Cultura/Artículos
Ilustración: inteligencia artificial con intervención gráfica de Luis Galdámez
Miguel Huezo Mixco*
Marzo 10, 2023
La habilidad del ChatGPT para mantener conversaciones y ofrecer respuestas sobre temas complejos, ha hecho entrar en pánico a catedráticos y eruditos en todo el mundo. El lingüista Noam Chomsky advirtió su funcionamiento como “plagio de alta tecnología”; The Atlantic proclamó la muerte del ensayo universitario, y Nature reveló que los resúmenes escritos por el “bot” eran lo suficientemente científicos como para engañar a otros académicos… Pero en lo que se refiere a la historia y la literatura salvadoreña, ChatGPT tiene mucho que aprender.
Una de estas madrugadas, acechado por el insomnio, hice un intercambio sobre historia y literatura salvadoreña con el célebre bot. A continuación, comparto mis notas y algunas capturas de pantalla que muestran que este texto, aunque pudiera parecerlo, no es una ficción.
Le pedí que escribiera un breve texto sobre la historia de El Salvador y respondió que “es un país ubicado en Centroamérica, con una historia rica y diversa. A lo largo de la historia, El Salvador ha sido influenciado por diferentes culturas, incluyendo la maya, la española y la norteamericana”. El arranque no estaba nada mal. La escritura es solvente: construye párrafos y hace un uso correctísimo de la puntuación… Nada extraordinario si se recuerda que ya existen herramientas de inteligencia artificial (IA), como Jasper, Dupla y Copy.ai., para redacción de contenidos. Pero detrás de la buena redacción me encontré con un salpicón de imprecisiones.
He seleccionado las siguientes capturas como un ejemplo de uno de los tramos donde respondió falsedades: la economía cafetalera salvadoreña no comenzó en el siglo XVI; otra: el Estado de El Salvador tuvo su primera Constitución en 1824 y adquirió su estatus de república independiente en 1859, y no en 1839. Una más: la dictadura del inevitable general Martínez inició en 1931 y no en 1932. Tampoco duró solo diez años. Además, el militar fue derrocado en 1944, y no en 1945, por un alzamiento civil no violento, y no por un golpe militar.
Le pedí un panorama de la literatura salvadoreña, y el bot escribió un elegante lugar común: “La literatura salvadoreña es una rica y vibrante expresión cultural que ha evolucionado a lo largo de los siglos…”. Su fuerte son los comienzos, pero, a la hora de los datos, fabrica disparates.
El bot identificó como la obra más representativa del periodo colonial una inexistente Relación de la Conquista de El Salvador, que atribuyó al conquistador Pedro de Alvarado. El único escrito de Alvarado que se conoce sobre la conquista del actual territorio salvadoreño son las Cartas de relación que escribió a Hernán Cortes. Para el bot, entre los escritores del periodo figura Diego de Guzmán, uno de los encomenderos más ricos del Reino de Guatemala, poseedor de la encomienda de Tecpán Izalco, de Sonsonate. Seguramente llevó libros contables, pero no se le conocen obras literarias.
El programa le puso la cola al burro anotando a Francisco Gavidia como uno de los autores más destacados del siglo XIX. Pero, tuvo tres gruesas equivocaciones: situó a Salarrué (nacido en 1899) como un autor del siglo XIX e incluye como otros sobresalientes literatos al respetable Salvador Mendieta, de nacionalidad nicaragüense, y al expresidente Rafael Campo, este sí, salvadoreño, pero a quien no se le conoce gloria literaria alguna.
Ante mis repreguntas, el cacharro mezcló aciertos con nuevos desaciertos. Entre los autores más notables del siglo XX señaló, de nuevo, a Salarrué, diciendo que es uno de los “principales representantes del realismo mágico”. La información que brindó sobre Roque Dalton —“poeta y escritor revolucionario que luchó contra la dictadura militar en El Salvador y fue asesinado en 1975”— fue correcta. La lista incluyó a Manlio Argueta — “escritor y periodista que ha abordado en su obra temas como la migración, la violencia y la memoria histórica” —. El siguiente en la nómina fue Horacio Castellanos Moya, del que citó dos de sus obras más conocidas: La diáspora y El asco. Como se lee en la siguiente captura, agregó en la lista a un desconocido Salvadoran Castellanos Moya. Parece que el programa tenía un “bug” atorado en la tubería.
De Claudia Lars dijo, equivocadamente, que además de poeta fue “ensayista”. Citó correctamente sus obras Canción redonda y Tierra de infancia, pero le atribuye la autoría de Estío, una colección de cuentos de la estadounidense Edith Wharton. En el caso de Claribel Alegría aseguró que la poeta se exilió en Nicaragua durante la guerra civil salvadoreña; en realidad, Claribel no vivía en El Salvador desde muy joven, y su traslado a Nicaragua fue un gesto de apoyo, como el de otros bienintencionados escritores y artistas, a la malograda Revolución Sandinista. Como puede apreciarse en la captura siguiente, entre otros desatinos escribió que los poetas nicaragüenses Gioconda Belli y Ernesto Cardenal son tan salvadoreños como Alfredo Espino.
De Álvaro Menéndez Leal dijo que nació en 1925 (la fecha correcta es 1931) y falleció en 1995 (en realidad, murió en 2000); le atribuye, además, obras que no son de su autoría: El pueblo del sol—un libro del mexicano Alfonso Caso—, y El pueblo de los pájaros—que no figura en su bibliografía—. La guinda del pastel es la afirmación de que el autor de Luz negra fue uno de los fundadores del Partido Comunista salvadoreño… ¡en 1970!
Las cosas no terminan allí. Le pedí al programa que reseñara la trayectoria del poeta quezalteco Alfonso Quijada Urías y respondió diciendo que es “uno de los escritores más importantes de la literatura mexicana contemporánea”… originario de Ciudad Juárez, Chihuahua.
Al preguntarle por la novelista Jacinta Escudos respondió que es una personaje creada por la chilena María Luis Bombal en su novela La amortajada. Sin embargo, la protagonista de la obra ni siquiera se llama Jacinta, sino Ana María.
¿De dónde saca la información este célebre bot? ChatGPT es alimentado de información que proviene principalmente de internet. Un reciente reportaje de BBC Mundo revela que el ChatGPT usa unos 175.000 millones de parámetros o variables, para decidir qué responder. Esto es posible por el trabajo de miles de empleados que etiquetan millones de datos e imágenes para enseñar a la inteligencia artificial cómo actuar.
En lo que corresponde a la literatura salvadoreña, en la web circulan centenares de libros, revistas, blogs, ensayos académicos y wikis colaborativas que le servirían al programa para mejorar la información disponible, que de poco sirven sin el etiquetado de esos obreros —el eslabón más pobre en la cadena de producción— subcontratados por las grandes empresas tecnológicas. Evidentemente, El Salvador es una isla ignorada por los mapas de la inteligencia artificial.
* Escritor salvadoreño
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