Entrevista

Cuatro de las cinco musas: Memena, Andrea, Cesia y Aileen.

Desconectadas de Apolo.
Vida y pasión de unas mus(icaz)as salvadoreñas

Nayda Acevedo nos acerca al pasado y al presente, al mundo íntimo, a la profundidad de una amistad fuerte y solidaria entre estas talentosas mujeres que integran el grupo Las Musas Desconectadas. Inspiradas por la justicia, el amor y la entrega de fuerza, respaldo y coraje, estas musas inspiran a atreverse a tener sueños y a perseguirlos.

Texto: Nayda Acevedo Medrano*
Fotografías: Giuseppe Dezza

Marzo 8, 2024

Semilla que vi nacer, tanto cuidé, siempre la vi crecer.
Esperé tanto por ti, nunca me fui, yo sigo aquí.
Rama que sube si escalas, buscas la luz, aprender mucho más,
alumbraré tu pasar, nunca me fui, yo sigo aquí.
Estaremos aquí, en erupción, como un volcán
Romper el silencio hoy de mi voz, por tu amor.
Flor que a los ojos llamás, sales de aquí, te arrancaron de mí,
No dejaré de buscar, nunca me fui, yo sigo aquí.
Hoja se caen y espero verte venir, a mi lado seguir,
no dejaré de luchar, vives en mí, yo vivo en ti.
Estaremos aquí en erupción, como un volcán.
Romper el silencio hoy de mi voz, por tu amor.
No dejaré de buscar. Vives en mí. Yo vivo en ti.

«Raquel» | Canción para las mujeres desaparecidas

¿Quién no se ha sentido contagiado más de una vez al escuchar una serie de repiques melódicos y fiesteramente sincronizados de tambores, timbales, silbatos, panderetas? Sí, me refiero a las batucadas, espacios rodeados de jolgorio, de risas, de consignas potentes entre repique y repique, de vida. Y es que ¿a qué ser humano repleto de ritmo no le gustaría formar parte de estos espacios que sincronizan los latidos con esa base inconfundible del tacatacapum, tucumtuncum, tacatacapum, tucumtuncum de esa maravillosa justa percusionista? 

Bianca era parte de un grupo de mujeres que inició así su camino.  «Pueden entrar a la batucada, sí, estamos pensando que necesitamos quien baile y toque la pandereta», los tambores, sobre todo los más grandes, no eran parte de la ecuación según el rol pensado para ellas. Así, bajo la ruptura del estereotipo, nacen en 2008 Las Musas Batucada, contrapropuesta a la negativa de la participación de mujeres tocando con todo su ritmo, melodía y armonía los instrumentos que quisieran. Son, desde su inicio, inspiración a rebelarse, tambor de un llamado milenario que mueve los pies, sube por las piernas, redobla en el vientre, retumba en el pecho y brota en la conciencia. 

Uno de los elementos novedosos que Las Musas Batucada imprimió a las tradicionales percusiones fue incluir voces y fusionar diferentes géneros, resultando una mezcla entre la samba y el reggae y dando vida a una propuesta de estilo propio que poco a poco fue marcando su pauta, colocándose como referentes musicales con causa y, sobre todo, abriendo espacio a honrar la razón de su nacimiento: reivindicar la música como un medio de expresión y empoderamiento, acompañado de un constante trabajo que ha permitido colocar esa voz desde la calidad musical y ha inspirado a más mujeres a sumarse. 

Poco a poco fueron marcando una propuesta con estilo propio y colocándose como referentes musicales con causa.

La prueba de ello es que aquel proyecto que inició como Las Musas Batucada hace quince años ha reunido durante ese tiempo a prodigiosas mujeres de diversas latitudes, como Estados Unidos, Alemania, Costa Rica y El Salvador, hasta llegar hoy por hoy a ser quienes son, pues precisamente ese proceso de maduración del grupo se fue colando en todo sentido y haciendo una especie de relevo del empoderamiento y de la expresión para quienes iban integrándose a lo largo del tiempo. «Nosotras experimentamos, y a partir de ahí, reconociendo el talento de cada una y el gran potencial profesional, no solo en la música, sino en todo lo que hacemos, es que vamos dándole forma a esto, como el barro, moldeándonos y moldeando», dice Cesia Ramírez, quien desde 2010 es parte de la agrupación. Y es que justamente esa dinámica hizo que la batucada fuera poco a poco siendo un elemento más dentro de ese poderoso universo de cualidades, sumándose así un violín, un piano, un bajo a los tradicionales instrumentos percusivos de las batucadas. 

