Memoria
Ilustración: Luis Guardado
Alberto Barrera*
Julio 26, 2024
En nuestras conversaciones, Santamaría relató cómo filmó con espanto la masacre de un sacerdote y varios jóvenes en un centro pastoral en San Antonio Abad en enero de 1979, y azarado, un año después —marzo 1980—, cubrió el crimen y los funerales de Óscar Arnulfo Romero, primer santo católico de El Salvador. El artífice en ambos sucesos fue el líder derechista, mayor Roberto D’Aubuisson.
Además, se refirió a su aprendizaje del oficio de «cámara» y «reportero de televisión» en la práctica, a los peligros que afrontó y a su pasión por cubrir las noticias, desde la violencia callejera —en protestas masivas que acababan sangrientamente— hasta la guerra armada durante más de una década, a partir de 1980.
Santamaría también habló con sinceridad sobre la corrupción en la prensa —en la que se instituyó la conocida «menta»—. Cree que en los setenta el periodismo estaba atrasado, pero la guerra «lo despertó», con el arribo de periodistas extranjeros, y sumó a una nueva generación de reporteros salvadoreños.
Con aborrecimiento y un dejo de vergüenza dijo que fue testigo del brutal asalto al centro de formación católico El Despertar, en San Antonio Abad, el 20 de enero de 1979, desde que se planificó hasta su ejecución por agentes de la Guardia Nacional dirigidos por D’Aubuisson, quien estaba a la cabeza de la Agencia Salvadoreña de Seguridad (Ansesal).
Su testimonio es impactante por la forma en que los agentes de seguridad masacraron al sacerdote Octavio Ortiz y a cuatro estudiantes, aunque asegura que otros cuatro jóvenes murieron por culatazos de los guardias, integrantes de uno de los cuerpos de seguridad (la Guardia Nacional) que, por su papel represivo, fue disuelto al firmarse la paz en enero de 1992.
D’Aubuisson coordinaba el plan de ataque al supuesto «nido de subversivos» y Santibañez era el jefe de la operación en el lugar.
Recuerda la infamia con la que un guardia asesinó de un disparo en la cabeza al sacerdote mientras estaba atado de sus manos a la espalda y tirado en el piso boca abajo. Evocó el sufrimiento de los jóvenes que murieron por los culatazos que les propinaron los agentes. Oficialmente se informó de cuatro muertos en el supuesto enfrentamiento armado.
Jamás en mi vida había visto cómo con la culata de los fusiles mataban a la gente a cachimbazos… increíble (pausa). De repente encontraron al padre Octavio Ortíz. “Este es el cura”, dijo uno y lo pusieron panza abajo, y de repente el cuetazo en la cabeza. ¡Puta! Yo me quedé helado». Un oficial le dijo: «No has visto nada, ¿verdad?», «¡No»….
Los cadáveres de los cuatro jóvenes tiroteados quedaron en el techo del lugar. Santamaría asegura que intentaban huir y que no tenían armas, pero cuando llegaron los reporteros de los demás medios los cadáveres estaban armados. Esas fotos se publicaron en los diarios. Su relato comienza el viernes 19 de enero de 1979.
Ese día llegué temprano a la vieja casa en la que residía con mi mamá en la colonia Los Arcos del barrio Santa Anita. Como a las 10 de la noche tocaron la puerta, pero ya había visto a dos hombres de civil a través de una grieta en la pared, habían bajado de un Jeep Willis verde oscuro. Era un rastrillo.
Así llamaban a esos vehículos que usaban el ejército y los cuerpos de seguridad para patrullar la ciudad y realizar capturas como parte de la represión.
Su mamá, se sintió temerosa, pero los agentes le dijeron que llegaban de parte del señor Guillermo de León, dueño y director de Teleprensa, para un trabajo. «No se preocupe», le insistieron. Pronto salieron hacia la oficina del noticiero que estaba en el edificio del Banco Salvadoreño, frente a la Plaza Morazán del centro de San Salvador.
Era viernes y no había toque de queda. Sin embargo, los bares de la época en los alrededores de la Plaza, El Chico, Lutecia y el Alcázar estaban cerrados, pues no eran tiempos para andar de farra. Santamaría agarró la cámara de cine y varios rollos de película de 16 mm, y demás bártulos que usaba en Teleprensa. Salió y subió de nuevo al vehículo.
