Memoria
Los altos jefes militares René Emilio Ponce y Carlos Eugenio Vides Casanova junto al entonces presidente José Napoleón Duarte, todos protagonistas de la supuesta «vivencia democrática» durante los ochentas.
Septiembre 6, 2024
El 5 de noviembre de 1985, luego de una marcha de sectores populares en conmemoración del Primer Grito de Independencia Centroamericana, un estudiante de periodismo de la Universidad de El Salvador (UES) —compañero de Guillermo Mejía, hoy veterano periodista salvadoreño mejor conocido entre sus colegas como «Mensaje»— fue capturado.
«Para hacer corto el cuento, luego de reportarse como desaparecido se supo que estaba detenido en la Policía Nacional (PN)», refiere Mejía. La PN fue un cuerpo de seguridad pública que se «especializó» en la violación de derechos humanos, al igual que la Guardia Nacional y la Policía de Hacienda. Por tanto, la captura de su amigo podría desembocar perfectamente en su desaparición.
De modo que algunos periodistas y gremios de prensa —como la Asociación de Periodistas de El Salvador, APES— realizaron gestiones hasta lograr una reunión con el entonces presidente José Napoleón Duarte, a fin de exponerle el caso del estudiante y de otros colegas que también eran acosados por los ya mencionados «cuerpos de seguridad».
El mandatario escuchó sus alegatos y aceptó la captura del estudiante, pero tenía un «as bajo la manga»: sacó a luz un informe de inteligencia que aseguraba que Mejía y el fotoperiodista Luis Galdámez, junto a otros periodistas, alumnos universitarios y un maestro de la UES, integraban una célula rebelde en el departamento de periodismo de dicha universidad.
«Algo realmente sorprendente y, para nosotros, fuera de lugar», recuerda Mejía.
No obstante, los asistentes al encuentro no se acobardaron y demandaron al presidente Duarte respeto a la integridad profesional de sus colegas. Al final, el mandatario se comprometió a posibilitar que el alumno capturado fuera entregado a su familia y saliera del país, tal como sucedió. El sorpresivo informe de inteligencia fue archivado.
«De la embajada mexicana ofrecieron sus gestiones por si queríamos salir hacia México; pero, tomando las medidas de seguridad pertinentes, paulatinamente volvimos a las aulas universitarias y a nuestra labor periodística en medios de prensa extranjera», manifiesta Guillermo, quien siempre agradecerá tal gesto por parte de los mexicanos, así como la actitud valiente de los periodistas ante Duarte.
Situaciones como la anterior eran comunes en los ochentas, pues en una guerra la información es tan indispensable como las balas (o más todavía), razón por la cual la gente de prensa es especialmente sobornada, intimidada, amordazada, perseguida y/o asesinada.
Guillermo se involucró en el periodismo cuando la guerra civil llevaba ya un año de haber iniciado, y después del golpe militar contrainsurgente del 15 de octubre de 1979.
El gobierno de Duarte se vio asediado por críticas de los medios de prensa locales y manifestaciones sociales de repudio, tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha.
Mejía comenzó su experiencia periodística a finales de 1982, junto a su hermano Alberto Barrera y otros compañeros que laboraban tanto en medios noticiosos extranjeros como en la prensa local. Desde principios de 1983 inició sus estudios de periodismo en la Universidad de El Salvador, y en ese mismo año se le abrieron otros caminos en medios locales e internacionales. Incluso llegó a ser docente del Departamento de Periodismo de la UES, entre 1994 y 2024, año en el que se retiró luego de 30 años de servicio.
Guillermo considera importante reflexionar en torno a la dimensión política de la comunicación masiva en el contexto de un conflicto armado. Y es que él se involucró en el periodismo cuando la guerra civil salvadoreña llevaba ya un año de haber iniciado, y después del intento contrainsurgente que significó el golpe militar del 15 de octubre de 1979, organizado por las fuerzas conservadoras y los yanquis en aras de apaciguar a los movimientos sociales, que en ese entonces estaban en su apogeo.