Pero no solo los instrumentos alimentan a la agrupación, también las mismas experiencias lo hacen, y resulta así uno de las mayores potenciales de esta agrupación: la creación a partir de las vivencias cotidianas, desde las más profundas injusticias visibles y no visibles de un sistema heteropatriarcal que restringe y replica patrones y roles de conducta así aceptados por la sociedad hasta las emociones más íntimas de sus integrantes, como el duelo por la pérdida de sus padres, las rupturas amorosas, el sentimiento de rechazo de la familia y la sociedad o la insaciable sed de pertenencia a un espacio que nos acepte desde nuestras propias identidades. 

«Crear jugando nos hizo dar el giro», dice nuevamente Cesia, que ocupa hoy por hoy el puesto de mayor antigüedad en la agrupación. Recuerdan esa convocatoria del 17 de febrero de 2014, donde en el cumpleaños de una de sus amigas, en el espacio cultural La Maga, varios instrumentos (además de los tradicionales de la batucada) se fueron sumando a una especie de sesión descomplicadamente improvisada. La sorpresa fue cuando desde ese espacio les solicitan una presentación. «Ah, sí. ¿Podemos dejar de una vez los tambores acá para no andar cargándolos?”, replicó una de las integrantes de ese tiempo, a lo que contestó quien las contrataba: «No, no, es que nos gustó lo que hicieron el otro día del cumpleaños, que tocaron varios instrumentos. ¿Pueden hacer eso otra vez, pero en un concierto?». Y fue así como, desde el talento innegable de cada una en un espacio de total libertad creativa y recreativa, nacen Las Musas Desconectadas y ofrecen su primer concierto el 3 de marzo, hace justamente una década. 

¿Qué ha pasado durante esa década de existencia de las Musas Desconectadas, que ya contaba con un quinquenio previo entre batucadas? Un sinfín de historias personales se convocan en este proyecto y son esas vivencias las que crean y procrean en este espacio de partos, de vida. Jóvenes profesionales, virtuosas, que continúan el legado de inspirar a través de la música. 

Hoy por hoy el grupo se integra por Memena Rivera, multinstrumentista; Cesia Ramírez, baterista; Aileen Vasquez, bajista; Andrea Ramírez, voz principal y Marielos Montes, en la guitarra. Cada una ha ido incorporándose a lo largo de esta década, honrando lo que significó la creación de esta agrupación, pero también abrazando el espacio como un hogar donde habita la familia elegida, donde han aprendido a conocerse y reconocerse, donde logran expresarse desde su propia individualidad y donde, a pesar de las tensiones propias de los vínculos y las convivencias, han logrado tejer una sororidad a base de confianza y conciencia. 

Pero ¿quiénes son estas mujeres que desafían al sistema? ¿A qué le cantan? ¿Cómo componen? ¿Cómo se ven en el futuro? Conozcamos un poquito más allá de su potente apuesta y abracemos lo que de humanas son, lo que de mujeres han vivido y habita en ellas.

Uno de los mayores potenciales de la agrupación es la creación a partir de las vivencias cotidianas, desde las más profundas injusticias visibles y no visibles de un sistema heteropatriarcal.

Memena. Inquietud por múltiples instrumentos musicales

Memena es la mayor de tres hermanas, crecida en una familia donde la música no era algo ajeno. Desde pequeña su voz dulce sobresalía rodeada de instrumentos.

De sus principales memorias destaca el piano de periquito que le regalara su tío en su cumpleaños número siete, en el cual pasaba horas preparando, bajo su privilegiada memoria auditiva, su repertorio de una canción: Amigo Félix.

A los nueve años su papá la matricula en una academia de música. En ella practicaban lecciones con un método que iba por módulos o capítulos, y Memena siempre iba adelantada a sus hermanas, quienes también iban a las clases.

La sorpresa fue que Memena, a pesar de ir tan adelantada, no leía música, sino que todos los libros los había ido aprendiendo gracias a su prodigioso oído.

Memena Rivera.

