Cultura
Magaly Lemus y Magdalena Henríquez en Si no hubieras nacido, obra autobiográfica de La Cachada.
La nave de las mariposas
Texto: Raquel Kanorrel*
Fotografías: Luis Galdámez
Octubre 18, 2024
«El teatro no puede desaparecer, porque es el único arte
donde la humanidad se enfrenta a sí misma».
Arthur Miller, dramaturgo estadounidense.
En la intersección de la 4ª avenida norte y la calle Delgado en el Centro Histórico de San Salvador, existe una nave donde entran orugas y salen mariposas. Es decir, donde se realizan milagros. Y es que a bordo navega un hada madrina en sus cuarentas, con sangre revolucionaria corriéndole por las venas —es hija de dos ex combatientes de la guerrilla— y quien amerita una nota completa para ella sola: nos referimos a Egly Larreynaga, actriz, directora y pedagoga de teatro.
La «nave» en cuestión es la Nave Cine Metro, que comenzó su travesía en diciembre de 2019 gracias a un acuerdo firmado entre la Asociación Cultural Azoro y los propietarios del edificio, con la promesa de ser «un refugio para la libre creación y la libre expresión», según dice su sitio web.
Como «botón de muestra» de lo que el hada teatrera Egly puede realizar, tenemos el caso de una desesperada trabajadora doméstica a la que su expareja, hace trece años, intentó matar ahorcándola con un cincho ante su pequeño y único hijo. Para colmo, la separó del niño al quedarse con la custodia, pues la jueza del caso dictaminó que ella era una «vaga».
Hoy es una entusiasta actriz de teatro y cine junto a otras mujeres que, al igual que ella, sucumbieron al hechizo de las artes escénicas y liberaron sus mentes bajo la guía de Larreynaga. En junio de este año, por ejemplo, un cortometraje de ficción en el que la ex trabajadora doméstica participó fue nominado al premio Best Live Action Short durante el Raindance Film Festival en Londres, Inglaterra.
«Mi mamá siempre nos decía que uno en la vida tiene que intentar hacer algo por cambiar las cosas (…). Ella creía en la revolución y en que nos podía dejar un mundo diferente (…)», manifiesta Egly. Así que la posibilidad de cambio en las personas y de transformar situaciones no es para ella ninguna utopía, sino una meta por la cual se esfuerza continuamente.
«El Teatro del Azoro siempre ha sacado lo que hay debajo de la alfombra para ponerlo a la vista de todos». Egly Larreynaga.
La directora de La Cachada, Egly Larreynaga (izquierda), también actúa en Si no hubieras nacido, en sustitución de Ruth Vega. Observa Evelyn Chileno.
De hecho, señala, «la transformación ha sido una de las principales funciones del arte: transformar una roca en escultura, historias de dolor en belleza…». En el ser humano, dicha transformación se suscita en la conciencia: cuestiones que antes nos parecían «lógicas» y que, por tanto, considerábamos «normales» —pese a no serlo—, comenzamos a verlas como lo que realmente son: injustas, absurdas. Y, a raíz de ello, decidimos hacer algo para cambiarlas o dejarlas atrás.
Egly se fue a España con su familia en 2004, donde obtuvo muchos reconocimientos por su labor en los escenarios. La esperaba, sin duda, un futuro promisorio; pero, por azares del destino, retornó a El Salvador en 2011, donde terminó estableciéndose «porque sentí que aquí era urgente hacer teatro (…), aquí le encontraba más sentido a mi trabajo», explica.
Sin embargo, reconoce que en España aprendió a crear un teatro con identidad, de denuncia, donde los actores tienen un papel más creativo que simplemente memorizar un texto. Y el mismo destino que la trajo de vuelta a El Salvador la hizo reencontrarse, también en 2011, con dos amigas también teatreras, Alicia Chong y Paola Miranda. Las tres se preguntaron: «¿Por qué no hacemos algo entre nosotras?». La respuesta a esa interrogante fue la compañía Teatro del Azoro. Posteriormente se unió al grupo de entusiastas Pamela Palenciano.
«Azoro» es sinónimo de inquietud, turbación, aturdimiento, sobresalto: todo lo opuesto a «tranquilidad». Esto nos dice que la intención de la compañía fue desde un principio «romperle los esquemas» al espectador y «dejar en él un sentido de responsabilidad respecto a la realidad y al momento que atravesamos», acota Larreynaga.
«Generalmente, nuestras obras exponen situaciones que no se quieren ver. El Teatro del Azoro siempre ha sacado lo que hay debajo de la alfombra para ponerlo a la vista de todos», declara Egly, quien, junto a sus compañeras, quiere mostrar «ese El Salvador que no nos gusta mucho (…) No significa que todo el teatro tenga que ser así, pero el que queremos hacer nosotras es así».
