Memoria

Ilustración: Luis Galdámez

Recogiendo cadáveres

Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta no solo la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, sino también el contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra.

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Uno llega a «monseñor» y el otro a «subteniente»

Miguel Ángel Chinchilla*

Mayo 31, 2024

En tanto, al oriente del país, a los pocos meses de haber sido nombrado párroco de Anamorós, el padre Romero fue llamado por el obispo para que se desempeñara como secretario de la diócesis. Trajo consigo a su madre, doña Lupe, que ya estaba delicada de salud. Además, la casa de Ciudad Barrios estaba a punto de perderse por una hipoteca que había dejado don Santos sin resolver. Doña Guadalupe falleció en 1961.

Aquellos años como secretario diocesano, el padre Romero los compartía con su amigo, hermano y compañero de estudios en Roma, el padre Rafael Valladares Argumedo, quien al ser nombrado como director del semanario diocesano Chaparrastique, contaba con el apoyo incondicional de Romero que tenía una vocación extraordinaria para las comunicaciones.

En 1956 Valladares fue nombrado por el Vaticano como obispo auxiliar de San Salvador. Desafortunadamente el mismo año que muere la madre de Oscar, 1961, fallece también a los 48 años de edad su amigo monseñor Rafael Valladares debido a una afección renal.

En la zona oriental el padre Romero cobró fama por sus predicaciones. Algunas radios transmitían simultáneamente su misa dominical.

Apostólicamente el padre Romero obedecía al canon de la iglesia católica y romana. Por tanto, no le importaba que las sectas protestantes lo tildaran de idólatra por su veneración a la virgen de la Paz. Tampoco le importó la crítica cuando se negó a oficiar una misa por el alma del Capitán General Gerardo Barrios, ya que el expresidente en vida había sido masón. El escándalo fue mayor ya que tanto Barrios como Romero eran oriundos de Cacahuatique. Hubo gente que empezó a odiarlo. Desde 1927 por Decreto Ejecutivo la academia militar de El Salvador se llamaba Capitán General Gerardo Barrios. Por aquellos años algunos ricos de la zona ya lo tildaban de comunista porque el padre Romero denunciaba el maltrato que daban los cafetaleros a los jornaleros en sus fincas.

No obstante, la pobrería lo quería porque el cura era un hombre generoso. Cada semana oficiaba misa en la cárcel del pueblo y proyectaba películas a los presos, también visitaba a los enfermos en el hospital. En los cantones cuando llegaba los domingos, la cipotada a la carrera salía a recibirlo. El padre Romero siempre repartía golosinas.

En 1959 el Papa Bueno Juan XXIII, convoca al Concilio Vaticano II. El padre Romero estaba de acuerdo en algunos aspectos de la transformación eclesial, como lo que decía el papa de abrir las ventanas de la iglesia y mirar hacia afuera para que asimismo nos puedan ver hacia adentro. Pero estaba en desacuerdo con otros. Por ejemplo, en asuntos formales desaprobaba que los curas no vistieran su hábito talar, como si tuvieran vergüenza de la sotana, reclamaba. En abril de 1967 Óscar Romero celebraba su aniversario de plata como sacerdote y recibía además el título de monseñor. Meses más tarde fue nombrado Secretario General de la Conferencia Episcopal. Tenía 50 años.

El cadete Roberto tenía vocación de militar. Era eficiente, tenía energía, atlético y aunque no era muy alto contaba con buen porte marcial.

Santa Tecla, 1952, muere don Roberto el padre de Roberto Jr. Tenía el niño 11 años. A partir de entonces Roberto se vuelve más inquieto, se tira a la vagancia, aunque no abandona los estudios de secundaria que lo llevaban arrastrado, pero lo llevaban. Concluye el Plan Básico en el instituto nacional José Damián Villacorta, centro educativo del Estado. A doña Joaquina no le alcanzaba para continuar pagando colegios privados. Además, al cipote lo habían expulsado del Externado de San José por mal comportamiento recurrente. Entre las travesuras de este periodo se cuenta que en cierta ocasión Roberto con su pandilla se introdujeron a una iglesia a robar las limosnas.

