Opinión

Herbert Anaya, detalle de mural en la UES

Foto: Giuseppe Dezza

El inmortal

Rosa Anaya  

Octubre 21, 2022

Hola todos y todas: que increíble esto de los ciclos y el tiempo, ya se dieron cuenta que es octubre una vez más y que 26 de octubre es el día del Defens@r de Derechos Humanos, además de la conmemoración de aniversario del asesinato de Herbert Anaya Sanabria. En este marco les quería compartir este pensamiento. Vaya contexto actual y como es necesario parar en medio de la incertidumbre y reflexionar. 

Han sido una infinidad de cosas las que he aprendido de mis padres, cosas triviales como profundas, por ejemplo, que el hecho de leer a Juan Salvador Gaviota a los 13 años no quiere decir que en aquel contexto yo pudiese comprender su profundo sentido de rebeldía contra lo establecido y lo que se supone que él “debería” ser, pero que en la práctica “no era” porque así lo decidió su espíritu transformador de realidades, o el hecho que uno no escoge a su familia pero que están ahí para que al final de la vida cuando alguien te pregunte por ella, tengas la oportunidad de contestar –pues que si tuviera la opción volver a nacer y escoger una familia, escogería exactamente la misma, así de imperfecta pero transformadora de realidades, rebelde pues, esta que ante cada adversidad se va auto reparando los pedazos que le quedan después del trauma que te deja una guerra–. 

Mi madre, “la Mirna”, me enseñó un tipo de fortaleza, que no tiene nada de sobrenatural, al contrario, es una fortaleza muy humana. Esa que te hace caminar, aunque se te vayan cayendo los pedazos de vida, caminar, porque hay que avanzar, especialmente cuando enfrentamos grandes adversidades, y cuando te das cuenta de que lograste hacer eso que parecía “imposible”, miras atrás y te preguntas ¿por qué siendo tan fácil, dudaste en hacerlo antes?, agregas la nueva “imposibilidad” y sigues avanzando. 

Ambos me enseñaron lo que significa verdaderamente ser un humano que comete “errores” por naturaleza, sin embargo, lo que yo aprendí de mis hijos es a no llamarle “error” si no “pasión”, pasión a la vida, a la muerte, a lo que no conocemos, a lo que podría ser, al amor, al miedo, etc. Me enseñaron a ser atea gracias a dios (no porque lo hayan querido así, de hecho me mandaron a catequesis de pequeña e hice mi primera comunión de buena fe), pero de esa manera conocí “algo” que simplemente no se puede encajonar en una Biblia o en un Corán o en el libro sagrado de quien sea, así como el alma humana no se puede encajonar en un cuerpo físico por que tiene la necesidad de volar y aprender constantemente, me enseñaron que el plano después de la muerte no es más que un paso en nuestro aprendizaje en la vida, que así como superamos nuestro miedo de abrir los ojos al salir del vientre de nuestra madre, así superaremos el miedo del parto de la madre naturaleza en nuestro paso por ella hacia donde quiera que vamos después de morir.  

Mi papá, “el gran Herbert” como le decía mi abuelo, me demostró el camino hacia la inmortalidad, un hombre que recuerdo por el día de su muerte, porque fue ahí cuando yo lo conocí, le conocí por lo que su ejemplo desencadenó en miles de personas.
Tradicionalmente uno dice admirar a sus padres, por tener ese título, pero en realidad es algo más profundo, a “la Mirna” y “al Herbert” no los admiro porque son mis tatas, los admiro por lo que fueron y todavía son capaces de entregar a la humanidad.

Herbert Anaya nos demostró qué es servir y que significa dar la vida por los demás, no en el plano físico, eso solo viene por añadidura después de haber entregado tu esencia como ser, dar la vida significa eso precisamente, ofrecer todas tus energías a la construcción de una vida diferente, es saber que no estás de acuerdo en la forma en que funciona el mundo actualmente y ofreces toda tu vida a transformarlo, a saber y entender que todas tus pasiones tienen una razón, una no puede tener tiempo para sentir arrepentimiento de sus “pasiones” ya que de ellas se adquiere conocimiento. En ese sentido, Herbert nos enseñó que los derechos humanos no solo se escriben y guardan en el papel, al conocerlos no solamente se llevan en la boca, él nos enseñó que los Derechos Humanos se viven y se sienten, se empatizan, pero además con nuestras acciones demandamos que se hagan cumplir.

