Cultura
Ana María Rivas (izquierda) y Susana Reyes (derecha) han tenido que enfrentarse casi a las mismas dificultades en su oficio literario. | Foto: Juan Carlos Mejía / Cortesía Susana Reyes.
Juan Carlos Mejía*
Noviembre 29, 2024
Históricamente, en El Salvador ha sido difícil vivir de la literatura o del arte, en general, pues la falta de espacios y de impulsos institucionales, entre otros desafíos, se han encargado de relegar el oficio a una actividad secundaria que algunos, o la mayoría, hacen por estricto amor o convicción, pero muy difícilmente como principal fuente de ingresos económicos.
Esta realidad existe para los y las escritoras, sin distinción de género, pero si hay un sector que vive aún más dificultades a la hora de hacer su arte es el de las mujeres, pues además de las propias circunstancias que dificultan la labor literaria se suman otras que las afectan por su mera condición de mujeres. Es por ello que son necesarias políticas y espacios que no discriminen el apoyo hacia este sector en particular.
Las escritoras Susana Reyes y Ana María Rivas comentan, en una reciente conversación con Revista Espacio, los desafíos que enfrentan al hacer de la escritura un oficio, en un país que carece de espacios literarios adecuados y de reconocimiento estatal. Ambas coinciden en que es importante visibilizar y valorar las contribuciones de las mujeres en este ámbito, algo que debe incluir una voluntad institucional que repercuta en el día a día de autoras y lectores por igual.
Reyes, quien ha publicado libros como Los solitarios amamos las ciudades y Postales urbanas o vitrales, enumera algunas de las luchas que han enfrentado las mujeres escritoras en el pasado y señala que dedicarse a la literatura era, hasta hace unas décadas, un acto visto como una especie de rebeldía para las mujeres, sobre todo porque, incluso a la fecha, el oficio de la literatura no es tomado con seriedad, y porque en las entrañas de la sociedad se considera que no es un trabajo real o, peor aún, que es algo de lo cual no se puede vivir en un país como El Salvador, mucho menos para las escritoras.
De hecho, Rivas, quien recientemente publicó el poemario Delmara, considera que ni siquiera los autores y autoras salvadoreñas que más éxito han tenido en los últimos años tienen esa capacidad de vivir del oficio de la literatura, y añade que la mayoría se dedican a otras áreas como la docencia, la corrección de textos o la traducción, las cuales son actividades que, pese a tener relación con la escritura, no significan exactamente vivir del arte de la literatura.
Por ello, Susana cree que escribir «exige un compromiso que rara vez recibe apoyo o reconocimiento, ni siquiera a nivel institucional». Esta falta de apoyo, refiere Reyes, es reflejo de una visión capitalista y patriarcal que castiga las actividades creativas, sobre todo para las mujeres y especialmente cuando no generan ingresos inmediatos.
«Cuando salís a la sociedad te cuestionan por qué escribís, de qué sirve (…) La gente considera que oficios como criar plantas o construir mesas de madera todavía es algo útil, pero andar escribiendo poemas no tiene utilidad», afirma Reyes, quien añade que cuando se trata de una escritora que quiere dedicarse a ese arte fácilmente «se le acusa de que le gusta la calle o el relajo y que no cuida de la casa o de los hijos», sostiene.
Este tipo de circunstancias, que se suma a otras vinculadas con el machismo en los espacios literarios son las que hacen cada vez más escabroso el camino para las mujeres que se dedican a la escritura y, sobre todo, para aquellas que no han empezado o que tienen el potencial para dedicarse al oficio, pero que las mismas barreras se lo impiden.
Históricamente los editores han sido hombres, lo que ha limitado la visibilidad de las escritoras. Alexandra Lytton.
Esta realidad y esta invisibilización del aporte de las mujeres a la literatura nacional, de hecho, puede analizarse desde un punto de vista cuantitativo. De acuerdo con una investigación que realizó la también escritora salvadoreña Carmen González Huguet en 2014, incluso dentro de los mismos círculos literarios y desde la institucionalidad del país se minimiza la figura de las escritoras salvadoreñas.
