Cultura/letras

Ilustración: Luis Galdámez
Fanor Téllez
Tres poemas del libro Días del Hombre
Karla Sánchez
Al sumergirme nuevamente en los poemas de Fanor Téllez, redescubrí la profundidad de su obra. A través de sus versos, lo cotidiano se transforma en algo esencial, mientras que él se adentra en lo sutil, indagando en las profundidades del ser, el pensamiento, el sentido, la naturaleza y el signo. Cada palabra está impregnada de una belleza desconocida que me deleita y llena de emociones que brotan como un riachuelo en mis ojos, incluso en la rutina de la oficina.
Estos poemas son suaves gotas de reflexión, sensaciones indecibles. En este viaje de lectura, me veo forzada a parar, respirar profundo y agachar el rostro, buscando refugio en el recuerdo de lo que robó una parte importante de la maravilla.
Días del Hombre es un testimonio de la vida, la intimidad y la belleza que se encuentra en cada rincón de la existencia humana, un legado que nos invita a explorar nuestra propia experiencia a través de su poesía. «Dilucidación de encuentros» nos lleva a reflexionar sobre los lazos que unen nuestras vidas, mientras «Bienes del caminante» celebra la riqueza de la existencia a través de la experiencia personal y la conexión con lo esencial. Finalmente, en «Parque», Téllez nos invita a contemplar la soledad en un espacio físico lleno de símbolos, donde el pasado y el presente convergen. Estos poemas son un viaje poético que nos invita a adentrarnos en nuestra propia realidad emocional. Espero que los disfruten.
***
Dilucidación de encuentros
Mi corazón se embrolla en la bruma del pasado
queriendo saber para qué le aconteció
a tu vida
y a la mía entrecruzarse de un modo que no fue
mirarse como quienes nada más se topan
y siguen ajenos su camino
como aparentamos impasibles y nos dimos
a otra estrella, sin percibir hasta qué hondo
nos habíamos llegado.
Si no te hubiera conocido
y tu realidad no me quedara
para quemarme en su arder más puro
y en ti no se te diera venir a construir
lo que sólo el vacío completaba,
nunca nos hubiéramos, revuelto lecho, amado
en este tiempo de imposibles
ni compartido ternura ni intelecto ni locura
y al mundo le haría falta algo
y tal vez hasta estaría triste.
Bienes del caminante
He recorrido algún camino sólo sostenido por las ganas de vivir.
No me apoyé en el río de ninguna sangre antigua,
aunque mi sangre corra desde las ciudades que han estado
en el tiempo más cerca del paraíso
y porque la sangre de todo hombre es tan antigua como Adán.
Tampoco tuve fundamento en la vara mandona de los príncipes
y únicamente dejé al Espíritu decirme qué debía hacer,
ya en sueños y en una corazonada ya por un discernimiento
ni me entregué al trabajo de hacer oro que da prestigio
entre los hombres porque siempre me detuvo una música
o el placer de haraganear leyendo algún poema.
He andado no queriendo tener nada porque no me pese en el camino
Cuando deba ir de este lugar a otro.
Él día, el rostro de la mujer que amo, la gota de agua
Destellando en el filo de la hoja, son mi antigüedad
y mi poder y mi riqueza y decirlo mi talento, que no entierro
de puras, enteras, intensas, bárbaras ganas de vivir.
Parque
Estoy solo.
Hay grama verde que agrada bajo el cielo azul,
hay bancas en unas como lomas,
hay algo que parece una torre de faro para marinos
y que también parece una torre de molino de viento
sin aspas, blanca, bien blanca
y junto a ella una piscina larga, tal vez un lago.
Y viendo desde cierto lugar, de frente, hacia arriba
hay un trabajo de Orlando Sobalvarro,
que es un búho alto relieve en un gran muro de cemento
con su luna
y a sus dos lados figuras celebratorias como danzantes,
alto, con cascadas
y abajo, a la izquierda
un tanque de guerra paralizado petrificado,
hundido en el pasado, bañado de cemento.
Es la segunda vez que vengo
a este parque hecho en homenaje a la paz.
La primera vez vine con una mujer
que tal vez me amó,
pero ahora ella y yo nos olvidamos.
Ando solo.
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