Entrevista

Ilustración: Luis Galdámez

Una joya en la biblioteca de la UCA

Salarrué eternizado en una colección virtual pública

La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) ofrece uno de los tesoros más importantes de la literatura nacional con la creación de la Colección Virtual Salarrué que reúne por primera vez un importante fondo hemerográfico relacionado con la época y la actividad literaria y periodística de Salvador Salazar Arrué.

Redacción Espacio

Imagenes: Cortesia del MUPI

Diciembre 16, 2022

El escritor Miguel Huezo Mixco explica en esta conversación con Espacio Revista que la documentación permitirá a los investigadores sociales conocer otras aristas de la vida compleja de un autor que fue puesto en la picota, luego que el académico Rafael Lara Martínez colocó a Salarrué al lado de los “colaboracionistas” del martinato.

“Todo este material, que ha permanecido borrado, ofrece una perspectiva más compleja y rica sobre los roles de Salarrué y ‘los intelectuales’ en ese momento de la historia salvadoreña sobre el cual ha corrido mucha tinta”, explica Huezo Mixco. En el fondo virtual es posible estudiar el trabajo de Salazar Arrué que efectuó como parte del equipo editorial del diario Patria, en donde opinó a contracorriente sobre la vida social y cultural salvadoreña.

La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) ofrece el acceso público a la Colección Virtual Salarrué.

¿Cómo nació el proyecto?

El proyecto se originó a finales de 2019, cuando una editorial mexicana me invitó a escribir una introducción para una antología de la obra narrativa de Salarrué. Aunque la pandemia impidió la publicación de aquel libro, el trabajo de investigación que había comenzado me reveló dos cosas: primero, que existe de manera dispersa, en manos públicas y privadas, dentro y fuera de El Salvador, una importante cantidad de documentación relacionada con la trayectoria de Salarrué; segundo, que era necesario emprender un proceso de reflexión sobre los roles públicos que tuvo nuestro autor, de manera particular en el periodo de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez. Uno de mis intereses consiste en examinar las afirmaciones de Rafael Lara Martínez, un académico muy prestigiado, que desde 2010 ha venido asegurando que Salarrué fue un estrecho colaborador de la dictadura y que guardó un silencio cómplice en derredor a la matanza de campesinos e indígenas de 1932. 

Como sabemos, desde mediados del siglo pasado, el 32 se convirtió en un suceso muy abordado desde la literatura y la historia. La académica Inmaculada Martín ha identificado unas 150 obras de poesía y narrativa salvadoreñas que aluden a aquellos hechos. Hablar del 32, como lo ha expuesto el historiador Héctor Lindo en su ensayo “Políticas de la memoria”, suele responder a las circunstancias en que se encuentra la situación sociopolítica del país. Por ejemplo, el libro de Jorge Schlésinger, escrito poco después de aquellos sucesos, no esconde su interés en justificar la matanza. Tres décadas después, el libro Miguel Mármol: los sucesos de 1932 en El Salvador, de Roque Dalton, está conectado con una corriente de la época interesada en promover la lucha armada en El Salvador. El 32 también ha sido muy silenciado, y no solo por motivos aviesos. La censura de prensa del dictador era implacable. Como lo ha estudiado Roberto Turcios, resulta indicativo que, en las proclamas del movimiento cívico de 1944 que puso fin a los 13 años del martinato, no haya ninguna alusión al alzamiento y la matanza de 1932. Sería ridículo pensar que ese silencio fuera un gesto de complicidad.

Mi proyecto de investigación aspira a aportar una nueva capa de conocimiento sobre ese periodo, teniendo como figura central a Salarrué. Este escritor vivió aquellos sucesos desde una posición poco conocida. Era parte del equipo editorial del diario Patria, donde opinaba sobre la vida social y cultural, casi siempre a contracorriente del pensamiento más convencional en la sociedad salvadoreña de aquel momento. Casi ninguno de esos textos fue considerado en la argumentación que sitúa a Salarrué en el bando de los “amigos” de la dictadura; tampoco se incorporó su correspondencia. Todo este material “borrado”, sin embargo, ofrece una perspectiva más compleja y rica sobre el ambiente cultural y sobre las conductas que tuvieron en ese periodo Salarrué y “los intelectuales”, como suele denominarse a los escritores y periodistas.

