Cultura

Ilustración: Luis Galdámez

Los ecos del silencio

Ana del Carmen Álvarez publicó, en 2023, una colección de testimonios de hechos de violencia de los que fue testigo durante el conflicto armado en El Salvador. Algunos le sucedieron a ella y, otros, se los confiaron las personas a quienes les sucedió o alguien cercano a ellas. Con el aval de la autora, publicamos el siguiente testimonio.

Ana del Carmen Álvarez *

Enero 26, 2024

En la encrucijada

¿Qué vamos a hacer con su hijo, señora? —El que así preguntó era el padre Rutilio Grande, prefecto de disciplina de primaria del Colegio Externado de San José.

—Pues lo que usted disponga, padre —respondí, pues conocía a mi hijo, tan inquieto y travieso.

—Por ahora déjelo en el colegio hasta las siete de la noche.

Cada cierto tiempo, el padre Grande me llamaba para darme información acerca del mal comportamiento de mi hijo. En realidad, no era mal comportamiento, sino un exceso de energías que buscaba encontrar un cauce diferente al de las matemáticas o las ciencias sociales. Este niño se perfilaba como un gran deportista; el fútbol y el basquetbol le encantaban. Pero también era inventor de múltiples travesuras en las que involucraba a muchos niños de su grado, creando el caos y la confusión.

Días después, yo estaba citada nuevamente por el padre Grande.

—Señora, yo no me hice cura para cuidar a niños como el suyo.

Al escuchar esa afirmación, sentí un poco de vergüenza.

—Lo siento mucho, padre, usted tiene razón. ¿Por qué no pide un cambio de destino?

—Ya lo pedí y me lo concedieron. Me voy de párroco a Aguilares.

—¿Y qué va a hacer allí, padre?

—Voy a organizar las Comunidades Eclesiales de Base, tal y como nos manda el Concilio Vaticano II y el Documento de Medellín.

—Perdone mi ignorancia, padre, pero no sé qué son esas Comunidades Eclesiales de Base.

—Pues, en resumen, voy a invitar a la gente del pueblo a asistir a unas reuniones. Por supuesto, la asistencia es voluntaria. Allí vamos a leer la Biblia y ver qué nos dice acerca de la vida actual de la gente. Pero yo no voy a hablar. Ellos reflexionarán y descubrirán qué les dice la Biblia sobre sus vidas.

—Qué interesante y novedoso. Yo no he leído los documentos que usted menciona, pero los voy a leer para comprender.

—Sí, lo primero es hacer comprender a esa gente pobre tan marginada que son hijos de Dios y ciudadanos de este país, y, como tales, tienen derechos iguales a los de todas las personas.

—Me alegro por usted, padre. Le deseo muchos éxitos. Estoy segura de que será más feliz en Aguilares que aquí en el colegio —le dije.

De vez en cuando, me encontraba con el padre Grande en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Yo trabajaba allí y el padre llegaba al Centro de Pastoral a recoger materiales impresos que utilizaba en su trabajo con la gente de Aguilares.

Pasó el tiempo. Mi hijo ya no era un niño, se convirtió en adolescente. Todos los fines de semana tomaba el bus hacia Aguilares en compañía de algunos de sus compañeros del colegio. Estaban colaborando con el programa de alfabetización del padre Grande y, durante las misas, tocaba la guitarra y cantaba con sus compañeros.

Los pobladores de Aguilares que formaron el primer grupo del padre Grande entusiasmaron a otros, la voz se fue corriendo y el entusiasmo de la gente creció.

Los pobladores de Aguilares que formaron el primer grupo del padre Grande entusiasmaron a otros, la voz se fue corriendo y el entusiasmo de la gente creció. Por primera vez, eran tomados en cuenta. Este programa era para ellos. Muchos aprendieron a leer, pero lo más importante fue que el padre Grande les devolvió la dignidad. De allí en adelante, ellos tomaron el control de sus vidas, leyeron la Constitución y, por medio de ella, aprendieron sobre sus derechos como ciudadanos.

Una de las primeras en ayudar al padre en estas reuniones fue la niña Tinita. Ella contó que, al empezar la primera reunión, después de la explicación sobre la dinámica de la misma, el padre se dirigió a ella y le preguntó:

—¿Qué le parece a usted, niña Tinita, el proyecto que les estoy proponiendo?

