que enfocar el diafragma manualmente a tiempo.

«No soy imparcial, sino muy parcial. Tengo una visión política muy clara y hago de mis fotos una utilización política». Gió Palazzo. 

Lo inevitable de venir a El Salvador

A los 26 años ya tenía suficiente experiencia en el manejo de dicha cámara, pues para entonces había cubierto varios movimientos sociales en la Italia de los setentas. Hasta que en el 80 asesinan a Monseñor Romero, estalla la guerra civil salvadoreña y se expande «una onda emotiva mundial: yo tenía entonces muchas ganas de vivir y de vivirla, fue un fuego interior que me hizo decirme a mí mismo “o lo hago ahora o no podré hacerlo después”»

El destino puso entonces todas las condiciones para su venida: el conflicto en El Salvador, su edad, su ardor y su amor por la cámara. Además, en Italia, los comités de solidaridad necesitaban fotografías para utilizarlas en su propaganda. 

Él se sufragó todos los gastos para venir al país durante casi una década: venía religiosamente cada mes de agosto, en sus vacaciones. El resultado de su aventura son 10.000 fotografías que cubren nueve años de historia y que son su regalo para todo el pueblo salvadoreño.  

«Yo soy porque existe El Salvador y me explico por El Salvador», expresa. «Soy conocido en Italia como quien tomó las fotos en tierra cuscatleca: me identifican con este país y yo también me identifico con él, no sólo porque aquí me capturaron y casi me matan, sino principalmente porque me enamoré de este terruño, como muchos jóvenes en esa época. Era una cuestión romántica, revolucionaria. 

Después, sin embargo, me di cuenta que la situación era muy dura: tuve, por ejemplo, que mirar niños vivos en un momento y después muertos, enterrándolos», nos relata conmovido. 

Varios asistentes lo felicitaron y coordinaron actividades con él durante su estancia en el país. 

Un fotógrafo a lo James Bond

Llegó por primera vez al país en 1981, pero su incursión no funcionó por la falta de un carnet que lo acreditara. Además, tampoco sabía que necesitaba un permiso otorgado por la Fuerza Armada para operar como fotógrafo: «Pensaba que llegaría aquí y que podría hacer cualquier cosa, porque yo era un imponente joven y podía hacer lo que quería», comenta riendo.

Aun así, logró colarse entre los grupos de corresponsales y sacar varias fotos interesantes, muchas de ellas a cambio de sodas y otras pequeñas regalías para los fotografiados. 

Volvió a El Salvador en 1982 con sus correspondientes credenciales de la Asociación de Fotógrafos Italianos, ANFI. A medida pasaban los años, añadía credenciales más rimbombantes (como la de la Agencia LANZA).  Y es que, afortunadamente para él, en los años 80 no existían aún computadoras de uso generalizado ni mucho menos internet. Porque, de haber existido, se habrían dado cuenta de que todas sus imponentes credenciales eran falsificadas, ya que las agencias a las que orgullosamente perteneció eran fantasmas.

Pero el ardid que más le funcionó fue una fotografía que se tomó con nada menos que Domingo Monterrosa. La andaba siempre con él y la mostraba a los soldados diciendo que era amigo del coronel: aquéllos hasta se le cuadraban.

«Fui al cuartel con una de mis falsas acreditaciones italianas, el coronel [Monterrosa] me dio permiso de entrar, le tomé una fotografía y después me tomé otra con él, abrazados». 

Y es que Palazzo no tenía idea de quién era «esta gente» del Batallón Atlacatl, la ominosa brigada antiguerrilla entrenada en los Estados Unidos. Algo le dijeron, pero a él le dio igual: «Así que fui al cuartel con una de mis falsas acreditaciones italianas, el coronel me dio permiso de entrar, le tomé una fotografía y después me tomé otra con él, abrazados»

La invaluable foto fue tomada por Luis Romero, popular fotógrafo salvadoreño conocido como «Muñeca», en blanco y negro. La misma le permitió entrar en muchos cuarteles y hasta comer y dormir en ellos. Eso le dio la oportunidad de fotografiar la vida del soldado, «parte integrante del proceso social que ocurrió en los años 80. Para mí todos los actores de dicho proceso son fundamentales», acota Gió.  Y añade: «El objetivo del fotógrafo es uno solo: regresar a casa cada día con los rollos hechos, uno en blanco y negro y otro en colores».

Esto es, sin importar si, para lograr tal objetivo, había que «darle casaca» a uno de los coroneles más temidos en la historia del Ejército salvadoreño. 

Dos hermanos del alma venidos de otras latitudes durante el conflicto y enamorados de El Salvador: Carlos Henríquez Consalvi (Santiago) y Giovanni Palazzo (Gió). Muchas gracias a ambos por su invaluable aporte a nuestra patria.

Se deshace el encanto (y más trucos a lo James Bond)

Hay una fotografía en la exposición del MUPI tomada por Palazzo a un soldado con ametralladora en un helicóptero, a finales de agosto del 86, aunque en esa oportunidad Gió no iba como fotógrafo, sino como detenido hacia la cárcel de la Policía de Hacienda en San Salvador desde Usulután.

