Opinión
Ilustración: Luis Galdámez
Claudia Interiano *
Enero 12, 2024
No he sabido bien cómo empezar a escribir, seguro algún día que me dedique a escribir más historias, me saldrá más natural, pero por hoy, con muchos movimientos, sentimientos encontrados y muchos aprendizajes del diario vivir, quisiera hablar de la paz.
Voy a empezar escribiendo sobre una experiencia reciente, y ello es hablar de don Omar, quien es un hombre al que conocí hace siete años en estos caminos tan extensos e intensos de búsqueda de personas desaparecidas, un hombre a quien respeto profundamente, y que en su vida se ha dedicado en algún tiempo al servicio militar, luego como empresario y también como panadero y vendedor de pan, un hombre que también enseñó a sus hijos a valerse la vida por sí mismos, quien hoy en día es líder de una organización de familiares de personas salvadoreñas migrantes desaparecidas y fallecidas de El Salvador.
Fue así que el 31 de diciembre fui a su casa, y entre la conversación sostenida, me contó que estaba tomando un té natural con hojas de guayaba, cúrcuma, canelón, moringa, chaya y otros ingredientes, pero que el principal ingrediente es, primeramente, una oración a Dios para eliminar la enfermedad de la sangre, así como la súplica de que la enfermedad no se quede en ningún familiar descendiente.
El té que toma don Omar es para controlar la diabetes, la que le diagnosticaron hace un par de años. Para el tratamiento le recetaron las pastillas químicas conocidas en el medio farmacéutico para ello, pero don Omar investigó y decidió que no iba a dañarse su cuerpo con un medicamento que no es bueno para la salud de nadie, y así, con su sabiduría e intención, elaboró su propia medicina natural, la cual ha funcionado y lo mantiene en su energía vital, el té especial que ahora receta a muchas de las personas que conoce en el comité de familiares de migrantes desaparecidos, ya que la mayor parte de las personas de estas familias padecen diabetes.
Don Omar es una de las personas que conocí durante estos años, pero así recuerdo a cada uno de muchísimos rostros de gente que, en sus vivencias cotidianas, sus necesidades en salud, van enfrentando el día a día de lo que ha significado y sigue significando la desaparición de un ser querido en contextos como el conflicto armado, la violencia social y la migración.
Don Omar recibió la notificación en diciembre del año 2023, sobre el hallazgo de los restos de su hijo encontrados en Estados Unidos, eso ha sido gracias a la coordinación de diversos y constantes apoyos de organizaciones no gubernamentales, de instituciones públicas, del Banco de Datos Forense de Migrantes no Localizados de El Salvador, pero sobre todo de su insistencia y liderazgo en la búsqueda de su hijo en diversos países como México y Estados Unidos, desde que desapareció en 2014.
Las desapariciones y masacres en el contexto migrante también son heridas abiertas, en las que la búsqueda, la justicia y la reparación deben ser abordadas desde un enfoque de coordinación entre países.
Y así, en esa visita a su casa, mientras se cumplían tres días de velación de los restos de su hijo David Alexander, me relataba sobre la receta de su té, mencionó que su regalo de cumpleaños fue en ese 31 de diciembre, poder sepultar los restos de su hijo, y eso —me dijo— le da paz.
Y así es que me puse a pensar en la paz, y no puede dejarse de pensar en aquellos Acuerdos de Paz, que a los años de haber sido firmados, han sido aplaudidos por el cese de un conflicto armado que aún sigue en las venas de los recuerdos de las personas sobrevivientes, en las huellas de las mujeres que fueron agredidas sexualmente por integrantes de ambos bandos en contienda, y que han guardado —y muy seguramente siguen guardando—, ese silencio que las consume, mientras caminan por las calles de su comunidad o mientras echan tortillas para la comida.
El conflicto armado vive en las heridas abiertas de personas que de niños o niñas fueron prácticamente secuestrados para ser vendidos a familias extranjeras bajo la complicidad y lucro de funcionarios de alto rango; de una sociedad civil masacrada en lugares como Tenango y Guadalupe, en Suchitoto; en Tecoluca, San Vicente; en la Guinda de Mayo, en Chalatenango y sus alrededores, entre tantas otras masacres ocurridas en este poco extenso territorio salvadoreño.