La niña Tinita contó, en otra ocasión, que a ella nunca nadie le había pedido su opinión sobre nada. De allí en adelante, se convirtió en la colaboradora más activa del padre.

Aguilares está en tierra de caña de azúcar. Los campesinos empezaron a organizarse y a pedir mejoras en el salario y en las condiciones de trabajo. Crearon las primeras asociaciones de trabajadores del campo. Todo ello alarmó a algunos de los propietarios de la zona.

El 12 de marzo de 1977, amaneció caluroso. Los árboles parecían centinelas firmes en sus puestos, no se movían las hojas, no corría la brisa. De vez en cuando, venía un remolino de aire caliente que hacía bailar la basura sobre el suelo. El padre Grande dio la misa en Aguilares y luego partió hacia El Paisnal, lugar de su nacimiento, para celebrar otra misa y llevar la eucaristía a unos enfermos. Antes de salir, un anciano y un niño le pidieron al padre el favor de llevarlos en su vehículo a El Paisnal. Al llegar a una encrucijada, varios elementos desconocidos lo estaban esperando para matarlo. Dispararon su carga de muerte sobre el padre y sus pasajeros. El vehículo volcó y allí quedó el padre, muerto entre el anciano y el niño. Este cuadro de la muerte del padre Grande fue una metáfora del futuro de El Salvador: muerte en el pasado, en el presente y en el futuro de este país.

Cuando lo encontraron, lo llevaron a la iglesia de Aguilares. Allí esperaron la llegada del arzobispo recientemente nombrado: Óscar Arnulfo Romero. Fue la primera vez que monseñor comparó el sufrimiento del pueblo con el sufrimiento de Jesús en la cruz. La niña Tinita pidió el privilegio de limpiar al padre Grande, pues ella fue la persona que más ayudó en las Comunidades Eclesiales de Base. Después contó que el padre tenía hasta los calcetines manchados de sangre. Le impactaron diecisiete balas; algunas atravesaron el maletín, la Biblia y la camisa. Lo único que se salvó fue el relicario en el que llevaba las hostias consagradas.

Dispararon su carga de muerte sobre el padre y sus pasajeros. El vehículo volcó y allí quedó el padre, muerto entre el anciano y el niño.

El nuevo arzobispo llegó a recibir el cuerpo de quien en vida fuera su gran amigo. Cuando monseñor Romero preguntó a algunas personas cercanas la razón del asesinato del padre Grande, la respuesta fue: «Dicen que lo mataron por comunista». Ante tales palabras, esas personas dijeron que la respuesta de monseñor fue negar que el padre Grande fuera comunista y enfatizar que era un buen sacerdote que estaba siguiendo los lineamientos que se encuentran en los documentos del Concilio Vaticano II y de Medellín. Monseñor también expresó que el padre Grande era su gran amigo y que siempre estuvieron en contacto.

En esa circunstancia, monseñor Romero vio por primera vez el camino del padre Grande como el camino de la Iglesia en el contexto de la represión y los asesinatos que había en El Salvador en esos tiempos. Él constató con el sacrificio de su amigo que, al trabajar por la justicia, se debe pagar un precio, y algunas veces ese precio es la muerte.

Unos días después, el Ejército salvadoreño rodeó el pueblo de Aguilares. Los soldados entraron en la iglesia, abrieron el sagrario, profanaron las hostias consagradas tirándolas al suelo y pateándolas. Cuando se fueron los soldados, otro sacerdote recogió las hostias y las guardó en el sagrario.

Hubo una misa de cuerpo presente en la Catedral de San Salvador. En primera fila estábamos la niña Tinita, mi hijo y yo.

Con el correr de los años, también mataron a mi hijo, en otro lugar, en otras circunstancias, por seguir los pasos de Jesús con el ejemplo del padre Grande. Ahora ya están los dos juntos en el cielo.

* Escritora salvadoreña autora de los libros Dichos y diretes, El samovar de plata y ¿te acordás, Alfonso?, Los ecos del silencio.

Apoya Espacio Revista con tu contribución solidaria mensual

Apoya nuestras publicaciones y las voces de la sociedad civil. Con tu contribución, podremos mantener Espacio Revista gratuita y accesible para todos.

©Derechos Reservados 2022-23 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC