Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta no solo la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, sino también el contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra.
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Miguel Ángel Chinchilla*
Mayo 17, 2024
Agosto de 1943. Europa arde. Los demonios del momento en sus calderas mantienen en ebullición el continente, el mundo entero se estremece. Franco y Mussolini coludidos con el führer. El exterminio de los judíos se ha convertido en obsesión para los fascistas. Auschwitz como tenebroso emblema, el mayor campo de asesinatos en el Holocausto. Qué anciana sobreviviente de Auschwitz -si es que todavía existiera alguna- no recordará trémula y asqueada la crueldad desmedida de María Mandel, “la bestia” le decían a la vieja. O también los experimentos desquiciados del doctor Josef Mengele, “el ángel de la muerte” lo llamaban. La arrogancia de la SS como élite racial del nazismo, lobos, hienas, cerdos voraces herederos del Sacro Imperio Románico Germánico, descendientes espurios del emperador Carlomagno.
Ese mismo año 1943, al otro lado de Europa atravesando el océano Atlántico, el piloto y escritor francés conde Antoine de Sant-Exupery, publicaba en Nueva York su famoso cuento El Principito, dedicado a su esposa salvadoreña Consuelo Suncín originaria de Guaymoco, paisana de la poeta Claudia Lars. Un año después el avión del conde era derribado por la aviación alemana. Solo se ve bien con el corazón.
Entre septiembre de 1943 y 1945, la historia recuenta que los nazis exterminaron solo en Italia alrededor de 8 mil judíos. En dicho periodo la gran guerra estaba entrando en su fase de maduración. Entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943 se da la gran batalla por Leningrado. Durante dicho período, se registra un promedio de dos millones de víctimas fatales. La batalla por Leningrado se considera la más sangrienta en la historia de la humanidad.
No obstante, en las vueltas de la muerte, 3 años después del final de la Segunda Guerra, los judíos sionistas seguidores de Theodor Herzl, protegidos por las fuerzas aliadas sobre todo Inglaterra y Estados Unidos, comienzan a cometer las mismas atrocidades de los nazis corregidas y aumentadas, en contra del pueblo palestino al que invadieron impunemente y desalojaron de sus tierras desde 1948. Solo en octubre de 2023 los sionistas asesinaron en Gaza un promedio de 10 mil palestinos, bombardearon hospitales y masacraron a mujeres y niños en acciones de exterminio y terrorismo mucho peores que las cometidas por los nazis ochenta años atrás.
En agosto de 1943, en medio de constantes bombardeos, partían de Roma hacia San Salvador, convertidos en sacerdotes, el padre Óscar Romero y el padre Rafael Valladares, hijo este de un terrateniente de la zona oriental del país y sobrino del obispo de San Miguel, monseñor Dueñas. Uno de sus mentores en Roma había sido Giovanni Batista Montini, futuro Papa Paulo VI. Aunque para Oscar el mejor Papa hasta ese momento había sido Pío XI. Otra cosa fue el sucesor de Pío XI, el cardenal Pacelli, que adoptó el nombre de Pío XII, cuyo papado hubo de dar inicio el mismo año que estallaba la II Guerra Mundial.
Entre los sueños más preciados que traían los dos jóvenes sacerdotes dentro de sus maletas con aroma a aceite crismal, el más importante era contribuir a la romanización de la iglesia en América Latina. Sin embargo, a la vuelta de los años la verdad fue que sucedió todo lo contrario. Como ambos jóvenes en aquel momento provenían de uno de los países que conformaban el Eje, en Cuba los retuvieron varios meses mientras averiguaban si realmente eran sacerdotes, hasta que por fin los liberaron y pudieron llegar a El Salvador en diciembre de 1943. Al salir del avión en la terminal aérea de Ilopango, el sol brillante del ocaso los recibía con sus rayos dorados mientras ambos jóvenes se santiguaban dando gracias a Dios. Oscar tenía 26 años. Su padre, don Santos, telegrafista del pueblo, había fallecido el mismo año que Oscar partió hacia Europa en 1937.
El joven sacerdote Romero oficiaría en Ciudad Barrios su primera misa solemne, acompañado masivamente por la feligresía, parientes y amigos.
Al regresar de Roma Oscar venía delicado de salud, tanto que estuvo hospitalizado algunos días. Pero el 11 de enero de 1944 la campana de la parroquia de Ciudad Barrios antes Cacahuatique llamaba temprano a los feligreses, el joven sacerdote Romero hijo de Santos y la Lupe, oficiaría en Ciudad Barrios su primera misa solemne acompañado masivamente por la feligresía, parientes y amigos. Meses más tarde el nuevo obispo de San Miguel monseñor Machado, le asigna al padre Romero la parroquia de Anamorós, un pequeño poblado en La Unión de apenas 108 kilómetros cuadrados. En la capital, en abril del mismo año, el régimen del genocida Maximiliano Hernández Martínez llegaba a su final, como efecto de una huelga de brazos caídos.
