Opinión
Ilustración: Luis Galdámez
Guillermo Mejía*
Enero 13, 2023
La utopía de la democratización de la comunicación está vigente en tiempos digitales, porque conectividad no es comunicación, mensajería no es comunicación, tampoco acceso para observar o escuchar o retransmitir o producir sólo para estar presentes es comunicación; incluso prosumir es presumir comunicación.
Son conclusiones a las que arribó el comunicólogo boliviano Adalid Contreras Baspineiro, de la Fundación Latinoamericana Communicare, en su ensayo “De las redes a las (trans)mediaciones”, incluido en Saberes y Diálogos. Revista Boliviana de Estudios en Comunicación, en su última edición.
“En estos tiempos, la comunicación gana sentido en su capacidad para contribuir al encuentro desde las fragmentaciones, generando espacios para estar juntos, compartiendo, conviviendo. Y, en cualquier circunstancia, comunicación es la construcción, de/construcción y re/construcción de sentidos de sociedad, de cultura, de política y de espiritualidad”, agrega.
Según el autor, la cartografía comunicacional se ha complejizado y es necesario mantener las brújulas para orientar los recorridos por los mapas desde los medios a las mediaciones y desde las redes a las transmediaciones, antes que los robots y los algoritmos, que no tienen corazón, nos impongan sistemas de valores contabilizados en likes y no en sentipensamientos.
El ensayo, cuyo título y contenido expresan el homenaje del autor a la obra del maestro Jesús Martín Barbero, se propone recuperar la capacidad de pensar y hacer comunicación desde las mediaciones, en clave digital, en una transición de las redes a las transmediaciones o de la conectividad a la comunicación.
En esta oportunidad, de la amplitud del ensayo referido, he escogido una parte de las transiciones que se están dinamizando con la comunicación digital, en específico las transiciones culturales y políticas, los nuevos patrones de consumo y resignificación en contextos de polarización a fin de apreciar el fenómeno desde nuestra experiencia cotidiana.
A partir de la llegada de internet, los nuevos nativos en el planeta son digitales y el funcionamiento y desarrollo de las redes sociodigitales se da en estructuras compuestas por personas con intereses o valores comunes que se conectan desde distintos puntos de forma instantánea y modificando las formas tradicionales de comunicación y relación con su realidad.
“Las generaciones anteriores a la Web, a la que acabamos integrándonos no sin nostalgias por la era pre-digital, nos socializábamos presencialmente con la prensa, la radio y la televisión cumpliendo roles de receptores conceptualmente pasivos y en realidad activos, con capacidad de resignificar los mensajes”, afirma Contreras Baspineiro.
El autor nos ilustra sobre el nuevo panorama a partir de lo digital. A continuación, un resumen de sus palabras:
¿Audiencias líquidas?
Para comprender las articulaciones entre comunicación, cultura, sociedad y política, es necesario considerar que en el consumo contemporáneo, como dice Carlos Scolari “las audiencias, con el permiso de Zygmunt Bauman, se han vuelto líquidas”, puesto que cada consumidor elige qué ver, sin someterse a la oferta del medio, optando por temas, medios, dispositivos y modalidades como los streaming, descargas, podcast, Tik Toks y otros. Así es este mundo de ahora, donde ya no es el medio el que une las individualidades, sino una narrativa, una historia que puede circular en YouTube, o en WhatsApp, o un blog, o se puede descargar para verla en el ordenador, o conseguir el link para verla en imagen, o escucharla en audio, o leerla, con la posibilidad de repetirla, si se quiere, o frenarla a medio recorrido, rebobinarla o (des) arreglarla.
En la era digital las prácticas colectivas dan paso a accesos y apropiaciones individuales por las facilidades técnicas de consumo particularizado con el celular, tablets y ordenadores. El sujeto es el ser individual y no el comunitario. La radio o la televisión, operando como íconos de la reunión familiar, son figuras cada vez más lejanas o focalizadas en acontecimientos especiales como un buen partido de fútbol o una noticia importante. En los años precedentes, el consumo colectivo connotaba un interés creado también colectivo y un diálogo colectivo sobre un tema compartido.
Política pop
Políticamente, el procedimiento dominante con las tecnologías digitales es el politainment, anglicismo compuesto por la politic o política y el entertainment o entretenimiento, por lo que se podría asumir que se trata de un quehacer de la política siguiendo las reglas del espectáculo y la popularidad. Conocido también como la política pop, se explica en tres dimensiones: i) en el traslado de la política a los sets de los medios masivos, y ahora a los espacios digitales, amoldándose a sus lenguajes de infoentretenimiento; ii) en la cultura del espectáculo; y iii) en la ralentización conceptual sobre el sentido del populismo.
