Letras

Ilustración: Luis Galdámez

Jorge Vargas Méndez

Poeta, narrador, ensayista, escritor. Fue cofundador del Taller Literario Xibalbá (1985) y del Colectivo de Comunicación Cultura Segunda Quincena (1991). Entre 2007 y 2008 fue director del Periódico Nuevo Enfoque.

Julio 15, 2022

Peticiones

Pido una ventana estrecha uniéndose al cielo

con sus persianas ondeando

como banderas pacíficas, creíbles,

libres de toda truncia;

pido un hueco de manos para mi cansancio vespertino

donde quepa completa mi soledad,

donde quepa sin límites mi vieja obstinación

de vivir partido en dos

y un viento fuerte sembrado de leves golondrinas, pido.

 

Como pueden ver, no he pedido mucho todavía, no.

Pero pido también

mi libertad condicional para asaltar este tiempo

que se tiende frente a nuestros ojos, 

abominable 

como una estela de cadáveres

o de bultos humanos o carne fofa sangrada

sin cauces y sin rumbos.

Pido una tierra nueva con góndolas absurdas,

inusitadas

transitando la lluvia y el viento de un cielo escampado

que vayan y vengan de aquí y allá

con su cargamento de risas ungiendo niñas y niños,

desarticulando reyertas,

inoculando besos, piñatas,

        entendimientos.

 

Pido el resto de mi vida con una mujer

que sepa penetrar mi llanto

y que se arrope pulcra con mis días famélicos

orgullosamente bella de amar. Clamo, sí

por esa mujer a la estatura de todos los poderes,

paralela a la sombra de todos los hombres,

equitativa en la balanza de todas las miradas

o en el fuego fulmíneo del calendario sucesivo.

 

Como verán, y como se darán cuenta

ya he pedido algo y no estoy satisfecho.

Pido más.

quiero la devolución de mis hijos y el amor

de ellos robado a mansalva, quiero

nombrar las cosas de distinta manera,

inventar la libertad deslizándose entre las olas

como peces fugaces o agua sucinta que se niega

a reposar en las ánforas de unos pocos.

 

Quiero pedir más, lo quiero, para darme por satisfecho.

Pido tus manos diáfanas como esta mañana de agosto

que se desplaza centrífuga hacia la tarde;

pido mi derecho a tener derechos

como relámpagos sorprendidos en la negación

de sentirse cautivos de la penumbra;

pido, pido, ¿y por qué no?:

mirar a la luna desde el ángulo más preciso

para que su luz hacia mis ojos

                disparada sea.

Pido, pidan, pidamos

o todos pueden creer que esta bazofia social

está cercana al paraíso.

Nuestro duelo desde los ojos ajenos

Algo hay que hacer para no morirse

cuando un tropel de aire estéril

anuncia que la tierra muere

y que los árboles mean hojas secas

precipitando nidos.

 

La tierra muere, he escrito.

Los ríos huyen por el vórtice engendrado

entre mis manos;

un pájaro se suicida y estalla

mientras un niño salpicado de sangre

se mira las manos y no encuentra respuesta.

 

Hay que amar sin límite y no es fácil

para que todo sea de cristal

y el sol pueda dorar con sus hilos

el anunciado cadáver que pulimos

y orlamos vanamente frente al espejo.

 

Una gota de luz incendiándonos los poros

bastaría para tomar el tormento ajeno

como algo propio y para que muera el desmán,

el disparo fratricida, el enmohecido holocausto

que desde la virginal conciencia

hemos venido con pánico aguardando.

 

¿Y si esa luz acaso nunca llega?

¡Despoblada sea la tierra, salvada,

quizás mis dioses la vean de nuevo!

La soledad necesaria

Quisiera decir que estoy feliz

porque al fin he conseguido que el silencio

sea mi único reloj en esta calle extraña.

 

Nadie me conoce. Nadie me habla

como no sea una mirada de original acento

que reitera el alígero animal que sigue devorando

guaguas y panas.

 

¿Quién ha dicho que me he de cruzar de brazos?

 

Pero quiero estar solo y sangrarme. Morirme

para nacer de nuevo si es necesario.

Gregario soy piedra ingrávida, bullicio o suicidio.

Solitario, tengo rostro y puedo palparme la ingle

para sentir cómo bulle el mar distancia adentro.

 

Solitario puedo recurrir a una estrella

al pronunciar monotonía; puedo pensar

en el aleteo desesperado del colibrí que casi moría

esta tarde en algún lugar del astigmatismo que me mueve.

 

Aquí, solitario, puedo gritar para mí

que no puedo someterme, dar la otra mejilla,

porque ya me creció otra piel con espinas y dardos

y obligado estoy a firmar mi odio contra el martirio, la cruz,

la congoja de Dios.

 

Quisiera decir que estoy feliz

por el silencio conquistado; por mis manos

que nunca se quedan vacías en la espera

y porque puedo ver que en el asco

una leve burbuja celeste se niega el estallido

para que esta costa completa aún respire.

 

¿Saben entonces por qué amo el desierto, la montaña

y la playa?

 

Quisiera decir que estoy feliz

porque puedo escoger la gruta roja o la sirena mágica

sin perderme, porque puedo beberme cualquier hálito

sin confesiones previas y encontrar ahí

algo así

como una canoa oportuna o un disparo de pianos

para sentirme ileso.

 

Gozo mi libertad. Enfermo de llanto sigo amándola.

Y podría no estar aquí rasgándome el dinámico mundo;

podría no estar aquí, oteando

cómo debe quedarme el corazón en la balanza.

Pero no

nadie perdonaría el ego bisoño metido en mis zapatos,

resollando de alegría en los brazos noctámbulos.

 

Quisiera decir que estoy feliz, náufrago de este silencio.

Pero no. Estoy insatisfecho, no quepo en mí, pero camino

en perfecto equilibrio sobre el círculo de la noche,

a la sombra de todas las miradas.

Me he preparado, eso sí, para la dicha o el fracaso.

Y eso me basta.

Foto

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Atardecer_intervención_Luis Galdámez

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