«Ya no me funcionó la foto con Domingo», apunta él. «Tomé la del soldado con un gran ángulo de 96 grados; él no se dio cuenta que lo fotografiaba también, sino que supuso que yo sólo le tomaba foto al volcán: él aparece como pensativo. Es una de las fotos que más me gustan».

En realidad, Palazzo «se entregó» sin proponérselo en esa ocasión, con la intención de salir de la zona usuluteca e irse a Nicaragua y tomar el avión de regreso a Italia; pues, si pasaba más tiempo en dicha zona, corría el riesgo de perder el avión y hasta el trabajo. 

Y es que su pasión por la fotografía lo había atrasado estando en la laguna de Alegría el día anterior, ya que había pescadores allí y a él le faltaba tomar una foto de ese tipo. Sabía que estaba en una zona bajo control de los combatientes, un grupo de los cuales andaba cerca. Tomando fotos estaba agua adentro cuando, con la oscuridad, llegó un helicóptero militar. Entonces se escondió rápidamente y se quedó la noche durmiendo en una canoa. 

La acusación en su contra fue sospecha de colaboración con un grupo terrorista. Le quitaron todo, especialmente los rollos ya hechos. 

Al día siguiente, sin ver ya soldados en el área, fue al campamento insurgente y fotografió a los combatientes, quienes le dijeron que por allí seguía la Fuerza Armada, en operativo. Palazzo tenía ya el carnet del Comité de Prensa de la Fuerza Armada, el problema era que los soldados no verían con buenos ojos que él hubiese estado allí con la guerrilla por propia iniciativa, con o sin foto de su «amigo Domingo» encima. 

Sin embargo, urgido por irse, tomó ciertas previsiones, saludó a los «compas» y se fue caminando algunos kilómetros por la carretera. Llevaba una camiseta blanca a modo de bandera, por si se encontraba con el Ejército. Y así fue. Saludó a los soldados y terminó comiendo después con ellos. Hasta le permitieron hablar por teléfono unos diez minutos. Fue entonces que llegó el helicóptero militar desde Usulután y se lo llevó al cuartel. 

La acusación en su contra fue sospecha de colaboración con un grupo terrorista.

Le quitaron todo, especialmente los rollos ya hechos. Gió corría peligro por partida doble: andaba consigo la película con los guerrilleros y —lo más grave— llevaba una carta de un médico combatiente belga para su familia. Esa misiva era la confirmación de que Palazzo apoyaba a los insurgentes. La tenía sujeta en la cintura, bajo la camiseta sucia que vestía. Entonces en cuanto pudo fue a orinar y se comió la carta, acabando así con el problema, pero dejándole una triste sensación por su amigo europeo.

Tenía miedo. Sin embargo, la previsión que tomó antes de salir del campamento guerrillero dio resultado. Y es que había invertido los rollos en blanco y negro con las películas a color, de modo que, si los revelaban, no saldría nada. Otra medida que tomó fue colocar al revés la «lengua» de los rollos que cargaba: cuando éstos están vírgenes, aquélla está hacia afuera, y cuando están hechos, está hacia adentro. Entonces, con un aparato pequeño alteró la situación: a los hechos les puso la «lengua» hacia afuera y a los nuevos se las colocó hacia adentro.

Por otra parte, tuvo que convencer a los uniformados de que él era un reportero freelance, que hacía fotos para venderlas, y que los guerrilleros le interesaban únicamente porque sus fotografías las pagaban a $30.00 cada una y las de los soldados a $10.00. La diferencia en la «cotización» era porque tenía que ir a buscar a «los muchachos» en la montaña, es decir, eran más difíciles de conseguir; mientras que los soldados estaban más al alcance en San Salvador y, por tanto, ya tenía un montón de fotos de ellos. 

Para un hombre como él, que amaba su oficio al punto de «esperar la luz, la contraluz, el sol, el blanco y negro, por la pasión misma de fotografiar y no con intención de vender», adoptar esa fría actitud «de negocios» le resultó desagradable. Pero el punto era que el argumento comercial lo entendían perfectamente los militares. Entonces lo soltaron y regresó a Italia. 

De modo que Palazzo logró «sacarles la lengua» otra vez a las autoridades. Pero «volvió a las andadas».

Así que la Policía de Hacienda lo volvió a capturar en el 88. Otra vez la misma acusación. Ahora lo llevaron a un cuarto cerrado para hacerle un hábil interrogatorio, el cual repetían cada hora aproximadamente con un interrogador diferente. Le preguntaban sobre qué hacía su abuela —nacida en 1883— para ver si caía en contradicciones. El interrogatorio duraba dos horas y lo efectuaban de día o de noche. Él perdió la noción del tiempo, pues le quitaron el reloj junto con todo lo que llevaba encima, de nuevo.  Esta vez fue deportado.