Pero 2011 daría un fruto más, surgido de una forma completamente imprevista, a raíz de los talleres que Larreynaga impartía en aquel entonces a mujeres de zonas urbano – marginales.
«…no es lo mismo hacer las cosas rutinariamente que verse una reflejada en una pantalla u obra de teatro». Wendy Hernández.
Wendy Hernández, de La Cachada, tesorera ad honorem de ACA y vendedora ambulante, en la obra Si no hubieras nacido.
Evelyn Chileno, de 46 años, originaria de Usulután, madre de tres hijos, vendió 12 años en los mercados y hoy realiza limpiezas en casa; Magdalena (Magda) Henríquez, de 45 años, de La Libertad, soltera con tres hijos, fue vendedora de tortillas en la colonia Zacamil y también limpió casas; Wendy Hernández, de 41 años, de San Salvador, vendedora ambulante, acompañada y con tres hijos; Magaly Lemus, de 36 años y también de San Salvador, tiene un hijo de 18 e igualmente fue empleada doméstica…
Dicho así, estas cuatro mujeres no parecen nada «especiales», sino que representan a la típica mujer «de a pie» salvadoreña. Es cuando las tratamos más de cerca que notamos sus alas de mariposas, porque las cuatro son las integrantes fundadoras de La Cachada Teatro.
Antes de que estas cuatro mariposas sospecharan siquiera que llegarían a serlo, todas tenían algo en común: asistían a la filial de CINDE (Centros Infantiles de Desarrollo) en Mejicanos, en la cual funcionaba una guardería y también se trabajaba con las madres de los niños. Iris Palma era entonces la Coordinadora del Programa de Mujeres, a quienes se les impartían talleres varios.
Cierto día, Iris les anunció que Larreynaga impartiría talleres de autoestima, pues todas las mujeres dentro del programa eran violentadas por la familia, la pareja y/o en el trabajo. Palma sabía que si mencionaba la palabra «teatro» la mayoría no asistiría. Por su parte, Egly se interesó en trabajar con las mamás de los niños de CINDE cuando las llevaron por primera vez al Teatro Nacional, donde ella participaba en el documental El espejo roto, sobre niños criados entre maras.
Al inicio, «mirábamos a Egly como a una loquita por cómo se vestía, bien hippie: para nosotras aquello no era normal, aunque sí normalizábamos cosas como la violencia (…)», recuerda Wendy. Pero la «loquita» se las ganó gradualmente con el genuino interés que mostró en ellas.
La primera obra presentada por las alumnas de Larreynaga en CINDE fue precisamente ante las madres de los infantes en la guardería: se titula Algún día y dura diez minutos, los cuales fueron más que suficientes para impactar a la audiencia, porque «no es lo mismo hacer las cosas rutinariamente que verse una reflejada en una pantalla u obra de teatro y observar todo lo que somos capaces las mujeres de hacer y de callar, por miedo u otros motivos», asevera Wendy.
Varias producciones de La Cachada son autobiográficas, aunque hablar del «yo» únicamente tiene sentido si funciona
«como un espejo». Egly Larreynaga.
Sin embargo, de más de veinte alumnas que eran al inicio, sólo quedaron cinco, quienes se entregaron con pasión a la aventura: «A veces con Wendy nos íbamos a pie desde Mejicanos a la Zacamil, porque allí nos dieron una casa para ensayar por la tarde. Nos gustaba ese espacio, donde podíamos contarnos todo lo que nos pasaba cada día», relata Magaly. Fue a raíz de la entrega mostrada por las cinco mujeres que nació La Cachada.
Pero, ¿quién fue la quinta alumna? Fue Ruth Vega, mariposa que adelantó su vuelo al más allá en 2020 a causa de una mala praxis, pero llevándose consigo grandes satisfacciones. En su honor, sus compañeras siguen entregándose con pasión al proyecto que Ruth tanto amó. Actualmente, Egly ocupa su lugar en el elenco.
Egly (sentada de espaldas, abajo) dirige a sus cuatro mariposas. En ACA el arte no es sólo entretenimiento, sino un ejercicio crítico y autocrítico.
Varias producciones iniciales de La Cachada son autobiográficas, aunque hablar del «yo» únicamente tiene sentido si funciona «como un espejo», explica Egly: «Al hablar de nosotros mismos hablamos de los demás. Esta es una premisa muy importante en nuestro trabajo: no quedarnos en el yoyoín, sino trascender para hablar del otro».