Luego de dicho golpe, se instalaron varias juntas de gobierno que no se lograban consolidar por la naturaleza amañada de las mismas, que debían responder a los intereses de los protagonistas del golpe, por lo cual muchos de los nombrados terminaban renunciando. Al final, se instauró una junta integrada por el binomio Democracia Cristiana / Fuerza Armada, para pasar después a un gobierno provisional encabezado por el presidente interino Álvaro Magaña, elegido en 1982 por una Asamblea Constituyente electa a su vez ese mismo año. Magaña gobernó mientras se redactaba la nueva Constitución. También le correspondió preparar las elecciones presidenciales de 1984, las cuales ganó el demócrata cristiano José Napoleón Duarte.
Durante el período de Duarte —que se constituyó en «la parte gruesa del conflicto armado», a decir de Guillermo— se implementaron ciertos aspectos políticos y comunicacionales bajo la asesoría de Estados Unidos, en aras de «imponer en el imaginario colectivo que en El Salvador se vivía una democracia, pese a la guerra civil y a las flagrantes violaciones a los derechos humanos», acota el periodista.
Así, dentro de esa estratagema, se renovaron las comunicaciones del gobierno: en el Canal 10 de la televisión estatal hasta se creó un noticiario televisivo. «Asesores venezolanos y chilenos —entre ellos el periodista Narciso Castillo, conocido como “Nacho”—participaron activamente en esta parte del proyecto contrainsurgente norteamericano», expresa Mejía.
Se abrieron también nuevos espacios informativos y de opinión en la televisión privada local: a finales de 1984 se creó Canal 12, en el que destacó el noticiero «Al Día», y cuyo director fue Nacho Castillo. En 1987, Telecorporación Salvadoreña fundó «El Noticiero» de Canal 6, el cual se integró con algunos de los periodistas que trabajaron en «Al Día».
Todo lo anterior aunado a la creación de más noticiarios de radio —algunos venían desde antes de la guerra civil y ya tenían bastante impacto— y a la existencia previa de periódicos de tradición muy conservadora como La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, pero también medios como Diario Latino y Diario El Mundo, que incluían información de organizaciones de la sociedad civil, sindicatos, derechos humanos, etc.
Desde el inicio hasta el fin de la guerra civil, los medios ejercieron sus críticas limitados por los intereses de los poderes fácticos.
El sector universitario, identificado plenamente con la causa de la izquierda, llegó a exigir la renuncia del presidente Duarte, a quien consideraban un títere de los yanquis.
Nace un «periodismo crítico»… hasta allí nomás
Siempre en aras de imponer la ilusión de «vivencia democrática», a partir de la llegada del gobierno de Duarte los medios en general se volvieron críticos de la gestión, lo cual nunca ocurrió antes con otros gobiernos. Pero en ningún momento tal crítica alcanzó a la Fuerza Armada y a los llamados «cuerpos de seguridad» que participaban en la guerra civil: Mejía apunta que éste fue un aspecto muy significativo del período.
En pocas palabras, desde el inicio hasta el fin de la guerra civil, los medios ejercieron sus críticas limitados por los intereses de los poderes fácticos (el gran capital, los militares y Estados Unidos).
De hecho, en los espacios mediáticos se reconocían estos límites, «al grado que en la mayoría de situaciones que ocurrieron, especialmente en el terreno militar (…), algunos medios locales esperaban a que los acontecimientos se dieran a conocer por la prensa internacional para luego consignarlos a partir de los materiales publicados: lo que menos se quería era tener un vínculo con la información procesada», señala Guillermo.
Había mucho celo por parte de los militares en el tratamiento que se daba a la información. Tenían diversos mecanismos para «supervisar» la información que se publicaría, entre ellos el Comité de Prensa de la Fuerza Armada (COPREFA) y la Secretaría de Comunicaciones del gobierno, la cual tuvo una oficina cerca del llamado «Cuartel de los periodistas extranjeros», en el Hotel Camino Real.
Tanto en el COPREFA como en la Secretaría tenían enlistados a los periodistas, quienes, en ese contexto y desde antes, también se organizaron, especialmente en dos gremios: los locales en la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES), y tanto locales como extranjeros en la Salvadorean Press Corps Association (SPCA).
Los jóvenes en los ochentas podían desaparecer a causa de capturas o del reclutamiento forzoso, como estos dos jóvenes que fueron enlistados en el municipio de Mejicanos.
