Cultura
Mauricio Osorio y Lissania Zelaya improvisaron con bastante acierto luego de breves —pero claras— indicaciones de Noé Valladares
(Segunda y última parte)
Julio 12, 2024
«La permanencia, perseverancia y persistencia
a pesar de todos los obstáculos, desalientos e imposibilidades:
es eso lo que distingue las almas fuertes de las débiles».
Thomas Carlyle, filósofo e historiador
Si hay personas a las que describe la frase de Carlyle, esas son las que rodaron la película Encuentros, dedicada a la juventud criada en y por la violencia. Efectivamente, el largometraje fue filmado «a rempujones» entre 2012 y 2014, prácticamente «haciendo magia» para sacarlo adelante.
Decíamos en la primera parte que entre los miembros del equipo y el elenco del film —quienes trabajaron completamente ad honorem— se fraguó un espíritu de hermandad que subsiste a través del tiempo, dando lugar al nacimiento del Colectivo Encuentros: pasaban juntos sus días libres, trabajando por puro amor al arte y sin descuidar sus labores cotidianas a pesar del cansancio (puede leer la primera parte en este enlace: https://n9.cl/nbwcc).
Pero el «grupo motor» de este colectivo, que se metió en el «huevo» de producir un largometraje en El Salvador y que estuvo a cargo de las decisiones, está conformado por Noé Valladares, director y guionista; Fabricio Sibrián, director de fotografía; Nelly Guevara, directora de arte, y Leticia Macua (o Letty, de nacionalidad española), asistente de dirección y producción, además de continuista y runner.
No obstante, en la práctica todos fueron «todólogos», pues cada integrante del grupo hizo lo que fue necesario para que la filmación saliera adelante lo mejor posible. Y, aunque Valladares consultaba su parecer, «nosotros estábamos allí para apoyarlo en su visión y su locura», manifiesta una sonriente Letty.
Milton Barahona, «Don Pepe» (izquierda, quien suscitó un «flechazo actoral a primera vista» en Valladares) y César Pineda (derecha), perfecto en el papel de su lugarteniente
«Como artista, uno tiene ideas, diríamos, “clavadas en la mente”, y siempre quise hacer una película sobre este tema”, manifiesta Valladares. De hecho, había comenzado antes a producir un largometraje con esa temática (Catorce abriles locos)». No la concretó porque era muy problemático hablar sobre violencia entonces, «pero quedó la idea, con la cual se me ocurrió continuar desde otro ángulo».
Valladares buscaba una nueva propuesta estética, preguntándose qué elementos combinaría para forjar la nueva historia: «Uno agarra elementos de aquí y allá, los revuelve y sale una cosa diferente, y esta fue la lógica utilizada en Encuentros», afirma el director cuscatleco, egresado del CENAR como actor teatral en los setenta y quien ampliara sus estudios histriónicos en España, para luego participar como asistente de dirección en una gran cantidad de filmaciones internacionales.
Fabricio Sibrián recuerda que los primeros días fueron un caos, porque los miembros del equipo no se conocían entre sí.
El entonces jovencito aprendiz de director, Fabricio Sibrián (derecha), prepara la cámara para una escena con alta carga simbólica
En 2012 —con la idea de Encuentros ya bien «clavada» en su mente—, Valladares trabajaba en la Escuela de Cine Comunitario de la Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental (ACISAM), y era jefe de un veinteañero apasionado por el cine, quien impartía allí clases de edición. El joven estudió periodismo porque esta carrera fue lo más parecido que encontró al séptimo arte en el país.
«Cuando me manifestó eso, le dije “¡Venite, que yo tengo experiencia (…)! ¡Démole!”», recuerda Valladares, refiriéndose a Fabricio Sibrián, hoy propietario de la productora Chimbolo Films.
El joven aceptó encantado y comenzaron a buscar colaboradores. Relata Sibrián: «A mi hermano, quien también estudiaba periodismo, le dije: “¡Venite, maje, vos vas a hacer audio!” (…), mientras que yo empecé como asistente de dirección».
Después llegó Luis «Lucho» Melara, camarógrafo profesional y director de fotografía inicial. Aunque Noé y Fabricio ya contaban con algún equipo, él llevó su propia cámara y sus propios asistentes. «A mí me gustaba lo de la cámara, aunque no sabía absolutamente nada de ella, así que me acercaba a Lucho y él me enseñaba», recuerda Fabricio.
