Cultura
Magdalena trabajó como idónea de farmacia hasta que estalló la «Ofensiva Hasta el Tope» en el 89. Actualmente trabaja en el mercado La Tiendona, donde vende medicamentos.
Texto: Raquel Beatriz Cano Ramos*
Fotografías: Luis Galdámez
Diciembre 15, 2023
Con un estilo ameno y personal, Raquel Cano nos lleva de la mano por la historia de Magdalena, una excepcional salvadoreña cuya vida, marcada de sueños y luchas, la ha vestido de madre, líder, estudiante universitaria, comerciante, amiga leal y poetisa.
Los compradores que pasan por el pabellón cuatro del sector sur del mercado de mayoreo La Tiendona ven a una señora apacible, en sus sesentas, de lentes y pelo cano, sentada junto a su pequeño puesto de medicinas («autorizadas por la Dirección General de Medicamentos», nos aclara), y la ven como a una más de tantas vendedoras que trabajan allí día a día.
Pero, ¿es realmente Magdalena Ríos de Beltrán, originaria de San Alejo, La Unión, «una vendedora más»? ¡Para nada! Ella es única, y lo es porque… Bueno, para saberlo, tendremos que continuar leyendo su interesante historia.
El puesto de Salarrué y Peralta Lagos en La Tiendona
«Siempre soñé con vivir del arte», nos dice Magdalena. Dichas palabras, en boca de una modesta vendedora de mercado, suenan a la vez insólitas y conmovedoras.
Vivir del arte: un sueño difícil de realizar en todas partes del mundo y aún más en un país como el nuestro… Pero, le dé el arte de comer o no, Magdalena cultiva sin tregua el amor por los libros y la poesía, hasta el punto de asistir religiosamente cada martes por la tarde al Club de Lectura de la Biblioteca Chapultepec, en el Centro Histórico de San Salvador, dirigido por uno de los escritores consagrados de nuestro país, el maestro Mario Noel Rodríguez, quien la tiene en muy alta estima.
Y no sólo eso: entre sus colegas vendedores ha formado un pequeño grupo de lectura y declamación de poemas, el cual consta de seis miembros que se reúnen sin falta cada miércoles entre la una y las dos de la tarde, para degustar versos y metáforas que alimentan sus mentes y corazones; escapando así, durante unos preciosos momentos de los tiránicos requerimientos de la barriga.
Pero su avidez por la lectura no se detiene allí, pues ella mantiene siempre en su puestecito algunos libros como Cuentos de Barro, de Salarrué y Brochazos, de José María Peralta Lagos, los cuales disfruta cada vez que puede.
«Bueno, ¿y ahora no nos va a leer “La petaca” o “La honra” o “Juan Pachaca”?», le preguntan sus colegas vendedores con frecuencia. Y Magdalena con gusto complace sus requerimientos.
Los compradores que pasan por la zona, al escucharla leer (a ella sola o junto a su grupo de los miércoles) suelen detenerse y prestar atención. Entre extrañados y fascinados por percibir la presencia de las musas entre toldos polvorientos, rústicos canastos y variada mercadería, suelen involucrarse también en la actividad.
«Cierto día estábamos leyendo el relato “Pura fórmula”, de la obra Brochazos, el cual sorprendió mucho a un comprador, pues allí se narra el caso de un desgraciado usurero (Gabriel Garduña) quien, no contento con haberse quedado a fuerza de “puras fórmulas” legales —es decir, trampas— con la finca del pobre Modesto, encima dizque le regala a éste una vaca con su ternerito… ¡Pero sólo para mandar a herrar después a los dos animales con su propia marca! Recuerdo que el comprador estaba indignado, y me preguntó que dónde podía conseguir el libro.
Lamentablemente, hay muchos buenos libros que la gente desconoce. Y lo que es peor: muchísima gente apenas sabe leer. Aquí en el mercado hay algunos bachilleres, pero también bastantes analfabetas. Aunque, eso sí, ¡con un gran talento para los números!», nos dice riéndose.
