Memoria

Foto: Eric Lombardo Lemus

Desde diciembre de 1953, cuando un joven médico argentino alquiló una habitación acá, pocas cosas han cambiado en una de las pensiones tradicionales de ciudad de Guatemala.

¡Dormiremos como el Ché!

Una de las pensiones más antiguas de la ciudad de Guatemala atestigua la estancia de un joven entonces desconocido y luego transformado en un ídolo venerado por unos o en un insensato odiado por otros. Su nombre era Ernesto y llegó en vísperas de navidad del año 1953. Meses después vería cómo la CIA desmantelaría un gobierno que no le simpatizó desde que promovió una reforma agraria.

Eric Lombardo Lemus

Junio 17, 2022

Un joven argentino trató ilusamente de cambiar hace 68 años el rumbo de los acontecimientos que estremecían al país al que había llegado meses atrás con nada más que la salud en su mochila. El suramericano era médico y había cruzado hacia Guatemala luego de pasar brevemente por El Salvador.

Cuando salió de su tierra natal, lo hizo a bordo de una motocicleta que lo llevó a Bolivia, Perú y Ecuador, en donde conversó con un rioplatense, Gualo García, que le habló de algo que estaba sucediendo en Centroamérica.

A Guatemala entró el 24 de diciembre de 1953 proveniente de Santa Ana. Su sueño era encontrar una oportunidad para ejercer la medicina en una aldea remota del Petén donde podría combatir la lepra. Pero, en realidad, llegó atraído porque había escuchado acerca de la osadía de un militar reformista, que abolió el sistema oligárquico de los latifundios y nacionalizó las propiedades en poder de la United Fruit.

La llegada de ese desconocido en busca de una razón para vivir que le diera rienda a sus ideales sucedió en un momento en el que el presidente Juan Jacobo Arbenz era cercado paulatinamente por los latifundistas que sabotearon el gobierno con la ayuda de Washington que veía una amenaza a sus intereses geopolíticos en Centroamérica.

La estancia fugaz de aquel sujeto delgado de barba hirsuta y la precipitación de los acontecimientos políticos contra el gobierno de Arbenz fue determinante para entender al personaje que luego le daría cierta fama a una pensión modesta ubicada en la calle 10 de la zona 1, a unos pasos del Centro Histórico de Guatemala.

Al entrar al portal modesto hay un cuarto que curiosamente está situado al final del pasillo izquierdo, en el número 21.

Adentro de aquella habitación estrecha con una puerta de madera de doble pliegue no hay ventanas. La cama mullida, una mesa de madera y una especie de armario rústico son el mobiliario original que utilizó Ernesto Guevara de la Serna, antes de transformarse en el guerrillero internacionalista que acompañaría a un grupo de jóvenes rebeldes que derrocarían a la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba en enero de 1959.

En las paredes, reposan cinco retratos del guerrillero de los cuales destaca el del gesto adusto captado por el fotógrafo cubano Alberto Korda.

Aquellos rostros enmarcados confirman que dentro de un momento dormiremos como el Ché.

Armando, quien trabaja en la pensión desde hace 20 años, recuerda que tenía 23 el día que empezó a laborar haciendo todo tipo de oficios en uno de los establecimientos pioneros en la hostelería de la capital guatemalteca.

Foto: Luis Galdámez

El fotógrafo cubano Alberto Díaz, "Korda", retratado en enero de 1998 en La Habana junto a la imagen que captó del Ché Guevara.

Nunca le dio importancia al afán que tuvieron viajeros curiosos que buscaban el lugar donde durmió ese argentino a cambio de una renta diaria de un quetzal.

Aquella suma era una fortuna para un extranjero desempleado a quien nunca le llegó el trabajo deseado como médico en la selva del Petén. De hecho, en lugar del empleo, acabó arrinconando por el golpe de Estado organizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y que empezó un 18 de junio de 1954.

En cuestión de días, todos los extranjeros que llegaron a la Guatemala revolucionaria de Arbenz acabaron asilados en la embajada argentina que les brindó un salvoconducto para huir a México junto con el mandatario depuesto.

Armando, que cuida sus modales con bastante recelo, reconoce que no sabe mucho de esa época. Para él la crisis personal fue más determinante en su vida. Cuando huyó de su aldea natal, en algún lugar de Izabal, tenía 17 años y un tío borracho que lo perseguía con machete en mano porque despreciaba su preferencia sexual.

–Acá en Guatemala pude ser, aceptarme. En esos primeros cinco años en Guate aprendí a levantarme cada vez que tropecé y así vine a trabajar en la Meza –relata este hombre, de 43 años, que disfruta la libertad que le ofrece la ciudad en proporción a su pueblo de origen.

