Opinión
Foto: Luis Galdámez
Guillermo Mejía *
Julio 1, 2022
Desde tiempos de la colonia española hasta el presente, los salvadoreños han sido condenados a la marginación social y la pobreza sobre la base de los sucesivos modelos de económicos que han privilegiado a sectores de poder, pese a que los países que más progresan en desarrollo humano son los que invierten en sus habitantes.
Es parte de lo que se expone en el libro La economía salvadoreña después de la Independencia/ Por qué estamos como estamos (San Salvador, 2022), escrito por el economista William Pleites, ex representante del PNUD y de Fomilenio, una obra del Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD) que viene a demostrar nuevamente las raíces de la desigualdad y la violencia.
La investigación arroja que desde su constitución como república independiente, en el país se han puesto en marcha tres modelos de desarrollo: el agroexportador (MAE), el de la industrialización por sustitución de importaciones (MISI) y el de promoción de exportaciones y atracción de inversiones (MPE), que terminó convirtiéndose en un modelo de exportación de mano de obra.
Además, ha habido períodos sin un modelo de desarrollo propiamente dicho, como el de los años ochenta cuando hubo una economía de guerra, en que las prioridades estuvieron definidas por el conflicto armado, según señala Pleites, y de 2004 a la fecha, aunque continúa el MPE, crecientemente se han puesto en marcha estrategias y políticas tendientes a ganarse la simpatía de la población, pero no con el propósito de generar condiciones para mejorar de manera sostenida su bienestar; por lo anterior, se ha calificado este período como de digresiones populistas.
El autor revisó dos indicadores: Los resultados socioeconómicos y los principales fallos ante la aspiración de construir un país de desarrollo humano alto.
“Al examinar en detalle el desempeño de estos indicadores en los dos siglos de vida independiente, la principal conclusión que se deriva es que ninguno de los modelos aplicados ha sido capaz de crear bases sólidas para establecer un círculo virtuoso de desarrollo humano y crecimiento económico, que se traduzcan en un mejoramiento robusto y sostenido del bienestar de la población”, advierte.
Sin embargo, “esto no significa que, durante los doscientos años examinados, el país no haya registrado progresos importantes ni mucho menos que los avances hayan sido similares en cada modelo”, añade.
En cuanto a los fallos, el autor expone: 1. La escasa inversión en la expansión de las capacidades de las personas, especialmente en las primeras etapas de su ciclo de vida; 2. La poca importancia asignada al pleno empleo y la eficacia laboral dentro de las políticas económicas y sociales; 3. La insuficiente inversión en infraestructura económica y social; 4. La escasa atención asignada a la disminución de las brechas y desigualdades; 5. La tendencia a mantener desequilibrios macroeconómicos fuera de control; 6. La lentitud para reinventarse continuamente con nuevas apuestas productivas; 7. La ausencia de un contrato social que permita convertir a las mujeres en auténticas socias y protagonistas del desarrollo; y 8. La incapacidad para edificar y consolidar un Estado desarrollista.
Nos recuerda el autor que un aspecto común de los países que más progresan en desarrollo humano es la inversión fuerte y oportuna en el despliegue de los talentos y capacidades de sus habitantes, asignándoles una alta prioridad a ámbitos tales como la salud y la nutrición, la vivienda y el hábitat, la educación, la capacitación, la ciencia y la tecnología.
“Aunque parecen obvios, estos planteamientos han sido muy difíciles de ponerse en práctica en El Salvador. Prueba de ello es que nunca se les ha asignado la prioridad requerida a algunas de las aspiraciones que toda la gente vincula más con su bienestar: alimentarse adecuadamente, gozar de un hábitat saludable con una vivienda digna y adecuadamente equipada, y tener acceso a servicios de salud y educación de calidad”, advierte Pleites.
El colmo de los colmos: “(…) durante los dos siglos de vida independiente del país, los recursos destinados a defensa y seguridad superan en más del doble a los destinados a educación y en más de 3.5 a los destinados a salud. Por otra parte, si sumamos el servicio de la deuda a defensa y seguridad, resulta que estos dos rubros han absorbido recursos 4 veces superiores a los destinados a educación y 2.5 veces a los utilizados conjuntamente por educación y salud”.
Según el autor, históricamente el pleno empleo y la eficacia salarial nunca han sido asumidos como objetivos centrales de las estrategias y políticas de desarrollo. “Pareciera que hay una suerte de resignación en relación con esta área, como si fuera mejor no comprometerse con nada o hacerlo de una manera general para no ser luego cuestionado por incumplimiento”, sentencia.
