Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El Gorbachov de tres siglos

Napoleón Campos*

Septiembre 9, 2022

San Agustín –Obispo de Hipona entre los Siglos IV y V– escribió: “¿Quién puede negar que las cosas futuras no son todavía?”. 

La muerte de Mijail Gorbachov me actualiza esa interrogante agustina con otra pregunta: ¿estaba en formación ya la tiranía de Putin y sus mafias cuando los hombres y las mujeres de la Glasnost y la Perestroika concluían la Guerra Fría cuando ponían fin a la inviable Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para liberar a 14 naciones con identidad propia (entre ellas Ucrania) y sentaban las bases de una Rusia por vez primera democrática?

Gorbachov nació en 1931 en el seno de una familia campesina del norte del Cáucaso. Su padre luchó en la II Guerra Mundial, pero, previo a ese conflicto, Josef Stalin había enviado a Siberia al abuelo paterno de Mijail. En carne propia sufrieron los horrores bolcheviques que no eran muy diferentes a los del zarismo. 

Mijail pudo estudiar Derecho en Moscú y volvió a su región donde despuntó profesional y políticamente. Ascendió en el Partido Comunista mientras completaba su especialización en agronomía. A sus 40 años de edad fue electo miembro del Comité Central, luego ministro de Agricultura en 1978 y fue encumbrado al Politburó en 1980. Gorbachov atestiguó desde dentro el declive de la URSS engullida por la carrera armamentista contra EE. UU. y Occidente. 

Su visión pacifista, prodemocrática y reformista sentó anclas ante esa realidad. Se convenció que la URSS era inviable sometiendo a 14 naciones europeas y asiáticas bajo la élite del partido, la denominada nomenclatura. Por ello, tras la muerte de Konstantín Chernenko en 1985, Gorbachov no dudó en postularse para gobernar promulgando primero la política de apertura y transparencia (Glasnost) y segundo la reestructuración administrativa, federal, económica y social del país (Perestroika) sobre las bases más paritarias posibles. 

Gorbachov tuvo al menos dos aliados que debemos póstumamente recordar. Edward Shevardnadze, de origen georgiano, quien fue su ministro de Relaciones Exteriores, y falleció en 2014. El otro, Alexander Yakóvlev, para muchos el genuino “Arquitecto de la Perestroika”, fallecido en 2005. Historiador de formación y doctorado con una tesis sobre la política exterior de EE. UU., Yakóvlev informó en plena Glasnost sobre la existencia de un pacto secreto germano-soviético con el que Hitler y Stalin se adjudicaron sendas zonas de influencia en Europa.

El resto ya lo sabemos. El Muro de Berlín fue derrumbado en noviembre de 1989 y con él cayó la Guerra Fría. Los enemigos se hacen cooperantes, lo que facilita la resolución negociada de muchos conflictos en el mundo como en Centroamérica. 

Nuestros Acuerdos de Chapultepec, firmados en enero de 1992, son un legado de Gorbachov y su equipo, a pesar de que en esos meses la URSS caminó hacia su disolución la cual formalmente ocurrió el 25 de diciembre de 1991 con su renuncia como presidente. Rusia pasó a ocupar el asiento de la URSS en los asuntos internacionales.

Sin embargo, Rusia comenzó el siglo XXI truncando las reformas, sepultando la Glasnost y la Perestroika, mientras contadas exrepúblicas soviéticas le eran leales pues la mayoría había tocado las puertas de la integración europea y la seguridad transatlántica. 

Gorbachov atestiguó, casi desde el silencio, el desarrollo de las mafias que reemplazaron la nomenclatura y se apropiaban de los vastos recursos naturales. Los nuevos oligarcas necesitaban de un tirano: Putin simplemente estaba en un escritorio de la oficina de espionaje, esperando su momento, quizás para darle la razón a San Agustín de que lo futuro ya estaba allí.

No olvidemos nunca a Shevardnadze y Yakóvlev. Tengamos siempre vivo en la memoria a Gorbachov, el hombre de tres siglos.

* Especialista en Temas Internacionales, Integración Regional y Migraciones

Las ruinas de la biblioteca de Sarajevo, icono de la barbarie

El haz de luz que atraviesa la sala destrozada de la biblioteca de Sarajevo embellece su terrible atmósfera. La publiqué por primera vez en agosto de 1993. Con el paso del tiempo se ha convertido en un icono de la barbarie. La tomé el último domingo de junio sobre las nueve y media de la mañana.

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