Pero Palazzo se salió con la suya: a fuerza de mentiras blancas, había logrado atesorar un cúmulo de fotos en las que supo reflejar la densa oscuridad del conflicto armado. Mintió, pues, para retratar la verdad.

Palazzo proyecta hacer un libro sobre pintas en los muros: «Esa clase de gráfica callejera fue la forma expresiva del momento político. Ahora hay poco de eso». Asegura tener como 500 fotografías sobre el tema.

Fotógrafos de agencias mundiales tomaron las mismas imágenes que Palazzo, pero con características diferentes: tenían que hacerlo así para su publicación. Él las tomaba porque le gustaba y nada más.

«Tengo 70 años, he vivido muchas experiencias, he viajado bastante de la Siberia al África, en varias formas; pero soy conocido como Gió Palazzo, el que tomó las fotos en El Salvador».

Hoy Palazzo tiene 70 años: han pasado 44 desde que tomó su primera foto en Centroamérica. Eso le ha permitido evolucionar en su interpretación de las imágenes que atesora y comparte.

¿Qué le interesaría fotografiar más en El Salvador de hoy?

Pues lo mismo que más le interesaba mostrar en aquél entonces: los contrastes, las contradicciones.

Y es que Gió guarda fotos «de la gente de ARENA en tiempos de Cristiani, en el 88, comiendo manjares en los hoteles de lujo. Yo estuve adentro, fotografiando a esa burguesía vulgar (…) Mi objetivo era enseñar la diferencia entre ellos y la gente del campo, como las mujeres destruidas por el trabajo, vendiendo en la calle todo el día con dos niños pequeños a la par. Esa es la contradicción que yo tengo que mostrar con la fotografía».

Ahora nos dice que primero iría al «paraíso» de los supermercados y centros comerciales para después tomar fotos en los barrios donde está la gente común, esa mujer de 45 años vendiendo lotería, sobreviviendo y manteniendo a sus hijos a duras penas…

Exactamente como en tiempos de Cristiani y como en todos los tiempos. 

Y a los ancianos, con pensiones de hambre y mal atendidos en los centros de salud: en fin, la «normalidad» salvadoreña de cada día. «Pero los turistas ven lindas fotos publicitarias y van al museo, a la playa, al Centro Histórico (…) Y nada cambia», señala él con tristeza. 

Se habla de un «nuevo El Salvador», pero Pallazo nos cuenta que a Italia llegan miles de inmigrantes salvadoreños que envían cada año las sagradas remesas a nuestro país para que sus familias puedan vivir aquí regularmente, pues «acá está más caro que allá». «Las Universidades y los gobiernos alrededor del mundo siempre dicen que mejoró la economía de un país porque los datos esto o los datos aquello. Pero entonces yo miro caminando a un campesino de 70 años sin zapatos: eso es mi metro de la economía. Por medio de una fotografía me doy cuenta de cómo está realmente aquélla», puntualiza.

«Mi objetivo es expresar lo que entiendo de la vida. (…) No soy otra cosa, pero hago lo que puedo hacer». Nosotros añadimos: «Y lo haces con excelencia, Gió».

«Quien no entiende su pasado está condenado a repetirlo» (proverbio chino)

Hoy Palazzo tiene 70 años: han pasado 44 desde que tomó su primera foto en Centroamérica. Eso le ha permitido evolucionar en su interpretación de las imágenes que atesora y comparte.

«Las observo todos los días, siempre estoy mirando en la memoria (…) reviviendo este periodo de los ochenta. El Salvador no sólo condicionó diez años de mi existencia, sino toda mi vida (…) Una misma fotografía la miro siempre de manera distinta, porque descubro siempre elementos distintos, y es así por la edad que ya tengo, pues ahora no poseo una visión romántica del conflicto, sino una mucho más concreta: es parte de la memoria, es una cuestión cultural», reflexiona nuestro fotógrafo militante, quien se reconoce «vivo de milagro»

«Me encanta que haya personas que estén analizando esta parte de la historia salvadoreña, especialmente gente de 40 años que no había nacido todavía durante la guerra», manifiesta entusiasmado, añadiendo que sus fotografías puede utilizarlas quienquiera, incluyendo la Fuerza Armada: «También ellos pueden llegar aquí y pedir el permiso con Santiago para usarlas, pues ése es el objetivo del archivo de fotografías históricas».

Y no deja de ser irónico —aunque reconfortante— que los militares que lo apresaron y lo deportaron en los ochenta para que no tomara más fotografías, ahora las utilicen ellos también en sitios dedicados a Domingo Monterrosa. Y Palazzo está satisfecho de que así sea. 

Al final de la presentación, Santiago —Carlos Henríquez Consalvi, director del MUPI— expresó a la concurrencia:

«Alguien dijo que Gió era un obrero con un poderoso fuego interior y una gran sensibilidad. Y para nosotros ha sido un honor tener a este ser que, si lo tocas, te quemas. Y ahora les invitamos a un vino para que brindemos por una larga vida a la memoria», a esa memoria que es el único antídoto contra el retorno del pasado. 

* Periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).

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