Opinión
Ilustración: Luis Galdámez
Héctor Bujanda *
Enero 27, 2023
Finalmente he terminado de leerme los diarios (1988-1989) de Victoria de Stefano. Su lamentable fallecimiento el pasado 6 de enero me recordó enseguida los libros de ella que dejé en Caracas, los otros que se quedaron en Guayaquil, todos suspendidos, en espera, y los muy pocos —tres— que llegaron a venirse conmigo hasta Milano. Sentí que la pérdida era también mía como lector, por eso tomé el impulso, guiado por la urgencia, de atraparla viva entre sus páginas, entre las líneas finas de su escritura, que hoy espera por tantos lectores dentro y fuera de Venezuela.
Mi interés original en estos diarios estaba centrado, por supuesto, en la fecha que abarcan, años que considero decisivos para comprender cómo hemos llegado hasta aquí. Con esa urgencia los leí en 2018, buscando claves, conexiones, algún ángulo inesperado. Quería saber su impresión sobre el 27 de febrero de 1989, fecha crucial, auténtico parteaguas en la historia contemporánea de Venezuela.
Pero de eso no he venido a escribir hoy. Me disculpan. Sería traicionar la enorme riqueza de estos textos ordenados linealmente en el tiempo y que resumen otro tránsito (¿un parteaguas más íntimo, el parteaguas de su trabajo escritural?) entre una novela que termina —Cabo de vida— y una que empieza a aparecer en los subterfugios y tonos —en los márgenes— de estos textos: El lugar del escritor (1992). En la presentación, la propia Victoria de Stefano le otorga un papel fundamental a los diarios, los considera un punto de quiebre en la evolución de la narrativa que hará después, a lo largo de los años 90: “De la inmersión en esos diarios (…) nacieron El lugar del escritor, Lluvia, con sus relatoras diaristas, Pedir demasiado, y entre medio, el soltar las amarras de ese destino largo de recorrer, las Historias de la marcha a pie, y más tarde, Paleografías”.
Los diarios, ahora que lo pienso, deben ser leídos como un laboratorio de escritura. No están casados con el pasado, con el recuerdo literal, no quieren ser simplemente memoriosos, sino que están buscando captar formas futuras, en ciernes.
La cita de Stendhal que Victoria de Stefano escribe en la entrada del 6 de enero de 1989 (primer texto de ese año) sirve para demarcar taxativamente los límites que ella no quiere o no está dispuesta a franquear. Stendhal, que aquí habla por ella en un arte de ventriloquia propio del estilo de estos diarios, dice en Rojo y Negro: “La política es una piedra colgada en el cuello de la literatura, y en menos de seis meses la disuelve. En medio de los intereses de la imaginación, la política es como un disparo en medio de un concierto. Es un ruido desgarrador que no se armoniza con el de ningún otro instrumento”.
De modo que no hay evento sociopolítico que la saque de los dictados que el diario mismo como laboratorio de escritura le impone. A pesar de su renuncia a entrar en el menudeo político-ideológico que el 27-F suscita en la conversación de la sociedad venezolana, de ningún modo eso quiere decir que Victoria evite elaborar con intensa sensibilidad su experiencia personal en esos días duros e inciertos. En algún momento desliza: “Nada cansa tanto como el horror y el qué irá a pasar”.
Escribe el 4 de marzo un sentimiento del que, confieso, estoy más cerca que nunca, como si sus sabias palabras de entonces también fueran, en otro arte de ventriloquia, las mías hoy: “.. sentirme vejada. Efecto inmediato de alguien que ha pasado por una situación sórdida, escabrosa, vulgar, que ha pasado por ella casi sin darse cuenta (…) Sí, vejada, porque la vida, los seres, siendo lo que son, no te dan la oportunidad de exaltarlos. Te hacen ardua la tarea, la de amar, la de admirar, la de ‘engrandecerte’ con nobles sentimientos: el orgullo, la dignidad, la renuncia, el cultivo del espíritu, la purificación del alma, y con todo esto tu vida, tal como ha corrido por sus carriles, acaba de perder sentido, se vuelve ridícula, grotesca hasta las lágrimas”.
Los diarios de Victoria de Stefano están brillantemente escritos, con una dosis exacta de confesión, de revelación, de meditación. Parecen relatos, crónicas del día a día, microensayos. Se concentra en afectos, en amistades como las de los poetas Sánchez Peláez y Eugenio Montejo, y el narrador Salvador Garmendia, todos en primera línea de la literatura venezolana de la segunda parte del siglo XX. Sus disquisiciones sobre el mecanismo del diario son de antología y sus referentes son hoy obligados para comprender este género que ha tomado tanta fuerza en las últimas décadas.
Lo que más me interesa destacar es la profusión de vida que hay detrás de cada línea escrita por nuestra gran escritora. Quiero compartir aquí lo que me parece es una especie de clave desde la que pueden leerse estos diarios y toda su obra, una apuesta, como decía Bradbury, por la escritura como transfiguración del mundo y de la vida, como un motivo para dejarse sorprender, para mirar siempre con nuevos ojos.
El fragmento aparece en la entrada del 7 de noviembre de 1989:
“Me digo que a la vida no hay que apresurarla. Ella tiene su principio y su fin, no sus fines, ella tiene su tiempo. El suspenso lo ponemos nosotros, ¡como si pudieran suceder cosas indecibles, milagros! Sin embargo, yo no pierdo la fe. Para mal o para bien, amo las vueltas de la vida, y cuántas no he visto, los imprevistos, el saber, el dejar de saber, el ver por dónde salta la liebre, la liebre que no se esperaba, los ojos nuevos con los que se miran los acontecimientos, las combinaciones. Si uno puede aprender a ver con otros ojos, ojos distintos de los de ayer, entonces no hay nada porqué llorar, nada qué lamentar. Si ha habido un viaje, un largo viaje por cada día de vida, entonces, decir como Diderot: ‘lo que se escapa de mí no vale jamás lo que sucede en mí’. Vivir para lo que sucede en uno”.
Gracias, Victoria De Stefano, por haber llevado esa vida y tu obra haberse convertido en eso que le sucede a uno de tantos modos. Nada qué lamentar, nada por qué llorar. Celebramos cada viaje a tu escritura, exigente y retadora. Innegociable en su apuesta por la belleza.
Ahora es cuando te vamos a leer.
* Periodista venezolano residente en Italia. Coordinator Maestría de Periodismo Digital en Universidad Casa Grande
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