Memoria

Ilustración: Luis Galdámez

Recogiendo cadáveres

Miguel Ángel Chinchilla *

Julio 26, 2024

Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta no solo la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, sino también el contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra.

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Roberto llega a capitán y trabaja con el presidente Molina 

El surgimiento de dos grupos guerrilleros al interior de los 21 mil kilómetros cuadrados que mide este pequeño país, seguramente inquietaba al imperio. Ya eran tres los países en la región que amenazaban con causar más problemas de sublevación y desestabilización. Los sandinistas se fortalecían día con día, la guerrilla en Guatemala desde 1961 acechaba en las montañas, y ahora venían estos insurrectos que se suponía habían sido eliminados en 1932. Se hacía necesario entonces utilizar el rigor para desbaratar cualquier foco de insurrección. El problema es que el rigor se había tornado hiperbólico. La Guardia Nacional era un ejército de hombres que guardaban mucha crueldad en sus corazones. Este cuerpo represivo había sido la verdadera escuela militar de Roberto. Mientras fumaba recordaba con afecto al coronel Casanova y también al Chele Medrano con quien había eliminado, haciendo competencia de puntería, a docenas de catrachos durante la guerrita de las 100 horas. Si no hubiera sido por el cese al fuego, comentaba Roberto a otros jóvenes oficiales mientras degustaban una botella de whisky, Honduras ya sería el departamento 15 de El Salvador, en serio se los digo, afirmaba el chele Roberto con arrogancia mientras hacía volutas con el humo del cigarro.

A principios de diciembre de 1970, el loco Medrano venido a menos es decir caído en desgracia, fue retirado como director de la Guardia Nacional al tiempo que era obligado a causar baja en la Fuerza Armada. Contaba apenas con 53 años de edad, pero sus locuras habían colmado la paciencia del general Fidel Sánchez Hernández, presidente de la república. El chele Medrano con el presidente habían sido compañeros en la Escuela Militar. Sánchez Hernández era de baja estatura, un poco rechoncho, «tapón» era el apodo, muy diplomático y educado. El chele Medrano todo lo contrario era alto, de ojos verdes y cara de bandido, siempre con el ceño fruncido. Cuentan que siendo cadetes un día ambos se fueron a los puños y quien salió perdiendo con un ojo morado fue el futuro presidente. Furibundo Medrano por el retiro obligado le disparó al coronel que había llegado a reemplazarlo en la dirección de la Guardia. No cabía duda que el chele Medrano estaba loco. También mató a un detective que supuestamente lo andaba vigilando. De pronto quiso ser presidente de la república y cometió la osadía de crear un partido (FUDI), su logo era un gallo, para competir por la silla de Casa Presidencial. Por gusto.

Así las cosas, todos los oficiales de la Guardia Nacional muy allegados a Medrano fueron trasladados a otros cuerpos militares. Uno de ellos era el teniente Roberto quien fue enviado a la ciudad de San Miguel con el cargo de comandante de la 3ª compañía de fusileros. Seis meses más tarde es ascendido a capitán y el Alto Mando lo envía a la Escuela de las Américas en Panamá.

Roberto continuaba cayendo en la tentación de la indisciplina. A menudo se iba a burdelear con Mario Molina, hijo del presidente, y con el capitán Álvaro Rafael Saravia.

Esta escuela de la Army había nacido en 1946 con el nombre de American Training Center-US. En 1963 cambia su nombre por Escuela de las Américas, especialista en formar soldados latinoamericanos en técnicas de guerra y contrainsurgencia. En dicha escuela fueron capacitados reconocidos genocidas como Augusto Pinochet, Leopoldo Galtieri, Roberto Viola, Hugo Banzer y Efraín Ríos Mont, solo para citar algunos de los alumnos más aventajados. Al regresar de Panamá en 1972 Roberto es asignado a la embajada de El Salvador en Nicaragua como ayudante del agregado de defensa en aquella legación. En aquel país a menudo se reunía para beber con el coronel Pablo Emilio Salazar, Comandante Bravo, quien era uno de los jefes élites de la guardia somocista. Con Roberto eran tal para cual en lo referente a lo intrépido y sanguinario. No obstante, en diciembre de aquel año un fuerte terremoto destruye parcialmente la ciudad de Managua. Roberto y su familia resultan ilesos pero su nuevo cargo diplomático se interrumpe ya que debido al desastre tiene que retornar.