Enfilaron hacia las oficinas de Ansesal, que estaba en la antigua Casa Presidencial en San Jacinto. Le dijeron que entrara a un salón en el que unas 8 o 10 personas estaban alrededor del mayor D’Aubuisson y, a su lado, el coronel Roberto Santibañez.
D’Aubuisson coordinaba el plan de ataque al supuesto «nido de subversivos» y Santibañez era el jefe de la operación en el lugar. Santamaría creyó que tendría imágenes de acción en exclusiva. Emocionado rememora aquel momento en el que se impregnaba de la irracional realidad que le serviría en los próximos meses y años de brutal conflicto.
El mayor D’Aubuisson estaba sentado y me dice: «Lo que veas y oigás, vos no sabés nada». Yo le dije: «no te preocupés». El plan estaba plasmado en una pizarra. Antes de salir le dijo: «El material que vayás terminando se lo das a él (un agente de civil) y después se te va a evacuar, y no sabés nada». (Santamaría): «No hay problema».
D’Aubuisson, otros oficiales y sus escoltas estarían esperando en un rancho en la playa El Majahual. Santamaría era parte de un pedido de «colaboración» que le habían hecho a De León y filmaría los supuestos combates. Le dijeron que esperaría a que a las 4 de la mañana lo llevaran a San Antonio Abad, en donde estarían unos 50 agentes uniformados con dos tanquetas para la actividad antisubversiva.
«El alma la endurecés, ver a esa gente y no quebrarte. Me dio lástima que estaban matando gente de choto, eso no se hace…». Carlos Santamaría.
Después de que el portón de la entrada fuera derribado por una de las tanquetas y entraron los guardias, los muchachos quisieron huir, pero era tarde. La situación estaba controlada y Santamaría filmaba las escenas en las que nadie en aquel lugar estaba armado. «Para mí la cagaron», dijo, y cree que les informaron mal: «A lo mejor uno de los orejas» dio información equivocada o porque quería causarles daño.
Como a las 8 de la mañana llega D’Aubuisson bien emputado. «Mirá —le gritó al coronel Santibañez—, la gente estaba en la cama», sin esperar respuesta. Voltea y ve a Santamaría y le dice: «¿Tenés todo?», «sí». La película la había entregado al agente que le asignaron. Con determinación ordena: «Saquen a éste». Y me fueron a dar una vuelta, luego me dejaron en un retén donde estaba la prensa. Y cuanto abrieron, ya todo más limpio… A los cadáveres les habían puesto armas, incluido al padre Octavio».
Santamaría reflexionó: «El alma la endurecés, ver a esa gente y no quebrarte. Me dio lástima que estaban matando gente de choto, eso no se hace…».
En la homilía del domingo 21 de enero, monseñor Óscar Arnulfo Romero condenó el crimen del padre Ortiz y de los cuatro muchachos en el asalto a El Despertar. El Arzobispo de San Salvador lo había ordenado sacerdote en marzo de 1974. Dijo que el comunicado sobre los hechos sangrientos era «mentiroso», y exigió que se realizara una investigación sobre el ataque.
En la misa de los funerales dijo que «el padre Octavio murió con el rostro destrozado. En la funeraria trataron de arreglarlo, pero no pudieron dejarlo como era antes. Octavio ya se transformó porque ofreció su rostro a Cristo». Habitantes de la zona dijeron que el sacerdote había sido aplastado por una tanqueta, pero Santamaría aseguró que no vio eso.
La masacre determinó la tónica violenta de 1979 y monseñor Romero definió su papel de defensor de los más pobres, denunció y condenó la represión gubernamental; advirtió el peligro de una brutal guerra, que con su asesinato el 24 de marzo de 1980, su admonición se cumplió.
El exmayor Roberto D’Aubuisson fue mencionado como organizador del crimen de Romero, pero nunca se le enjuició. Al finalizar la guerra en 1992, con mediación de las Naciones Unidas, se creó una Comisión de la Verdad que determinó que el exmayor del ejército y líder ultraderechista fue el autor intelectual del magnicidio. El papa Francisco canonizó a monseñor como santo de la iglesia católica el 14 de octubre de 2018.