La escuela no era el lugar favorito de Memena, sin embargo, la música sí lo era. En principio se sintió atraída por la batería, pero su papá le propuso cambiarla por cualquier otro instrumento, y es así como empieza a aprender guitarra. Con apenas 12 o 13 años, le era difícil aún alcanzar todas las cuerdas de la guitarra en aquella clase grupal; sin embargo, ella misma habría de darse cuenta de que al cabo de seis meses dominaba bastante bien el instrumento y se inquietaba por otro más y otro más y otro más. Su padre ha acuerpado su pasión por la música al punto de acordar clases de saxofón con el connotado instrumentista Víctor Tomasino, de quien aprendió, al escucharlo, en una sola clase, pero que no vio más en su proceso formativo posterior. Memena toca saxofón, flauta dulce, piano, charango, quena, cello, guitarra, bajo, entre otros instrumentos. Es una especie de genio de la música que ha logrado encajar en el mundo de las musas que inspiran con tales virtudes.

Durante su adolescencia empieza a vivir un proceso de mayor introversión, al punto de no salir. Esa sensación de sentirse sola y de que lo único que la llenaba era la música fue persistente durante ese tiempo. No entendía bien, además, por qué le gustaban algunas de sus compañeras de clase, pero sabía perfectamente que era su gusto; sin embargo, era consciente también de que la sociedad se lo recriminaba. 

Termina su bachillerato y entra a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), donde inicia la carrera de ingeniería, y más adelante decide pasarse a la carrera de arquitectura. Conoce a Juan Carlos Berríos, y es él quien la alienta a mantenerse en el Centro Cultural de la UCA y aportar y aprender desde ahí. Es con Juan Carlos con quien aprende a escribir música, a leerla, a conocer de arreglos, a dirigir, a entender los roles de cada instrumento, y lo recuerda como una escuela de vida.

Aunque más de alguna vez ejerció como arquitecta, siempre encontró problemas para ubicarse de manera permanente en un espacio, hasta que en 2014 conoce a Las Musas. Bianca, fundadora del grupo, la invita a su casa en la colonia San Luis y encuentra en ese espacio una plena aceptación de su potencial musical; además, socialmente le abrían los brazos desde su propia construcción personal. Como integrante de Las Musas, Memena no solo consigue su anhelo de formar parte de un grupo musical, sino además ser ella en el mundo. 

Las Musas Desconectadas representan para Memena la intersección de varias transversales de su vida. Reconoce y recuerda a Bianca como el cemento de la base, pero abraza también las vivencias posteriores que dentro del grupo han sucedido, entre ellas, conocer a Marielos, convirtiéndose en inseparables almas gemelas, pues ambas conectan desde sus vivencias hasta las creaciones musicales que de ahí brotan. 

Las Musas Desconectadas representan la intersección de varias transversales en la vida de Memena.

Marielos. El paso de posiciones personales a una apuesta colectiva

Marielos, por su parte, proviene del municipio de San Julián, Sonsonate, de una zona rural. En su familia se rodea de maestros, maestras y trabajadores de la tierra. Su mamá escuchaba música todo el tiempo, y entre sus grupos favoritos estaban Abba, The Bee Gees, The Beatles, aunque la única referencia musical que tiene en su familia es la de un tío quien tocaba marimba. Por su parte, su papá era aficionado a las letras. De él recuerda que recibió su primer libro como regalo a los siete años, una antología de poesía del año 1996. 

Marielos siempre escribió. Lo hacía para ella, en un diario, cada vez que podía. Acompañada por su mamá, quién además era parte de las Comunidades Eclesiales de Base, inicia clases de guitarra, y a los 13 años se hace de su primer instrumento: una guitarra dura, viejita, con la que empieza a tocar en las misas de la iglesia.

Durante su adolescencia Marielos era fuertemente cuestionada por la forma en que pensaba y se vestía. A menudo era comparada con sus primas y eso fue cargando de incomodidad el ambiente, al punto de rechazar el entorno en el que estaba. Cuando Marielos cumple 16 años y con el bachillerato terminado, hay un parteaguas, pues se va a vivir a San Salvador, y ese cambio es muy fuerte en su vida.

Su mamá, quien siempre la había acompañado, se había ganado una beca para estudiar en Estados Unidos, y justo en ese momento empieza su carrera en Psicología.

Sus tres primeros años transcurren sin salir y apenas viajando a ese espacio familiar en San Julián, que era ya tan ajeno.

Ya en el tercer año de su carrera inicia relaciones con otras personas, círculo de amigos, hasta terminar la carrera con otra construcción social, y la casa de origen se va haciendo cada vez más pequeñita.

