Cultura

El «grupo motor» de la película Encuentros.

¿«Con el Arte aunque no me harte»?

Texto: Raquel Kanorroel*
Fotografías: Luis Galdámez

Agosto 9, 2024

Una de las principales problemáticas que enfrentan y han enfrentado siempre los artistas nacionales es la falta de apoyo material. Y es que los artistas —aquí y en todas partes— son en su mayoría personas de bajo o mediano nivel socioeconómico, y el Arte —entendido como expresión cultural y no como mero entretenimiento— es una actividad que atrae a un número muy limitado de público. 

Por tanto, los ingresos generados a través de su práctica suelen ser insuficientes para la manutención de los artistas y sus familias, por un lado, y para el desarrollo de los proyectos artísticos en sí mismos, por el otro.

No nos detendremos aquí a considerar el porqué de semejante situación, aunque en mayo y junio del corriente tocamos dicha temática, específicamente con respecto al teatro salvadoreño. Preguntábamos entonces sobre cómo solucionar esto, y si la solución sería, cómo dijera René Lovo —en ocasión del IX Aniversario de La Galera Teatro—, «aprender a ver la precariedad no como debilidad, sino como fortaleza».

En esta ocasión, destacados miembros del sector cinematográfico salvadoreño nos manifiestan su parecer al respecto: nos referimos al director y guionista Noé Valladares y al equipo que participó en la realización del largometraje Encuentros, película que trata sobre jóvenes nacidos y criados en un contexto de violencia.

Tanto en la primera como en la segunda parte de la nota titulada Buscando Encuentros entre la voluntad, el talento… y el «pisto», se aprecia el enorme esfuerzo que el Colectivo Encuentros —conformado por Valladares, el equipo técnico y el elenco de la película— realizó por puro amor al arte, pues todos sus miembros trabajaron ad honorem para sacar adelante el mencionado largometraje.

De hecho, además de Valladares, también Fabricio Sibrián (director de fotografía), Nelly Guevara (directora de artes) y Letty Macua (asistente) —las cuatro personas integrantes del «grupo motor» del filme— expresan que las proyecciones que cada uno tuvo al momento de realizar la película no iban más allá de aprender, experimentar, crear y dejar un legado: los sueños de fama y fortuna en ningún momento ofuscaron sus mentes ni sus corazones. 

Sin embargo, Valladares manifiesta tajante que «otra película como Encuentros no la podríamos hacer», y Sibrián asevera que «eso que dice Noé a mí ya me lo han preguntado: si volvería a repetir la experiencia. Y yo respondo que ¡JAMÁS! (…)», ante lo cual Letty y Nelly asienten, en señal de que comparten dicha posición. 

Romantizar la pobreza de recursos es una estratagema de los poderes fácticos de larga data, que sólo sirve para que quienes están obligados por ley a procurar el apoyo se abstengan de hacerlo.

A la izquierda, Noé Valladares; a la derecha, Fabricio Sibrián, ambos miembros del grupo motor de la producción de Encuentros.

Porque —continúa Fabricio— «una cuestión es vital: si bien es cierto que fue una experiencia bonita para todos nosotros haber participado en Encuentros, hay que tener cuidado también con eso de romantizar la precariedad. Porque sí, hemos logrado cosas bonitas con lo poco, pero no tiene que ser la norma». 

De hecho, el objetivo de la nota Buscando Encuentros entre la voluntad, el talento… y el «pisto» fue —como su mismo título sugiere— motivar y exhortar a los lectores a colaborar para cubrir los costos de post producción del largometraje, en aras de que éste pueda ser terminado y lanzado al público, ya que la filmación fue finalizada hace más de una década y lo que quedaba pendiente era la postproducción.

De modo que la posición del «grupo motor» en ningún momento significa que sus integrantes se arrepientan de haber realizado la mencionada película, sino al contrario: Encuentros fue precisamente eso, un punto de encuentro consigo mismos y entre todos los participantes, una experiencia de hermandad y una gran escuela de cinematografía en un país donde hasta el momento no hay industria cinematográfica, sino solamente una producción fílmica desperdigada. 

Sin embargo, aunque el «grupo motor» del filme no reniega de la experiencia con Encuentros, de lo que sí reniega es de la insolvencia material crónica que sufrió y aún sufre para sacar adelante la película; misma insolvencia que han sufrido, sufren y —por lo visto— seguirán sufriendo todos los cultivadores de cualesquiera ramas del Arte existentes en el país. 

Está claro, pues, que frente a la interrogante planteada por Espacio Revista en la segunda parte de Se cierra el telón… y comienza la discusión (respecto a si —como planteara René Lovo— deben los artistas «aprender a ver la precariedad no como debilidad, sino como fortaleza»), la respuesta del «grupo motor» del Colectivo Encuentros es un rotundo NO.

Y es que, en realidad, romantizar la precariedad —o la pobreza de recursos— es una estratagema de los poderes fácticos de larga data, que sólo sirve para que quienes están, por ley, obligados a procurar el apoyo debido los sectores vulnerables de la sociedad —en este caso, al sector artístico y cultural— en aras de que éstos despeguen y dejen precisamente de ser vulnerables, se abstengan de hacerlo.

Al respecto, se dice que cierto funcionario público de antaño, al solicitársele que ayudara a Salarrué porque éste atravesaba en ese momento una situación de miseria, respondió que era mejor así, «porque un ruiseñor con hambre canta mejor»…

¿Qué piensan ustedes?

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).

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