Izabal es un departamento ubicado a 298 kilómetros de distancia de la capital. La ciudad principal, Puerto Barrios, fue denominada en honor al presidente Justo Rufino Barrios, quien introdujo a la fuerza el monocultivo del café en el altiplano,

–El trabajo es más importante. Los hombres que he conocido solo quieren pasar un momento o aprovecharse para que uno los mantenga y siempre desaparecen. Ya no estoy para perder el tiempo –reflexiona el barrioporteño, mientras entra un huésped de edad avanzada con una bolsa con compras.

La pensión tiene una puerta de acceso único que lleva un patio central que es flanqueado por una hilera de habitaciones a un extremo derecho. Más adelante, en un solar aledaño, está el lavadero y el tendedero donde los huéspedes dejan a secar la ropa.

Foto: Eric Lombardo Lemus

El cuarto 21 es pequeño, asfixiante, y sin ventana. El huésped tiene derecho a un baño compartido y un lavadero.

–Quienes van y vienen a la pensión son como la familia. No necesito nada más que trabajo para vivir. Si alguien quiere dormir en ese cuarto, en lugar de otra habitación que está mejor, pues es su decisión. Yo respeto como me respetan a mí y punto –explica.

El cuarto 21 es pequeño, asfixiante, y tiene derecho a baño compartido. Por eso sigue siendo barato pues la noche cuesta 60 quetzales a cambio de reposar los huesos en aquella cama de madera y colchón mullido y sábanas hospitalarias.

Las piezas están delgadas por el uso, pero siguen fiel al estilo de las cobijas que abrigaron a Ernesto Guevara durante los meses de residencia en este lugar.

Entonces viene a mi memoria un fragmento de una carta que él escribió a su amigo Andro Herrero, un estudiante de Derecho que conoció a su paso por Ecuador y que estaba atascado en Guayaquil.

“No tengo perspectivas de conseguir trabajo rápido pero al final las cosas saldrán bien y ya conseguiremos guita para mandarte y podrás ver esto; mi opinión personal es que (Guatemala) es interesante, aunque como todas las revoluciones, pierde algo al conocérsela íntimamente… Te envío un abrazo que no prolongaré porque no me lavo desde hace diez días, porque el clima es frío y el agua también. Chau”, calzó Ernesto de puño y letra.

Los curiosos hábitos de Guevara de la Serna nunca mejoraron, tal como años después lo verificó su biógrafo, Jon Lee Anderson, al reconstruir la vida de quien si bien acabó como mártir de la revolución nunca le dio importancia al aseo personal.

La noche en la Meza, como suele llamarse entre los parroquianos de bajo presupuesto que se hospedan en el lugar, es silenciosa y un poco siniestra.

Armando apaga las luces de los pasillos y cualquiera puede romperse la crisma rumbo al retrete si no se auxilia de una lámpara personal.

–Racionas la luz como en Cuba durante el periodo especial –bromeo.

–No le entiendo –responde Armando, mientras pasa su mano por el cabello engominado.

Las sombras de los muebles viejos y los adornos polvorientos, como los tecomates y las monturas viejas de la entrada, quizás no ofrecen una imagen acogedora; aunque, el lugar sigue siendo perfecto para descansar del bullicio que hay afuera. Una venta de refrescos aledaña se auxilia de unas bocinas con las que comparte música grupera. Adentro de la Meza no llegan los decibeles y puedes dormir tranquilo. Mucho más si es noche sin luna.

Foto: Eric Lombardo Lemus

La habitación sigue siendo barata pues la noche cuesta 60 quetzales a cambio de reposar los huesos en aquella cama de madera y colchón mullido.

Al amanecer, el chasquido de la ropa contra un lavadero en el patio central es el sonido que invita a abrir de par en par la puerta de la habitación. Afuera hay un anciano de musculatura tensa que friega su ropa interior con devoción porque sus calzoncillos parecen tela de cebolla. Me percato de la firmeza con la que restriega el jabón. El inodoro cercano está ocupado. Debo comprimir la vejiga hasta que salga el usuario de turno. No puedo menos que maldecir aquella presión matinal y percibo la sonrisa chimuela de Armando que está al otro lado del pasillo.

–Ahí estaban unas habitaciones con baño privado por unos pocos pesos más, pero no, tenía que escoger ese cuarto sin ventanas –bromea divertido.

Afuera, en la 10ª calle de la zona 1, la vida luce intensa porque los parroquianos corren hacia la estación de autobuses que los acerque a su lugar de trabajo. El vecindario en torno a la Pensión Meza es curioso. A 300 metros está la casa estilo mudéjar vecina al periódico Prensa Libre. Le llaman la Casa Rodríguez y está en venta por un valor de 1.8 millones de dólares. En otra dirección y a pocos menos de dos cuadras, resalta el edificio que utiliza la comunidad de la China continental para organizar eventos entre la comunidad asiática.