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Santamaría: Para mí, la muerte de monseñor Romero fue lo más grande que he cubierto. El señor que le pidió la misa por su mamá muerta, Jorge Pinto, era amigo de don Guillermo y le avisó del crimen. Cuando llegamos a la capilla (hospital para cancerosos La Divina Providencia) ya se lo habían llevado, hice tomas y nos fuimos a la Policlínica. Ya estaba el cadáver de monseñor. Habían cerrado el lugar en el que lo habían colocado. Me dijo don Guillermo: «Vamos a entrar, Santamaría, no nos detiene nadie». Cuando entramos vemos el cadáver de Monseñor. Hago las tomas y a mandarlas para que dieran la vuelta al mundo.
Ésa es una de las noticias más grandes que cubrí. Yo estaba muy emocionado, impactado, pues los domingos íbamos a cubrir sus homilías a catedral, y ver al obispo templado, nombre, impacta. Cuando sale (en documentales) la imagen de monseñor Romero en una bata blanca en la Policlínica, le digo a mi mujer: «Esa toma era de Teleprensa y le dio la vuelta al mundo». Cómo no me voy a sentir satisfecho por la cobertura, no por la muerte del hombre, quien es un santo», dijo el veterano reportero de televisión en retiro.
¿Los mensajes de homilías y denuncias de monseñor Romero las transmitía Teleprensa?
Siempre tuvimos la censura de Coprefa o del Estado Mayor. Muchas veces cuando eran noticias sobre las denuncias de Monseñor, esas fuentes le hablaban al hombre y le decían «no me vas a publicar nada, mandamos el material y te damos lo que vas a sacar. Así era.
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De «marañón» a camarógrafo
Santamaría era un joven desempleado en 1973 y le pidió a su amigo Víctor Anaya que trabajaba en Teleprensa que le consiguiera trabajo, y así fue. Inició labores el 13 de septiembre de ese año como mandadero, pero hacía de todo, desde jalar cables en el set, colocar luces y todo lo que fuera necesario para la realización de las noticias y labores en la oficina. En ese tiempo cubrían actos sociales, fiestas y actividades de instituciones estatales o empresas privadas. «Yo era un marañón», dijo.
Pero se interesó por aprender el manejo de las cámaras de cine que usaban. Le costó porque sus compañeros camarógrafos eran celosos y alguno le dijo que si conseguía película de 16 mm se la prestaba. Se hizo amigo del laboratorista que revelaba los eventos filmados y le dio trozos que sobraban. «Me gustó el piquete y fui aprendiendo poco a poco». Fue así que «don Guillermo me vio el interés y me apoyó. Por ese esfuerzo me aumentó 15 colones, y con el trabajo con la cámara mi salario era de 90 colones al mes».
En poco tiempo le asignaban algunas de las coberturas que esencialmente eran en la capital, aunque para las fiestas patronales iban a Santa Ana y San Miguel para captar imágenes encargadas y alguna noticia.
En 1976 fue asignado para apoyar la campaña del candidato presidencial del oficialista Partido de Conciliación Nacional, general Carlos Humberto Romero. Recuerda que con él recorrió todo el país durante siete meses, hasta inicios de 1977, cuando ganó la presidencia del país. Fue un flagrante fraude que de nuevo encendió a las masas organizadas que desde las elecciones de 1972 apoyaron las propuestas de la coalición Unión Nacional Opositora (UNO) y que habían perdido por otra estafa política electoral.
«Los “vergaceos” duraban horas, la gente creía que Teleprensa estaba en vivo. No era cierto, pero estábamos en el lugar siguiendo el enfrentamiento». Carlos Santamaría.
Poco tiempo después De León le asignó coberturas en las que él hacía de reportero en las agitadas calles de la capital. No iban muy lejos, desde las céntricas oficinas de Teleprensa (frente a la Plaza Morazán) iban a las marchas, concentraciones y otras acciones de los grupos de masas de izquierda, que luego del fraude electoral se volvieron más frecuentes y violentas en calles, avenidas, parques o plazas del agitado centro de San Salvador.
Fue en esos días en que se hizo famoso el grito angustiado: «Agachate Santamaría, agachate», proveniente de la voz temblorosa de De León durante las protestas que eran disueltas a balazos. La guerra civil estaba por inundar de sangre y dolor al país durante más de una década.
