Opinión
Ilustración: Espacio Revista
Redacción Espacio Revista
Septiembre 22, 2023
Muchas cosas en la vida dependen, en buena parte, de la educación a que tengan acceso las personas. Hablamos, por ejemplo, del tipo de empleo y de remuneración salarial, del tipo de vivienda y dónde estará ubicada, del acceso a servicios de calidad, de saber cuidar su salud, administrar sus recursos, obtener información y saber interpretarla, además de ser capaces de establecer relaciones positivas y de beneficio mutuo con otras personas. Estas y otras habilidades deberían desarrollarse plenamente a lo largo de la educación escolar.
Según UNICEF, UNESCO y el Banco Mundial, la situación de los aprendizajes en América Latina atraviesa una severa crisis, como lo revela un indicador denominado «pobreza de aprendizajes» que, en educación, nos dice la proporción de niños que no es capaz de comprender un texto sencillo a la edad de 10 años1.
Ser capaces de comprender lo que se lee permite aprender a través de la lectura; leer e interpretar las noticias, comprender un instructivo, un reporte o cualquier otro mensaje que se presente por escrito, incluso, saber gestionar con éxito un reclamo por el cobro excesivo de servicios básicos como el agua o la luz.
El seguimiento del Banco Mundial al indicador mencionado revela que América Latina y el Caribe ya estaba en graves problemas desde antes de la pandemia por la COVID-19: En 2015, la pobreza de aprendizajes afectaba a más de la mitad de los niños y de las niñas, es decir, al 53 %. En 2019, este porcentaje subió a 57 %. Predicciones de esta entidad con base en simulaciones ubican el indicador entre el 70 % y el 80 % después de la pandemia (según la fuente que se consulte). Estamos hablando de casi tres cuartas partes, es decir, de cada 100 niños y niñas, alrededor de 75 no logran comprender lo que leen de manera que les ayude a desempeñarse en su vida presente y futura (ver gráfica 1).
Las entidades internacionales mencionadas interpretan que, cuando un país tiene niveles de pobreza de aprendizaje tan altos como los mencionados, es una señal de que «los sistemas educativos están fallando en garantizar que los niños desarrollen las competencias fundamentales más importantes», lo que afecta de forma negativa sus posibilidades de prosperar en el futuro (ídem). Esta es una realidad tanto en El Salvador como en América Latina y el Caribe, la región que, junto con el sur de Asia, mantuvo el cierre de centros escolares por más días con respecto al resto del mundo durante la pandemia por la COVID-19. Sin embargo, es importante subrayar que la dificultad solo se agravó con la pandemia, pues ya se venía arrastrando desde hace décadas.
Las repercusiones de estos niveles de pobreza de aprendizajes, si bien afectan las condiciones de vida como la calidad del empleo, de la vivienda y de la salud, por ejemplo, también impactan en la calidad de la democracia que se vive en un país, pues afecta las elecciones y las decisiones que los ciudadanos tomen frente a problemas cotidianos como el alto costo de la vida, el acceso a la justicia, a la seguridad ciudadana y social o a la falta de acceso a la información pública, entre otros. Y sobre todo, quizás impacta de forma preocupante en la capacidad de denunciar y de exigir el cumplimiento de los derechos de la ciudadanía, como sería lo esperado en personas y grupos que gozan de los beneficios de un Estado de derecho.
Referencias:
1Grupo Banco Mundial (2022). Dos años después. Salvando a una generación. Página 78. Washington.
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