Marielos Montes.

Sin embargo, azares de la vida hacen que deba regresar en 2015 y 2016 a Sonsonate. Ya graduada y contando con el respeto de sus papás a sus decisiones, regresar a San Salvador era parte de su proyección más inmediata. Sin tener casa a la cual llegar en 2016, se reencuentra casualmente con una amiga, a quien le consulta si conocía algún lugar donde podría vivir en San Salvador. Su amiga contesta que sí. Una casa en la residencial San Luis, donde vivían Bianca y Eli, más otras jóvenes que hacían música, y le preguntó si ella podría llegar ahí.

No se hizo esperar la incorporación de Marielos, quien no solo se ve abrazada por Eli y Memena, sino que, además de la guitarra, que hacía algún rato había dejado de tocar, se empieza a incorporar a un proceso más de estructura de identidad del grupo, que se va convirtiendo cada vez más en una familia, un espacio de aceptación, una red. Marielos aporta esa visión de estudio del feminismo, incorporando meridianamente la causa, la razón de creación de Las musas: derechos de las mujeres, problemáticas sociales, defensa del medioambiente, entre otras. 

Es por ese viraje visible dentro de las letras ya propias que Las Musas Desconectadas se ven acogidas por los movimientos feministas y se convierten en referente, pasando de posiciones personales a una apuesta colectiva. Marielos sonríe con la memoria y cierra: «Personalmente fue importante encontrar esa red, esa familia elegida, pero sin lo trillado que pueda ser eso, sino desde la realidad que se va construyendo con el tiempo, permitiendo conocernos desde las emociones y vivencias de cada una, nuestras tristezas, alegrías, enojos, en donde nuestros temas familiares nos cruzan, pero también nuestra visión social».

Marielos aporta esa visión de estudio del feminismo, incorporando la razón de creación de las musas: derechos de las mujeres, problemáticas sociales, defensa del medioambiente, entre otras.

Marielos comenta que ya son más de siete años compartiendo en su mayoría las mismas integrantes, lo que genera más estabilidad, mayor concreción en los roles, y eso ayuda además a que se fusionen las ideas; sin embargo, la excepción era quien ejecutaba el bajo, que por alguna razón de la vida duraba cada una un ínterin de cuatro años. Y llega Aileen.

Aileen. Con el bajo en la escena y un repertorio inicial de solo tres canciones

Aileen entra a Las Musas Desconectadas en 2018. Proveniente de una familia con fuertes gustos musicales en la cual su papá, melómano por excelencia, transpiraba música.

Por su parte, su mamá y su abuela materna ejecutaban con destreza el violín y la guitarra.

Aileen recuerda cómo en tercer grado agarraba el peine como micrófono y la escoba como guitarra y se imaginaba una rockstar en medio de un concierto eufórico donde derrochaba talento y adrenalina. 

No estaría muy lejos de ello; sin embargo, el escenario sería diferente: el Ministerio de Alabanza del Liceo Cristiano Juan Bueno, en el cual, sobre la tarima, se sentía como pez en el agua cada vez que recitaba la oración a la bandera, algo que no ocurría cuando se trataba de cantar, pues por una extraña razón la vencía el miedo escénico. 

Aileen Vasquez.

Sin embargo, el director la exhorta a que tome ese camino e incluso le da tips. Durante su adolescencia debe cambiar de colegio, y la dinámica en otros espacios escolares no sería igual; con todo, mantenía ciertas participaciones escénicas en los juegos intramuros o en otros eventos grandes.

Aileen inicia su vida universitaria en la Universidad Evangélica y es ahí donde algunos de sus compañeros la invitan a tocar en el bar Republik. Esa descarga de adrenalina que vuelve a sentir le da el impulso para que, ya conociendo a Cesia y a Andrea, se sume a una presentación con el grupo de Cesia, que en ese momento era In Lakech. Así se mantiene la amistad entre ellas. 

Pero la vida habría de mantenerlas cerca en situaciones complejas; una de ellas es el fallecimiento de su padre.

Uno de los últimos eventos que Aileen recuerda con su padre es el reclamo que él le hiciera por hacer un trueque entre el televisor que le había regalado por un bajo. No era menor la razón: Aileen deseaba aprender bajo para incorporarse a Las Musas Desconectadas a través de tres canciones puntuales que debía aprenderse, pero esto le exigía la disciplina de ensayar a diario si quería conectar con el instrumento y con la música de Las Musas. Miguel, quien era su pareja en ese momento, y Memena, se dan a la tarea de darle las herramientas del caso y logra incorporarse. 