Al terminar el Plan Básico Roberto comienza a trabajar con un tío, Mauricio Salazar, en la empresa pesquera “Atarraya” de su propiedad. De ahí le nació la idea de estudiar oceanografía, pero era una carrera muy cara. En lugar de aquello Salazar apoya a Roberto en los costes de ingreso a la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios. Al graduarte, le dice, tendrás los recursos para estudiar lo que te gusta. Doña Joaquina no estaba de acuerdo, pero el tío Mauricio y Roberto la convencen. Visionaba su vida de militar con muchas aventuras por delante para una personalidad como la suya, audaz y agresiva. Corría el año 1959. Roberto tenía apenas 16 años.

El muchacho como se dice dio el ancho y fue aceptado en la academia militar. El 1 de febrero de 1960 forma parte de los 176 nuevos reclutas que traspasan el umbral de la academia donde se reciben órdenes que deben cumplirse al instante con movimientos veloces, exactos, y si acaso no, vienen los castigos, a veces bartolina. Vida de disciplina con rigor, sudor, marchas forzadas, actividades extenuantes. A todo pulmón los cadetes entonan el himno de la escuela: «Soy Cadete que estudio tu ciencia, que me da la razón de existir, y será el final de la esencia, por la Patria ¡Vencer o Morir!».

Esta escuela militar se dice es una de las academias más prusianas del continente. En aquella época los cadetes al salir de licencia o vacaciones lo hacían con guantes blancos y en traje de gala luciendo el sable y caminando a pie por las calles casi en paso de ganso. Era todo un espectáculo cuando pasaba un cadete por la calle. De alguna forma recordaban el cuento “Prócer” de Alberto Rivas Bonilla.

Sin lugar a dudas el cadete Roberto tenía vocación de militar. Era eficiente, tenía energía, atlético y aunque no era muy alto contaba con buen porte marcial. Era bueno para el montaje y desmontaje de las armas. Sin embargo, seguía siendo desordenado en sus cosas personales. Nunca tenía jabón ni pasta de dientes y el calzoncillo por lo general lo andaba roto, por lo mismo le decían de apodo «chele calzón». Otra versión sostiene que lo de calzón proviene de una vez que, al sacar el pañuelo para limpiarse el sudor, lo que sacó fue un calzón negro de mujer que andaba en el bolsillo del pantalón.

La primera vez que el subteniente Roberto escuchó mencionar el nombre del cura Romero, fue por boca del director de la Guardia Nacional.

Varias veces padeció arresto por llegar atrasado luego de una licencia, a veces sin asearse y con olor a licor. No obstante, era líder de su sección por ser de los más adelantados. Sin estudiar obtenía mejores notas que otros que se desvelaban quemándose las pestañas en los libros y cuadernos. Jugaba básquet y otros deportes. Además, era buen chero, nada de estirado como otros que venían de familias con mucho dinero.

En tercer año, una noche el grupito de cinco cadetes que lideraba Roberto y que acostumbraba robar comida en el comedor de los oficiales, encontró la despensa llena de sabrosas vituallas que sin dudarlo engulleron como roedores a discreción. Sin embargo, por un ruido que produjeron con algún traste fueron descubiertos y luego conducidos donde el sargento responsable. A primera hora de aquella madrugada comenzó el castigo para los jóvenes cadetes glotones y abusivos. Tres horas de fatiga y luego 45 días de arresto más 15 días de bartolina. Y solo porque se trataba de buenos cadetes no les dieron de baja, es decir no los corrieron de la escuela como merecían. Con Sigifredo Ochoa y Domingo Monterrosa lideraban un grupo que se hacían llamar los Hachas, no precisamente porque fueran leñadores.

Pese a sus marrullerías como cadete, el 12 de noviembre de 1963 Roberto, que tenía 20 años, asciende a subteniente que significaba graduarse como oficial, recibiendo su sable de manos del presidente de la república. De inmediato Roberto causa alta en la benemérita Guardia Nacional en la comandancia de Ataco departamento de Ahuachapán, a petición del director de la institución teniente coronel Eduardo Casanova, que vivía en Santa Tecla y conocía a Roberto y su familia.

La primera vez que el subteniente Roberto escuchó mencionar el nombre del cura Romero, fue por boca del director de la GN en una reunión de jefaturas, cuando el coronel Casanova relataba que dicho cura se había negado a oficiar una misa en memoria del Capitán General Gerardo Barrios. Roberto entonces apagando su cigarro en el cenicero, dijo: «Mire, mi coronel, si a mí me lo hubieran encomendado, yo hubiera obligado con la pistola en la cabeza a ese curita del carajo para que diera la misa en memoria de mi Capitán General».

Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
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* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.

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