Memoria

Iván Montesinos, Carlos Henríquez (Santiago) y Gio Palazzo. Foto: Giuseppe Dezza

El conflicto salvadoreño enfocado por fotoperiodistas veteranos
Mucho dolor, algo de alegría y una larga amistad
Tercera parte: ¿valió la pena?

Texto: Raquel Kanorroel*

Junio 14, 2024

«Quien no entiende su pasado, está condenado a repetirlo»
Proverbio chino

«Gracias a Dios, aquí estamos», comentó varias veces con su característico tono apacible Iván Montesinos, durante la charla sostenida en el MUPI entre él, Gió Palazzo, Luis Romero, Luis Galdámez y Giuseppe Dezza. Y es que la Parca blandió su guadaña alrededor de ellos a lo largo de toda la década ochentera.  

Gió suele recordar cuando, pocas horas antes de la emboscada de 1982 sobre la carretera Panamericana, Luis «la Muñeca» Romero se negaba a subir a los camiones militares, mientras él ya estaba arriba de uno de esos camiones con la tropa, acariciando las ideas del material que quería conseguir. Luis, al verlo, lo putea amigablemente y le dice que mejor se baje. «¡Tú me salvaste la vida!», le dice Gió ahora, conmovido, a «la Muñeca», quien solo ríe, restándole importancia a sus palabras.

En el momento que inició la balacera, Gio Palazzo recuerda que no supo qué hacer. De pronto, vio  a Julián «la Cucaracha» Harrison salir del carro con la cámara de filmación en manos en medio de la balacera y el aguacero. Gio traía con él una grabadora Olympus pequeña y su cámara Nikon F2, mismo modelo del que utilizaba Luis «la Muñeca». Pero desde donde él y Julián estaban —a diferencia de donde estaban Cindy Karp y «la Muñeca»— no había buena visibilidad a causa de varios árboles con grandes raíces por donde corría el agua. Gio corrió a defenderse detrás de uno de esos árboles, empapándose, mientras escuchaba el interminable traqueteo ¡tatatatatata…! 

Instintivamente, mientras corría a guarecerse, encendió la Olympus. Tiempo después, al escuchar aquella grabación —que duró 25 minutos—, oyó claramente los disparos de todos los calibres, pero también un sonido más amortiguado, ¡shui shui shui…!: sólo entonces cayó en la cuenta de que eran balas dirigidas a él. Y es que, gracias a la adrenalina, no se percató de ello durante el tiroteo. De hecho, todos sintieron como si estuvieran en otra dimensión. 

«¡Ésa fue una de las experiencias más palomas que tuvimos!», apunta «la Muñeca».

En cuanto al «Cucaracha», luego de caer herido y ser intervenido quirúrgicamente, regresó a Londres. Volvió al país unas pocas veces más y después no volvieron a saber de él.

Periodistas abordan un helicóptero UH-1, durante una cobertura en el norte de San Miguel. Foto: Luis Galdámez
«¡Tú me salvaste la vida!», le dice Gió a «la Muñeca». Foto: Giuseppe Dezza
Arrivederci

Ya con más experiencia, Palazzo anduvo independiente por el territorio nacional, tomando todo tipo de fotos —solo o acompañado por Cindy Karp o Cecilia Gosso—, hasta ser capturado mientras regresaba de un campamento guerrillero al oriente del país y luego deportado, en agosto del 86.

Pero, obstinado y fogoso, volvió… hasta que llegó el domingo 13 de noviembre de 1988, otra fecha memorable para Gió, y no sólo porque ese día se reunieron los cancilleres centroamericanos en San Salvador (http://biblioteca.utec.edu.sv/hemeroteca/svdca/1988/EDH19881114-012.pdf).

Palazzo pidió el carnet correspondiente para cubrir el evento en el Hotel Sheraton el sábado 12. Al día siguiente, se puso «bien lindo», con camiseta blanca, y se fue temprano a la mañana.

Cuando llegó, «todos los fotógrafos estaban allí, con las cámaras por tierra, para revisión», recuerda. En cierto punto llegaron unos agentes de seguridad civil, quienes «hablaban por radio y me miraban». Gió siguió con sus asuntos, hasta que, luego de varios minutos, lo tocan por la espalda: eran los agentes, quienes le dicen que los acompañe.