Estamos hablando de sistemas de infoshow político, término que se le atribuye a Gianpiero Mazzoleno, quien argumenta que existe una tendencia a tratar con los cánones de la popularidad a hechos, actores, procesos, acontecimientos y palabras de la política que tradicionalmente se desarrollaban en núcleos especializados, acercándolos a los vericuetos de la vida cotidiana y a los enjambres mediáticos, en un proceso en el que la política y la cultura popular, la información y el entretenimiento, lo cómico y lo serio, lo real y lo surrealista, se unen en una especie de matrimonio entre la política y la televisión, y que provocan el efecto sound bites, a través del cual se intercalan “fragmentos de declaraciones, frases de efecto de este o aquel exponente político, citas breves que encajan a la perfección con el ritmo apremiante de las noticias televisivas”.
En esta relación, la televisión descubre que la política puede crear nuevas audiencias, entre nichos de mercado y jugosos ingresos, mientras que los políticos se dan cuenta que pueden llegar gustosamente a un amplísimo número de personas en diferentes contextos; y establecen un acuerdo de mutua conveniencia. El requisito para que esto funcione radica en que los políticos y la política se adapten a la lógica de la masividad, es decir de la popularidad combinada con los gustos, adoptando los lenguajes y estilos de entretenimiento, levedad, sensacionalismo, paternalismo y banalización a los que acuden los medios de comunicación y las redes sociodigitales ganados por afanes mercantiles.
Cultura del espectáculo
A esta cultura Gilles Lipovetsky denomina “cultura mundo”, que Vargas Llosa dice que aborrega al individuo y lo hace reaccionar de manera gregaria en una cultura del entretenimiento con recursos fabricados para la conquista de audiencias, ubicando posiciones de privilegio en el rating, socio principal del mercado, quien fija los valores de la sociedad en la civilización del espectáculo. En estas sociedades la primacía la tiene la diversión, la publicidad se convierte en el elemento ordenador de las conductas sociales y la trivialización gana estatuto estratégico en las campañas electorales.
En este ambiente, la organicidad social se hace con productos culturales fabricados por las industrias de la diversión para hacer olvidar todo aquello que perturba, angustia, convoca, genera criticidad, moviliza y dinamiza la exigibilidad de derechos. Con la masificación del consumo, las sociedades viven momentos de evasión y búsqueda de placer, como escapatorias de las preocupaciones y responsabilidades. Dada esta situación, distintos procesos electorales transcurren sin conocerse las apuestas de sociedad o programas de gobierno, de manera tal que los votos se licúan entre opciones que rebotan entre la simpatía y la antipatía que provocan los candidatos, los líderes y las organizaciones políticas.
Así dadas las cosas, y en línea de coherencia en esta tendencia, el campo político es ocupado por artistas, cantantes, presentadores de televisión, futbolistas influencers, opinólogos, empresarios y otros personajes populares que son elegidos no tanto por sus aptitudes en la política, sino por su reconocida presencia pública o posicionamiento, eclipsando en lugar y estilos que por siglos habían ocupado los intelectuales, los doctorcitos, los líderes sindicales, los políticos y los referentes éticos de una sociedad, a no ser que éstos se acomoden a los parámetros gustosos de show, demostrando sus habilidades para el baile, el canto, la cocina, los deportes y otros menesteres que operan como carnadas para captar votos.
Populismos sin populismo
Esta reflexión lleva a la consideración de otro referente de la “cultura pop”: el populismo que, en su acepción más general, se refiere a la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Sin entrar en disquisiciones conceptuales, es menester aclarar que en la “cultura pop” no rigen las concepciones que consideran el populismo como una ideología que opone pueblos e élites con insurgencias sociales en la perspectiva de transformación del bloque histórico de poder. Tampoco se explica en los regímenes nacionalistas que proponen el desarrollo industrial con sustitución de importaciones. Por el contrario, su realización se produce en su sentido peyorativo que enfatiza en los líderes caudillistas, así como en el sentido degradante que identifica populismo con demagogia.
En definitiva, la combinación entre el poder de la imagen y la personalización de los liderazgos en la política cambia las formas de comunicación y las dinámicas de las organizaciones políticas. Se sacrifica en valor de las ideologías y de las militancias a cambio del espectáculo. El fin principal de la política ya no parece ser la construcción de formas de poder, sino la atracción de electores, el posicionamiento de líderes que asemejan superhéroes más que conductores políticos o el sostenimiento del posicionamiento de los poderes en sistemas de campaña publicitaria permanente.
En contextos de polarización como los que vivimos, los grupos políticos y ciudadanos están instalados en polos opuestos, con ideologías, orientaciones, actitudes, opiniones e intervenciones encontradas. Estas relaciones se alimentan de recursos poco comunicacionales avivados en tiempos de cultura digital. Uno de estos recursos, frecuentes en las redes sociodigitales, son los haters o discursos de odio, de enemigos, de odiadores, dirigidos a marcar acentuando las diferencias, para lo que no se limitan esfuerzos en ofender degradando a los oponentes. En línea con esta práctica desregulada de toda norma que sostienen las libertades de opinión y expresión, así como el derecho a la información y la comunicación, se naturalizan mecanismos dolosos como los fake news o mentiras comunicadas en sistemas de postverdad, así como desinformaciones intencionalmente expuestas para hacer daño.
Consejo: Haga una reflexión profunda sobre su realidad y note las coincidencias.
* Catedrático universitario
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