Aileen comenta que entrar a Las Musas Desconectadas con el fallecimiento de su padre aún reciente fue como sostenerse en muletas. Sin embargo, como en todo inicio de proceso era evidente el desfase que tenía todavía en la comunicación verbal y no verbal: mientras todas las integrantes hablaban entre ellas, Aileen aún no se sentía parte, hasta que poco a poco se fue quedando.

Para Aileen, entrar a Las Musas Desconectadas con el fallecimiento de su padre aún reciente fue como sostenerse en muletas.

Aileen cuenta, entre risas, junto a sus compañeras, que la desventaja de solo saber tres canciones era evidente en los conciertos en vivo, a tal grado que cuando el público empezaba a corear el tradicional «otra, otra, otra», pues en más de una ocasión la aclaración fue literal: «Es que no podemos, la bajista solo se puede tres canciones». Parece chiste, pero es una anécdota de la cual, sin lugar a dudas, se fortalece el siguiente paso: aprenderse las canciones restantes que debía acompañar. 

Aileen se acompaña de otros proyectos individuales. Además del trabajo con Las Musas hace uso del estudio para colaboraciones con covers, mantiene su banda con amigos de infancia del tiempo del ministerio de alabanza, con quienes tiene presentaciones al menos tres veces al mes, además de acompañar a Andrea a sus eventos. 

Andrea. Madre e hijos músicos, malabaristas y acróbatas

Andrea creció en un ambiente musical, pues su padre y su madre han sido integrantes de la Orquesta Sinfónica de El Salvador. Esa joven pareja tuvo tres hijas, de las cuales la menor es Andrea. Sus padres heredan, además, la escuela de música de sus abuelos. Ahí, en la academia de música, aprendieron ella y sus hermanas a tocar varios instrumentos. Andrea se decantó por el piano (con asistencia de su tío Leo) y el violín, impartido por su mamá. 

Desde muy joven participa en gimnasia y voleibol, lo que le ayuda a enfocarse en el trabajo físico, y a los doce años forma parte de un proyecto que le permite ir becada a Estados Unidos, donde se prepara en canto, baile y artes escénicas. Ese año, con el aprendizaje adquirido, se van de gira, lo que significaba para Andrea cumplir el propósito de su vida: ser artista. 

Andrea Ramírez.

Durante su adolescencia desarrolla más la danza que la música, pero al entrar a la Escuela Nacional de Danza Alcira Alonso recibe la noticia de su embarazo.

Dos sucesos marcan temprano la vida de Andrea: uno, la maternidad adolescente, y el segundo, la pérdida de sus abuelos. 

Andrea es mamá de tres hijos. Se casó antes de cumplir su mayoría de edad por presiones sociales más que por decisión consciente. 

En Las Musas Desconectadas Andrea no solo encuentra su espacio artístico, sino además una plataforma para conocerse a sí misma, para comprender y asumir que aun en el amor se replican dinámicas violentas y, en medio de todo ello, Andrea crea, alza la voz y escucha además su voz interna. 

Andrea se prometió no truncar sus sueños y ha sumado a sus hijos a sus proyectos. Los tres tocan instrumentos musicales, además de ser malabaristas y acróbatas.

Con el paso de los años desarrolla técnicas circenses que, en sus palabras, reúne todas las artes. El circo para Andrea representa liberación, plenitud. Además, Andrea da clases en colegios y es maestra independiente de música. Invierte parte de su tiempo en apoyar proyectos sociales, brindando apoyo a diversas organizaciones de la sociedad civil que impulsan el arte como transformación social. 

Por esos misterios de la vida, ya estando en Las Musas, Aileen y Andrea se enteraron de que el tío Leo, quien le enseñara piano, era muy amigo del papá de Aileen, y esto hace que se unan aún más. 

La maternidad no ha sido impedimento para que Andrea siga perfeccionando sus actividades artísticas en la vida. Y no es para menos, su principal ejemplo siempre ha sido su mamá, quien ha estado, a pesar de mantener un matrimonio estable en el tiempo, al frente de su casa. Andrea se prometió no truncar sus sueños y ha sumado a sus hijos a sus proyectos. Los tres tocan instrumentos musicales, además de ser malabaristas y acróbatas, siguiendo los pasos de su mamá. 