Y si hay un mensaje que la mayoría de mujeres en nuestro medio recibe desde que nace, es éste: «Tú harás lo que hizo tu madre y la madre de tu madre y la de ella antes, sin que puedas evitarlo».
De modo que las integrantes de La Cachada se dedicaron en un inicio a montar obras en salitas improvisadas de casas para gritar un rotundo ¡NO! ante aquella sentencia y, al hacerlo, este grupo de mujeres se convirtió en sí mismo en un grito de esperanza. Y durante ese «loco» proceso de rebeldía aprendieron, como dice Evelyn, a soñar, a trazarse metas y a creer en ellas mismas.
«Cambiamos gradualmente nuestra forma de pensar, de vernos a nosotras mismas, para transformarnos por fuera (…). Ahora disfrutamos de ser mujeres y de lo que hacemos», expresa por su parte Magda, quien antes pensaba que sólo existía para trabajar y criar a sus hijos, olvidándose de ser mujer y de todo lo que eso significa. Es más, ni siquiera le gustaba serlo, pero «gracias a La Cachada entendimos que no somos sólo madres, sino un montón de cosas».
Wendy comenta que «antes creía que nunca lograría estudiar y prepararme, sino que terminaría vendiendo en las calles, que ya viejita no tendría la oportunidad de tener algo digno». También suponía que el teatro era sólo para gente pudiente: al pasar con su venta por el Teatro Nacional, imaginaba que las personas bien vestidas que allí ingresaban pagaban cien dólares por la entrada.
El hito que marcó el antes y el después en la vida de las integrantes de La Cachada fue el taller que años atrás impartió Egly en CINDE.
«Cada una de nosotras creció: aprendimos a ver a la gente de frente, sin humillarnos». Magaly Lemus.
Pero ese mismo teatro que ella percibía tan inaccesible la cambió, acogiéndola y enseñándole que podía hacer cosas que jamás imaginó, «como estar en un escenario frente a diferentes tipos de públicos (…). Me transformó el pensamiento ver que, independientemente de dónde nos encontremos, todos tenemos historias que contar: a veces creemos que sólo la nuestra es bien dura, pero, cuando escuchamos las de otras personas, nos damos cuenta de que no somos los únicos que estamos pasando por eso», explica.
En cuanto a Magaly, la más joven, desde pequeña sí soñaba con ser una artista, aunque tampoco esperaba hacer realidad sus expectativas. Pero en La Cachada no sólo supo que sí podía, sino que, al igual que sus compañeras, conoció sus derechos. «Cada una de nosotras creció: aprendimos a ver a la gente de frente, sin humillarnos», afirma.
En fin, este cambio de percepción en ellas fue posible porque en teatro se trabajan precisamente las emociones, «y fue allí donde nosotras nos enganchamos, ya que vimos que nos hacía bien el hablar, el respirar…», recuerda Magaly, aludiendo a los ejercicios de respiración y de expresión en el escenario que Egly les enseñó durante los talleres desde el inicio.
En 2015, por la necesidad de financiar los proyectos artísticos y culturales en los que Egly, Alicia, Paola y Pamela creían, se estableció la Asociación Cultural Azoro (ACA) —de la que Larreynaga es la actual directora artística—, la que cobijó a Teatro del Azoro y a La Cachada Teatro y con la que adquirieron personería jurídica para optar a fondos, aunque sin fines de lucro.
Ése mismo año, La Cachada estrenó Si vos no hubieras nacido, obra que siempre presentan y que trata sobre cómo romper círculos de crianza a través de la comprensión y el perdón. Porque, para las integrantes del grupo, con la sanación de sus emociones vino la sanación de sus relaciones: «me di cuenta de que, como madre y como mujer, tenía un gran potencial para dar», afirma Evelyn.
A través de su proceso dentro del teatro,
Magaly comprendió que su progenitora es producto
de un entorno no precisamente perfecto.
Magaly Lemus, de negro, representa a una figura masculina machista, muy semejante a la que ella soportó desde los 16 hasta los 23 años.
Para Magda, la transformación que experimentó en la relación con su madre a raíz de su inmersión en el teatro fue muy marcada, «porque entendí el porqué de todos los cuestionamientos que le hice y de todos los reproches que tenía hacia ella. Indagando en su crianza, me di cuenta de que difícilmente la haría cambiar a su edad, pero al menos logré que respetara lo que hago y cómo vivo, porque mi mamá es muy religiosa y muy preocupada por el qué dirán».
Magda se separó hace 19 años y no ha vuelto a tener pareja, porque «me he enfocado en mi crecimiento, mi trabajo, mis hijos (…). Y ya me acostumbré a ir adonde quiero ir, a no dar explicaciones (…)», confiesa.