Palazzo anduvo independiente por el territorio nacional, tomando todo tipo de fotos, hasta ser capturado cuando regresaba de un campamento guerrillero y luego deportado, en agosto del 86.

«¡Estaban otros periodistas como ustedes, pendejos, que me tomaban fotos! ¡Si yo hubiese estado muerto, hubiera salido mejor la fotografía!», exclama hoy el italiano, entre indignado y divertido. 

Afuera los esperaba el carro de «la PH» o Policía de Hacienda, cuyos miembros eran llamados popularmente «chicheros», por ser los encargados de perseguir y arrestar a los fabricantes de chicha alrededor del país. 

Así que… ¡A la cárcel otra vez! Lo tuvieron allí varios días hasta deportarlo definitivamente. 

Los temibles «chicheros»

«Tuviste suerte —comenta Iván—, pues la PH era difícil. Nosotros logramos rescatar a un compañero camarógrafo que trabajaba para las FPL, Francisco Quezada, capturado en San Vicente.

Lo entregaron a la de Hacienda y nadie sabía nada de él».

Montesinos se dio cuenta por casualidad de que su amigo estaba preso. Entonces llevó la información a la prensa internacional. Junto a la periodista Alma Guillermo Prieto, asistió a una conferencia de prensa del coronel Majano. Por pedido de Iván, ella le preguntó al coronel si sabía del periodista detenido, y el militar contestó que no, pero que averiguaría: «Mañana le tengo la información».

Iván Montesinos comenta que era difícil salir vivo tras ser capturado por la extinta Policía de Hacienda.

El fotoperiodista estadounidense, John Hoagland, herido durante un enfrentamiento entre la guerrilla y el ejército en Suchitoto. Murió poco después. Foto cortesía de Salvadorian Press Corps Association (SPCA)

Efectivamente, al siguiente día, el coronel Majano solicitó a Prieto presentarse en su despacho, confirmándole que tenían al joven y que sería presentado a los medios. 

Cuando lo presentaron, Francisco —Chico— no dijo nada comprometedor. Luego lo llevaron a la prisión de Santa Tecla. Más tarde formó parte del COPPES (Comité de Presos Políticos de El Salvador), conocido en los ochenta como «el quinto frente de guerra».

«Pero esa fue salvada, por haberle dicho a Majano, porque era muy difícil salir vivo de la PH», señala Montesinos.

Sin embargo, Quezada necesitó ser salvado de nuevo, en 1983, esta vez de un «ajusticiamiento» por parte de la misma izquierda que apoyaba. Y es que andaba en Nicaragua cuando murió Cayetano Carpio, pues era hombre de confianza del líder. Entonces «se armó todo aquel barullo de las FPL allá y al Chico lo hacen como capturado, mandándolo para El Salvador. Aquí le hicieron como un juicio, y (…) dijeron que había que ajusticiarlo», continuó Iván.

Pero los encargados de «ajusticiar» a Chico lo conocían y apreciaban mucho. Entonces, yendo con el condenado por la carretera, se detuvieron y lo dejaron ir. Aquél no hallaba para dónde agarrar, hasta que, todo sucio, llega al Camino Real a buscar a Montesinos —quien para entonces vivía en la Flor Blanca— y le pide que lo lleve a su casa. 

Comité de Presos Políticos de El Salvador(COPPES ), conocido en los ochenta como «el quinto frente de guerra». Foto: Iván Montesinos

Iván Montesinos comenzó a ser investigado por la PH «porque yo seguía mucho al Comité de Madres de Presos y Desaparecidos Políticos», recuerda Iván.

«Me contó todo (…) y dijo que tenía que salir del país. Yo era bien amigo del Agregado Cultural de México, Fernando Escamilla, así que fui a preguntarle si podía darle pase a un compañero (…), porque aquí corría riesgo por uno y otro lado. Entonces Escamilla fue a recoger a Quezada a mi casa en su propio carro», relata Iván, de quien puede decirse que salvó dos veces la vida de Chico. 