Magdalena mantiene en su puestecito algunos libros como Cuentos de Barro, de Salarrué y Brochazos, de José María Peralta Lagos, los cuales disfruta cada vez que puede.
El puesto de Salarrué y Peralta Lagos en La Tiendona
El pasado martes 14 de noviembre, rompiendo con su propia tradición, Magdalena no asistió al club en la biblioteca, y no lo hizo porque… ¡El club llegó en pleno a celebrar su sesión de lectura al pabellón cuatro sector sur de La Tiendona! Y allí recibió ella alegremente a sus compañeros.
El grupo llegó en procesión al mercado desde la Biblioteca Chapultepec, ubicada sobre la 8.vª Avenida Norte, a las 2:00 de la tarde, hora en la que había ya poca gente comprando, pues el mayor movimiento comercial es temprano por la mañana.
Los vendedores, ubicados alrededor del espacio donde se acomodó el club, estuvieron pendientes de la actividad, pues aquella visita significó una irrupción excepcional de versos compuestos por los mismos miembros del grupo o por figuras legendarias de la poesía, como el chilenísimo Pablo Neruda, el españolísimo Federico García Lorca y el salvadoreñísimo Roque Dalton. Y claro, no podía faltar la lectura de los entrañables Cuentos de cipotes del también entrañable Salarrué.
Por su parte, Magdalena (la «Reina del club», como la llama afectuosamente el maestro Mario Noel) declamó dos poemas de su autoría.
Bajo la mirada de Salarrué, Roque Dalton y otros valores literarios, el Club de Lectura de la Biblioteca Chapultepec se reúne cada martes por la tarde.
El club celebra su sesión de lectura en el pabellón 4 sector sur del mercado La Tiendona. En la imagen, Magdalena lee mientras le escuchan sus compañeros Manuel Saravia, Mario Noel Rodríguez, Demetrio Turcios, Mariano Espinoza, Andrés Solá y Obdulio Mena.
En fin, aquella tarde las musas irrumpieron amistosamente en La Tiendona y mostraron a los presentes su oferta de encanto estético, que fue muy bien recibida, pues en el pecho de nuestros modestos vendedores —esos salvadoreños «vendelotodo», tan peculiarmente homenajeados por Dalton en su inmortal Poema de Amor— anida una fuerte demanda por ese algo más que alimenta el espíritu y que nos permite trascender los confines de la cotidianidad, ese algo más que Magdalena les comparte a diario en medio de su rutinario esfuerzo por ganarse ese pan que alimenta al cuerpo… pero que deja con hambre al alma.
En el pecho de nuestros modestos vendedores —esos salvadoreños «vendelotodo», tan peculiarmente homenajeados por Dalton— anida una fuerte demanda por ese algo más que alimenta el espíritu.
De la Biblioteca Nacional a la Chapultepec
Pero, ¿cómo llegó Magdalena a formar parte del club? Ella responde: de la mano de la pandemia.
«Para entonces yo visitaba la Biblioteca Nacional, pues en 2019 estudiaba en la Universidad de El Salvador, en línea. A la biblioteca iba a recibir clases y a hacer mis tareas. Pero en eso se vino la pandemia desgraciada y lo complicó todo. Ya no pude continuar sacando mi carrera, pues mi negocio es muy pequeño y no me daba para cubrir el costo de internet».
Magdalena aspiraba a una licenciatura en Ciencias Naturales y Matemáticas. Le preguntamos sobre su motivo para estudiar esas materias y no algo afín a su vocación poética, y fue allí cuando nos dijo: «Siempre soñé con vivir del arte… ¡Y quiero vivir del arte! Sin embargo, acá en el país no hay políticas que le garanticen al artista poder vivir de su labor estética. Si en el mundo entero es difícil, aquí lo es todavía más. Pero también me gusta la Ciencia».