Lo que sí puedo decirte es en lugar de héroes y culpables en ese tramo de la historia solo hay personas más íntegras y honradas que otras, y sus gestos de resistencia no fueron grandilocuentes, sino que fueron expresadas en voz baja, encontrando fisuras en el aparato represivo, hasta donde la prudencia y el miedo se los permitió. Hay un artículo Alberto Guerra Trigueros, publicado en 1936, que bien podría leerse como el retrato del estado de ánimo de aquella época, y que se titula “Miedo”. Una de las cosas que me ha llamado la atención en el curso de esa investigación es la facilidad con que esas afirmaciones sobre los roles de Salarrué encontraron acogida entre historiadores respetables, con excepciones notables, como es el caso de Carlos Gregorio López. Pero los procesos de conocimiento son así y, en medio de todo, a Lara Martínez habrá que agradecerle que ha estimulado nuevas aproximaciones a la obra y trayectoria de Salarrué que van más allá de los lugares comunes que venía ofreciendo la crítica.

Salarrué fue parte del equipo editorial del diario Patria, donde opinaba sobre la vida social y cultural de la sociedad salvadoreña de aquel momento.

¿Cómo es que consiguen compilar esa obra periodística? ¿Dónde estaba originalmente esta base de datos?

No existía ninguna base de datos escondida. Lo que hemos hecho es reunir, organizar y digitalizar unas cinco mil piezas hemerográficas que han permanecido guardadas, olvidadas y consultadas, en el mejor de los casos, por poquísimos especialistas. Con ese material construimos la Colección virtual Salarrué, que desde noviembre de este año está disponible en las colecciones especiales de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. Cualquier persona que tenga internet puede acceder ahora a un importante fondo de publicaciones que se irá acrecentando a medida que otras personas compartan archivos para la causa de la preservación de la obra de Salarrué. Aunque quedan muchos tesoros más a la espera de ser digitalizados, la obra ha sido comenzada.

Para darte una idea de los contenidos que están accesibles mencionaré que la Colección virtual Salarrué incluye una porción importante del diario Patria, que muchos daban por perdido, pero que en realidad ha permanecido cogiendo hongos y polvo en el archivo de la Asamblea Legislativa de la República de El Salvador. El lector también puede acceder a una significativa muestra de la revista Cypactly, restaurada digitalmente, que permanecía en papel en los archivos del MUPI. También puede consultarse una colección de Espiral, una publicación abiertamente opositora a la entonces naciente dinastía Meléndez Quiñónez, y en la cual Salarrué se desempeñó como editor artístico; esta revista estaba preservada en microfilm en The New York Public Library. Gracias a los archivos conservados en el MUPI y en la Biblioteca Nacional de El Salvador “Francisco Gavidia” (BINAES), ahora también se tiene acceso a la colección completa de la revista Amatl. Correo del maestro, del Ministerio de Instrucción Pública, publicada entre 1939 y 1941, y dirigida por Salarrué. Como lo revelan algunas cartas personales del escritor, su breve paso por la burocracia pública fue una pesadilla. La Colección ofrece, también, una cosecha de los artículos de Salarrué publicados en dos importantes revistas: Repertorio Americano, contenida en el Repositorio de la Universidad Nacional Autónoma de Costa Rica; y Cultura, la legendaria revista salvadoreña, fundada en 1955, alojada por la BINAES en el Repositorio Digital de Ciencia y Cultura de El Salvador (REDICCES). Este fondo ofrece también una Cronología preparada por Jorge Palomo, la más completa que se ha hecho hasta ahora sobre la trayectoria de nuestro autor y su obra.

¿Qué tipo de Salarrué se encuentra en esta obra?

Salarrué sigue siendo un desconocido. Su faceta de columnista de periódico es muy poco conocida. Si bien existe un libro pionero de Guillermo Cuéllar, que establece una documentada línea de tiempo sobre la participación de Salarrué en Patria, mi investigación procura situar los artículos en los contextos sociales y políticos en que fueron producidos, y aspira a identificar algunos puntales de lo que, a falta de un mejor término, podríamos llamar el ideario utópico de Salarrué.

