Entrevista
Texto: Alberto Barrera* y Luis Galdámez**
Fotos: Archivo de Corinne Dufka
Enero 26, 2024
Bosnia-Herzegovina, Sudán del Sur, Ruanda, Etiopía, Liberia, Burundi, Sierra Leona, República Democrática de El Congo y El Salvador son países en los que Corinne Dufka cubrió conflictos bélicos. En su libro This is War la fotoperiodista presenta un registro fotográfico de lo tristes, terribles e inhumanas que son las guerras.
Cuando Corinne Dufka llegó a Centroamérica a mediados de los 80 no imaginó que en unos años se convertiría en una de las fotógrafas más célebres y laureadas de su generación.
Con una maestría en Bienestar Social de Berkeley estuvo en Nicaragua en 1979 y trabajó en San Francisco con gente que huía de las guerras en la región centroamericana y buscaba refugio en California. De 1986 a 1988 laboró en la Iglesia Luterana en El Salvador, registrando obras y ayudas a la afligida población, y para ello usaba una cámara Sus fotos la conmovieron porque entendió el poder de las imágenes y quiso ser fotoperiodista.
Un día de 1988 decidió romper lo que hacía hasta ese momento y aprender fotografía. Fue así como la blanca y dulce «gringa», llegó a la oficina de la agencia de noticias Reuters en El Salvador. Aprendió el oficio y triunfó.
Fueron más de 10 años de experiencia en países en guerra, comenzando en El Salvador, de donde fue enviada en 1992 al brutal conflicto en Bosnia-Herzegovina, luego cubrió con intrepidez Sudán del Sur, Ruanda, Etiopía, Liberia, Burundi, Sierra Leona y República Democrática de El Congo hasta 1999, cuando dejó el fotoperiodismo.
Su trabajo en esa década lo ha plasmado en 255 imágenes devastadoras en su libro de reciente edición This is War, las que reconoce «no son bonitas», pues son de guerra y relatan las pesadillas de la gente. Su objetivo es promover una reflexión en el mundo y un no a las guerras.
«Mi verdadero amor siempre fue el periodismo, que me alcanzó una década después de graduarme de la universidad».
Corinne Dufka.
En la entrevista nos dijo que abandonó las cámaras porque se estaba «deshumanizando al sufrimiento» y porque quería colaborar en instituciones que promueven la defensa de los derechos civiles y el fin de los conflictos armados.
Nos habla de su vida, traumas familiares y sueños; de su experiencia en El Salvador; del esfuerzo en el aprendizaje para aportar; de sus agradecimientos a quienes le enseñaron. Habló de sus anécdotas y riesgos; reflexionó sobre los conflictos que vivió y analizó el futuro del periodismo.
¿Qué nos comentas acerca de tu vida en familia, tu niñez y adolescencia?
Siendo la menor de tres hermanos crecí en dos entornos diferentes: un pequeño pueblo en Utah, profundamente religioso, y un suburbio en la megalópolis de Los Ángeles, California. Mis padres eran ingenieros mecánicos, políticamente conservadores, pero nos inculcaron un profundo sentido de curiosidad por el mundo, así como de responsabilidad personal y cívica.
Querían que estudiara ciencias. Inicialmente seguí una carrera en Trabajo Social, en parte motivada por el deseo de corregir trágicas circunstancias de mi familia, pues tanto mi hermana como mi madre quedaron ciegas cuando yo era niña. Después de perder la visión mi madre cayó en una profunda depresión y mi padre lidió con esa condición a través del abuso episódico de sustancias. Yo tenía 12 años.
Mirando hacia atrás opté por estudiar Trabajo Social como un esfuerzo por sanar en mi familia. Pero curiosamente mi verdadero amor siempre fue el periodismo, que me alcanzó una década después de graduarme de la universidad».
¿Cómo te impactó lo que estaba sucediendo en El Salvador en la década de 1980? ¿Tuviste contacto con salvadoreños o algunas organizaciones en San Francisco?
Mi interés por El Salvador comenzó años antes de que me mudara a San Francisco por mis viajes a América Latina, en los que tuve contacto con refugiados y solicitantes de asilo en Estados Unidos. Mi trabajo internacional en Latinoamérica comenzó en 1979 durante la revolución nicaragüense, y después, en 1985, con el devastador terremoto de la Ciudad de México.
En San Francisco conocí a muchos refugiados salvadoreños que describieron la violencia en su país. Sus historias alimentaron mi interés por El Salvador y me empujaron a postularme para trabajar en Centroamérica. En 1986 fui contratada por la Federación Mundial Luterana para trabajar en San Salvador, con la iglesia del pastor Medardo Gómez.