Pero por poco el mismo Montesinos cae en las garras de «los chicheros», ya trabajando para la France Presse desde 1985, luego que la United Press International (UPI) cerrara operaciones de fotografía en Latinoamérica.

Y es que comenzó a ser investigado por la PH «porque yo seguía mucho al Comité de Madres de Presos y Desaparecidos Políticos. Las señoras me tenían una gran confianza. Me firmaron un póster con una foto —tomada por mí— de una de ellas. 

Guerrillero «enterándose» de que la ciudad de Berlín fue «recuperada» por las FF.AA. Foto: Iván Montesinos

Un grupo de personas aprenden a leer y a escribir en una jornada de alfabetización en una zona controlada por la guerrilla del FMLN. Foto: Iván Montesinos

»Hasta que la Policía captura a una miembro del Comité, una de las que firmó mi póster, y la presentan en conferencia de prensa, a la que no pude asistir porque en la U estaba presentando mi tesis para graduarme. Cuando salí del examen, había varios colegas esperándome. Extrañado, les pregunté qué pasaba.

»“¡Mirá, cabrón, te acaban de mencionar en la conferencia! ¡La muchacha capturada y otra dijeron que tenían un contacto llamado Iván Montesinos!”».

Sin embargo, cuando los periodistas les preguntaron si se referían a Iván Montesinos de France Presse, dijeron ellas que no, seguramente para protegerlo. 

No obstante, «cierto día que andaba sin rótulo de prensa, viniendo con mi mamá desde Gotera, nos detuvieron en un retén de la PH. El jefe policial, al ver mi licencia, dice: “¡Ah! Vos sos Iván, el periodista”». Montesinos contestó que sí y el policía preguntó que de dónde venían.  

«De ver a mi hermano, quien trabaja de escribiente en el Cuartel de Gotera», respondió Iván, creyendo que con eso lo dejaría en paz. Pero el gendarme prosiguió: «¿Siempre vas por Cinquera a ver a la guerrilla? Y empezó a sacar mi hoja de vida», acota Montesinos. 

Al saber sus amigos que estaba bajo investigación de la PH, le ofrecieron sacarlo del país, «pero nunca quise dejar El Salvador, hasta que ya terminara toda esa situación».

Menos suerte tuvieron los 4 periodistas holandeses, quienes, en 1982, haciendo una cobertura en San Miguel, encontraron a «los muchachos», platicaron con ellos y los filmaron.

La fotoperiodista Corinne Dufka vivía cerca de Herbert Anaya Sanabria cuando lo asesinaron en octubre de 1987. Fue la primera en estar allí y tomó las 36 fotos del rollo.

«Koos Koster, quien hablaba español porque ya había estado antes aquí, le dio su tarjeta a un guerrillero», relata Iván. Horas más tarde, en un enfrentamiento muere este guerrillero y las autoridades le encuentran la tarjeta con toda la información (habitación que los holandeses ocupaban en el Hotel Alameda y teléfonos).

Llegaron entonces a traerlos al hotel para llevarlos a la Policía de Hacienda. Los interrogan, pero no los detienen, sino que los dejan ir. 

«Mas allí comenzó el seguimiento», acota Montesinos.  

«Koster me preguntó qué pensaba, y le dije que se fueran, porque la PH era muy peligrosa (…). Que los iban a controlar y toda la cuestión. Eso se lo dije en la cancha de la UCA, durante un entreno de la Selección que iría a jugar a España», prosigue Iván. Pero Koster contestó: «Tenemos una tarea que cumplir: filmar una zona guerrillera en Chalatenango, para ver cómo vive la gente allí».

Y siguieron con su plan, enrumbándose hacia el norte del territorio y hacia la muerte, bajo la forma de una emboscada perpetrada por una patrulla del Batallón Atonal.

Periodistas holandeses asesinados, Koos Koster, Jan Kuiper Joop, Hans Lodewijk ter Laag, Johannes Jan Willemsen. Foto cortesía de Salvadorian Press Corps Association (SPCA)

El otro terror de los fotoperiodistas

Carlos Henríquez Consalvi tomó una foto a Ernesto Cardenal en 1973. Consalvi trabajaba diapositivas a color. Cierta vez, las que tenía guardadas en Morazán —entre ellas la de Cardenal— se las entregó a una novia en Nicaragua y a ésta… se le mojaron. 