Por ejemplo, en la investigación titulada Escritoras canónicas y no canónicas de El Salvador, la autora explica que «en los libros de literatura salvadoreña predominan, por mucho, los autores hombres (…) nos topamos con que, en todas las antologías, y salvo contadas excepciones, la presencia de autoras ronda entre el 10 y el 20 %, en el mejor de los casos. Pero, en muchos, no llegan ni al 5 %. Y hay, incluso, varias antologías en las que no aparece ni una sola mujer».
Un ejemplo de esto último es una antología que publicó en 1971 el Ministerio de Educación a través de la Dirección de Cultura, la cual se titula 25 poetas jóvenes de El Salvador. Esta antología, en realidad, recoge los textos de 31 poetas hombres y no aparece ninguna mujer en la lista.
Otras muestras de la baja visibilidad del trabajo de las mujeres son la Antología del relato costumbrista en El Salvador, de 1989, la cual, de 26 autores, solo muestra el trabajo de una escritora mujer, mientras que la antología Cien años de poesía en El Salvador, de 1978, recoge el trabajo de 26 escritores y ninguna mujer.
En este sentido la autora y editora salvadoreña-estadounidense Alexandra Lytton Regalado, cofundadora de la editorial Kalina, explica que lo anterior sucede porque «históricamente los editores han sido hombres, lo que ha limitado la visibilidad de las escritoras. Tradicionalmente, ciertos editores han creído que las mujeres solo escriben sobre temas limitados y han evitado publicar obras con una perspectiva feminista». Alexandra considera que más recientemente se han observado cambios en esas percepciones, pues «las nuevas generaciones están abordando temas de resistencia e inclusión», añade.
Además, explica que «hay muchas escritoras talentosas en El Salvador que luchan por que sus voces sean escuchadas, y aunque existen algunas antologías enfocadas en voces femeninas, en términos generales, los hombres dominan el mercado editorial».
Pese a que se registran hasta ochenta escritoras que han sido incorporadas en alguna antología, solo diez han tenido cinco o más menciones en estas recopilaciones de obras.
Esta situación, de hecho, no solo se limita a si los temas son con enfoque feminista o no, sino más bien, a la producción literaria en general que realizan las mujeres, tanto así que Huguet apunta en su investigación a algo denominado el canon literario nacional, establecido en el Acuerdo del Ramo de Educación N.º 16-0137 del 7 de septiembre de 2005, en el cual se consideran como bienes culturales las obras de solo 19 escritoras de entre un total de 88 autores que recoge este canon. Una cifra que equivale a un 21 % de representación femenina en las obras que son reconocidas como bienes culturales por el Estado.
Pero, ¿cómo explicar esta baja representación de las escritoras en la literatura del país? Definitivamente no se debe a que haya pocas autoras salvadoreñas, pues en su investigación, Huguet registra hasta ochenta escritoras distintas que han sido incorporadas en alguna antología, sin embargo, solo diez han tenido cinco o más menciones en estas recopilaciones de obras literarias a lo largo del tiempo.
Debido a lo anterior, no es descabellado decir que ha habido una minimización histórica del trabajo de las escritoras salvadoreñas y que aquellas que sí alcanzaron el reconocimiento internacional, ya sea Claudia Lars, Claribel Alegría, entre otras, fueron lo suficientemente afortunadas de haber logrado hacerse un espacio en la historia de las letras del país aunque, de hecho, Lars no fue considerada dentro del canon literario nacional que menciona Huguet en su investigación, pese a ser una de las autoras más representativas del país. Quién sabe por qué.
Según una investigación realizada por la escritora Carmen González Huguet, las mujeres ocupan una proporción mínima en publicaciones literarias como antologías. | Foto: Juan Carlos Mejía
Ana María Rivas, quien además de escritora es artista multidisciplinaria de la nueva generación, comparte que el contexto sigue siendo difícil para las mujeres, aunque, según ella, «ha bajado tres rayitas» en cuanto a la hostilidad del medio hacia este sector de la población, aunque recuerda con decepción cómo, al iniciar en el ambiente literario, esperaba encontrar personas «sensibles y educadas», pero la realidad fue otra: el medio sigue dominado en gran medida por hombres y el machismo es palpable. «Hemos sufrido algún tipo de violencia de estos hombres que también forman parte del medio literario», lamenta, enfatizando que esta violencia llega a ser tan cruda que incluso ha sido testigo de episodios penosos en los que autores han tratado de invalidar la participación de algunas mujeres en eventos puramente literarios.