Había comprado una cámara fotográfica antes de mudarme a El Salvador y comencé a tomar fotografías para documentar la obra de la Iglesia. Finalmente, aunque nunca había estudiado fotografía, me enamoré de las fotos para complementar el testimonio y hacer que las personas en naciones poderosas se preocuparan por lo que estaba sucediendo en el país.
Me encontré con corresponsales extranjeros que eran infinitamente divertidos, interesantes y más generosos de corazón que la comunidad de trabajadores humanitarios. Decidí probar una carrera en el fotoperiodismo. Empecé a trabajar por cuenta propia, pero también ayudaba a la Comisión No Gubernamental de Derechos Humanos a documentar los abusos patrocinados por el Estado. Yo era joven e inexperta, y no había apreciado el conflicto de intereses. Me distancié del grupo, empecé a trabajar con muchos periódicos y, finalmente, conseguí un contrato con Reuters.
«Aunque nunca había estudiado fotografía, me enamoré de las fotos para (…) hacer que las personas en naciones poderosas se preocuparan por lo que estaba sucediendo en el país». Corinne Dufka.
El fotoperiodismo marcó tu futuro en 1988, ¿entonces sabías lo que querías hacer?
Sentada en la cocina de mi casa de la colonia San Luis en San Salvador decidí dedicarme al fotoperiodismo. Había traído a San Salvador algunos libros de los fotógrafos de la guerra de Vietnam: de Larry Burroughs, de Phillip Jones Griffiths y de Eugene Smith. El poder de las imágenes me conmovió más allá de las palabras.
Quería usar la fotografía para educar, pero también para motivar a otros a preocuparse por los problemas actuales. Me enamoré perdidamente del medio por su pureza, su clarificación, su poder para contar una historia de una manera que toca el intelecto y el corazón, y por su importancia en la documentación de la historia. Estaba decidida, me dedicaría al fotoperiodismo, pero había un pequeño problema, pues no tenía ni idea de cómo ser fotoperiodista.
¿Entonces, a qué atribuyes tu éxito en el fotoperiodismo cubriendo la guerra salvadoreña?
Cuando inicié mi carrera solo tenía una cámara y un lente, sin ingresos, ni contratos y sin idea del trabajo. Pero lo que sí tuve fue una comunidad de fotoperiodistas salvadoreños generosos, gregarios y apasionados. Me enseñaron, me guiaron en cada paso del camino. Estaré eternamente agradecida mi familia y «a mi mara» (amigos y colegas) por su generosidad de espíritu: Roberto Navas, Paco Campos, Luis Galdámez, Luis Romero «la Muñeca», Iván Montesinos, Alex Renderos «Pompis» y Miguel Solís. Me enseñaron todo lo que sé sobre composición, equipo, iluminación, tipos de películas, revelado, mezcla de productos químicos e impresión. Sobre qué hace que una imagen sea poderosa y cómo producirla. Ellos y muchos reporteros salvadoreños y de otros países, me enseñaron sobre la colegialidad, la resiliencia, la solidaridad, el equilibrio, la objetividad y la humildad. Sobre cómo protegerme en combate, y sobre cómo ninguna foto, por poderosa que fuera, valía la pena para perder la vida por ella.
¿Recuerdas alguna anécdota de cuando trabajaste con la agencia Associated Press (AP)?
Un día, al tener la oportunidad de representar a la AP (antes de Reuters) para cubrir una Cumbre Centroamericana, decidí caminar al trabajo desde la colonia San Luis. En la ruta (hacia el Hotel Camino Real, base de los corresponsales), a plena luz del día, fui detenida por dos hombres que me apuntaron a la cabeza con una pistola Magnum y me ordenaron que entregara mi bolsa de cámara. Vi cómo mi carrera de fotoperiodista se desvanecía en un instante, aunque me sentí aliviada de que no me hubieran disparado. Después de llegar a la AP y comentar lo sucedido, la Muñeca me arregló (un bolso con) una cámara y lentes para que pudiera cumplir mi tarea. Fue uno de los muchos, innumerables ejemplos de gracia y solidaridad que se le brindó a esta «chele» de California.
¿Cómo fueron tus inicios en la agencia Reuters?
Trágicamente dos de mis mentores (fotoperiodistas de Reuters) fueron atacados a tiros en 1989 en un puesto de control en San Salvador, en la víspera de las elecciones presidenciales. Roberto Navas, quien pereció ese día, y Luis Galdámez, gravemente herido. Asistir al funeral de Roberto lo sentí como un derecho de paso al mundo que ocuparía durante la próxima década.
(Así) empecé a trabajar con Reuters en 1989, supliendo a Luis Galdámez. El entonces jefe de fotografía en el país, Miguel Solís, me pidió que llenara el vacío… fue el honor de mi vida.