Las desapariciones y masacres en el contexto migrante también son heridas abiertas, en las que la búsqueda, la justicia y la reparación deben ser abordadas desde un enfoque de coordinación entre países, un enfoque que transcienda las fronteras y que se caracterice por la comprensión de lo que ocurre desde el momento que una persona salvadoreña cruza la frontera de manera indocumentada, incluyendo las razones de su indocumentación. Casos en los que hay víctimas salvadoreñas, como las masacres en 2010 y 2011 de San Fernando, el incendio de Ciudad Juárez en 2023, y cientos de desapariciones de personas provenientes de países centroamericanos, incluyendo salvadoreñas y salvadoreños a quienes sus familiares continúan buscando.
Y es que quizá sería interminable mencionar cada caso sobre desaparición o masacre dentro de estos contextos, y más interminable aún descifrar la impunidad en la que se mantienen los casos, y ante lo que las familias persisten exigiendo sus derechos, entonces ¿cómo la paz realmente llega a estos Acuerdos?
La desaparición forzada, como método para instaurar el miedo en nuestras regiones, se constituyó y se sigue constituyendo como una práctica sistemática, que ha sido permitida por los diferentes gobiernos, ya sea por acción u omisión.
Diferentes contextos como conflictos armados, violencia social, violencia estatal contra poblaciones en situación de discriminación y en las migraciones nos hablan de personas desaparecidas a través de la voz de familias que durante muchos años les buscan en países como El Salvador, Guatemala, Honduras y México; que, además, exigen urgentemente a las autoridades de los Estados de la región para que cumplan con su obligación de establecer acciones de búsqueda de personas, de investigación en esos casos y realicen las reparaciones que corresponden.
Se vuelve urgente la necesidad cotidiana de atención estatal desde un enfoque integral a las víctimas y a los familiares de ellas, todo de conformidad con los derechos establecidos en tratados internacionales vigentes y la aplicación de los Principios Rectores para la Búsqueda de Personas Desaparecidas, que recogen principios fundamentales como el respeto de la dignidad de las víctimas y sus familias, la participación de las familias para conocer los avances en la búsqueda, el proceso de búsqueda de manera integral que debe iniciarse y llevarse a cabo con la misma efectividad que una investigación criminal.
Es fundamental que se recuperen las experiencias y buenas prácticas como el Banco de Datos Forenses de Migrantes no Localizados de El Salvador y que el Estado de El Salvador brinde acompañamiento especializado en salud desde la perspectiva psicosocial y desde el enfoque diferenciado a las víctimas, familiares y sobrevivientes en los contextos mencionados, incluyendo padecimientos como la diabetes.
El proceso de búsqueda debe iniciarse y llevarse a cabo con la misma efectividad que una investigación criminal.
Y pues, así, la paz supongo que es un proceso en etapas que avanza a nivel del día a día, que tienen que ver con las dimensiones individual, familiar, comunitaria pero, también, de toda la sociedad como colectivo, una integración a ese diario vivir desde el respeto de los impactos detenidos, atrapados en la mente y los sentidos, mezclados ya en la sangre que recorre esta maravillosa integración de sistemas que llamamos cuerpo.
Dice el poeta que los salvadoreños somos los primeros en sacar el cuchillo, y parece tan cierto cuando se cruza la calle peatonal y nadie da el paso, o cuando el semáforo hace el cambio e inmediatamente hay que acelerar porque si no corre el riesgo de que le recuerden a su madre con agresividad. Esos como ejemplos apenas someros de lo que significa «sacar el cuchillo» y parte de la evidencia de lo que no hemos sanado como sociedad.
Si no hay paz en ese diario vivir, desde saber la verdad de dónde está la persona desaparecida, de no conocer las circunstancias por las que un ser querido fue víctima de una masacre o de un crimen, entonces se está acumulando la tristeza, el miedo, la culpa, la agresividad. No se puede construir paz si no se entra profundamente en el ser de quién somos, en ese ser que no es quien dicen que somos. Construir sociedad es labrar como la tierra cada día a ese ser.
Y esa es una de las más profundas deudas que este país, por medio del liderazgo de su institucionalidad, le debe a la sociedad salvadoreña: la paz, construida con la verdad, la justicia y la reparación que parece fueron enterradas también bajo una sepultura de cemento pero que realmente no se puede esconder y que se debe sanar desde las raíces, una deuda que es evidente en el día a día de la gente.
* Salvadoreña, abogada y notaria, postgrado sobre estrategias jurídicas para la incidencia y egresada de Maestría en Derecho Constitucional. 23 años de experiencia junto a organizaciones de sociedad civil, estrategias interinstitucionales y transnacionales en El Salvador y a nivel internacional.
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