Cultura/letras
Ilustración: Luis Galdámez
Delirios nihilistas:
entre la contracultura, el expresionismo y el marxismo
Juan Carlos Hernández García*
La obra Delirios nihilistas, de Aníbal Malaparte, es un laberinto imposible de amor y decepción, donde las emociones se entrelazan como espirales de óleo expresionista: de colores crudos y sin filtros.
Son versos que emanan una salvaje complejidad donde resuena una vitalidad tan potente como enfermiza, un caos de evocaciones y nostalgias que no tiene sentido hasta que lo tiene.
Es un poemario de capas, la primera capa son sus versos que en su forma recuerdan la rabia contracultural: son rebeldes y desafiantes, iconoclastas y soberbios, incómodos y oscuros, vengándose reviviendo la alienación y el conflicto interno.
Esta alergia al convencionalismo, la cursilería y la mediocridad lleva a que la versificación del poeta se incline al caos: el poeta se regodea de incomodar y enamorar al lector al mismo tiempo: su estilo es discordante e impenetrable en un principio hasta que te descubres en el autor: está tan roto como cualquier otro.
Pero no te confundas, que los versos sean libres no implican falta de técnica: al contrario, la técnica está en todas las partes del poema, son versos demasiado puntillosos como para no ser escritos por alguien que no conozca las formas tradicionales, esto se traduce en una estructura dinámica y no lineal, absorta en sí misma que, al igual que un saxofón que se desvía inesperadamente de la partitura, los poemas cambian de dirección abruptamente para llevar al lector o el director de la orquesta a una dirección inesperada. Son versos-jazz que celebran la violencia y la tristeza por encima de la tradición.
En muchos otros poetas esto es su talón de Aquiles: encubren su verso libre en su incapacidad de escribir métricas estrictas: aquí el verso libre, caótico y nihilista es la manera auténtica y profunda de conectar con el lector.
Todos los poemas son un laberinto de emociones que buscan significado en la experiencia humana que se antoja inhumana…
La segunda capa la encontramos en el expresionismo: no estoy seguro, tengo cero pruebas, pero ninguna duda de que el autor está influido por el expresionismo de formas que ni él mismo comprende.
En poemas como «No lo sé», la fragilidad e incertidumbre del amor del poeta es como un cuadro de Munch: una red incoherente pero fascinante. La confusión de un autor que no sabe cómo explorar ni mucho menos explicar sus sentimientos es como ver fascinados una herida de significados esquivos.
Los altibajos emocionales de versos que narran «cuando vuelo y me estrello» reflejan paisajes emocionales turbios como la amargura de Kirchner donde la realidad se fractura y reformula constantemente.
En poemas como «Ruegos» podemos ver una realidad visceral donde se enumera la belleza de la bajeza humana: tangible e impactante como tristeza de Schiele. La ginebra barata y las más inquietantes intimidades «de un cello tocado en el tejado» son noches bohemias llenas de un temor existencial y una pasión fugaz como el trauma de Grosz.
«Desgaste y nostalgia» es un tapiz de memorias robadas, rotas e irreparables, con perspectivas de varios pasados y un presente cuyo único propósito se encuentra en el futuro, convergen en el mismo plano: es un reconocimiento de la fugacidad del amor y la dolorosa nostalgia que persiste, como huellas de una revolución que se persigue implacablemente.
«Retraída intención» contempla la suprema inutilidad y la angustia existencial de una pieza de Schiele, es un poema despojado de todo menos de su cruda humanidad inmoral… o acaso amoral, no estoy seguro.
Todos los poemas son un laberinto de emociones que buscan significado en la experiencia humana que se antoja inhumana: versos como «déjame regalarte amor, matando todo lo que odias de mí» reflejan perfectamente no la dualidad sino la dialéctica donde se mezcla el más apasionado amor con impulsos autodestructivos: para mí, la esencia del expresionismo.
Delirios nihilistas en todas sus violentas tristezas es un manifiesto furioso de un proletariado mexicano explotado y despojado.
Ilustración: Luis Galdámez
Pero al explorar este expresionismo de amor y desamor encontramos entretejida una última capa en este rico tapiz de trazos de hirientes caricias: la lucha de clases.
Delirios nihilistas en todas sus violentas tristezas es un manifiesto furioso de un proletariado mexicano explotado y despojado. En cada poema no podemos sino encontrar un tumulto de sombría sintonización de la desesperación y la rabia de quienes se encuentran atrapados en el malestar clínico de una sociedad atrincherada en la violencia y la desigualdad.
En una ocasión me dijeron que el arte distorsiona la realidad para evocar emociones, no sé si este razonamiento sea universal, pero la obra de Aníbal es un eco de esta premisa: poemas como «Alea iacta est» son una reflexión de la inutilidad y pretensión de la moralidad burguesa. Rechazar las buenas consciencias de la burguesía y sus lacayos no es fácil y deviene en crítica existencial que prefiere «revolcarse con el cadáver de Lady Macbeth» cuando el descontento ante toda metafísica llega al límite.
Pero estos versos están lejos de ser un regodeo abstracto de desesperación: no dejan de tener un tono de ferviente militancia. Adoptan una posición (la lucha de clases) y no abandonan el odio a la explotación sistémica. Poemas como «Miserable ofrecimiento» no dejan de ser una aguda inspección de la difícil situación de los proletarios que sin propiedades solo pueden ofrecerse a sí mismos en trozos rotos al amar, habla de los «hijos malditos de la historia» que, impasibles, no tienen más opción que convertirse en armas para la revolución.
En todo el poemario hay denuncias a las promesas vacías del capitalismo, pero las hace no de forma panfletaria cual discurso de universitario que se cree radical por unirse a un bloque negro anarquista, sino mediante inquietantes líneas que muestran cómo todas las victorias de este sistema se han basado en la explotación arraigada en los siglos. Ciertamente no es un poemario burgués: su voz abarca la tristeza de un presente que carece de futuro como la rabia de un pasado que solo puede redimirse en la revolución.
Este marxismo que dialoga desde la angustia existencial, es un llamado a aprender artes marciales, leer a Lenin y Lacan y pudrirse en odio, no ruega, sino que exige un despertar intelectual y militante. La inmensa rabia de Malaparte no es adolescente sino revolucionaria: está dirigida contra las estructuras que perpetúan nuestra delirante desigualdad, llena de versos que reconocen la verdad de cualquier revolución: no puedes hacer un omelette sin romper algunos huevos.
Es un poemario que no puedo dejar de recomendar.
* Sociólogo de la Universidad Veracruzana
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