A Herbert no lo mató el destino, ni el gobierno, ni los escuadrones de la muerte, ni la policía de hacienda, ni la guerrilla, ni unos sicarios, ni siquiera lo mataron las 6 balas incrustadas en todo su cuerpo, al Herbert lo mató el horror de ver a tantos niños llorando, el dolor de los torturados, la angustia de las madres por sus desaparecidos, el último suspiro de los asesinados, el miedo al odio que existe entre los hermanos siendo todos nosotros hijos e hijas de una misma raza humana, lo mató el mudo grito de una canción de amor susurrada al viento en la montaña, con las balas como tambor, lo mató la frustración de gritar una verdad palpable a los ojos de los que no quieren ver. 

En última instancia a Herbert lo mató el amor y la pasión, transmitida a él por siglos de sufrimiento amalgamado con dignidad humana, a través de un pueblo que, a pesar de todo el dolor, se levanta en las mañanas, conscientes que ese que están viviendo es uno de vendaje, de un pueblo que con el estómago vacío y el corazón lleno de angustia por sus hijos e hijas todavía sonríe, canta, camina a paso lento y cansado. Fue este mismo ejemplo, el que enseñó a la Mirna a perdonar, lo que le enseñó a repetir el eterno eco del perdón sin dejar de exigir justicia.  

Perdón y olvido nos dijeron, perdón ¡sí!, porque tenemos que reparar los corazones rotos, porque para seguir un ejemplo de amor tenemos que perdonar, porque un corazón con cáncer de odio no es capaz de amar. Pero olvido, jamás, porque el olvido sirve para adormecer las almas, porque el olvido no nos permite escuchar y aprender de las pasiones de todos aquellos seres que trascendieron antes que nosotros, porque la memoria histórica de nuestro pueblo nos permite encontrar nuestras raíces, nos permite volver al vientre materno, nos permite reconocernos conectados a la madre tierra, nos permite recordar un ciclo de todo lo que ya pasó, nos permite recordar que en una guerra nunca habrá un ganador ni un perdedor, si no que una degradación del alma humana. Y por eso debemos recuperar la habilidad de reflexionar a pesar del caos, sobre todo en momentos de caos y recordar cómo apreciar un atardecer esta práctica milenaria de un constante renovar la luz, es un momento mágico, efímero, en el que el sol le hace el amor a la luna y quizás ese ejercicio inevitable nos demos cuenta de que en algún punto de la historia alguien o algo, tiene que decir ¡basta! a un ciclo de violencia que no tiene sentido y que por milenios no hemos logrado descifrar y transformar.

Dicen por ahí que la noche nunca ha vencido un amanecer, pero igualmente el día nunca ha evitado que llegue el ocaso, reconocer que esa dualidad es parte del equilibrio nos ayuda a ubicarnos y actuar de acuerdo con lo que el momento nos demanda.

Mis padres me enseñaron que la vida es dura, mi familia extendida me enseño que a pesar de todo la vida es bella, mis amigos me enseñaron que nunca dejaré de sorprenderme, mis no tan amigos me enseñaron que seguiré aprendiendo más allá del infinito, mi gordo me enseño que debo recordar rectificar mi camino cuando pierdo el rumbo, pero mis hijos me enseñaron a vivirla, a recordar que nada lo enfrenté sola, que somos el producto de nuestras pasiones y que un niño o niña nace sin “maldad” consciente, pero que tampoco son conscientemente “buenos”.

En este día en que celebramos la memoria de las luchas que hacen de los derechos una expresión humana, quiero reconocer a las y los defensores que continúan en su búsqueda de múltiples verdades, cuando se siente la oscuridad en la censura. Recuerden, los huesos también pueden gritar verdad, con paciencia su cloc cloc suenan en la oscuridad de la impunidad, hasta que un día simplemente no se pueden ocultar más, me hizo recordar que todo pasará y que este día como el día de ayer tengo que buscar una nueva forma creativa de celebrar el ejemplo de mi pueblo y recordarle a cada uno de ustedes que Herbert Anaya sigue vivo y seguirá hasta que en el mundo no haya más por que luchar y nadie que haga la lucha. 

Los quiero a todos y espero que el 26 de octubre sepan entregarse a los demás simplemente porque si no lo haces vos nadie más lo va a hacer.

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