Para ilustrar las tensas relaciones de los periodistas y las autoridades militares en esos tiempos, Mejía relata que alrededor de 1988, con la autorización del entonces director de Diario El Mundo, el periodista Cristóbal Iglesias, publicó una nota firmada por su persona sobre contradicciones acerca del conflicto armado entre un jefe militar de alto rango y el presidente Duarte.
De inmediato, hubo una reacción del jefe castrense, «quien negó la versión periodística y exigió mi presencia en el Alto Mando para aclarar el punto, ya que él había sido abordado por el presidente Duarte en su calidad de Comandante General de la Fuerza Armada», recuerda Guillermo.
Tal exigencia se la manifestó el indignado militar a Cristóbal Iglesias, director de Diario El Mundo, quien le respondió que Mejía no tenía por qué asistir al encuentro: al contrario, le recomendó al dignatario uniformado tener mayor cuidado en sus declaraciones públicas. También le dijo que, si alguien tenía que enfrentar la situación, ése era él, como director del periódico.
La aparente «apertura democrática» que permitió la crítica al gobierno de Duarte «se terminó de tajo con la llegada del empresario Alfredo Cristiani».
Ser estudiante universitario en los ochentas, especialmente de carreras como el periodismo, significaba vivir bajo una constante amenaza.
Pasado cierto tiempo, el malestar del jefe militar no había desaparecido y así se lo manifestó a la corresponsal del periódico estadounidense Los Ángeles Times, diciéndole que Guillermo tenía «cuentas pendientes» con él, a lo cual ella le contestó que Mejía era su asistente como periodista y que, por tanto, contaba con su respaldo profesional y también con el de la publicación norteamericana ante cualquier eventualidad.
El jefe militar se dio por vencido ante la sólida defensa que percibió alrededor del «impertinente» Mejía por parte de la prensa, y respondió a la corresponsal que mejor no volvería a tocar el tema con ningún periodista. «Mensaje» se mostró muy agradecido por el respaldo de ambos colegas, «con quienes tuve el gusto de trabajar en mi carrera profesional».
La aparente «apertura democrática» que permitió la crítica al gobierno de Duarte en los medios de comunicación privados —crítica muy precaria con respecto a los militares, como se mencionó con anterioridad— «se terminó de tajo con la llegada del empresario Alfredo Cristiani, del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), en junio de 1989», señala Mejía.
La crítica hacia la gestión de Cristiani ya no fue permitida por los editores y dueños de los medios privados, «sino que sólo fue factible en cuanto chocaron los intereses del gobierno con algunos de los sectores empresariales: así de simple», acota el veterano periodista.
La situación llegó al grado de que «muchos colegas que pretendíamos hacer un trabajo diferente al común denominador del periodismo nacional fuimos despedidos u obligados a renunciar de algunos medios de comunicación privados», denuncia Mejía.
En su caso, fue cesado de su trabajo en Diario El Mundo, junto a otros compañeros. Todos eran todavía estudiantes de periodismo de la UES. Igualmente, él y otros colegas se vieron obligados a renunciar de la redacción de «El Noticiero» de Canal 6. Los empresarios adujeron que eran «órdenes de arriba», y «arriba» era donde se ubicaban el gobierno de turno y el partido ARENA.
Y «más arriba» —claro está— se encontraban los ya mencionados poderes fácticos. Resulta bastante llamativo (aunque no sorprendente) que tales poderes toleraran que se criticara a un gobernante —Napoleón Duarte— proveniente de la clase media, quien de todos modos ejercía sus funciones en un gobierno de naturaleza contrainsurgente, es decir, en un gobierno que respondía a los intereses de los grandes empresarios y de los Estados Unidos; pero que tal tolerancia se desvaneciera a la llegada de un oligarca como Cristiani a la silla presidencial.
Como fuera, aunque el arenero se vio libre de «impertinentes críticas» orales y escritas por parte de la prensa, no se salvó su gobierno de las «impertinentes balas» durante la insurgente «Ofensiva Final Hasta el Tope» en noviembre del mismo año en que resultó electo.
Con Alfredo Cristiani, toda la «apertura democrática» que existió en el ámbito periodístico para criticar al gobierno, como sucedió durante el período de Duarte, desapareció.
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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