De aquel cumpleaños celebrado en el espacio cultural La Maga, es Andrea quien asume la voz líder, y aunque han pasado diez años de ello, se mantiene abrazada al proyecto, sumando además su espacio como solista. Es que Andrea Korchea es un personaje ya reconocido no solo por su voz: su trabajo y esfuerzo la anteceden y recoge hoy los frutos de su disciplina. 

Una de las reflexiones más profundas de Andrea es la relacionada con la comprensión de los abusos que rodean la vida de las mujeres y que poco a poco ha ido aprendiendo a identificar: la religión, el matrimonio casi forzado por el qué dirán, el silencio, la humillación maquillada de tolerancia, solo para citar algunas. 

Andrea es la hermana menor de Cesia, y desde muy pequeña la sabe a su lado: en el canto, en el crecimiento, en la música, en los nuevos aprendizajes, en la vida.

Cesia. Encontrar apoyo y ser apoyo

Cesia es la segunda de tres hermanas, de las cuales la menor es Andrea. Como sus hermanas, también recibe educación musical de su mamá, quien es educadora especializada en primera infancia.

Inicia tomando clases de violín, pero comenta que los sonidos agudos no eran lo suyo; además, recuerda que siempre fue contra la corriente: «No te subas a los árboles», era la primera que lo hacía. Cesia incluso es una de las primeras mujeres bailarinas de break dance

Cesia Ramírez.

Gracias al privilegio de tener padres músicos, las tres hermanas aprendieron acompañando a su mamá y su papá en las distintas clases que impartían. Así es como conoce a una de las alumnas de su papá, que era del ministerio de alabanza, y vio que tocaba la batería. Ese instrumento siempre le había llamado la atención, pero nunca lo había podido tocar.  En la escuela de música casi siempre eran hombres y niños quienes lo aprendían, pero ver a Lidia la impresionó y es así como le plantea a su mamá la idea de aprender a tocar la batería. Lo más interesante fue que las primeras clases de batería se las dio su mamá, quien además de poseer un oído agudo, desarrollado y motricidad individual, se da a la tarea de inducirla. Además, no se llevaba muy bien con su papá.

Cesia concluye que la mejor escuela para aprender música es una iglesia, porque se aprende a transmitir.

Sin embargo, en la iglesia no la dejaban tocar, aun siendo una de las mejores bateristas. No fue hasta entrada su adolescencia que pudo hacerlo, pero solo le era permitido ejecutar el instrumento en la iglesia infantil, no en el culto. La razón por la que le negaban presentarse era cómo se vestía y su forma de ser, que a criterio del pastor no era aceptable. 

De su mamá aprendió que ser diferente está bien, que es hasta mejor, porque se sobresale; pero llegó un momento en el que muy firmemente le dijo: «Si querés seguirte formando tenés que aprender un instrumento melódico y armónico». Y así aprendió guitarra, más porque con ella lograba acompañarse al cantar que por inclinarse a su ejecución especializada. 

Sin embargo, no todo fue restrictivo en la iglesia. De hecho, Cesia comenta que uno de los elementos que le permitió sentir, conectarse a ese nivel espiritual y tocar desde la más profunda fe fue sumarse a esa trasmisión de emociones que sucede desde las alabanzas. De hecho, menciona como ejemplo a grandes representantes que inician sus carreras en el góspel y concluye que la mejor escuela para aprender música es una iglesia, porque se aprende a transmitir. 

Cesia también toca el cello, el instrumento que le abrió un espacio en la Orquesta Sinfónica Juvenil.

Su incursión por la música la ha llevado a ser parte de su propio grupo In Lakech, además de Las Musas Batucada y luego Las Musas Desconectadas.

Bianca fue la responsable de enrolarla y nunca más se salió, convirtiéndose también en una escuela diaria de percusión. Una de las vivencias más importantes de Las Musas Batucada fue la participación en el álbum de Ciudad Mujer, en el cual participaron como grupo.

Cesia ejecutó la percusión de todas las producciones que formaron parte de ese disco, y no solo de la pieza de Las Musas. Mientras grababa una de las canciones del álbum, escuchó que necesitaban incorporar una batucada, y es así como se sumaron al proyecto.