La gente creía que Teleprensa transmitía vía satélite, pero lo que pasó es que a don Guillermo le daban emoción las coberturas, pues ya teníamos cámaras de video por los sucesos de 1979 y de inicios de 1980. En las coberturas de protestas violentas en realidad él se quedaba lejos y me gritaba con el micrófono «agachate Santamaría», y según él me estaba avisando, creía que le oía, pero no teníamos audífonos. Cuando eran las 12 del mediodía salíamos para el canal con lo que teníamos, y se transmitía material en bruto. Los «vergaceos» duraban horas, la gente creía que Teleprensa estaba en vivo. No era cierto, pero estábamos en el lugar siguiendo el enfrentamiento.
Sonríe y dice que fue la gente la que comenzó a decirle «agachate Santamaría, agachate». Confiesa que «al inicio no sabía por qué. Veía los videos y escuchaba que él lo decía (Guillermo De León), pero «qué putas, allá yo no escuchaba nada, si no teníamos cómo. Era divertido el viejo, pero era aventado y para ser el dueño del noticiero, lo era».
Santamaría, de 74 años, cumplidos el 18 de junio, se retiró del oficio el año pasado, después de cinco décadas de labores en televisión, la mayoría con cámara al hombro buscando imágenes para noticias en Teleprensa, cadenas internacionales y los últimos años para dos noticieros deportivos en los canales 12 y 21 locales.
En los inicios del conflicto dijo que fue de los primeros en buscar imágenes de la guerrilla porque la gente creía que «eran extraterrestres», ya que algunas radios y otros medios hablaban de ellos, pero no veían sus imágenes.
«Al periodismo, si le ponés pasión, te divertís»
Antes de la guerra todo el periodismo era «cajonero», como las conferencias de ministros, algún accidente y sólo se cubría San Salvador. Íbamos a San Miguel o Santa Ana a cubrir las fiestas patronales y realizar trabajos de notas sociales, algún matrimonio y eventos que se vendían.
En la capital, el Palacio Nacional era el Centro de Gobierno de entonces y mucha de la prensa de esa época cubría actividades oficiales. Además de los ministerios de Defensa, Interior y el MOP, estaba la Asamblea Legislativa, y otras instituciones del estado.
El periodismo estaba estancado porque no generaba noticias, los periodistas ya estaban acomodados por leones como (Guillermo) Peñate Zambrano, (Adrián Roberto) Aldana, (Rafael) Mora Maza y un montón de reporteros a los que les faltaba pasión porque para mí al periodismo, si le ponés pasión, te divertís. Cuando empezó aquello, creo por 1977 o 1978 como los secuestros de empresarios y funcionarios, algunos tomaban como que solo querían pisto, pero se estaban preparando (la guerrilla). Los medios entonces eran limitados, como los dos únicos noticieros de televisión: Teleprensa y Telediario cubrían eventos sociales.
Cuando vos comenzaste, creo el 79 (se dirige a mí), empezó todo y a mis compañeros Rafael Gómez y Nelson Campos no les gustaba el riesgo y me asignaban el trabajo de campo como las marchas, porque todas acababan en muertos. Yo andaba en la jugada y eso me encendió la mecha. Vos y otros periodistas son de esa época cuando sonaban los balazos y uno salía corriendo como que a agarrar dulces íbamos. Así fue mi graduación como camarógrafo».
Inicios, «la menta» y anécdotas
Empecé a conocer mejor el conflicto con la campaña del general (Carlos Humberto) Romero con quien me eché siete meses (1976-77) caminando con él por todo el país cubriendo sus mítines y todo lo que hacía. Cubrí a Romero desde su campaña, parte del gobierno, hasta el golpe de Estado (15 de octubre 1979). Cuando lo sacaron fue el comienzo del conflicto.
[En 1980] yo me iba a las carreteras y traía imágenes de acciones, aunque sabía que los mismos redactores se oponían y uno era del jurídico en el ministerio de Defensa, le metía miedo a don Guillermo. Un día le dije “ya dejémonos de babosadas, yo no me voy a andar jodiendo y no sacan esas imágenes que la gente quiere ver”. Cuando las sacamos hubo muchas llamadas telefónicas. Eso fue después de la muerte de Monseñor…
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¿Cómo crees que fueron las coberturas de los medios previo al inicio del conflicto?