Mientras los jóvenes curas Oscar y Rafael regresaban de estudiar y ordenarse en Roma, el 23 de agosto de 1943, en Santa Tecla, doña Joaquina Arrieta paría a Roberto, descendiente de familias francesas y españolas. Posible chozno de uno que fue ministro de Manuel José Arce. Otro pariente suyo en el pasado fue también un personaje que fungió como alcalde de San Salvador a finales del siglo XIX. Al emitir Roberto su primer grito de recién nacido, las mujeres que atendían a doña Joaquina en aquel parto percibieron un inexplicable estremecimiento en todo el cuerpo, se pusieron erizas como suele decirse, algo raro.
La vida es una telaraña que teje fino la trama con la urdimbre. Mientras el río fluye y la luna aparece radiante y plena y desaparece y vuelve siempre. Fluir constante en movimiento, la esencia de la germinación. Si la semilla de mostaza o de maíz no se moviera no habría cosecha. Semilla, simiente, semental, semen, origen.
El padre de Roberto cuyo nombre también era Roberto comenzó a descomponerse, empezó a portarse mal como se dice. Su carácter era áspero, ácido como un eructo y se entregó de lleno al alcoholismo seguido como es obvio por la violencia intrafamiliar. La familia habitaba en un caserón ubicado en la ciudad de Santa Tecla, propiedad de la señora Lilli Guirola, millonaria cafetalera que sentía verdadero aprecio por doña Joaquina y su familia. Por lo mismo les alquilaba la casona en un precio simbólico. Ante la precariedad económica en que cayó la familia, doña Joaquina puso primeramente una pequeña tienda que no le tuvo cuenta, y luego empezó a recibir inquilinos en el caserón con alimentación incluida.
A pesar de las vicisitudes familiares, Roberto Jr. era feliz en aquella gran casa que contaba en su patio con varios árboles donde jugaba de Tarzán con los chicos de su pandilla, con quienes gritaban apodos a los locos de la ciudad y disfrutaban tirando piedras con resorteras a los pájaros, tocando las puertas de las casas para luego desaparecer en estampida. Era el grupo de cipotes que se reunía por las tardes en el parque San Martín, para patinar con aquellos patines de metal que había antes.
Al día siguiente de la pedrada que asestó Roberto al niño en el parque, apareció el padre de la víctima para poner la queja al padre del agresor.
Entre 1951 y 1955 sus estudios primarios los realizó en el colegio Champagnat de los hermanos Maristas. Luego estudió en el Externado San José de donde lo expulsaron por su mala conducta y terminó sus estudios de Plan Básico en el instituto público Damián Villacorta.
Era un niño desordenado, los zapatos siempre sucios y desamarrados, no había día que no llegara tarde al colegio. Eso sí, era buen marrullero. Gozaba lanzando piedras al paso de los otros niños que aprendían a patinar en el parque, y se carcajeaba a morir cuando los cipotes caían patas arriba al tropezar con los guijarros. No obstante Roberto Jr. caía bien por su manera de hablar y el poder de convencimiento que ejercía sobre sus compañeros y algunos vecinitos.
Una tarde el hermano mayor de un niño que se rompió la nariz por las piedras que lanzaba Roberto, lo enfrentó con furia, tanto que Robertío salió con un ojo morado, pero luego con la resortera a una distancia de más o menos cincuenta metros le lanzó una pedrada al cipote que cayó inconsciente al momento que la pandilla salía despavorida. En su casa solo la Lucía se dio cuenta de aquella diablura y mientras lo regañaba le aplicaba lienzos de orégano hervido para bajar la inflamación del ojo.
Lucía era la doméstica de la casa. Campesina analfabeta que apoyaba a doña Joaquina en los quehaceres del hogar. De baja estatura, delgadita como un chilillo, lista y siempre dispuesta para el oficio. Era tan sencilla que en diciembre a la hora de reventar la pólvora decía cuidado con los muerteros en lugar de morteros. Decía también telégramo en vez de telégrafo.
Al día siguiente de la pedrada que asestó Roberto al niño en el parque, apareció el padre de la víctima para poner la queja al padre del agresor. Menos mal que don Roberto no estaba en casa y fue doña Joaquina quien afrontó los reclamos de aquel hombre que se hacía acompañar de su hijo agredido. El muchachito llevaba un vendaje en la cabeza que parecía turbante. Por algunos días Roberto Jr. estuvo castigado sin salir al parque, solo salía para ir al colegio. Su papá nunca se enteró de aquel desmán sino lo hubiera azotado como solía reaccionar cuando Robertío se portaba mal.
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
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* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.
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