Un día el camarógrafo ya no pudo continuar, por otros compromisos. Para entonces, Sibrián ya sabía más o menos cómo manejar la cámara y, a solicitud de Noé —«¡Démole!»—, él se comenzó a hacer cargo de la dirección de fotografía: «Fuimos equivocándonos para aprender, como decíamos en la Escuela de Cine Comunitario», acota Noé. También fueron experimentando porque, para Valladares, el cine es experimentación.
De modo que Fabricio empezó a informarse sobre cámaras, lentes y técnicas de iluminación: «Me metí a construir cositas que funcionaran, como tubos de fontanería para montar las luces». Poseído por el entusiasmo, llegó hasta a comprar un carro usado para trabajar en el proyecto y a construir una grúa para ciertas escenas, y se perfiló como el más «todólogo» de todos.
Mientras tanto, Valladares convocó a Letty Macua, periodista, experta en comunicación institucional y producción audiovisual. Alumna de Noé en 2010 durante un Diplomado de Cine y Televisión en la Escuela Mónica Herrera, ya tenía experiencia previa en cinematografía.
«Al final teníamos que crear con los recursos que encontrábamos: eso ya es un estilo en sí mismo». Nelly Guevara.
Nelly Guevara, también alumna de Noé en el mismo diplomado, «entró al ruedo» cerca de un año después: llegó a la Casa Tomada del Centro, donde filmaban por entonces, a entrevistarse con él. Pero Valladares, saludándola y dándole la mano, le dijo de inmediato: “Tú eres la directora de arte». La instantánea —y sorprendida— directora quedó después cautivada por los elementos oníricos y random de la propuesta estética de Encuentros.
Por la consabida limitación de medios, «al final teníamos que crear con los recursos que encontrábamos: eso ya es un estilo en sí mismo», afirma Nelly. Por ejemplo, el vestuario se compraba en las ventas de ropa usada. Por otra parte, «para cada escena había una bolsa con los elementos que en ella se utilizarían, eso lo aprendí trabajando en las grandes producciones», explica Valladares.
Recuerda Fabricio que los primeros días fueron un caos, porque los miembros del equipo no se conocían entre sí, sino que sólo a Noé, quien fue el factor aglutinador.
Una locación más que peculiar: la otrora Casa Tomada del Centro, literalmente tomada por un grupo de artistas que promovían la cultura gótica en 2012. Varios de ellos aparecen en Encuentros. | Foto: Iván Escobar
Los gemelos Jaco, de personalidades disímiles, pero idénticos físicamente y además morenos, igual que «su padre» en la película (don Pepe), en plena sesión de maquillaje
Para Joaquín, el protagonista, «necesitaba un actor teatral que, sin embargo, no fuera tan —digamos— expresivo; pues en teatro el actor debe procurar ser escuchado hasta la última butaca, mientras que en cine es todo ante la cámara», explica Valladares, agregando que buscaba a alguien con una expresión «incógnita». Para dicho papel aplicaron varios aspirantes, ya que Noé buscaba un determinado tipo físico. Entonces apareció Mauricio Osorio, joven integrante de un grupo teatral de la UCA, recomendado por quien haría el papel de la abuela, la veterana actriz salvadoreña Dinora Cañénguez.
El próximo personaje encontrado fue el ladrón amigo de Joaquín (Ernesto). Valladares había visto anteriormente a Milton Torres en un cortometraje, sintiéndose atraído por los grandes y expresivos ojos del actor y por sus capacidades histriónicas. Era tan buen actor que Noé decidió darle más secuencias, llegando a escribir para él partes del guión en la misma locación.
Para la novia del protagonista (Roxana), Fabricio recomendó a una conocida suya, Lissania Zelaya, a quien Valladares explicó que tendría que desnudarse para el papel. Ella accedió, siempre que firmasen previamente un documento ante abogado donde quedase estipulado el uso que se daría a la escena. Una vez cumplido este requisito, Lissania interpretó a Roxana con gran desenvoltura.