En ese tiempo la gente joven era poca y muchos de los que se atrevían murieron o tuvieron problemas, como (Francisco) “Chico” Campos (fotógrafo) fue acusado de guerrillero, lo agarraron y lo “verguiaron”. Fui cuando convocaron a una conferencia en la que presentarían a unos guerrilleros y ahí estaba Chico, y había que hacerle imágenes porque si no la molestia de las autoridades. (Recordó) a Luis Galdámez —lesionado—, a “Pujol” Roberto Navas —fallecido marzo 1989— y otros que fallecieron o tuvieron problemas.
Tu evaluación de los medios y periodistas en esa época
Para mí los medios estábamos encajonados, y cuando llegó el conflicto algunos medios se resistían, sus propietarios no permitían cambios. Ante la llegada de la prensa internacional hubo un poco más de respeto, algunos comenzaron a ampliar coberturas. La guerra promocionó muchos de los noticieros de hoy y programas de radio. La universidad aportó nuevos elementos. Esa ampliación de medios y noticieros fue la ganancia de la guerra.
¿Corrupción en la prensa, “la menta”?
Mi trabajo al inicio era como ayudante y hacía mandados. Iba a Capres a traer dinero cuando el Secretario de Prensa era el coronel Rafael Flores lima y al regresar le preguntaba: «¿Don Guillermo, y por qué le dan 1,000 colones en Capres? En el ambiente le dicen “menta”?». Y él respondía: «Te voy a explicar cómo es eso, a mí me los dan como pago al cubrir las giras del presidente», y era verdad, mandaban videos de las giras. No se interpreta como menta.
«…le pidieron a don Guillermo que se hicieran tomas más cerradas para reconocer caras de los manifestantes, a lo cual le dije que no lo iba a hacer…». Carlos Santamaría.
Santamaría no olvida la forma en que las instituciones estatales, como el ejército y los cuerpos de seguridad, «incentivaban» a las coberturas de sus eventos para las noticias. Uno de ellos fue el coronel Francisco Morán, jefe de la PH (Policía de Hacienda), quien «me dijo: “Te voy a dar 300 colones mensuales”». Luego me dijo andá donde el coronel (José Antonio) Corleto (jefe) de la Guardia Nacional. Y fui. Al llegar, Corleto abrió la caja fuerte en la que tenía una canastada de billetes solo de a 100 (colones). Agarró tres y los metió en un sobre, llamó a su secretario y le dijo: «Todos los meses le das a Santamaría lo mismo».
Cuando le conté a don Guillermo me dijo: «Yo no te puedo aumentar y ese dinero de todos los meses será tuyo…» (ríe). ¡Fíjate cómo era la menta! Luego encontré a Chente Ortiz de prensa de la Policía Nacional y me dijo: «hijueputa, el coronel (Rodolfo Antonio) Revelo está encachimbado con vos porque ya no venís a cubrir nada de la policía». «Ahorita voy», le dije. Al llegar le comenté lo de la PH y la GN. Para no alargar, los tres cuerpos de seguridad me daban 300 colones; y al final también el Ministerio de Defensa me daba. Pero eso era una babosada. A Peñate Zambrano (†) y a Aldana (†) les daban más. Con el coronel (Arturo Armando) Molina (presidente 1972-1977) les dieron una casa en la colonia Santa Lucía, y ellos le sacaban portadas y contraportadas a color y en blanco y negro, cambiaban el precio. Ésa era la menta, buen dinero y tenían buenos carros”.
Dijiste que el gobierno y el ejército le pedían apoyo a De León, ¿qué tipo de apoyos?
Si te acordás la gente de las marchas empezó a detectar fotógrafos de las instituciones de la fuerza armada, la policía y la guardia, y los “verguiaban” por eso le pidieron a don Guillermo que se hicieran tomas más cerradas para reconocer caras de los manifestantes, a lo cual le dije que no lo iba a hacer porque a mí me podía pasar algo o hasta matar por ubicar gente. Se les dijo que solo si les servía lo que sacábamos al aire, o sea lo que era público como noticia, no involucrarnos. Luego me llamó el coronel (Eugenio) Vides Casanova (†), en ese tiempo director de la Guardia Nacional (1979-1983) para lo mismo, que me iban a dar la película y una buena cantidad de dinero pero que en cada marcha solo querían rostros. «No», le dije, «no me puedo arriesgar y no me voy a jugar la vida por unos pesos». Luego el Coprefa (Comité de Prensa de la Fuerza Armada) pedía imágenes de los lugares a los que no podían llegar. No podíamos negarnos a esas amenazas disfrazadas de pedidos de ayuda, pero nunca se filmaron caras. También un mayor de apellido Ávila de la policía pidió lo mismo y la respuesta fue igual.
