Letras
Ilustración: Luis Galdámez
Julio 15, 2022
Pido una ventana estrecha uniéndose al cielo
con sus persianas ondeando
como banderas pacíficas, creíbles,
libres de toda truncia;
pido un hueco de manos para mi cansancio vespertino
donde quepa completa mi soledad,
donde quepa sin límites mi vieja obstinación
de vivir partido en dos
y un viento fuerte sembrado de leves golondrinas, pido.
Como pueden ver, no he pedido mucho todavía, no.
Pero pido también
mi libertad condicional para asaltar este tiempo
que se tiende frente a nuestros ojos,
abominable
como una estela de cadáveres
o de bultos humanos o carne fofa sangrada
sin cauces y sin rumbos.
Pido una tierra nueva con góndolas absurdas,
inusitadas
transitando la lluvia y el viento de un cielo escampado
que vayan y vengan de aquí y allá
con su cargamento de risas ungiendo niñas y niños,
desarticulando reyertas,
inoculando besos, piñatas,
entendimientos.
Pido el resto de mi vida con una mujer
que sepa penetrar mi llanto
y que se arrope pulcra con mis días famélicos
orgullosamente bella de amar. Clamo, sí
por esa mujer a la estatura de todos los poderes,
paralela a la sombra de todos los hombres,
equitativa en la balanza de todas las miradas
o en el fuego fulmíneo del calendario sucesivo.
Como verán, y como se darán cuenta
ya he pedido algo y no estoy satisfecho.
Pido más.
quiero la devolución de mis hijos y el amor
de ellos robado a mansalva, quiero
nombrar las cosas de distinta manera,
inventar la libertad deslizándose entre las olas
como peces fugaces o agua sucinta que se niega
a reposar en las ánforas de unos pocos.
Quiero pedir más, lo quiero, para darme por satisfecho.
Pido tus manos diáfanas como esta mañana de agosto
que se desplaza centrífuga hacia la tarde;
pido mi derecho a tener derechos
como relámpagos sorprendidos en la negación
de sentirse cautivos de la penumbra;
pido, pido, ¿y por qué no?:
mirar a la luna desde el ángulo más preciso
para que su luz hacia mis ojos
disparada sea.
Pido, pidan, pidamos
o todos pueden creer que esta bazofia social
está cercana al paraíso.
Algo hay que hacer para no morirse
cuando un tropel de aire estéril
anuncia que la tierra muere
y que los árboles mean hojas secas
precipitando nidos.
La tierra muere, he escrito.
Los ríos huyen por el vórtice engendrado
entre mis manos;
un pájaro se suicida y estalla
mientras un niño salpicado de sangre
se mira las manos y no encuentra respuesta.
Hay que amar sin límite y no es fácil
para que todo sea de cristal
y el sol pueda dorar con sus hilos
el anunciado cadáver que pulimos
y orlamos vanamente frente al espejo.
Una gota de luz incendiándonos los poros
bastaría para tomar el tormento ajeno
como algo propio y para que muera el desmán,
el disparo fratricida, el enmohecido holocausto
que desde la virginal conciencia
hemos venido con pánico aguardando.
¿Y si esa luz acaso nunca llega?
¡Despoblada sea la tierra, salvada,
quizás mis dioses la vean de nuevo!
Quisiera decir que estoy feliz
porque al fin he conseguido que el silencio
sea mi único reloj en esta calle extraña.
Nadie me conoce. Nadie me habla
como no sea una mirada de original acento
que reitera el alígero animal que sigue devorando
guaguas y panas.
¿Quién ha dicho que me he de cruzar de brazos?
Pero quiero estar solo y sangrarme. Morirme
para nacer de nuevo si es necesario.
Gregario soy piedra ingrávida, bullicio o suicidio.
Solitario, tengo rostro y puedo palparme la ingle
para sentir cómo bulle el mar distancia adentro.
Solitario puedo recurrir a una estrella
al pronunciar monotonía; puedo pensar
en el aleteo desesperado del colibrí que casi moría
esta tarde en algún lugar del astigmatismo que me mueve.
Aquí, solitario, puedo gritar para mí
que no puedo someterme, dar la otra mejilla,
porque ya me creció otra piel con espinas y dardos
y obligado estoy a firmar mi odio contra el martirio, la cruz,
la congoja de Dios.
Quisiera decir que estoy feliz
por el silencio conquistado; por mis manos
que nunca se quedan vacías en la espera
y porque puedo ver que en el asco
una leve burbuja celeste se niega el estallido
para que esta costa completa aún respire.
¿Saben entonces por qué amo el desierto, la montaña
y la playa?
Quisiera decir que estoy feliz
porque puedo escoger la gruta roja o la sirena mágica
sin perderme, porque puedo beberme cualquier hálito
sin confesiones previas y encontrar ahí
algo así
como una canoa oportuna o un disparo de pianos
para sentirme ileso.
Gozo mi libertad. Enfermo de llanto sigo amándola.
Y podría no estar aquí rasgándome el dinámico mundo;
podría no estar aquí, oteando
cómo debe quedarme el corazón en la balanza.
Pero no
nadie perdonaría el ego bisoño metido en mis zapatos,
resollando de alegría en los brazos noctámbulos.
Quisiera decir que estoy feliz, náufrago de este silencio.
Pero no. Estoy insatisfecho, no quepo en mí, pero camino
en perfecto equilibrio sobre el círculo de la noche,
a la sombra de todas las miradas.
Me he preparado, eso sí, para la dicha o el fracaso.
Y eso me basta.
Edgardo Ayala
Foto
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