En cuanto al antagonista (don Pepe), Noé indagó si alguien conocía a algún actor con un problema físico. Entonces le presentaron a Milton Barahona. Nomás lo vio, Noé se dijo: «¡Este es!: pelón, macizo, con aire machista, de fuerte presencia», recuerda Valladares.
Para el lugarteniente de don Pepe (Víctor), Noé pensó desde el principio en César Pineda, reconocido actor especializado en obras de Moliere: fue su representación de Tartufo la que más lo impactó, y era precisamente un tartufo lo que él quería para su película.
Los gemelos, hijos de don Pepe, presencias mudas pero relevantes en la película, tenían que ser gemelos idénticos, algo difícil de encontrar. Pero Fabricio recordó que a la universidad llegaban Raúl y Armando Jaco, quienes aceptaron la propuesta y fueron contratados.
Milton Torres (de camisa blanca) tuvo un «problema»: desde la primera escena demostró ser buen actor, así que hubo que darle «más vuelo» a su personaje
Algunos de los personajes que aparecen en Encuentros surgieron conforme avanzaba el rodaje, así como los «actores» que los representaron.
Faltaba sólo Raquel, la dueña del «taller». Valladares quiso inicialmente que la representara la reconocida poetisa Silvia Elena Regalado, quien se mostró entusiasmada con la idea; pero no pudo involucrarse en el proyecto debido a múltiples compromisos de trabajo. Le propuso a una vigilante que trabajaba con ella en la Casa del Escritor. Valladares aceptó. Entonces Silvia Elena le presentó a su tocaya, Silvia Tejada, quien accedió entusiasmadísima a participar. Silvia Elena siempre le concedió los permisos necesarios a la nueva Raquel para que trabajara en el rodaje, y la recién descubierta actriz se comportó como toda una profesional.
Silvia Tejada, vigilante en la Casa del Escritor, mostró un alto profesionalismo: llegaba a rodar sin falta luego de sus turnos nocturnos
En cuanto a los múltiples personajes secundarios que aparecen en Encuentros, algunos «brotaron» conforme avanzaba el rodaje, así como surgieron varios «actores» que los representaron. Muchos de ellos amigos o parientes del Colectivo.
Entre los personajes que simplemente «aparecieron», están un cómico cantante y una cocinera de gesto indiferente en el comedor del mercado San Jacinto (ambos ignorantes de que se rodaba una película), mientras se filmaba un angustioso momento que atravesaba Ernesto, con la intención de representar cómo pasa desapercibido para el mundo exterior el drama que experimenta una persona en un momento dado. Y, casualmente, ¡la canción que el cómico canta simboliza a la perfección lo que le está ocurriendo al personaje!
Y están los personajes salidos del crisol del realismo mágico, elemento fundamental en la cinematografía de Valladares: la fantasmagórica cantante de ópera; la Siguanaba acompañada de una banda; un militar prusiano espetando en alemán un discurso hitleriano, una mujer vestida a la usanza de los años treinta paseando en un carrito a un peculiar «bebé», un bardo yuxtapuesto en un burdel (representado por el poeta Javier Kafie), ángeles y demonios…
Nelly manifiesta que la claridad del director sobre las locaciones que quería hizo que la búsqueda de los lugares idóneos para filmar (scouting) fuera relativamente fácil: «Era como si los espacios nos encontraran a nosotros», declara.
Apaneca, por ejemplo, tenía que aparecer, al ser la ciudad natal del director. También tenía que aparecer Ataco durante la Semana Santa, pues allí se celebra en esas fechas una tradición conocida precisamente como Los Encuentros, donde las imágenes en andas de los santos protagonistas del drama cristiano se «encuentran» y «saludan». Y los túneles sobre la carretera simbolizan los peligros en los que Joaquín entra —y de los que sale— a lo largo de su huida.
Sin embargo, la mayoría de escenas se filmaron en el Centro de San Salvador, en lugares que Noé divisara antes y que llamaron su atención. Nelly comenta que rescataban la historia propia de cada lugar, «como una pupusería con las paredes estropeadas, algo feo a la vista, pero que refleja la realidad de ese lugar y del país». Eran, manifiesta la directora de arte, sitios que aportaban realismo a los personajes y los captaban en su imperfecta cotidianidad.