En Centroamérica, con razón o sin ella, respaldada por una potencia extranjera o no, la gente de ambos bandos luchaban por una causa, una ideología. Corinne Dufka.
¿Cómo te marcó la guerra en El Salvador y la región centroamericana?
Como periodista uno trata de dar sentido a lo que llevó al conflicto que está cubriendo. No aprecié el significado de los conflictos más ideológicos en Centroamérica hasta que cubrí las guerras en Bosnia y África. En Centroamérica, con razón o sin ella, respaldada por una potencia extranjera o no, la gente de ambos bandos luchaba por una causa, una ideología. Cuando fui a Bosnia, un país con una población educada y con una base industrial, no dejaba de preguntarme: ¿Por qué demonios está luchando esta gente y por qué está destrozando su país?. No tenía sentido. Y luego fui a África, donde la gente se estaba masacrando y destruyéndose unos a otros por casi nada más que su origen étnico. Pero lo que está claro, en todas las guerras que he cubierto, es que los asesinatos alimentan el reclutamiento y el resentimiento, y alimentan violaciones cada vez más terribles.
Poco después de llegar a Bosnia fuiste herida junto con otros colegas. ¿Cómo te afectó?
Fui herida junto a dos colegas en 1993 cuando nuestro vehículo pasó encima de una mina terrestre antitanque en una pequeña ciudad del centro de Bosnia. Y si no hubiéramos andado en carro blindado habríamos perecido. Creo que hicimos todo bien al tomar las medidas de seguridad adecuadas, pero de lo que no nos dimos cuenta fue de que las líneas del frente (de guerra) habían cambiado horas antes de que apareciéramos. El pueblo estaba inquietantemente tranquilo y nos dirigimos a un barrio donde las casas estaban en llamas y la situación era tensa. Había niebla, nadie se aventuraba a salir.
Una voz interior me dijo: «No vayas por esa calle», estaba llena de escombros de guerra, pero lo hicimos, y momentos después una explosión de color naranja brillante llenó el parabrisas del automóvil. El coche estalló en llamas y salimos para ponernos a salvo, pero los francotiradores nos dispararon. Fuimos protegidos por combatientes bosnios que nos proporcionaron primeros auxilios y vino de ciruela fuerte. Un evento dinámico que me enseñó algunas lecciones: primero escuchar tu voz interior, y segundo, haciéndome eco de lo que mi mara salvadoreña había dicho: ninguna foto vale perder la vida.
Cubriste conflictos en África. ¿Cuál es el reflejo de tu trabajo en esos días?
A menudo me costaba entender por qué la gente destrozaba sus vidas y sus comunidades y perpetraba atrocidades indescriptibles contra sus antiguos vecinos. En la raíz de estos conflictos en África hay una profunda sensación de deshumanización como resultado de una corrupción endémica, falta de oportunidades, pobreza aplastante, las fuerzas de seguridad criminalizadas y explotación por igual de gobiernos, grupos armados y empresas extranjeras.
Mientras editaba imágenes (para This is War) me sorprendió la cantidad de conflictos que cubrí y que habían estallado una y otra vez: Sudán, Burundi, Congo. Significa que los temas que dieron origen a los conflictos que cubrí aún no se habían abordado. Espero que mi libro genere una reflexión sobre esa dinámica de recaídas en conflictos… ¿Por qué las guerras siguen estallando en los mismos lugares una y otra vez? ¿Qué es lo que la comunidad internacional no está haciendo bien?
¿Qué significa convivir con la carga emocional de tus imágenes en escenarios de los conflictos armados que documentaste?
Sí, me impactó el conflicto, pero lo que soporté palideció exponencialmente ante el trauma experimentado por la gente común. Desde El Salvador hasta Sudán y Sierra Leona, cuyas vidas fueron destrozadas por un conflicto sin sentido. Aquellos cuyos seres queridos fueron enviados a luchar y morir, o tuvieron que dejar la escuela o la universidad y abandonar sus sueños, o se vieron obligados a huir de su pueblo. A aquellos que perdieron una extremidad, o un hijo, una hija o un esposo, que entraron en el laberinto del dolor que ocuparían por el resto de sus vidas. Como periodistas extranjeros, fuimos protegidos de las penas y traumas más profundos de la vida experimentados por aquellos que tenían mucho más en juego.
«Lo que soporté palideció exponencialmente ante el trauma experimentado por la gente común». Corinne Dufka.
¿Por qué decidiste dejar la fotografía de prensa?
Me alejé del periodismo por varias razones. Primero porque me estaba deshumanizando al sufrimiento, siempre un riesgo para quienes están expuestos a eventos traumáticos, pero también porque quería trabajar de una manera más directa para detener el conflicto. Mi trabajo en Human Rights Watch (HRW) me permitió utilizar mis habilidades de entrevista adquiridas como trabajadora social, así como mis destrezas periodísticas de documentación e investigación.