«Haré una exposición con la foto, tal como está. Se llamará “Hongos”», bromeó él, aludiendo a los que se propagaron en las diapositivas humedecidas, mientras mostraba la imagen a la concurrencia.

Santiago muestra la fotografía de Ernesto Cardenal. Foto: Giuseppe Dezza

«Parecen fotografías artísticas, intervenidas», comentó Luis Galdámez, en broma y en serio, pues él es experto en ilustraciones con Photoshop. Sin embargo, los accidentes con los negativos fotográficos, así como con las cámaras, no suelen ser benignos.  

Galdámez relata que la fotoperiodista Corinne Dufka vivía cerca de Herbert Anaya Sanabria —entonces presidente de la organización no gubernamental Comisión de Derechos Humanos de El Salvador— cuando lo asesinaron en octubre de 1987. Fue la primera en estar allí, tomando las 36 fotos del rollo. Corinne llevó presurosa el material a Reuters, donde laboraba Luis, y la agencia le ofreció comprarle todo. Galdámez comenzó a revelar y… «todas las fotos tenían el dedo. Nada más la penúltima estaba limpia, y esa se transmitió: quien le embobinó el rollo no se lavó las manos y, con éstas llenas de químico, lo enrolló».

En cuanto a Giuseppe Dezza, cuenta que, cuando los asaltaron en Usulután a él y a otros compañeros de la Comisión de Derechos Humanos, le robaron el maletín con su cámara, pero «gente solidaria me mandó una Minolta usada, la que no tuve tiempo de probar». Cubrirían un encuentro entre universitarios y gente refugiada en la Ciudadela Segundo Montes, pero el recibimiento estuvo a cargo de soldados con fusiles M16, quienes bloquearon la carretera y dispararon. 

«Recuerdo que al sitio llegó un teniente super arrogante que lucía una pañoleta, junto a unos soldados… ¡y yo tomando fotos!». Cuando Giuseppe regresa ansioso a revelar los rollos, se percata con espanto de que el espejo de la Minolta se levantaba sólo a medias: todas las fotos le salieron divididas, mitad con imagen y mitad en blanco.

«Si en ese tiempo te escuchaban oyendo la homilía de Monseñor Romero o leyendo cualquier pendejada que, según ellos, fuera comunista, te llevaban o te mataban». Luis Romero.

Pero Palazzo intentó consolar a sus colegas recordándoles que al mismísimo Robert Capa le sucedió un lamentable accidente fotográfico «durante el evento único e irrepetible del desembarco en Normandía». Se dice que Capa tomó 3 rollos y que, por la prisa de revelarlos, el técnico aumentó la temperatura del secador de negativos hasta que se quemaron, pudiéndose salvar sólo unas pocas fotos. Sin embargo, al parecer, la historia real es algo distinta (y más novelesca): https://www.xatakafoto.com/historia-de-la-fotografia/robert-capa-realidad-famosas-fotos-desembarco-normandia

Acto seguido, Gió le pregunta a «la Muñeca» por sus archivos.

«Todo mi material lo tenía en casa —responde Luis Romero—. Pero, si en ese tiempo te escuchaban oyendo la homilía de Monseñor Romero o leyendo cualquier pendejada que, según ellos, fuera comunista, te llevaban o te mataban. Entonces yo, previniendo eso, me llevé todos mis negativos a la agencia, los que empecé a guardar desde el funeral de Rutilio Grande, y… ¡agarró fuego la oficina!».

Afortunadamente, siempre enviaban copias a Nueva York para su transmisión internacional, preparando el paquete de un mes y pegándole el negativo atrás: «Darío López, el último jefe que tuve, fue allá y rescató unas cuantas para cuando se montó la exposición de Edgar Romero en Photo Café», explica «la Muñeca».

El incendio fue en la nueva sede de AP, que se mudó del Camino Real al Edificio Montecristo, frente al Salvador del Mundo, a finales del 92. Aunque Romero dice que la agencia simplemente «agarró fuego», Luis Galdámez tiene otra versión, la cual contaremos en un capítulo posterior de esta serie. 