Para Lytton-Regalado «aún persisten vestigios de machismo en algunos textos; lo he notado al leer para concursos nacionales y en ciertos manuscritos que llegan a Kalina. Estos textos revelan una falta de visión y evolución, lo cual muestra que aún queda trabajo por hacer en cuanto a equidad de género en el ámbito literario».
Debido a esto, tanto Susana como Ana María señalan que algo que les ha funcionado a ellas, como a otras autoras, para atenuar estas adversidades es el hecho de que se han venido creando espacios de mujeres para mujeres, en los que se han reunido específicamente para crear, no solo literatura, y, al final, se han convertido en una especie de «lugar seguro», indica Rivas.
Rivas subraya que crear estos espacios seguros y accesibles para las mujeres escritoras es muy importante y reconoce que, aunque existen algunos espacios alternativos apoyados por organizaciones no gubernamentales, es necesario que también existan políticas culturales inclusivas que permitan la descentralización de la literatura, llevándola a comunidades fuera de la capital y ofreciendo un enfoque más integral. Para ella, visibilizar el trabajo de las escritoras es crucial no sólo para su propio desarrollo, sino también para inspirar a las nuevas generaciones de mujeres salvadoreñas que tengan el sueño de dedicarse a la literatura.
«Hay poca diversidad en términos de edad y procedencia de los autores, pues la mayoría de las publicaciones están concentradas en la capital…». Alejandra Litton
No obstante, la centralización de los espacios literarios no es algo que afecte solo a las mujeres, pues la cofundadora de Kalina sostiene que «hay poca diversidad en términos de edad y procedencia de los autores, pues la mayoría de las publicaciones están concentradas en la capital, y rara vez se incluyen escritores de otras regiones o de la diáspora». Además, Lytton-Regalado explica que «hay escasas oportunidades para quienes escriben en otros idiomas. Esta falta de diversidad y representación es algo en lo que debemos seguir trabajando como sector cultural».
Aunque es evidente que las escritoras han tenido que crear sus propios espacios debido a la falta de apoyo institucional, también es necesario cuestionarse sobre qué posibilidades reales existen para el desarrollo literario de las mujeres sin la intervención del Estado. Reyes lo plantea de manera directa: «Aquí la única política que funciona es la de ‘que no quede huella’» (haciendo alusión a la famosa canción del grupo mexicano Bronco), pues considera que cada gobierno entra con sus propias ideas de proyectos culturales y que los siguientes rara vez continúan lo ya trazado en administraciones anteriores.
Según Susana, esta ausencia de políticas culturales permanentes dificulta que haya iniciativas sostenibles en el tiempo, pues al no haber un seguimiento, estos esfuerzos terminan disolviéndose o dependiendo de la voluntad de particulares y, en este caso, de las propias mujeres escritoras, quienes, si bien pueden brindar un apoyo e impulso temporal a sus colegas, no tienen capacidad para lograr un cambio estructural en esta área.
Por ello, tanto Susana como Ana María ven la educación y la formación profesional como herramientas fundamentales para revertir esta realidad. Por ejemplo, consideran que la creación de programas escolares que fomenten la sensibilidad artística y la lectura desde edades tempranas podría ser algo muy útil. «La formación, que a mi juicio no existe, es necesaria. Es importante darle relevancia a cómo se enseña la lengua materna, al hecho de cómo se lee, cuánto se escribe y para qué se escribe», subraya Susana.
Por su parte, Rivas añade que «invertir en educación es la llave para transformar la mentalidad de nuestra sociedad», y también considera que una verdadera apuesta por la cultura solo se logrará a través de una educación integral que reconozca el valor del arte y lo integre como parte fundamental del desarrollo social. Además, Ana María también apela a que se valore el trabajo de las mujeres escritoras, es decir, si son invitadas a un recital o un evento cultural deben recibir una remuneración económica como cualquier otro trabajo, aunque esto último podría aplicar para cualquier autor, sin distinción de su género.
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