Ella trabajó como idónea de farmacia por muchos años, hasta que estalló la Ofensiva Hasta el Tope en el 89, cuando perdió su empleo por las complicaciones que dicho conflicto trajo consigo. El trabajo farmacéutico requiere de conocimientos de química y de contabilidad, por lo que no es extraño que su avidez por el saber abarque las ciencias y los números. Aclarado lo anterior, nos dice al fin cómo terminó llegando al Club de Lectura de la Biblioteca Chapultepec hasta volverse su «Reina», lo cual nos deparó otra sorpresa:
«Me invitó el compañero Mariano Espinoza (notable mimo y actor teatral), pues yo ya era conocida entre los poetas del Centro Histórico. Pero no atendí inmediatamente su invitación, pues en ese entonces me encontraba preparando mi libro de poemas titulado El jícaro, aún inédito. Para la hechura de dicho libro viajé a Oriente en varias ocasiones, donde residen mis parientes, y allí pedía que tomaran fotos de estos árboles y sus frutos para publicarlas después en la obra, ya que busqué jícaros en San Salvador y no encontré.
En el libro hablo también de las piedras de moler que allá se fabrican, de las casas de piedra y de otras cuestiones propias de la zona. En fin, un escritor debe siempre investigar bien sobre los temas que escribe».
Antes de que Mariano la invitara al club, ella ya acudía a la Biblioteca Chapultepec desde que ésta se encontraba sobre la avenida Juan Pablo II, a leer los periódicos cada vez que podía (costumbre que mantiene hasta hoy, pues «me gusta estar informada»). También llevaba allí a sus hijos pequeños a hacer tareas.
Magdalena es autora del libro de poemas El jícaro, en proceso de publicación. Ingresó en noviembre de 2021 al club de lectura de la Biblioteca.
Cierto día, en noviembre de 2021, aún trabajando en la recopilación de material para su libro, decidió ingresar al club. En ese entonces, sus miembros leían Cenizas de Izalco, de Claribel Alegría, siempre bajo la coordinación del maestro Mario Noel Rodríguez. Por cierto, Magdalena ya conocía al maestro, pues él aparecía en los cromos sobre escritores nacionales que ella solía vender: «¡Nunca me imaginé que lo conocería personalmente!», nos dice con alegría.
Magdalena quiere «cambiarle ropa» a La Tiendona
Así como Magdalena, la poetisa, sueña con vivir del arte; Magdalena, la líder, sueña con «cambiarle ropa al mercado», pues siente una profunda gratitud por éste.
«Gracias a La Tiendona pude sacar a mi hija mayor como licenciada», nos relata, con una mezcla de orgullo y tristeza. Orgullo, porque su primogénita llegó a viajar por el mundo gracias a que no desperdició la oportunidad que su esforzada madre le brindó; y tristeza, porque esa hija ya no está entre nosotros…
¿Y cómo piensa ella «cambiarle de ropa» a su querida Tiendona? Pues mediante la construcción de un plafón.
«Éste es un proyecto que mis compañeros del sector cuatro y yo propusimos hace 23 años a la administración de este mercado. El proyecto está vigente porque la Gerencia lo considera factible; pero el «detalle» es que no hay dinero para realizarlo, así que se encuentra archivado.
El plafón permitiría habilitar un parqueo donde los vendedores nos ubicamos ahora, pues no es posible que se diga que La Tiendona es la «Reina de los Mercados» y no cuente con uno.
Sobre dicho plafón se construirían dos plantas: la segunda para las ventas (calculamos que cabrían unos 1,000 vendedores) y la tercera sería una escuela para nuestros hijos y nietos. Y —¿por qué no?— tal vez, más adelante, una universidad…».
Magdalena entorna los ojos por un momento y sonríe, pero después se pone seria, al recordar con decepción cómo han pedido apoyo en vano a empresas, organizaciones y alcaldes durante el casi cuarto de siglo transcurrido desde que presentaron el proyecto.