Con HRW utilicé las palabras de las víctimas y los testigos para pintar una imagen de lo que habían soportado y, con el tiempo, aprendí lo suficiente sobre el derecho y la política internacional para hacer recomendaciones sobre cómo mitigar los conflictos armados. Ambas profesiones, el periodismo y el trabajo de político, tienen un papel inestimable que desempeñar a la hora de dar la voz de alarma y sugerir soluciones. Me siento muy afortunada de haber ocupado ambos roles.
Ante la nueva realidad en la que el periodismo parece condenado a desaparecer, ¿qué opinas?
El periodismo se enfrenta a muchos desafíos para su supervivencia y reputación. Internet y la consiguiente pérdida de ingresos agotaron los fondos para producir periodismo de calidad, es costoso cubrir historias complejas y peligrosas, pagar a periodistas un salario justo. Las redes sociales y el periodismo ciudadano han eliminado el proceso crucial de edición que asegura el equilibrio, el contexto y el control de calidad. La tecnología ha difuminado las líneas entre la información objetiva y grupos de interés tendenciosos: los de la derecha vomitan falsedades y los de la izquierda no informan de las dinámicas clave, lo cual es una forma de desinformación. Ambos bandos avergüenzan moralmente a la gente para que no haya información que contradiga la narrativa política dominante.
La tecnología también ha contribuido a una dinámica de déficit de atención, las personas no se toman el tiempo para leer artículos de principio a fin. Por último, me preocupa el auge del periodismo de activismo, que en realidad no es más que cabildeo por una causa o agenda social, que, por definición, no cuenta toda la historia objetiva. La inteligencia artificial intensificará todos estos desafíos.
Las redes sociales y el periodismo ciudadano han eliminado el proceso crucial de edición que asegura el equilibrio, el contexto y el control de calidad. Corinne Dufka.
¿Debemos los periodistas renovar nuestro compromiso profesional?
La neutralidad, el equilibrio y el reportaje en profundidad sin una agenda; la pasión por contar todos los lados de un problema deberían ser el mantra de un periodista. Siempre hay algo más en la historia. Siempre hay más personas que te ayudan a entenderlo. Revisa tus ideas preconcebidas y sumérgete con justicia, humildad e integridad en tu mente y corazón.
¿Tu libro This is War es un reflejo de tu trabajo y es el rechazo a la violencia ?
El libro es, en primer lugar, un viaje personal (para dar sentido a lo que presencié durante una década tumultuosa). En segundo lugar quería ampliar el registro histórico de los conflictos cubiertos y el papel histórico de las mujeres en el fotoperiodismo. Pero, yo diría que la razón más importante para este libro fue estimular la reflexión sobre las razones detrás de la recaída en los conflictos, o peor aún, las guerras eternas que siguen y siguen… Para empujar a la gente a pensar en lo que el colectivo «nosotros» —la gente común, los diplomáticos, los líderes, incluso los humanitarios— estamos haciendo mal, y qué más podríamos hacer para abordar el fracaso más abyecto de los seres humanos: la capacidad para la guerra.
La introducción de This is War la escribió el cronista y escritor Jon Lee Anderson: «Hay fotografías en este libro que permanecerán en los corazones y las mentes de las personas que las ven, y que, como Corinne Dufka, decidirán hacer que el propósito de su vida sea hacer lo que puedan para ayudar a detener la guerra».
Apuntes:
Corinne Dufka tiene una Maestría en Bienestar Social de la Universidad de California en Berkeley, fue trabajadora social psiquiátrica en San Francisco hasta 1986, después de lo cual se mudó a El Salvador para laborar como trabajadora humanitaria y renunció para ser fotoperiodista.
Por cubrir algunos de los conflictos más sangrientos de finales del siglo XX con imágenes devastadoras ganó la Medalla de Oro Robert Capa, premiada por el World Press Club y fue nominada al Premio Pulitzer. Muchas de esas imágenes están en su libro This is War.
Después de dejar el fotoperiodismo, Dufka se unió a Human Rights Watch y desde su base en África Occidental trabajó como investigadora, utilizando el testimonio de víctimas y testigos para abogar por el fin de la violencia. Investigó crímenes de guerra en Sierra Leona, por lo que en 2003 recibió una beca MacArthur.
Actualmente trabaja como investigadora y asesora independiente, ayudando a mitigar riesgos de conflictos armados. Reside en Maryland y tiene una hija y un hijo adoptivo. Posee una curiosidad infatigable y una profunda reverencia por la condición humana.
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