Ese elemento común en todos los modelos económicos impuestos en el país “es muy usual en países donde los temas que interesan a la gente son intensivamente usados en campañas electorales de parte de quienes aspiran a gobernar, pero que, una vez logrado su objetivo, son excluidos de las prioridades gubernamentales”, afirma Pleites.
Por otro lado, señala que en el país “ha habido una excesiva tolerancia hacia las brechas y desigualdades de todo tipo. El Estado, lejos de impulsar estrategias y políticas para su reducción, ha tendido a reforzarlas. Un ejemplo de ello es su sistema tributario que en otros países constituye una de las principales herramientas para disminuir la concentración del ingreso y de la riqueza; en el país, debido a su carácter regresivo (pagan proporcionalmente más los que menos tienen) y a que lo que se recauda del ingreso nacional (carga tributaria) ha sido relativamente bajo, históricamente ha tenido un efecto inverso”.
Sobre la recurrente inestabilidad macroeconómica, Pleites estima –por ejemplo, en el ejercicio del poder más reciente- que “Entre 1990 y 2004, durante la vigencia del modelo neoliberal, el peso relativo de la deuda pública se redujo a un promedio de 234.3 % de los ingresos corrientes del Estado, llegando a un mínimo de 188.6 en 2000; pero desde ese año retomó una tendencia alcista.”
“Esta continuó durante el período de las digresiones populistas, alcanzando un promedio de 274.2 % entre 2004 y 2019. Para 2020 la relación deuda pública/ingresos corrientes subió a 381.4 %, el valor más alto registrado durante los 200 años de vida independiente”, afirma. La investigación ya no incluye los datos de los últimos dos años de gobierno populista, pero la tendencia es obvia y preocupante.
A la vez, el autor es contundente en señalar que, dada las características depredadoras de los recursos públicos en el ejercicio del poder, hay ausencia de un Estado desarrollista y proactivo; es decir, la claridad sobre el papel del Estado en el proceso de desarrollo, por ejemplo, hacer de la meritocracia el criterio básico para el reclutamiento y promoción del personal dentro de la administración pública.
“Como consecuencia, el proceso de fortalecimiento de las libertades civiles y políticas impulsado con los Acuerdos de Paz se ha venido degenerando gradualmente, convirtiendo las elecciones en un mecanismo que, según Badía Serra, solo sirve para desemplear empleados y emplear a desempleados, provenientes de los partidos políticos que ganan elecciones (…)”
“(…) con el agravante de que, sabiéndolo, muchos de los que habrán de pasar a desempleados, aprovechan la contingencia y temporalidad de su situación, para depredar el erario público y asegurar definitivamente su futuro. Como resultado de esta manera de ejercer el poder, el Estado desarrollista, en la práctica, no existe”, concluye Pleites.
Considero importante citar la pregunta que Diario El Mundo le hizo a Pleites en una entrevista sobre su libro: -Después de examinar la historia económica. ¿A qué deberían apostarle los gobiernos para corregir todo lo que hemos venido arrastrando?
Pleites respondió: “Yo diría que el fallo principal y que incluso los economistas tenemos mucha responsabilidad, nosotros hemos conducido la economía por una política no orientada por objetivos y metas humanas. Cuando habla con la mayoría de colegas economistas, le van a hablar casi siempre de los problemas principales son el déficit fiscal, la deuda… pero, para la gente común y corriente lo más importante es el empleo, en segundo lugar, la salud, vivienda y el hábitat y hasta después aparece la educación.
“Mientras nosotros no reconozcamos que la verdadera riqueza de una nación está en su gente, entonces vamos a seguir tropezándonos con el subdesarrollo.
“A veces se le echa la culpa al modelo, pero Costa Rica ha seguido los mismos modelos de El Salvador e inició siendo el país más pobre de Centroamérica al momento de la Independencia, pero desde 1950 era un país mucho más rico que el resto.”
Como contexto, en Costa Rica, desde mediados del siglo pasado, se le apostó por construir un Estado social y para muestra eliminaron los costos de tener un ejército, aunque aún deben corregir muchas cosas para llegar a ser lo que sueñan. Eso sí, al final del conflicto armado, El Salvador necesitaba trabajar -con un plan de desarrollo humano serio- unos 30 años para lograr los niveles de Costa Rica de aquel entonces. ¿Cuál es la brecha en la actualidad?, es la pregunta que amerita respuesta.
* Catedrático universitario
Despertar, revisar las noticias, y reconfirmar que es verdad, produce una profunda alegría. Nunca en la vida había sentido lo que sentí el día que Colombia eligió a un presidente de izquierda, por primera vez.
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“Nuestro país, no hay duda, es un país totalitario”, escribió en la edición del 30 de agosto de 1954..... La imprenta no vale nada. Imbéciles: los pueblos mudos son Patrias muertas”
Edgardo Ayala
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