La conversación giró entonces hacia cuestiones técnicas, cuando Palazzo le pide a «la Muñeca» que diga dónde revelaba sus películas en aquél entonces, y este responde que tomaba primero el rollo blanco y negro y luego el de color y los «revelaba en el excusado».

Después añadió: «El procesamiento de la imagen ha cambiado un vergo; pero fue haciéndolo como por sustos, hasta llegar a lo digital».

Luis Galdámez recordó algunos trucos para manipular los grises en las fotografías tomadas con película. Foto: Giuseppe Dezza

«En aquel entonces…»

Romero observa que las actuales generaciones de fotógrafos piensan que todo fue siempre digital, ignorando por completo la historia de su oficio. Palazzo asiente y relata que, cuando se publicó por primera vez su famosa foto con Monterrosa en otra revista en línea, en la sección de comentarios «algunos dijeron que la imagen era fraudulenta, porque en aquel entonces no existía esa calidad de fotografía, ignorando por completo la existencia de los slides». 

Pero «la Muñeca» contó otra anécdota más impactante, sobre un excompañero de trabajo suyo, muy joven, al que en ocasiones le mostraba fotos viejas sobre el conflicto, hasta que cierto día «él me pregunta si los soldados no me jodían al sacar el rollo de mi cámara y ver allí las imágenes». Romero quedó estupefacto, pero reaccionó e informó al joven que…

«¡¡Eso tiene que revelarse primero!!».

Luis «la Muñeca» Romero mide su altura junto a Christ Norton (Q.E.P.D), corresponsal para Christian Science Monitor. Foto: Cortesía Luis Romero

Por lo general, «se escogían las fotos viendo los negativos y las transmisiones se hacían por teléfono», recuerda Luis Galdámez.

«En aquella época —señala Montesinos—, nosotros teníamos que manejar mentalmente la velocidad y la lectura de la luz, lo que hace la cámara digital ahora. O uno compensaba en el cuarto oscuro, con el negativo: le daba más tiempo al revelado, o menos. Y todo con la mano: esa era la magia de la fotografía».

Y es que «nuestras cámaras no podían ver las fotos que tomábamos. Por eso andábamos bastante equipo: una cámara blanco y negro con teleobjetivo, otra con lente 50, otra con zoom… tres o dos andábamos, de slides y de foto angular», continuó.

«Hasta que no revelabas no sabías cómo te iba a salir la foto», resumió Dezza. 

Además, el tiempo en periodismo es fundamental, y los métodos mecánicos de antaño, al carecer de la rapidez de los actuales, obligaban en momentos de premura —que abundan en el oficio— a recurrir a trucos para acelerar el proceso.

«La Muñeca», por ejemplo, ocupaba una fórmula en los rollos Kodak B76: «Les metía Borax, un químico blanco que parecía cocaína». Por su parte, Galdámez relata que había quienes, cuando los grises no salían con la tonalidad adecuada, «echaban ceniza de cigarro en lo blanco para hacer el gris, o usaban plumón: ¡era la precisión de enviar ya!».

Palazzo, en cambio, no conoció de esas urgencias técnicas, pues guardaba su material para uso posterior. 

En cuanto al método de transmisión, mensualmente se enviaba el paquete de fotos con el reporte adjunto. Mas, en una emergencia, se mandaban los rollos por «Rapidito Tac» y los revelaban afuera. 

«El problema al enviar así era que se perdía material», señala Montesinos.

Pero, en general, «se escogían las fotos viendo los negativos y las transmisiones se hacían por teléfono», explica Galdámez. El problema era que, si en el proceso de transmisión entraba una llamada, arruinaba la foto, pues el tambor volvía atrás y comenzaba a chirriar: «Se escuchaba como un pleito de gatos», recuerda él. Y es que «la hoja se daba vuelta con el tambor, el cual tenía un “ojito” que hacía la lectura de la imagen. Entonces en el extranjero pedían repetición».

Para la masacre de la Zona Rosa, Iván sacó las fotos e inmediatamente fue a la oficina, juntándose allí con Galdámez, quien se encargó del laboratorio mientras aquél iba transmitiendo, haciendo gala ambos de una gran coordinación. 