¿El trabajo de camarógrafo que hacías era solo un trabajo?
En Teleprensa éramos tres camarógrafos pero a los otros dos no les gustó la «charamusca», a mí me encantó. El ambiente en mi barrio era de joder, de darse verga en el billar, chupar, ¿cuál miedo? Cuando se me dio el trabajo en prensa, pues me encantó. A algunos les dije que el trabajo era de tiempo sin límite y si no te gusta ándate. Yo era feliz.
Al lograr vender el primer material a ABC News (inicios de los 80) don Guillermo me dio 150 colones y los fui a compartir con «los cheros» en el famoso Golden Fish que estaba por el mercado Emporium. A gastarme este pisto vengo, les dije, y no me los gasté porque el vaso de cerveza costaba 0.50 centavos con boca. Y al siguiente mes, otra vez me dijo don Guillermo: «Hijo vamos a vender un material» y me dio 50 colones. Cuando vino Manitzas (ABC) le fue bien y supe todo, que pagaban 750 dólares por cada envío y se hicieron cuatro en una semana. Paty Echeverría me contó lo que pagaban y me disgusté un poco, pero el viejo fue 10 como persona».
¿Realizaste muchas coberturas políticas o trabajos especiales de Teleprensa?
En las elecciones presidenciales de 1984, Don Guillermo me dijo: «Vas a andar en avioneta con D’Aubuisson, Hugo Barrera (candidatos a la presidencia y vicepresidencia de Arena) y el piloto Paniagua. Tenés que hacer las tomas desde que ellos llegan (a los mitines)». El primer lugar fue la hacienda La Carrera (Usulután)…¡Puta! nos quedamos en la pista con el piloto esperando para salir hacia San Antonio Silva, el siguiente mitin que era a las cinco de la tarde. Van llegando a las cuatro con D’Aubuisson bien a verga y nosotros sin comer, no había adonde putas hallar comida. Me dijo don Hugo: «¿Comiste Santamaría?». «No, ya vamos a ver don Hugo», y como soy bien trompudo le dije: «Estas son de las cosas que le voy a reportar a don Guillermo, porque me dio las instrucciones que ustedes iban a moverme y dar alimentación». Y me dice D’Aubuisson: «¿Y por qué estás bravo?». Yo callado y él: «Así eran (hace la señal con sus manos) bien grandes los camarones que me comí». Muy mayor y candidato a la presidencia era, pero le dije: «¡Ojalá te hagan daño!». Y don Hugo le dijo: «Hey, Roberto», y D´Aubuisson me dijo: «¿Por qué sos malcriado», y yo: «Respetame también». Don Hugo cambió la plática y alzamos vuelo.
Llegamos a San Antonio Silva y después para San Miguel, a la casa de Bettaglio. Don Hugo le dijo que me dieran de comer, y alguien me dijo que si no queríamos un traguito, ah y para qué me dijeron…Como a las siete me vuelve a decir D’Aubuisson: «¿Y seguís bravo?», y lo puteé (se ríe), y con eso me mandaron al hotel del Chino. Al siguiente día, mitin en la hacienda El Platanar Agave y un gran sol y yo sudando, trabajando de goma. D’Aubuisson me dice: «¡Ay hijueputa te estás muriendo!, pero no te voy a dar nada por malcriado». «Vale verga», le dije. Al rato: «Vení, echémonos un par de tragos». Era bien mierda y siempre me decía que era malcriado, sólo a verga andaba.
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En 1984 D’Aubuisson y Barrera perdieron las elecciones ante el candidato demócrata cristiano José Napoleón Duarte, quien fue presidente entre 1984 y 1989.
Santamaría sonrió mucho al recordar algunos de los sucesos que cubrió, pero también se conmovió con las matanzas y crímenes que cubrió en 50 años de trabajo en televisión.
* Periodista salvadoreño
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