Memoria

Ilustración: Luis Galdámez

Los ecos del silencio

Ana del Carmen Álvarez publicó, en 2023, una colección de testimonios de hechos de violencia de los que fue testigo durante el conflicto armado en El Salvador. Algunos le sucedieron a ella y, otros, se los confiaron las personas a quienes les sucedió o alguien cercano a ellas. Con el aval de la autora, publicamos el siguiente testimonio.

Ana del Carmen Álvarez *

Febrero 9, 2024

Un santo nos lo pidió
Año: 1978. Lugar: San Salvador

En este país, la injusticia tenía asentada su base. Se caracterizaba por imponer una brutal represión militar que daba como resultado encarcelamientos, torturas, desaparición de personas y muertes. La corrupción y la impunidad eran el pan de cada día. La Constitución brillaba por su ausencia. El Gobierno, encabezado por el general Carlos Humberto Romero, no tenía ningún apoyo popular. No había consenso, y para gobernar debían hacerlo a través del terror. La situación era insostenible para los salvadoreños.

El miedo, como una neblina envenenada, permeaba el corazón de todas las personas. Al anochecer se sentía una angustia por la incertidumbre de no saber si se iba a vivir hasta el día siguiente. Los escuadrones de la muerte, como reptiles hambrientos, empezaban a reptar por los barrios y las colonias en las que vivían obreros, maestros, estudiantes, sacerdotes, seminaristas, donde secuestraban personas que serían sacrificadas esa misma noche. Había terror, horror, angustia, tribulación, aflicción, congoja…

Ante estos hechos, monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, preocupado por la falta de verdad en los medios masivos de comunicación, dijo: «Es necesario y urgente hacer algo ante la gravedad de la situación, porque el pueblo debe saber lo que está pasando. Debe conocer la verdad de los hechos para decidir y organizar su acción social». 

Monseñor llegó a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) a exponer un plan para remediar esta situación. Él tenía la radio YSAX, pero no tenía gente para hacer un programa de noticias en el que se dijera la verdad. Los grandes medios escritos, radiofónicos y televisivos más importantes eran parte del bloque de poder, por lo que compartían su ideología y, sobre todo, la locura del miedo al comunismo de la oligarquía y de los mandos militares. Así pues, le pidió al rector de la UCA de ese momento, Román Mayorga, que le ayudara a hacer el programa. La universidad crearía un equipo con los catedráticos y especialistas de todas las carreras que se impartían ahí para escribir el editorial y los comentarios. Otras personas se ocuparían de escribir las noticias, grabarlas y sacar al aire el programa. Todo se haría bajo el nombre del Arzobispado de San Salvador.

La dirección de este proyecto se la encargaron al padre Ellacuría, y la coordinación, a una alumna que ya había terminado la carrera de Letras y que trabajaba en la universidad.

Los escuadrones de la muerte, como reptiles hambrientos, empezaban a reptar por los barrios y las colonias.

Un día, el padre Ellacuría se acercó a la Secretaría de Comunicaciones para definir la participación de esta oficina en el proyecto. Se convino pedir al director de esa unidad la supervisión de aquellos aspectos de su competencia, y sus ayudantes, jóvenes estudiantes de la UCA, se encargarían de la producción del programa.

Quienes estuvieron involucrados en el programa querían un cambio para la nación. En El Salvador era urgente trabajar en todos los ámbitos para convertir a esta nación en una democracia y lograr que la justicia hiciera su trabajo. Era necesario escuchar los lamentos de los salvadoreños que eran víctimas de la brutal represión imperante para poner fin a su calvario.

El programa informativo salía al aire a las 12:15 p. m. Su estructura tenía, primero, un noticiero, luego un editorial y, al final, comentarios que desmentían algunas noticias publicadas en la prensa escrita esa misma mañana. Otros comentarios tenían el objetivo de contextualizar las noticias y relacionarlas con otros hechos para que se entendiera todo su significado.

La primera transmisión salió al aire a principios de 1978. Como locutora de la radio, unos meses después, un sábado, se me entregó un comentario muy fuerte en contra de las acciones de ciertos militares. Yo argumenté que no debía leerse porque era de los textos que atraían bombas. Sin embargo, el lunes siguiente, debido a que no había mucho material para el programa, ese comentario se sacó al aire. La noche siguiente, una bomba destruyó buena parte de las instalaciones de la radio. Monseñor pidió los repuestos a Miami y en dos meses estaba funcionando nuevamente.

El programa estuvo en el aire como año y medio. Sufrió seis ataques con bombas, con el resultado final de su destrucción. En ese momento, monseñor Romero dijo que no tenía objeto repararla de nuevo porque la volverían a destruir. «La radio —apuntó— ya cumplió su misión. Ahora debemos pensar en otra manera de comunicar a la gente lo que está pasando para que ellos tomen las decisiones que más les convengan».