A la pregunta de Consalvi sobre el concepto de «resolución» de antaño, «la Muñeca” explicó que el mencionado «ojito» era el que «definía los niveles de blancos, negros y grises en sonido y los enviaba. Allá había un aparato que los recibía y los hacía positivos: al revés el proceso (…). En cuanto a los aparatos de AP, había una velocidad de 60 revoluciones por no sé cuánto y otra de 120, la más rápida. Tardaba casi siempre 15 minutos transmitir en blanco y negro y 45 a color. Entonces, “resolución” eran esos niveles de 60 o 120. La foto salía más nítida con 60 revoluciones. Pero el término, como se ocupa hoy digitalmente, no existía», concluyó. 

AP daba el servicio de transmisión a periódicos como New York Times, L. A. Times y Washington Post, cuyos corresponsales revelaban ingentes cantidades de rollos y transmitían de 10 a 15 fotos cada uno. Según Luis Romero, la cuenta de teléfono mensual «salía como de diez mil colones, por la transmisión de 2 o 3 fotos», lo que da una idea clara de las enormes cantidades de dinero que ingresaron a ANTEL en aquel entonces en concepto de agencias noticiosas. 

Rollos de negativo y recipiente plástico en el que se guardaban. Atrás, cámaras antiguas y grabadoras de casetes.  Foto: Luis Galdámez

«¡Quién iba a soñar que la cámara transmitiera al teléfono y de allí a las redes sociales!». Luis Romero

…y ahora: ¿se perdió la «magia» humana por la tecnológica?

Durante la conversación sobre la ola tecnológica, se habló sobre las fases que acá se atravesaron desde lo analógico a lo digital, y se comentaron minucias técnicas sobre las nuevas cámaras, admirando la «magia» que son capaces de realizar. Sin embargo, los asistentes coincidieron en que, al ser electrónicas las cámaras contemporáneas, su manejo es más delicado.

Por otra parte, «la Muñeca» observó que los fotógrafos digitales hacen como «40 disparos de una sola babosada, sacando como mil fotos diarias (…). No se dan cuenta de que, mientras más fotos toman, tienen más opciones; pero les lleva más tiempo elegir la mejor». Galdámez llamó a esto fototerrorismo.

Y todos estuvieron de acuerdo con Romero en que «hoy la fotografía se presta a cualquier manipulación (…)».

Contundente conclusión de «la Muñeca»

Romero comentó que quienes han nacido del 2000 para adelante «no saben ni mierda de la historia de los ochentas (…). Por eso voy a darles charlas a las universidades y les explico cómo era la situación política de entonces, para que aquello no se repita». Sin embargo…

Cuando salió el tema de las ocupaciones actuales de cada quien, él manifestó que trabaja con la Presidencia de la República desde hace varios períodos. 

«No lo hago por política. Le hice las fotografías de la campaña a Funes (…) y trabajé con él. De allí trabajé con Sánchez Cerén, el presidente que más mierda nos ha tratado (…). ¡No nos demos paja!: todos pensábamos que, porque venía de la guerrilla, sería más consciente con los trabajadores».

Como «botón de muestra», Romero relata que conoció a cierto alto funcionario del gabinete efemelenista —exguerrillero— que recibía un sueldo de 5 mil dólares. Entonces, en uno de los frecuentes viajes de «la Muñeca» a Arcatao —«donde Rutilio»— por esos días, el fotoperiodista le preguntó a la gente de la Farabundo Martí si este funcionario, su excompañero de armas, colaboraba con la comunidad.

«Sí, diez dólares nos dio una vez».

Luego de soltar unos cuantos insultos recordando aquella respuesta, «la Muñeca» exclama:

«¡Allí es donde uno se da cuenta de que no sirvió para ni mierda todo ese desvergue!».

A lo que Montesinos añade, siempre calmado:

«Por eso estamos como estamos».

Iván Montesinos, Gio Palazzo, Luis «la Muñeca» Romero, Luis Galdámez y Giuseppe Dezza (detrás de la cámara) celebraron una amistad de largo aliento.

* Periodista, escritora, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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