Voy a referirme brevemente a tres elementos de ese ideario. El primero está relacionado con su rechazo al nacionalismo y a la militancia en cualquier tipo de partido, logia o secta.

Este asunto está bien expresado en su conocido artículo “Mi respuesta a los patriotas”, publicado el día antes del alzamiento de enero de 1932, y no después del alzamiento, como se ha venido sosteniendo.

En este artículo, el escritor reacciona con un rotundo no a las presiones que recibió de sus allegados, incluyendo a Alberto Masferrer, para que “bajara de las nubes” y se sumara, dijo, a la infructuosa y dañina locura llamada política.

La documentación permitirá a los investigadores sociales conocer otras aristas de la vida de un autor sumamente complejo.

Esta misma posición la había expuesto un año antes, cuando rechazó públicamente la invitación que le hizo Alberto Masferrer de unirse al Partido Vitalista, una formación política creada para participar en las elecciones de 1931. Salarrué lo admiraba y respetaba, pero le dijo que no participaría en el juego en la política. No fue, nunca, un autor comprometido con causas que no fueran las de la literatura y el arte, a las que se entregó, como ha apuntado Ricardo Roque Baldovinos, con un fervor casi religioso. Esto, no le impidió tener una mirada compasiva con la población económicamente menos favorecida, como lo prueban otros artículos y, sobre todo, sus relatos contenidos en Cuentos de barro

Menos conocida es una serie de artículos suyos, publicados entre julio y noviembre de 1928, sobre el tema de la impartición de la justicia, que escribió después de participar en un “jurado de conciencia”. La experiencia lo llevó a concluir que, en El Salvador, y cito textualmente, “la justicia es espantosa como un hombre de dos caras”. Salarrué se presenta en esos textos como un objetor de conciencia. “No creo en un sistema de juzgados y de cárceles, creo en un sistema de clínicas, asilos y escuelas para el arreglo de asuntos criminales”, le dijo al juez y a los fiscales, y solo participó en aquel remedo de justicia con la idea de absolver al acusado, porque prefería estar más cerca del que perdona que del que condena. 

Quiero mencionarte también un artículo donde contradice de manera radical la posición hipócrita de la sociedad en torno a la mendicidad, que era notoria ya en las primeras décadas del siglo XX. En un artículo suyo, publicado en 1929, se opone a una iniciativa de las autoridades encaminada a recluir a los indigentes que pululan en las calles afeando la ciudad. En esa ocasión, sugiere que el mendigo es un elemento social superior a un banquero o a un comerciante. Llegó a afirmar, inclusive, que la mendicidad era un derecho humano. Su posición causó algún revuelo al interior del mismo diario Patria.

Autoretrato del artista

También tuvo algunas expresiones críticas a las iniciativas culturales de los primeros años del martinato. La reconstrucción que han hecho algunos investigadores sobre la actividad del Grupo Masferrer, cuya sola existencia es para algunos la prueba de que todos los intelectuales fueron cómplices del dictador, no ha recogido las opiniones que expresó Salarrué sobre el ambiente artístico y cultural de los primeros años del martinato. En 1934 hizo público su descontento con el trabajo que hacían las instituciones a cargo de las iniciativas culturales encabezadas, dijo, por “funcionarios intolerantes”. “Las academias, los ateneos, las sociedades de cualquier clase no dan nunca un paso HUMANO […] Y cuando esfuerzos particulares han querido hacer algo en tal sentido, se les ha rechazado como peligrosos propagandistas de malas ideas”, escribió. Estos artículos, y otros más, se encuentran disponibles en la Colección virtual Salarrué.

Algunas piezas de la correspondencia de Salarrué, que por ahora no son parte de la colección, también revelan su desencanto con Martínez. Sin embargo, no es posible concluir por ello que Salarrué fuera un opositor frontal del martinato.

Esto también sería un error. Siendo un pacifista radical se opuso, sí, a las proclamas de la corriente comunista que cobraba presencia en el país proponiendo la violencia como el camino para alcanzar la justicia social.

