Opinión
Guillermo Mejía*
Septiembre 8, 2023
La generación de una opinión pública crítica frente al común denominador caracterizado por la manipulación vía marketing político y la falacia de creer que los resultados de encuestas y sondeos sustituyen automáticamente la complejidad del sentir y pensar colectivo, es el reto de toda sociedad que se asume formalmente como democrática.
Por supuesto, hablamos de un país en el que —como en muchos— las bases son de una democracia burguesa, con sus falencias y potencialidades, donde el ensueño del ejercicio del poder en función ciudadana es en gran medida solo eso, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia nacional.
De ahí que los errores y abusos que se le señalan a la forma de conducción de las instituciones en manos de fuerzas que gravitan alrededor del presidente Nayib Bukele, son la continuidad de prácticas nefastas de quienes antes han gobernado y traficado con sus figuras y marcas más allá de supuestos principios ideológico-políticos. Bukele mismo proviene de esa estructura.
En otras palabras, ni ahora ni antes la soberanía ha radicado en el pueblo, más bien éste es y ha sido víctima de las élites económicas y políticas. Al mismo tiempo, se da un agotamiento del modelo liberal, crisis que se extiende en el mundo, en medio de la rapacidad de esos sectores de poder globalizados que atentan contra la humanidad.
Frente a esa realidad tan deprimente, lo peor es bajar la guardia, así que partamos de la posibilidad de hacer de la comunicación social —y del periodismo en particular— una verdadera herramienta que potencie la ciudadanización de la comunicación y de la política a través del compromiso por la generación de una opinión pública crítica.
Si bien mucho de este esfuerzo radica en que se fortalezca el trabajo informativo y de investigación de los periodistas aun en medio de condiciones adversas, la falta de acceso a la información pública y a la transparencia en el ejercicio del poder también nos urge a corregir la forma en que se asume la opinión a través de los espacios mediáticos.
Como contexto, en teoría, se asume que en la sociedad hay una dualidad entre una opinión pública crítica y una opinión pública manipulada y, según el intelectual Jürgen Habermas, la primera es la que éticamente justificaría y produciría una sociedad auténticamente democrática y, la segunda, es la que florece cotidianamente y donde impera la manipulación y la idiotez colectiva.
En otras palabras, ni ahora ni antes la soberanía ha radicado en el pueblo, más bien éste es y ha sido víctima de las élites económicas y políticas.
Si los medios, los empresarios y los periodistas asumieran el compromiso que pregonan en sus tribunas, estaríamos en posición de fortalecer el periodismo de opinión, a la par de no desmayar en el periodismo informativo y de investigación. Para generar opinión crítica se necesita información de calidad y potenciar el debate, el análisis y la interpretación con opinión plural y de calidad.
En ese marco, hay que salir del esquema obsoleto que impera en el sistema mediático donde la opinión es relegada a un segundo plano como material de relleno o a un espacio cedido al compadrazgo por intereses político-ideológicos, a la dispersión temática y a una producción que se relaciona más con sesgos e imaginación, menos con soporte informativo.
Trabajar la opinión pública crítica implica hacerlo en dos planos: en primer lugar, la educación política de la ciudadanía, el establecimiento de prácticas de participación ciudadana en los espacios mediáticos y el potenciar la deliberación sobre la realidad, especialmente sobre temas de interés público. En segundo lugar, extender la participación de expertos en esos diferentes temas de interés público, bajo la óptica de la pluralidad de voces y el derecho a la expresión y difusión del pensamiento. Sin duda, la calidad de la producción es el reto.
Para enriquecer el planteamiento comparto que recientemente la Academia Prodavinci de Venezuela —que tiene una revista digital del mismo nombre—, dentro de su programa de formación de periodistas, presentó al periodista venezolano Boris Muñoz, fundador y editor de la sección de opinión del New York Times en español, quien disertó sobre reinventar el periodismo de opinión en América Latina.
Muñoz realizó una investigación para el Woodrow Wilson International Center en el que analizó 207 medios y 552 artículos de opinión en 12 países de la región latinoamericana, incluido El Salvador, y concluyó que el periodismo de opinión necesita más periodismo y menos opinión. Es decir, está atascado en el siglo XX y no ha logrado avanzar hacia el XXI, ya que le falta innovación y adaptación ante las nuevas realidades que exige la sociedad y la tecnología.
La falta de acceso a la información pública y a la transparencia en el ejercicio del poder también nos urge a corregir la forma en que se asume la opinión a través de los espacios mediáticos.
En su exposición, el periodista venezolano señaló la importancia del periodismo de opinión de calidad en la sociedad: contribuye al desarrollo de una ciudadanía informada y crítica, ayuda a contrarrestar la desinformación y las noticias falsas, puede influir en la toma de decisiones políticas y sociales, fortalece la transparencia y el Estado de derecho y contribuye al debate de temas de interés público.
Además, hizo las siguientes recomendaciones para hacer un buen periodismo de opinión:
En síntesis, “(…) una opinión de calidad puede ser el salvavidas que un lector necesita para navegar a través del ruido informativo al brindarle una comprensión más precisa del tema que les permita tomar una posición informada a esos lectores y ciudadanos”, afirmó Muñoz en su disertación. Y, aclaro, lo hace desde una perspectiva tradicional sobre la función de los medios en una democracia burguesa, no desde una opción de comunicación popular y alternativa.
* Catedrático universitario
Apoya nuestras publicaciones y las voces de la sociedad civil. Con tu contribución, podremos mantener Espacio Revista gratuita y accesible para todos.
©Derechos Reservados 2022-23 ESPACIO COMUNICACIONES, LLC