Hubo dos sucesos marcaron ese disco: el primero fue que terminando la grabación, no se les concede el derecho para publicarla; y el otro es que la necesidad de grabar con carácter inmediato hizo que introdujeran una de las canciones más emblemáticas del grupo, perteneciente a Naik Madera, uno de los grupos que influyen en la actividad artística de Las Musas Desconectadas

Para Cesia, la agrupación ha sido no solo un espacio musical, sino una familia. Aunque en su caso es literal, considerando que Andrea es su hermana. Ambas han vivido situaciones de profunda emotividad, como cuando una de las integrantes del grupo soltó un comentario directo a Andrea: «Tu hermana es lesbiana, ¿que no lo sabías?». Y en ese momento la confianza musical y la protección que siempre sintió de Cesia quedó suspendida en el aire, pues Andrea no comprendería por qué nunca se lo había dicho Cesia.

Las Musas Desconectadas son un grupo de mujeres profundamente humanas que colocan sus voces y toda su musicalidad para señalar las deudas de la justicia.

Y no era para menos. Hay pactos en las familias difíciles de romper. Hay espacios en los que no es posible hablar con libertad de ciertos temas, aunque se asuman, pero no se nombran. Este fue un suceso que, a pesar de generar reacciones emocionales fuertes entre las hermanas, terminó consolidando lo que ya eran: hermandad pura y dura. 

Cesia reivindica a Las Musas como el espacio donde aprendió y decidió su apuesta política, el hogar donde se asumió lesbiana y feminista, la palestra desde donde se reafirma contra el sistema, pues no se concibe un mundo que no sea pensado desde lo heteronormado, y es precisamente esa razón la que la invita a rebelarse contra el sistema. Es en ese escenario donde se siente apoyada y apoyando el sentir de cualquier mujer y desde ser ella una mujer. Cesia cierra reflexionando: «Amo ser mujer, pero no por ello me van a humillar, ni privar de muchas cosas».

De izquierda a derecha: Andrea, Aileen, Memena y Marielos.

Es así como se representa humanamente una agrupación que asume la influencia musical de Lila Down, Cultura Profética y Perotá Chingó. Un espacio que ha compartido escenario con artistas de la talla de Natalia Lafourcade, Amparo Sandino, Jorge Drexler; una colectiva que ha ganado por decisión unánime y cerrada, a cal y canto en 2012, el primer lugar en el Concurso Nacional de Batucadas que realizaba el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE) y, en 2023, el premio a mejor canción «Causa Social» de la segunda entrega anual de Premios Música 503. Una visión conjunta que ha logrado abrir el primer estudio de música completamente equipado para exploración personal de las mujeres, acompañadas por mujeres y que ha lanzado en 2019 su primer disco, «Reconexión», reafirmando ser referentes del canto por las justicias en toda la región centroamericana. Un grupo que asume su génesis de ser inspiración específicamente para las mujeres que quieren incursionar en el arte, además de acompañar las luchas ambientales y cantar desde otro tipo de amor: la sororidad. 

Desde su inmensa humanidad, son sus canciones un altavoz de lo cotidiano y retratan la vida tocando fibra, develando desde su música las desapariciones, los injustos encarcelamientos por emergencias obstétricas y susurran al oído, a su vez, a las mujeres que buscan a sus pares: sus hijas, sus hermanas, sus madres, sus amigas, brindándoles una rotunda fuerza en su búsqueda incansable. 

Eso son Las Musas Desconectadas, un grupo de mujeres profundamente humanas que colocan sus voces y toda su musicalidad para señalar las deudas de la  justicia. 

Musas que no han necesitado de ningún Apolo para ser, crear, sentir y vivir. 

¡Gracias, musas! Cantamos con ustedes. Que su inspiración nos alcance, nos cobije y se propague, porque, al fin y al cabo, parafraseándolas desde la letra de su canción «Voz de mujer», no son sólo ellas, son sus madres, sus hijas, sus hermanas, sus abuelas, su pasado, que apoyan nuestro renacer.

* ⁠Escritora. Consultora en políticas públicas y derechos humanos. Sus estudios son  en Ciencias Jurídicas y a nivel de maestría en Relaciones Internacionales y en Ciencia Política. Dos veces ganadora de Juegos Florales en las ramas de poesía infantil y de testimonio. Publicaciones: Atrapasueños, Laberinto Editorial, San Salvador, 2017.

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