De nuevo en El Salvador, a mediados de 1973 el capitán Roberto es enviado al destacamento militar de Usulután como ayudante, pagador y encargado del almacén. Pero a Roberto no le gustan esos puestos tan pasivos, siente que se ahoga entre tantos papeles, formularios, sellos y todo lo que implica el orden administrativo. Él es un hombre de acción. Solicita entonces audiencia con el presidente Molina y este lo recibe a pesar de que Roberto había sido uno de los apóstoles del general Medrano. Con su carisma y campechanismo Roberto convence a Molina y este lo transfiere al Estado Mayor Presidencial para formar parte del equipo encargado de la logística y seguridad del presidente. Dicho puesto iba mejor con su personalidad porque significaba planificar estrategias de desplazamientos y cualquier actividad del presidente en coordinación con la dirección de protocolo. El nuevo cargo era de moverse constantemente y además tenía la oportunidad de estar a la par del poder formal. No obstante, Roberto continuaba cayendo en la tentación de la indisciplina. A menudo se iba a burdelear con Mario Molina, hijo del presidente, y el capitán Álvaro Rafael Saravia también del equipo presidencial, iban a ciertos lupanares exclusivos que funcionaban en la colonia Escalón. 

Otro día tuvo que ir a un lugar para efectuar reconocimiento por una visita que haría el presidente en su llamado «gobierno móvil», y en una reunión al respecto se encontraba cuando llegó una mujer joven y muy guapa manejando un sedán y preguntando por Roberto. Entró entonces la secretaria a la sala de reunión entregándole un papel al capitán, Roberto disculpándose salió y al encontrarse con la mujer se fue con ella. Algo sobre la estrategia le quisieron consultar al capitán, pero Roberto ya no estaba. El radio asignado lo había olvidado sobre la mesa. Regresó hasta el día siguiente con aliento de licor. Le impusieron 72 horas de arresto. Pero el rigor de los jefes era a medias. Conocían sobre el potencial de aquel hombre incansable e incontenible. Los mismos gringos de Panamá lo ponderaban. No obstante, decía el presidente Molina, hay que contenerlo porque es igual de loco que el chele Medrano.

«Si te capturan por sospechas de que sos colorada, fijate bien lo que te digo, yo no voy a mover un dedo para liberarte», le dijo Roberto a su hermana Marissa.

Por aquellos días otro capitán del S-3 se acercó a Roberto para decirle, fíjate que, en el control de la frontera con Guatemala, en tal fecha regresó a El Salvador una muchacha que según los registros es tu hermana. Se trataba de Marissa, María Luisa, hermana menor de Roberto que había estado en Guatemala alrededor de cuatro años, con las religiosas de la Asunción que trabajaban con las comunidades indígenas en la zona de Quezaltenango. La cosa es que tu hermanita, prosiguió el compañero, viene de una zona del EGP y pues ya ves, según andan las cosas con los curas y las religiosas, tenemos que dudar de todo el mundo.

A medianoche llegó Roberto a la casa de Santa Tecla dirigiéndose directamente a la habitación de Marissa que dormía profundamente. Abrió la puerta como si se trataba de un cateo, encendió la luz y la muchacha despertó aterrada. Mirá, le dijo apuntándole con el dedo índice, si te capturan por sospechas de que sos colorada, fijate bien lo que te digo, yo no voy a mover un dedo para liberarte, ni uno solo ¿oíste bien? ¿Entendiste? Marissa temblaba creyendo que aquello era una pesadilla. Hecha la advertencia Roberto salió de la casa con paso de ganso a reunirse con los soldados que lo escoltaban. Ni cuenta se dio que doña Joaquina, su mamá, y Lucía, su nana, en un rincón oscuro de la sala, trémulas presenciaban aquella escena tan grotesca. Y es que Marissa era como la oveja negra de aquella familia con ideología de derecha, muy católicos, pero también muy conservadores.

Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
A la venta en Librerías de la UCA. 

* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.

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