El cementerio de San Jacinto, escenario trágico en el guión, fue sin embargo cómico a nivel de filmación, ya que «nos metíamos sin pedir permiso, pues podían decirnos que no», relata Valladares: entraban, se apresuraban a filmar y salían del lugar prácticamente huyendo.
Valladares siempre parte de una estructura definida previa, pero que no interfiere con la fluidez, sino que la fundamenta.
Letty Macua fue en sí misma la invaluable «cooperación española» del proyecto. En la imagen, indicando el inicio de una escena en Playa El Palmarcito
En Santa Tecla, el antiguo precinto ahora convertido en Museo Tecleño fue la locación perfecta para la escena de la cárcel de mujeres: sólo faltaron los barrotes, pues el aire carcelario aún lo conservaba. Allí sí pidieron el permiso correspondiente. «La mayoría de intervenciones que hicimos no fueron grandes, a excepción de esta escena», señala Nelly. Para ello contaron con el apoyo de la cineasta salvadoreña Brenda Vanegas. «Terminábamos la secuencia y teníamos que pintar de nuevo las paredes para que quedaran como antes, porque ése era el acuerdo», apunta Valladares.
Pero sobre la locación más impactante nos cuenta Fabricio. Para cuando Noé lo llevó, él aún vivía con sus padres. Se reunieron frente a Catedral a las 10:00 de la noche. De allí, Valladares y Sibrián partieron a un burdel. La única referencia que Fabricio tenía entonces de un lugar así era la película Streap Tease, con Demi Moore. Y eso esperaba, pero lo que encontró fue un desastre: había unos cuantos bolos tomando y varias prostitutas dormidas, algunas tiradas en el suelo, mientras en una pantalla grandísima se proyectaba una película pornográfica a todo volumen, que nadie veía.
«¡Y ahora bailará Fulana de Tal!», anunció una voz. Entonces subió a la tarima con tubo una mujer que comenzó a bailar de mala gana, viendo hacia arriba, sin ocupar el artefacto en ningún momento y quitándose la ropa como si nada, automáticamente.
«¡Qué rico ambiente! —se dijo Valladares— ¡Esta es la realidad, la decadencia!»
Se buscaron locaciones que dijeran algo, sitios peculiares, como esta funeraria, donde Nelly da los toques finales para una escena
Valladares otorga gran libertad actoral a sus elencos: «Si algo está mal, corrijo; pero, si está bien, permito que actúen según ellos creen que es el personaje, a menos que yo pida algo especial», apunta, agregando que, si los participantes se niegan a rodar una escena por él solicitada, él respeta su decisión.
Sin embargo, el director aclara: «Yo siempre tengo un guión, en caso de que los actores no puedan improvisar, como una protección; pero me parece más rico que improvisen». Con ese propósito precisamente nunca le dio al elenco de Encuentros una copia del voluminoso guión, pues improvisando —les decía— «sale todo más natural, aunque algunos actores tienen la capacidad de hacer propio un texto escrito», como es el caso de Víctor Pineda.
Valladares, entonces, siempre parte de una estructura definida previa, como la sólida rama en la que se apoya el ave antes de volar e improvisar giros en el aire: la estructura en sus producciones no interfiere con la fluidez, sino que la fundamenta. Y asemeja a un «hado padrino» que sacude su «varita mágica» y convierte en actores y actrices a cualesquiera personas de repente, «si ellas quieren», comenta él, riendo. Su equipo está de acuerdo en reconocerle esta potestad.
En conclusión, aunque la película se desarrolló en buena medida «sobre la marcha», dando espacio a la improvisación creativa, «la historia completa la tenía definida desde el principio. Siempre tuve claro cómo comenzaba, se conflictuaba y finalizaba el protagonista. El resto era un ir y venir al hilo principal. Esa fue mi mayor tarea: que no se perdiera el hilo de la historia», puntualiza Valladares.
Los tres directores de Encuentros, atentos al rodaje. Cierta escena violenta que filmaron fue tan realista, que una patrulla de la policía creyó que era cierta
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Noe Arnoldo Valladares Padilla
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55 Avenida, entre Calle Roosevelt y Avenida Olímpica, San Salvador, El Salvador
Código postal: 1101 San Salvador, El Salvador
(Nota: El nombre “Noe” por favor así, sin tilde)
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