En relación a sus hijos, con quienes convive, «me creía la mamá perfecta, pero me di cuenta de que los maltrataba». Por tanto, abandonó el modelo de la madre adulto centrista —que por el solo hecho de ser adulta tiene que ser obedecida— y optó por el diálogo: «Ahora podemos hablar con confianza, contarnos nuestro día a día: ya no nos vamos a dormir sin tener antes ese tiempo en familia».
En cuanto a Wendy, reconoce que «no nos percatamos de que fuimos violentadas por nuestros padres y nos creíamos mejores personas; pero con el teatro nos dimos cuenta de que estábamos repitiendo ese maltrato y, gracias a ese mismo teatro, lo pudimos romper». De modo que su relación con el abuelo materno —quien la crio— sanó, no porque él la maltratara, sino porque maltrató a la madre de Wendy. Al indagar sobre él, la actriz supo que tuvo una infancia muy dura.
Confiesa que antes les pegaba a sus hijos, pero ahora, «aunque esté molesta, trato de “hacerme la loca” y no gritarles, sino buscar otros espacios para decirles lo que me incomoda». Y es que las integrantes de La Cachada aprendieron, dice Wendy, «a pedir perdón a nuestros hijos cuando nos equivocamos y a darle importancia a sus opiniones, porque tienen derechos igual que nosotros (…). Los animamos a soñar, pero no los sueños que nosotras tuvimos, sino los de ellos mismos…».
En el caso de Magaly, hija de una vendedora de pan francés de Mejicanos, sufrió el abandono de su madre cuando era adolescente, así que tomó el rol de mamá y crio a sus hermanos. Para colmo, en ese entonces se acompañó y salió embarazada. Años después la madre regresó. A través de su proceso dentro del teatro, Magaly comprendió que su progenitora es producto de un entorno no precisamente perfecto. Además, «es mi mamá», acota.
Las integrantes de La Cachada comprendieron las razones de sus negativas actitudes anteriores, especialmente con sus hijos… y renacieron.
Las cuatro actrices son unánimes en reconocer que una de sus mayores satisfacciones como elenco de La Cachada ha sido viajar.
Pero la actriz no sólo la considera por existir entre ambas ese vínculo de sangre, sino porque fue testigo de cómo su papá la maltrataba: «Nosotros, mis hermanos y yo, sólo veíamos. Cierta vez que la golpeaba, casi la mata… y yo pasé eso mismo». Magaly es la mujer a la que nos referíamos al inicio de esta nota.
Cuando comenzó a integrarse al teatro estaba todavía con el padre de su hijo, quien la violentó desde el inicio de la relación. Pero, gracias al estímulo que le dio la experiencia actoral, «agarré valor y lo dejé. Él siempre me decía que ellas me habían cambiado, y yo le respondía que no, que me habían despertado». De modo que cuando Magaly se decidió a dejarlo, aquel «hombre» trató de «disuadirla» propinándole otra golpiza; pero ella igual se fue, marchándose resuelta hacia un futuro incierto, pero con plena fe de que al fin podría desplegar sus alas.
Las actrices de La Cachada se representan a sí mismas en Algún día, pues todas fueron víctimas o testigos de abuso sexual, violencia, abandono…
Aunque cada una tiene su propia historia, las cuatro actrices son unánimes en reconocer que una de sus mayores satisfacciones como elenco de La Cachada ha sido viajar. Tanto, que todas sueñan con seguir haciéndolo en el futuro: Wendy quiere vivir en otro país para llevar los talleres a todas partes, y Magda reconoce que viajar abrió mucho más su mente al permitirle conocer otras formas de convivir y hacer las cosas.
«Nuestro primer viaje fue a Guatemala y fue divertido, porque, al ser la primera vez que salíamos del país, no lo creíamos, aunque fuera aquí a la par», recuerda Magda. Luego conocieron Honduras, Costa Rica, México y España, pero el viaje a Estados Unidos fue el más impactante por dos razones: la primera, porque allí fue el estreno mundial del documental Cachada – The Opportunity, el 10 de marzo de 2019 en Austin, Texas, durante el festival South by Southwest (SXSW).
El film, realizado por la cineasta Marlen Viñayo y el productor ejecutivo André Guttfreund, ganó el Premio del Público (Audience Award) a la Mejor Película en la Categoría Global, además de obtener otros 9 premios internacionales y ser oficialmente seleccionado en más de 120 festivales de cine alrededor del mundo.