Hasta llegó a armar una conferencia de prensa multitudinaria hace casi 10 años, para denunciar el incumplimiento de cierto edil a su promesa de hacer de La Tiendona un mercado diferente: «Si yo no cumplo —les dijo él a los vendedores siendo candidato—, hasta allí llega mi carrera política».
Pues no cumplió… pero su carrera siguió.
Y es así como el sueño de Magdalena, la líder de vendedores, aguarda todavía hacerse realidad.
Magdalena y otros vendedores tienen más de 23 años de venir luchando porque se construya un parqueo y dos pisos más al mercado La Tiendona, pero solo han recibido falsas promesas.
«La unión hace la fuerza»
A la pregunta de si los vendedores de La Tiendona están organizados actualmente, Magdalena responde:
«Existe en este momento la Cooperativa ACONSOL de RL, la cual aglutina sólo a los vendedores de esta línea donde me encuentro. Soy la presidenta del Consejo. Nuestra Cooperativa está registrada en Hacienda e INSAFOCOOP y declara según manda la ley; pero —otra vez— ¡lo que no hay es pisto!», exclamó, soltando una carcajada.
«Cada sector en La Tiendona tiene su propia asociación, pero la nuestra es la única registrada. Existe comunicación entre todas las agrupaciones, pero nunca ha existido una cooperativa general o una confederación». Le proponemos entonces formar una a ella, mujer «de armas tomar». Magdalena sonríe y se queda pensativa.
«Aunque sin pisto, sí que nos ha servido de trinchera la cooperativa —continúa—, como cuando el clan Quijano quiso deshacer la Ley de Mercados. Nosotros fuimos entonces a la Asamblea a esperarlo el día en que se leería la respectiva pieza de correspondencia. Pero no llegó: seguramente le avisaron que estábamos aguardándolo. Y hasta allí quedó la cosa, pues se llevaron la dichosa pieza “al congelador”. De manera que sí nos ha servido tener la Cooperativa. Como bien dicen, “la unión hace la fuerza”».
«Bueno, ¿y ahora no nos va a leer “La petaca” o “La honra” o “Juan Pachaca?”», le preguntan sus colegas vendedores con frecuencia.
El «hombre necio» y los «retoños» arrechos
Cuando hablamos de cómo conoció al hombre con el que lleva casada 30 años (don Mario Edmundo Beltrán), nos responde que a raíz de la ya mencionada «Ofensiva Final».
«Al perder mi empleo como idónea de farmacia por el problema de transporte que se suscitó, me dieron una pequeña indemnización. Me dediqué entonces a meter currículos en otras farmacias, pero nada; y fue así porque, aunque era muy ágil para despachar y leer recetas de médicos (lo cual es una verdadera técnica), para esa época ya empezaban a proliferar las computadoras y yo aún no podía utilizarlas.
Entonces escuché que en el Puerto de Acajutla había trabajo. No me gustaba la perspectiva de empacar pescado, pero tenía necesidad de pagar el lote donde ahora vivo y, sobre todo, de mantener a mi única hija en ese momento, Nilda Astrid. Sin embargo, sólo hice colas para nada. Por tanto, como se acercaba Semana Santa, solicité permiso a la Alcaldía de allá para vender bebidas y me lo otorgaron.
Así fue como lo conocí. Él trabajaba en CEPA; llegaba a comprarme bebida a cada rato… ¡Y fue un hombre tan necio que no me lo pude sacar de encima!». Risas.
Así que don Mario la flechó con su insistencia. Pero, pasado el tiempo, «le fui tomando más y más aprecio», nos confiesa Magdalena, muy sonriente. Tanto aprecio le tomó que procreó 3 hijos con él: Clara Eunice, Sandra Magdalena y Nahúm Amós.
«Clara Eunice y Sandra Magdalena sacaron el bachillerato e hice mi mejor esfuerzo por ingresarlas después a la universidad, pero no pude afrontar tanto gasto». Magdalena.