El programa estuvo en el aire como año y medio. Sufrió seis ataques con bombas, con el resultado final de su destrucción.

Este programa fue escuchado por muchísimas personas en El Salvador: por derechas y por izquierdas. Alguien comentó que el programa aseguraba decir toda la verdad, pero que esa era la verdad de la YSAX. Cuando en el programa se hacían acusaciones de abusos de poder, asesinatos, desaparición de personas, encarcelamiento sin motivo justo, torturas, en fin, de una represión despiadada, el programa, antes de dar esas noticias, las comprobaba con la gente que había sufrido esos desmanes y con las familias que reportaban a sus seres queridos desaparecidos o asesinados. La oficina de Tutela Legal del Arzobispado, por medio de su director, colaboró con el programa al darle a conocer estas denuncias.

La dictadura militar entorpeció de todas las formas posibles la obtención de noticias sobre El Salvador que difundían las grandes empresas radiofónicas extranjeras y los grandes medios nacionales estaban controlados por los militares; por ese motivo se formó un equipo con jóvenes universitarios que escuchaban en la noche las noticias sobre El Salvador que daban la BBC, del Reino Unido; la Radio Netherland, de los Países Bajos; La Voz de América, de Estados Unidos, y otras radiodifusoras. Esas noticias se grababan y se difundían en el programa de las 12:15 p. m.

Pasaron varios meses después de la destrucción de la radio. Al final, las personas que trabajaron en el programa fueron pocas. Empezaron bastantes con mucho entusiasmo, pero, poco a poco, el miedo pudo más y se fueron retirando al advertir que estar en ese programa era peligroso. Las pocas personas que permanecieron fueron identificadas fácilmente, ya que El Salvador es un país pequeño. Por ejemplo, la coordinadora del programa andaba haciendo unos mandados por la zona de la colonia Buenos Aires cuando se dio cuenta de que un automóvil la iba siguiendo. En su desesperación por huir de él, se metió en un pasaje sin salida, así que se bajó de su automóvil. Del carro que la seguía salió un hombre, que la apuntó con una pistola. Ella corrió y, en su fuga, comenzó a tocar todas las puertas de las casas del pasaje, hasta que en una le abrieron. Entró, subió corriendo al segundo piso y se escondió en uno de los dormitorios, entre un gavetero y un armario. Ella no conocía a los dueños de esa casa, pero, por su desesperación, hizo todo eso. Allí, escondida y con el corazón palpitando aceleradamente, la encontró la dueña de la casa, quien se había hecho cargo de la situación. La joven le contó lo que le había pasado. Ella la consoló y le dijo: «No tengás miedo, te podés quedar en la casa hasta que te sintás mejor». El hombre que la siguió no la quería matar, porque tuvo la oportunidad de hacerlo, pero no lo hizo; solo la quería asustar y dejarle ver que ya la habían reconocido como una de las trabajadoras de la radio. 

Ya no volví a usar el carro, pero la Guardia Nacional dinamitó mi casa de habitación. Si hubiera estado allí, me habrían matado, como eran los planes originales.

Después de unas semanas, durante la noche, llegaron varios camiones con soldados a la calle en donde suponían que ella vivía. El jefe, por medio de un megáfono, instaba a gritos a los habitantes de esa casa para que salieran. Después de un rato, los soldados decidieron entrar, pero concluyeron que se habían equivocado, ya que solo encontraron a una viejecita. Así, pues, desistieron de su cruel tarea. Después de esos incidentes, la joven y su familia salieron al exilio.

A mí, que trabajé como locutora en el programa de monseñor Romero, decidieron matarme con una bomba que pondrían en mi carro para que explotara cuando lo fuera manejando. Ese plan fue escuchado por el jardinero de la casa en donde se fraguó, y él se lo contó a una persona cercana a mí. Así obtuve la información sobre esos planes macabros. Ya no volví a usar el carro, pero la Guardia Nacional dinamitó mi casa de habitación. Si hubiera estado allí, me habrían matado, como eran los planes originales. 

Cuando la radio fue dinamitada y empezaron a perseguir a quienes habíamos trabajado en ella, algunos de nosotros ya no pudimos seguir viviendo en El Salvador, por lo que salimos al exilio hacia distintos países para salvar nuestras vidas y la de nuestras familias.

El padre Ellacuría no se equivocaba cuando, al proponernos la oportunidad de trabajar en el programa, nos dijo: «Piénsenlo bien, porque este trabajo será peligroso». 

Al preguntarnos a las personas que trabajamos en la radio la razón por la que lo hicimos, contestamos: «Lo hicimos porque queríamos contribuir, a través de ese programa, a construir un país democrático, bueno para todos, y porque un santo nos lo pidió».

* Escritora salvadoreña autora de los libros Dichos y diretes, El samovar de plata y ¿te acordás, Alfonso?, Los ecos del silencio.

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