En aquellos años, las ideas comunistas fueron parte de un espectro de corrientes de pensamiento a favor de la violencia que comenzaron a ganar influencia entre la población salvadoreña. Otra corriente, menos influyente, fue el fascismo. La figura enérgica e histriónica de Mussolini se esparció como un virus en Centroamérica y produjo una fascinación similar a la que, unas décadas más tarde, provocaría el comandante Fidel Castro. Para el caso, a finales de 1931 Alberto Guerra Trigueros, director de Patria publicó un artículo titulado “Hacia un fascismo salvadoreño”, un hecho que para algunos bastaría para llevarlo a la hoguera, pero hay que decir que Guerra Trigueros se cuenta entre los periodistas que experimentaron el hostigamiento del martinato. El presidente salvadoreño Pío Romero Bosque, que propició las primeras elecciones libres del siglo XX, también fue un admirador de Benito Mussolini, como también lo fue el héroe nicaragüense Augusto C. Sandino, algo que ha documentado el historiador Volker Wunderich. Si no se ubican las decisiones de las personas en su contexto, lo que tendríamos es una interminable cacería de brujas.

¿Crees que Salarrué tiene la dimensión que merece como escritor?

Salarrué carga con la “maldición” de ser conocido, principalmente, por uno solo de sus libros: Cuentos de barro, un libro de signo vanguardista, escrito con verdadera maestría. Pero, como lo ha expuesto la académica Marta Sánchez Salvá, la crítica lo ha encasillado en el género costumbrista.

Su obra y personalidad tampoco han escapado a la controversia. No han faltado quienes le reprochan que sus cuentos y novelas no reflejan la lucha de clases, y otros, como ya he dicho, han llegado a instalarlo como un inspirador del proyecto cultural del general Martínez. 

Sus participaciones en iniciativas culturales, que las tuvo, no deben servir para escarnecerlo. En El Salvador, desde siempre, desde Francisco Gavidia hasta nuestros días, muchos escritores y artistas, entre ellos algunos de los más brillantes, han participado de proyectos y políticas estatales. Al lado de valiosas iniciativas independientes también hubo artistas y escritores empleados de los aparatos del Estado que no solo jugaron un papel en el fortalecimiento institucional de las entidades de cultura, sino también en la realización de productos innovadores y a menudo transgresores, a pesar de la práctica política conservadora y represiva de la nomenclatura de turno. 

Algunos ejemplos. Alberto Imery fundó la Escuela Nacional de Artes Gráficas con apoyo estatal de un gobierno autoritario. Durante los gobiernos militares del Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD), en las décadas de 1950 y 1960, el poeta Oswaldo Escobar Velado fue integrante de la Misión Cultural del Ministerio de Defensa; Claudia Lars fue directora de la revista Cultura; Miguel Ángel Espino fue subsecretario de Relaciones Exteriores; Raúl Contreras fue ministro de Turismo; Hugo Lindo fue embajador y ministro de Educación, y Ricardo Trigueros de León fue director del Departamento Editorial del Ministerio de Cultura. En los gobiernos militares de los años 60 y 70, Toño Salazar fue embajador en París, Roberto Salomón dirigió el Departamento de Artes Escénicas del Centro Nacional de Artes de El Salvador, (CENAR); Roberto Galicia fue director general de Cultura, Roberto Huezo del Museo Nacional, y German Cáceres de la Orquesta Sinfónica Nacional. Estoy seguro de que tenemos más motivos para agradecerles que para reprocharles su presencia en las planillas estatales.

En un país donde la deficitaria inversión pública en las artes y la cultura representa una importante oportunidad para desplegar la innovación y la creatividad, la crítica a los roles de artistas e intelectuales en la esfera del estado no debiera limitarse a emitir juicios sumarios más propios de comisarios o inquisidores. Haciendo una extrapolación, sería grave que alguien viniera a decir que el discurso que pronunció Rafael Lara Martínez en el acto de recepción del Premio Nacional de Cultura 2011, celebrando la llegada de la utopía, es una prueba de que tuvo complicidad con el gobierno de Mauricio Funes. Yo sería el primero en salir en su defensa.

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