Nilda Astrid, su primogénita, fue el fruto de una malograda relación anterior. Por eso fue que su ahora esposo tuvo que esforzarse tanto para que ella se decidiera a darle el sí. Y, luego de tres décadas, ese sí continúa resonando…
Sin embargo, aunque don Mario compró un pick up para hacer viajes con la indemnización que le dieron en CEPA tras perder el empleo hace varios años, pudiendo así proveer junto a Magdalena a la manutención del hogar, por desgracia él fue perdiendo paulatinamente la vista, hasta el punto de estar ahora casi ciego. Y, con ello, inhabilitado para trabajar en cuestiones que le proporcionen ingresos suficientes. De modo que Magdalena sólo cuenta con su propio trabajo y el apoyo de sus hijos para subsistir junto a ese «hombre necio» que conquistó su afecto a principios de los noventas.
Respecto a esos mismos hijos nos dice: «Estoy muy orgullosa de ellos, pues se ganan la tortilla honradamente. Y, además, ¡son muy bonitos! ¡Salieron parecidos a mí!», exclama, riéndose de nuevo.
«Clara Eunice y Sandra Magdalena sacaron el bachillerato e hice mi mejor esfuerzo por ingresarlas después a la universidad, pero no pude afrontar tanto gasto. No obstante, a Dios gracias, al conocer ellas el mercado, se enamoraron de las “coras” ganadas con su trabajo. Así que ahora ambas tienen cada una su propio negocito en el lugar donde viven. En cuanto a mi hijo, él trabaja con los mayoristas empacando y vendiendo plátanos.
Los tres sacaron madera de comerciante. Yo les enseñé a trabajar, y estoy muy agradecida con ellos porque nunca me han avergonzado», nos dice con otra gran sonrisa.
Pero de pronto recuerda a Nilda Astrid y, aunque no deja de sonreír, su mirada se ensombrece… «Gracias a mi Dios, sí logré pagar con este puesto en La Tiendona la carrera de Licenciatura en Química de mi hija mayor.
Nilda vendió también aquí; pero siempre aspiró a más. Son célebres las palabras que solía decirme: “Como pobre que soy, tengo que estudiar para subir la escalera. Príncipes y princesas no necesitan estudiar porque tienen cómo vivir. Sin embargo, don Felipe de España es licenciado”.
Y es que mi hija era inteligentísima; hasta fue becada por la Universidad de El Salvador. Todo el tiempo sacó el primer lugar y viajó por el mundo como defensora de los Derechos de la Mujer, pues fue miembro de la Organización Feminista “Mélida Anaya Montes”. Falleció a sus 40 años durante la pandemia. Dejó 2 hijas —mis preciosas nietas— que ahora estudian en la UES».
En 2019 Magdalena estudiaba en la Universidad de El Salvador, en línea. Luego, se vino la pandemia y ya no pudo continuar por no poder cubrir el costo de la internet.
Bachiller “contra viento y marea”
El amor al conocimiento y las altas aspiraciones de Nilda Astrid seguramente las heredó de su madre, pues el tesón de Magdalena por el estudio se manifestó a temprana edad.
En su natal La Unión, Magdalena sólo pudo estudiar hasta segundo grado. A los trece años se vino a vivir a la capital, aprovechando entonces para estudiar por las noches en la Escuela República de Honduras hasta sacar noveno, el máximo grado académico al que se podía aspirar en las escuelas nocturnas. «Pero siempre esperé una oportunidad para sacar mi Bachillerato. Hasta que al fin logré sacarlo en la Escuela España, graduándome en 2011». Todo un ejemplo de persistencia.
«Clara Eunice y Sandra Magdalena sacaron el bachillerato e hice mi mejor esfuerzo por ingresarlas después a la universidad, pero no pude afrontar tanto gasto». Magdalena.
