Cultura
Ilustración: Luis Galdámez
Ana del Carmen Álvarez publicó, en 2023, una colección de testimonios de hechos de violencia de los que fue testigo durante el conflicto armado en El Salvador. Algunos le sucedieron a ella y, otros, se los confiaron las personas a quienes les sucedió o alguien cercano a ellas. Con el aval de la autora, publicamos el siguiente testimonio.
Ana del Carmen Álvarez *
Febrero 23, 2024
La manifestación del 22 de enero de 1980
—Bea, ¿te has dado cuenta de que va a haber una manifestación el 22 de enero? —pregunté a mi amiga—. Dicen que va a ser la manifestación más numerosa que se haya visto en El Salvador.
—Sí. ¿Sabés por dónde va a pasar?
—Sí, va a venir por tres calles: desde el Salvador del Mundo por la avenida Roosevelt, desde la Universidad de El Salvador (UES) hasta el Parque Cuscatlán. Allí se juntarán las dos columnas y van a bajar por la calle Rubén Darío hasta la plaza Barrios. Tenemos que ir a verla. Me parece que el mejor lugar sería la oficina de Fe y Alegría, pues queda en esa calle, en un segundo piso y, desde allí tendremos buena vista. Le voy a pedir permiso al padre López y López para llegar a la oficina.
La Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), creada el 11 de enero de 1980, convocó a esta manifestación para conmemorar el levantamiento de 1932 y para celebrar el éxito de haber unido a varias organizaciones políticas y sociales, como el Bloque Popular Revolucionario (BPR), el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU), las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN). Con esta unión se logró coordinar la acción política de esas organizaciones que surgieron a principios de los años setenta.
El día señalado, Bea, varios compañeros y yo llegamos temprano a las oficinas de Fe y Alegría. También se presentaron algunos de los padres jesuitas que trabajaban en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Se respiraba un ambiente de alegría y una fuerte energía se dejaba sentir en todos los rincones. La calle Rubén Darío hervía de gente deseosa de presenciar la manifestación.
Al fin, después de esperar con mucha impaciencia, empezó a pasar el desfile. Primero iba el FAPU; los manifestantes llevaban pancartas y carteles en los que exigían el cumplimiento de las justas demandas de los trabajadores. Luego iban el BPR y todos los demás, y a la par de los que desfilaban, en los dos lados de la calle, hombres y mujeres con cebaderas colgadas en el hombro cuidaban a los manifestantes.
De repente, cuando la manifestación llegó a la esquina del Palacio Nacional, se empezaron a oír los disparos. Vi con horror que la manifestación se partió en dos, y las personas caían lentamente como matas de milpa batidas por el viento. Los soldados dispararon contra la gente desde el tejado del Palacio Nacional. Mataron a cuarenta personas e hirieron a más de cien. Las personas que iban cuidando la manifestación sacaron pistolas de las cebaderas y corrieron hacia el inicio para defender a la gente, pero llegaron tarde. Ya los habían matado.
Vi con horror que la manifestación se partió en dos, y las personas caían lentamente como matas de milpa batidas por el viento.
Yo empecé a dar gritos ante lo que estaba presenciando: el Ejército mataba a la gente sin ningún motivo más que crear el caos y el horror. Una joven que estaba ahí me dijo en un tono colérico y severo: «¿Y usted dónde ha estado que no se ha dado cuenta de que esto lo viene haciendo el Ejército desde hace 50 años?».
La gente corría despavorida. Los tiros se seguían oyendo y los muertos caían como cosecha madura. El miedo, el horror y la maldad sentaron sus reales en la calle ese 22 de enero.
Más arriba, donde la gente estaba esperando que avanzara la manifestación para comenzar a caminar, se empezó a oír el zumbido de los aviones. Eran de los que envenenan los sembrados de algodón, pero ahora estaban regando alguna sustancia sobre la gente. Las personas venían preparadas con trapos empapados en agua y bicarbonato para contrarrestar los gases lacrimógenos con los que siempre atacaban los policías, pero nunca se imaginaron que les iban a tirar esa cosa desde los aviones. Como pudieron, corrieron a resguardarse bajo los árboles del Parque Cuscatlán.
Pasaron las horas. Todos los que estábamos en esa oficina teníamos que salir. Bajamos y nos asomamos con precaución a la calle. No se veía a nadie. Nos aventuramos a caminar hacia la esquina con la guía de uno de los sacerdotes con los que habíamos compartido la oficina. De repente, este padre se asomó y gritó: «Retrocedan, que vienen los policías disparando». La columna de personas retrocedió. Al momento, los vimos pasar persiguiendo a la gente y disparándole. Lentamente, logramos avanzar de cuadra en cuadra, hasta que por fin encontramos los vehículos en los que habíamos llegado.
Se calcula que esta manifestación fue la más numerosa de Centroamérica; tuvo una asistencia de unas 250 000 personas.
Al regresar a mi casa redacté todo lo que había presenciado. Lo guardé con todos los escritos de lo que fui testigo en esta época oscura de El Salvador en una gaveta de mi escritorio y me olvidé de ellos.
A los meses, debido a que yo trabajaba en un programa de noticias de la radio de monseñor Romero, me dinamitaron la casa, y allí se perdieron todos esos escritos sobre la realidad que me tocó vivir. Pero los guardé en mi memoria, y algún día los volvería a escribir.
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