Hace casi 70 años la vida cotidiana fue un hervidero de idealistas que vinieron a este lugar de Centroamérica en busca de la revolución que propuso el gobierno del coronel Arbenz. El cuartel de la policía y todo el aparato castrense, en connivencia con los traidores, sabía que el desenlace era cuestión de días o de horas. Nadie que se mete con la United Fruit Company sale bien librado.

Illustración: Luis Galdámez

El presidente Juan Jacobo Arbenz fue cercado por los latifundistas que contaron con la ayuda de Washington que vio una amenaza a sus intereses en Centroamérica

Más allá de la distancia de aquella época, el espíritu del Centro Histórico guatemalteco sobrevive de igual forma como sucede con la frase vehemente (¡seremos como el Ché!) que evocan en Cuba para honrar al comandante Ernesto Ché Guevara.

Nada de eso habría sucedido si Ernesto no hubiese conocido a personajes claves en su trascendencia política: su primera esposa, la peruana marxista Hilda Gadea, quien le facilitó contactos políticos y los exiliados cubanos. Entre ellos, Antonio “Ñico” López, que lo bautizó como el Ché y lo enlazaría con el grupo de revolucionarios que derrocarían a Batista. Pero en aquel momento todavía restaban muchas lunas para llegar a ese desenlace.

Por eso es que el contacto de aquel joven médico desempleado con el altiplano guatemalteco es fundamental si quieres entender por qué dormía en un lugar tan austero y, al mismo tiempo, donde tuvo la oportunidad para ver por donde vendrían las lecciones de vida. Lúcido, Ernesto Guevara anticipó lo que vendría mientras recorrió la costa atlántica de Costa Rica y le impresionó lo que estaba ante sus ojos.

“Mi vida ha sido un mar de encontradas resoluciones hasta que abandoné valientemente mi equipaje y, mochila al hombro, emprendí con el compañero (Gualo) García el sinuoso camino que acá nos condujo. En el paso tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit, convenciéndome una vez más de lo terribles que son estos pulpos capitalistas (…) En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico”, anotó en una carta que envió a su tía Beatriz Guevara el 10 de diciembre de 1952.

El golpe de Estado de hace 68 años sumió a este país centroamericano en una eterna pesadilla, muy lejos del estribillo que sirvió para venderlo como un hermoso destino turístico. En la segunda mitad del siglo XX,

Guatemala sufrió guerra civil, genocidio, persecución política, violencia social, corrupción, crimen organizado y, en lo que va del XXI, atraviesa una interminable crisis política para no convertirse en el patio trasero del narcotráfico internacional.

“No es una fecha relevante en materia de celebración popular”, reconoce Cristóbal Pacheco, librero que ofrece textos sobre memoria en la Casa del Libro en el Centro Cervantes a unos metros del Palacio Nacional.
Los restos de Arbenz yacen en el Cementerio General de Guatemala cuando fueron inhumados el 20 de octubre de 1995 luego de ser repatriados desde Costa Rica, donde vivió exiliada su viuda e hijos y nietos.

Más allá de aquel acto simbólico, que ofreció una pequeña ilusión de una sociedad democrática, la caída de Arbenz pasa de largo en el calendario.

“La gente de extrema derecha habla de la liberación y no del golpe de Estado de 1954”, explica el escritor guatemalteco Pablo Siguenza, que trae a colación que algunos simpatizantes de izquierda recuerdan el 2 de julio, “pero hablándolo en redes u organizando foros, pero no hay una conmemoración oficial”.

La vida de los guatemaltecos sigue a salto de mata, de una crisis a otra, y a mis recuerdos vienen los días adolescentes cuando viví en este barrio de la zona 1. Desde hace más de 30 años, las carencias y desigualdades persisten, tal como la Pensión Meza.

Armando, el encargado del establecimiento, hace guardia a la espera de parroquianos. Tímido, reservado, admite que las cosas empeoraron hace diez años debido al auge de otros hoteles y la renta de apartamentos.

“Aunque gracias a clientes fieles que siguen viniendo a descansar acá, la Meza resistirá”, opina.
Mi última noche en la cama donde descansó Guevara de la Serna ofrece un pequeño reposo ante la realidad que abofetea a los guatemaltecos que luchan por salir adelante sin perder la dignidad ni morir en el intento. Sin duda, mientras el lugar siga siendo un hotel de precios bajos y puertas abiertas, quienes nos hospedemos allí dormiremos como el Ché.

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