El Llamado de Magdalena
«Hago un llamado a todos los capitalinos a que vengan a visitarnos, pues a este mercado llega producto de casi toda Centroamérica.
Hago un llamado a la empresa privada y también a los organismos nacionales e internacionales para que nos ayuden a cumplir nuestro sueño de «cambiarle ropa» a La Tiendona, mediante la instalación del plafón y la construcción de dos plantas. Porque es justo y necesario que la empresa privada apoye a sus consumidores finales. Y los vendedores del mercado somos a la vez consumidores y distribuidores de sus productos.
También la exhortamos a que genere empleo, porque así nadie pensará en emigrar… ¡Qué lindo sería que los salvadoreños encontrarán aquí todo lo que necesitan y no se vieran obligados a buscar en otra parte!
Volviendo a nuestro mercado, en este momento se están mejorando las instalaciones, lo reconocemos… Pero no, ése no es el sueño de Magdalena y sus compañeros».
Epílogo
Un martes por la tarde, días después de entrevistarla en su puesto de medicinas, encontramos a Magdalena de nuevo en la biblioteca.
Llega siempre apoyada en su bastón y con su mochila. Observamos cómo atiende la lectura del día y escucha atentamente a sus compañeros. En este momento se estudia la obra Pobrecito poeta que era yo, de Dalton. Y cualquiera que conozca a este autor sabe que no suele ser de fácil lectura.
Sin embargo, Magdalena pareciera no necesitar siquiera leerlo para comprender el espíritu profundamente salvadoreño que impregna su obra; un espíritu a la vez rudo y tierno, iconoclasta y devoto, como lo es el de todo sobreviviente. Porque el pueblo salvadoreño es un pueblo de sobrevivientes, como Magdalena:
Sobreviviente de la pobreza de su cuna, pobreza que sin embargo la estimuló desde muy temprano a superarse…
Sobreviviente de un amor fallido, que le permitió no obstante concebir una hija excepcional…
Sobreviviente de la «ofensiva», que la dejó sin empleo; pero que le permitió por eso mismo encontrar el afecto de un buen hombre y formar con él una linda familia…
Sobreviviente de la dureza del sistema, que aún le niega la realización de sus dos sueños (vivir del arte y «cambiarle ropa» a su querido mercado); pero que la ha motivado a ser líder….
Roque Dalton “preside” la reunión del Club en la que se da lectura a una de sus obras.
Sobreviviente de la traición de aquel alcalde, lo que sin embargo le permitió mostrar su valor…
Sobreviviente a la pandemia, que le truncó sus estudios universitarios y —¡máximo dolor!— la privó de aquella hija excepcional… pero que la trajo al club, Dios sabe ahora para qué designios.
Mientras tanto, Magdalena, la soñadora, seguirá saliendo a diario de su casa a más tardar a las 6:45 de la mañana, luego de dar desayuno a su casi invidente esposo, y pasará comprando la mercadería pertinente en las farmacias de mayoreo. Cruzará por el Centro Histórico después de comprar y tomará allí cualquier bus que la lleve a La Tiendona. Y al fin llegará alrededor de las 9 a.m. a su puestecito; donde, como ella dice, «vendo medicinas populares (analgésicos, antigripales, antidiarreicos, vitaminas…) y cultura, toda la cultura que pueda».
Termina la lectura en el club. Luego de los pequeños coloquios que se arman tras ésta y de las amistosas despedidas, Magdalena emprende la marcha de regreso a casa, caminando despacio y a golpe de bastón hasta la parada de buses, donde toma la ruta que la deja un trecho abajo de su hogar, para llegar al cual tiene que subir todavía unas gradas…
Al verla alejarse, pensamos: «¿Magdalena, la soñadora? Sí… Pero, ante todo, Magdalena la luchadora».
* Periodista, correctora de pruebas, pintora, dibujante y profesora de dibujo y pintura. Coeditora del Periódico índice , publicado en Diario El Mundo en 1992 y autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención Honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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