Opinión
Ilustración: Luis Galdámez
Guillermo Mejía *
Noviembre 18, 2022
La apelación discursiva de políticos y empresarios al derecho a la libertad de expresión y difusión del pensamiento, así como a la libertad de pensamiento, se agota una vez en la práctica, dado la existencia de sofisticadas formas de manipulación, desinformación y control de los ciudadanos en la sociedad del siglo XXI.
Para el caso, mucho se ha dicho y escrito a partir de la compra de la red social Twitter por parte del multimillonario Elon Musk, quien ha dejado sentada su concepción del ejercicio de la libertad de expresión, al mejor estilo del ex presidente estadounidense Donald Trump, reconocido racista y adicto a la mentira.
“El peligro no es que tengamos un multimillonario truhan entre nosotros –eso ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir-, sino que tenga el control de lo que él mismo ha denominado, y con razón, nuestra ‘plaza central digital’”, escribió David Nasaw, profesor emérito de historia en el Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
Musk ha logrado ser exitoso en su carrera empresarial utilizando no sólo su ingenio, sino aprovechándose de enormes subsidios y protección gubernamental, sin que existieran controles sobre su forma de proceder. De esa forma, la empresa de autos eléctricos Tesla, los contratos con la NASA y la industria de los satélites han ido viento en popa.
“La probable consecuencia de que Twitter sea ahora propiedad de Musk será una disrupción tanto política como económica. Al declarar que pretende permitir que Donald Trump regrese a la red social, ha dejado clara su oposición a la vigilancia de la información falsa y la desinformación política”, advirtió Nasaw en un artículo para The New York Times.
Musk se ha autoproclamado un “absolutista de la libertad de expresión” y ha repetido que se opone a la censura y la limitará, y que es probable que relaje las reglas de moderación de contenido, con lo que puede ser normal tuitear información falsa y desinformación, en especial contra sus adversarios, mientras coseche para él y su grupo, reconocimiento y ganancias.
“Lo que hace a Musk especialmente poderoso y posiblemente más peligroso que los magnates de la era industrial es su capacidad para promover sus negocios e ideas políticas con un tuit”, afirma Nasaw. Y agrega: “El efecto de esas comunicaciones instantáneas se ve reforzado por su sólida comprensión de la dinámica de los medios y del mercado en esta era de acciones meme, trading intradiario, comunicaciones instantáneas, información falsa y desinformación”.
Prohibido pensar
Para ampliar criterios sobre la temática, el periodista ucraniano Oleg Yasinsky, residente en Moscú, denuncia también la forma en que se ejerce censura en la industria mediática internacional cuando las fuentes o los relatos no están en sintonía con el poder globalizado, y en ese caso incluso se vio sorprendida por la censura de Twitter al ex presidente Donald Trump y a sus partidarios.
“No es que seamos admiradores del ex mandatario estadounidense, pero no coincidía con nuestras rudimentarias creencias acerca de la libertad de expresión, sobre todo en un país que bajo la amenaza de las armas económicas y militares, se lo exige al mundo entero”, aclara. Aunque dice que con el conflicto armado en Ucrania entiende muy bien el problema.
Y explica: “En el mundo civilizado de ahora, está prohibido pensar. Es aceptado un solo punto de vista, es proyectado solo un tipo de imágenes, en gran medida ‘Fake News’, que ya es lo de menos, y cualquiera que trate de cuestionar las verdades superiores dictadas por los dueños de los grandes medios, en el mejor de los casos, solo perderán sus trabajos de periodistas y serán así cancelados”.
En ese marco, trae a cuenta, por ejemplo, que criticar a la OTAN en estos tiempos “es como poner en duda la existencia de Dios en tiempos de la Inquisición. Las hogueras para los herejes están ardiendo en todas las pantallas del planeta”, a la vez, “Usted puede conmoverse ante las víctimas civiles ucranianas y cuestionar la guerra como método, pero si con eso usted se atreve a reconocer la existencia de nazis en el Ejército ucraniano, usted automáticamente se convertirá en un agente de Putin, sin derecho a réplica ni a rehabilitación”.
Concluye el periodista Yasinsky: “Los poderosos medios de comunicación internacionales, que tan solo hace unos años se pudieron considerar serios y respetables, en cuestión de meses se transformaron en una especie de Goebbels colectivo, que apoyado por las últimas tecnologías de la imagen y de los estudios sicológicos se vuelven una verdadera arma de destrucción masiva de conciencias sin precedentes”.
El capitalismo de plataformas
En busca de contextualizar esas situaciones anómalas, es necesario traer a cuenta las condiciones en que ha quedado la sociedad a partir de la pandemia por coronavirus, que no se ve que afloje, sino se profundiza con la llegada paulatina de nuevas variantes, las últimas llamadas “Cancerbero” o “perro del infierno”.
El periodista Aram Aharonian, fundador de Telesur, señala que “El contexto de la pandemia de la COVID-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades… sobre todo imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas”.
Eso significa una nueva modalidad del capitalismo basada en la economía digital, la deslocalización del trabajo y la precarización laboral, acompañada de la vigilancia y el confinamiento permanente; por lo que es una organización del sistema.
“Este ahora llamado capitalismo de plataformas lo han bautizado con distintos nombres: inteligencia colectiva, web 2.0, capitalismo de vigilancia, feudalismo digital. No es una tecnología, ni una aplicación, sino del modelo de negocio, de la agricultura a la educación, del transporte a la administración pública, de la economía a la comunicación o la salud”, advierte.
“Los algoritmos procesan la información de cada individuo y la correlacionan con información estadística, científica, sociológica e histórica para generar modelos de comportamiento como herramienta de control y manipulación de masas”, explica. Y nos recuerda a George Orwell, en su famosa obra 1984: “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”.
Aharonian trae a cuenta la existencia de cinco tipos de infraestructuras digitales: plataformas publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad; plataformas de la nube (Amazon Web Service, Salesforce), que alquilan hardware y software a otras empresas; plataformas industriales (General Electric, Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos digitales.
Suma las plataformas de productos (Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler, y de plataformas austeras porque carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicicletas. Solo cuentan con su software y operan a través de un modelo hiper tercerizado y deslocalizado.
Sin duda, la pandemia impulsó un inédito y profundo cambio social, “un gran salto cualitativo” (y cuantitativo), según el analista uruguayo, porque se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0), de forma silenciosa y sin resistencia social. De ahí que se pregunta: ¿quién impulsó la pandemia?
Mientras los que están en el ajo conocen el para qué del asunto, los demás “Inmersos en la comodidad de nuestros dispositivos digitales (en especial nuestro teléfono más inteligente que nosotros) no tomamos consciencia de lo que está sucediendo y, por lo tanto, de la acción social”, reclama Aharonian.
* Catedrático universitario
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