La segunda razón fue porque «nos preguntamos si alguna tenía la intención de quedarse (…). Recuerdo que lo hablamos, porque Estados Unidos es lo que es y significa para este país lo que significa, pero no: estábamos bastante claras de que nos gusta lo que hacemos, y sabemos que es importante nuestro esfuerzo aquí también (…)», subraya Magda.
Como si el galardón del SXSW fuera poco, La Cachada obtuvo un año antes (2018), a nivel nacional, el premio Ayudando a quienes ayudan de la Fundación Gloria de Kriete y, en el ámbito internacional, la Medalla de la Unión Europea. Pero, según afirma Magda, conocer a mucha gente durante su trayectoria actoral ha sido aún más valioso para ellas que ganar reconocimientos, porque «dinero no tenemos, pero sí contactos, y estos a veces ayudan a solucionar más que tener pisto en la bolsa».
Hace años, Larreynaga y La Cachada viajaron a Panchimalco a presentar Algún día, obra que han escenificado más de 500 veces.
El elenco de La Cachada es unánime en la completa disposición de cada una a impartir talleres a otras mujeres del sector informal.
La otra cuestión en la que el elenco de La Cachada es unánime es en la completa disposición de cada una a impartir talleres a otras mujeres del sector informal, de donde ellas provienen: «Me encanta compartir lo que a mí me sirvió en la vida, que otras mujeres puedan verse reflejadas en mí y que puedan tener esperanza (…)», expresa Evelyn.
Magda coincide en que «dar talleres es algo que nos enriquece, porque vamos dejando huella (…).
Hay una gran necesidad de hablar de lo que nos duele, de lo que pensamos y sentimos las mujeres, y no hay espacios. Entonces, construir esos espacios es super importante, porque, aunque nosotras nos vayamos luego, la relación que queda entre las mujeres de la comunidad visitada es bien distinta a la que era cuando llegamos».
Un ejemplo concreto son los talleres que actualmente imparten a las pescadoras de San Marcelino, en la Costa del Sol: «Ni sabíamos que las había —acota Wendy—. Llevamos un proceso paralelo a los talleres para recopilar todos sus datos: sus vidas, qué significa para ellas la pesca, qué se les dificulta y cuáles son sus sueños». Con esos datos crearán después una pieza teatral alusiva.
«Actualmente, damos talleres también aquí en la Nave, a treinta mujeres, siempre replicando todo lo que a nosotras nos ayudó», explica Magaly. Y es que, en síntesis, las mariposas de La Cachada Teatro no intentan tanto convertir en artistas a las mujeres de las comunidades marginales que atienden, sino incentivarlas a atravesar el proceso de transformación que ellas mismas vivieron.
Ahora, el grupo trabaja en una obra sobre migración; pero Egly no se enfoca solamente en los peligros del camino o el racismo en las fronteras, sino que quiere hablar «del país que emite migrantes, que expulsa, que saca gente. Parto de una pregunta: ¿qué pierde un país cuando su gente se va? ¿Qué pierde si, por ejemplo, La Cachada tuviera que irse?».
Y es que recordemos que las integrantes del elenco habrán viajado, ganado muchos premios y hecho muchos contactos… pero siguen siendo campeonas de la rebusca: aunque perciben un ingreso por sus actuaciones, por los talleres que imparten y —en el caso de dos de ellas— por realizar otras tareas dentro de ACA, tal ingreso apenas les alcanza para sobrevivir.
«Ahora mismo, esa vieja duda de irse o quedarse está como dormida en el grupo, duda que en El Salvador la tienen casi el noventa por ciento de las personas y que estoy planteando en esta obra, La última cachada», puntualiza Egly, a quien puede encontrársele ensayando junto a sus cuatro mariposas en la Nave Cine Metro dos veces por semana; «nave» que, frente a los cierres de espacios culturales ocurridos últimamente, se yergue como un baluarte de resistencia.
En síntesis, nuestro país necesita que Asociación Cultural Azoro y su Nave sigan siendo una crisálida para todas aquellas mujeres que se rebelan ante la sentencia de «Serás lo que fueron las que estuvieron antes que vos», aunque es claro que la clase dominante no tiene ningún interés en que las orugas dejen de serlo…
Mientras tanto, Wendy continúa como una vendedora ambulante más durante sus tiempos libres: ofrece papel, detergente y cualquier «cachada» que le salga. Quizá nos la hayamos topado más de alguna vez antes, en el Centro Histórico, y hasta le hayamos comprado… aunque sin percatarnos de sus alas de mariposa.
Quienes participan en los talleres que se imparten en Nave Cine Metro pueden vivir un «viaje» desde la desesperanza a la autorrealización.
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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